Siempre Unidos - La Isla de los Elfos (50 page)

BOOK: Siempre Unidos - La Isla de los Elfos
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—Francamente, Montagor, tu oferta me parece de una ignorancia supina, incluso viniendo de un elfo gris —dijo con desprecio Vashti Nimesin—. ¡Me eres de menos utili­dad que lo que Lydi'aleera es para el clan Amarilis! Su­pongo que sabes que cualquier retoño de Zaor será un Flor de Luna. ¡Puedes acordarte de todos los héroes muertos de tu familia, pero esto es un hecho que no cambiará!

El heredero del clan Amarilis tomó unos sorbos de vino élfico, ganando así tiempo para poner en orden sus pensa­mientos. Se había pasado muchos días tratando de ganarse el favor del acaudalado y cada vez más poderoso clan Ni­mesin y, finalmente, se las arregló para que lo invitaran a una de las exclusivas fiestas de Vashti. No obstante, a juz­gar por el tono de desdén de la elfa, le quedaba una ardua tarea por delante.

—¡Tal vez el hijo de mi hermana será un Flor de Luna —admitió—, pero Lydi'aleera sigue siendo una Amarilis! Hay mucho que puede hacer una reina para influir en la política real.

—¿Me estás diciendo que esa boba tiene la inteligencia suficiente para influir en política? —comentó Vashti con sorna.

—Lydi'aleera siempre se ha dejado guiar por mí —re­puso Montagor categóricamente—. Le repito que una alianza con el clan Amarilis le reportaría muchas ventajas.

La matrona examinó al joven elfo de la luna de la cabeza a los pies. Vashti Nimesin estaba al corriente de las ambi­ciones de Montagor y, de hecho, aprobaba casi todos los pasos que había dado para consolidar la influencia y el po­der de su clan en la recién fundada corte. Endilgar a esa in­sípida moza a Zaor Flor de Luna había sido un golpe maes­tro. También jugaba a su favor que intentara aliarse con los poderosos clanes de elfos dorados.

Pero, para lady Nimesin, era evidente que Montagor no podía compararse con sus ilustres antepasados. Su insacia­ble deseo de poder lo hacía vulnerable y lo convertía en una herramienta aún más manejable que su tonta her­mana menor.

—De hecho, hay algo que puedes hacer por mí —dijo Vashti Nimesin con una sonrisa—. Mi hijo, Kymil, pro­mete mucho tanto en la magia como en las armas. Me gus­taría que fuera educado en las Torres del Sol y la Luna. Tal vez tú podrías escoltarlo hasta allí y presentarlo a la Gran Maga.

—Será un placer —repuso Montagor con sinceridad, al tiempo que hacía una profunda reverencia. No obstante, no se le escapaban los motivos de lady Nimesin. A la elfa dorada no le gustaba ni pizca que una elfa de la luna go­bernara las Torres y no quería pedirle nada a Amlaruil Flor de Luna. Enviar al heredero Amarilis como su chico de los recados equivaldría a dejar constancia de la elevada posición del clan Nimesin y de su desprecio hacia los elfos plateados.

Que así fuera. Era un precio justo a cambio de los favo­res de los Nimesin.

Montagor posó la mirada en Kymil Nimesin, que ha­blaba con un grupito de jóvenes elfos dorados. Era un jo­ven muy apuesto, con la típica piel dorada de su raza, que contrastaba con el brillo azabache de su cabello y ojos. Aún era demasiado niño para ser admitido en las Torres.

En ese momento, Kymil se volvió y devolvió la curiosa mirada de Montagor. Los ojos del dorado eran tan malé­volos que el elfo de la luna retrocedió. No obstante, fue todo tan fugaz que Montagor se quedó con la duda de si había imaginado esa mirada cargada de odio. El joven Ky­mil respondió con presteza a la llamada de su madre y sa­ludó al heredero Amarilis con exquisita cortesía.

—Montagor Amarilis te escoltará hasta las Torres, hijo mío —anunció lady Nimesin con voz satisfecha—. Parti­réis al rayar el alba. Procura dejar en buen lugar a tu gente y a tu clan.

—Sí, madre —contestó el muchacho automáticamente. No había nada en su voz ni en su rostro que sugiriera que no era un hijo obediente, y tampoco había burla en la in­clinación que dirigió al noble plateado. Sin embargo, el muchacho despertaba en Montagor Amarilis un hondo desasosiego.

De vez en cuando el elfo de la luna era capaz de vislum­brar retazos del futuro. No había reivindicado la hoja de luna porque sospechaba que no saldría con vida, y ahora, al contemplar al joven Nimesin, tenía la misma sensación de muerte inminente. Había algo en las brumas del futuro del muchacho, que Montagor no podía ver ni aprehender, pero que le llegaba y se mofaba de él.

El elfo plateado dejó a un lado su desazón. Una hoja de luna, con su poderosa y mortífera magia inspiraba respeto y temor. Pero ese joven no era más que un mocoso. Sin duda, Kymil no sería rival para él.

Así pues, al día siguiente ambos partieron juntos hacia las Torres, tal como había decidido lady Nimesin. Kymil era un buen jinete y durante el viaje al norte se mantuvo extrañamente silencioso; no charlaba ni hacía las pregun­tas que Montagor había esperado de un chico de su edad.

—Yo mismo pasé un breve período en las Torres —co­mentó cuando ya no pudo soportar más el silencio—. Si hay algo que quieras preguntarme, te responderé gustosa­mente.

—Gracias. No —contestó el muchacho cortésmente, mirándolo de soslayo—. Ya me las arreglaré.

—¿Tienes amigos en las Torres? —insistió Montagor—. Imagino que no habrá muchos elfos de tu edad.

—Al menos uno —replicó Kymil con tono sombrío. Entonces hizo una mueca, como si ese lacónico comenta­rio fuese más de lo que hubiera querido decir.

Montagor estaba intrigado.

—No sabía que los magos de las Torres aceptaban a niños.

—De vez en cuando los magos también tienen niños —replicó el muchacho con total naturalidad—. Y, otras veces, aceptan a niños prodigio. Tanyl Evanara, un primo lejano mío, tiene más o menos mi edad y está casi a mi al­tura en el manejo de las armas y la magia. Aprenderemos juntos.

—Ah. ¿Y qué piensas hacer con los conocimientos má­gicos que adquieras? —preguntó el elfo plateado en el tono condescendiente que suele usarse con los niños.

—¿Y si le dijera que mi intención es acabar con esa farsa de un rey plateado y volver a instaurar el Consejo? —re­puso Kymil suavemente, pero con expresión de dureza—. Naturalmente, es hipotético. Nunca se me ocurriría inten­tar algo así. Sería muy estúpido si albergara tales pensa­mientos de traición o se los comunicara al hermano de la reina, incluso teniendo en cuenta que usted, lord Amarilis, saldría beneficiado. Los Amarilis nunca serían reyes, pero no hay duda de que usted sería el nuevo Alto Consejero. Pero repito, todo son hipótesis.

Montagor parpadeó. El nivel de intriga que expresaban las palabras del muchacho lo dejaba sin habla. Lo había avisado, cortejado y amenazado, todo a la vez.

Pero la mirada astuta y dura del joven desapareció al punto bajo la serena máscara dorada de su hermosa cara.

Montagor se estremeció e inmediatamente lo invadió una oleada de amargo remordimiento por llevar a Kymil a las Torres. Ocurriera lo que ocurriese, él habría partici­pado. Así lo había dado a entender el joven.

De pronto, Montagor ya no estuvo tan seguro de ser ca­paz de controlar ni de prever las ambiciones del clan Ni­mesin. Pero las agujas de las Torres ya se veían.

Ya era demasiado tarde para regresar. Que fuera lo que los dioses quisiesen.

Transcurrieron algunos años antes de que Montagor Amarilis fuera llamado de nuevo a la mansión de lady Vashti Nimesin. Al llegar, encontró a la matrona del clan muy excitada.

—Ya ha empezado —le dijo sin rodeos—. El primer gris pretendiente al trono ha muerto. ¡Y fuiste tú, amigo mío, quien lo hizo posible!

—¿Zaor ha muerto? —preguntó Montagor, con la mi­rada fija en la elfa dorada.

—¡Ni siquiera tu hermana podría acercarse lo suficiente a él para obrar tal milagro! —se mofó Vashti—. No, estoy hablando de la hija de Zaor.

—La reina no tiene hijos —replicó Montagor, con un frunce de perplejidad en la frente.

—¡Eso lo sabe todo Siempre Unidos! Parece que la san­gre de los Amarilis es demasiado clara. Lo mejor que pue­des ofrecer en la actualidad es una reina estéril. ¡No, Zaor tiene una hija bastarda y de la Señora de las Torres, nada más y nada menos!

—¿Amlaruil Flor de Luna tiene una hija? ¿Está segura que es de Zaor?

—Oh, sí. Sospeché que estaba embarazada cuando la vi en la ceremonia de elección del rey. En esos momentos creí que le habían hecho el mocoso en un festival o que había conseguido llegar a Gran Maga ganándose el favor de Jan­nalor Nierde tumbada de espaldas —explicó lady Nimesin con crudeza—. Pero después me dediqué a seguir el rastro, y resultó que ella y Zaor estuvieron juntos en el momento correcto. Hay magos capaces de determinar la paternidad.

»¿Por qué crees que tenía tanto interés en que mi hijo fuera educado en las Torres? —preguntó a un Montagor consternado, dirigiéndole una ladina mirada—-. ¡No era porque quisiera que aprendiera magia a los pies de una elfa gris, te lo aseguro!

—Kymil ha matado a la hija de Amlaruil —repitió el elfo plateado, aún aturdido.

—Bueno, eres lento pero parece que captas las cosas —comentó la matrona sarcásticamente—. Ilyrana Flor de Luna está muerta o lo estará pronto. Parece que la princesita prefiere ser sacerdotisa antes que maga. Ha de­jado las Torres para ir a la arboleda de Corellon, en santa peregrinación. Kymil me lo ha comunicado. Y eso nos lleva a tu parte en el asunto.

—¡No pienso participar en un asesinato! —exclamó Montagor Amarilis.

—Un sentimiento admirable, pero llega un poco tarde —repuso lady Vashti secamente—. Cuando escoltaste a Kymil a las Torres, él te hizo partícipe de sus intenciones y, según él, tú no trataste de disuadirlo ni estuviste en contra. Quien calla otorga, pensamos nosotros, y lo mismo pensa­rán los demás. Si hablas, te condenarás.

—¿Qué debo hacer? —El elfo de la luna se dejó caer en una silla, derrotado. Lady Nimesin sonrió fríamente.

—Pasarán muchos días antes de que se eche en falta a Ily­rana. Para entonces, el veneno que primero la adormecerá profundamente ya habrá cumplido su misión. Ilyrana nun­ca ha salido de las Torres, por lo que todos creerán que se perdió en el bosque y murió. Es improbable que nadie sos­peche nada, pero, por si acaso, tú proporcionarás a Kymil una coartada. Mi hijo abandonó las Torres el día antes de la partida de Ilyrana. Si alguien pregunta algo, tú dirás que lo invitaste a cazar en tu villa en las Colinas de las Águilas.

Montagor sentía que la cabeza le daba vueltas mientras trataba de asimilar ese rompecabezas. Él había vivido ro­deado por pequeñas intrigas destinadas a ganar poder o mejorar de posición, pero nunca había creído posible que un elfo pudiera matar deliberadamente a otro para conse­guir algo. No quería tener nada que ver con eso, pero mu­cho se temía que ya estaba tan enredado como lady Vashti afirmaba.

Sin embargo, ¿qué sería de él si los Nimesin tenían éxito? Montagor no creía que el elfo dorado se contentara con matar a la hija de Zaor. Lydi'aleera sería la siguiente víctima, ¡y quizá lady Nimesin lo obligaría a participar en el asesinato de su hermana! Después de desembarazar­se de los Flor de Luna, ¿qué les impediría hacer lo propio con los Amarilis? No, ése era un camino demasiado inse­guro para él. Era preciso que condujera a lady Nimesin a otro.

—Me temo que este asunto ya no puede resolverse de manera tan simple —dijo con gravedad—. Como ya sabe, mi hermana, la reina, aún no ha dado un heredero al trono. Usted no fue la única que notó las miradas que se intercambiaron Zaor y Amlaruil Flor de Luna en la cere­monia de las espadas, ni tampoco la única que busca bas­tardos del rey.

—¿Qué estás diciendo?

—Lydi'aleera sabe que la hija de Amlaruil es la heredera de Zaor y ya ha dado pasos para que la muchacha sea trasla­dada a palacio. Ahí radica el problema. La muerte de una sacerdotisa novicia puede ser tomada por un accidente; pero la muerte de una heredera secreta al trono despertará muchos recelos, y no creo que ni usted ni yo pudiésemos sustraernos a ellos.

—¿Cómo es posible? ¡Te mostraste sorprendido cuando te dije que Amlaruil tenía una hija!

—Perdóneme por este engaño, milady —repuso Monta­gor, extendiendo las manos—. Tenía que fingir ignorancia para averiguar cuánto sabía usted. Es un asunto delicado. Estoy seguro de que lo comprende.

—¿Ha hablado ya Lydi'aleera con el rey? ¿Sabe él que tiene una hija?

—Sí —contestó Montagor sin dudarlo, rezando para tener el tiempo suficiente a fin de avisar a su hermana a tiempo y no arruinar sus planes. *

—¡Entonces todo está perdido! —La elfa dorada se re­torció las manos, desesperada—. Si lo hubiéramos sabido, Kymil hubiera hallado otra forma.

—Hay una posible solución. Kymil tiene que encontrar a la princesa antes de que el veneno haga efecto y traerla a palacio. Yo juraré que él ha actuado todo el tiempo en nombre de Lydi'aleera —propuso.

—¿Un Nimesin chico de los recados de una elfa gris? —Vashti manifestó su desprecio.

—Mejor eso que ser considerado asesino y traidor —se­ñaló Montagor fríamente—. Y ni se imagine que me pue­de implicar en esto. Lydi'aleera jurará que la he ayudado a encontrar a la heredera de Zaor. ¡He demostrado mi leal­tad a la familia real, aun a costa de ir en contra del interés y las reivindicaciones del clan Amarilis! En vista de esto, na­die creerá que conspiré con los Nimesin para deshacernos de la princesa real. No. ¡Los Nimesin serán los únicos cul­pables!

»No obstante —prosiguió después de dar tiempo a la elfa para que asimilara esa nueva amenaza—, hay un modo de que el clan Nimesin se libre del escándalo. Más de un clan de elfos dorados se ha marchado de Siempre Unidos. Precisamente la quincena pasada todos los Ni'-Tessine se trasladaron a Cormanthyr. Únanse a ellos y tra­ten de recuperar allí el poder que han perdido en esta isla. Si se van, juro por mi vida y mi honor que nunca revelaré su secreto.

—Muy bien —dijo al fin lady Vashti, mirando a Mon­tagor con odio no disimulado—. Kymil entregará a la bas­tarda y tendrá que desempeñar el papel de heroico salva­dor aunque le rechinen los dientes. Después, toda mi familia y yo abandonaremos esta isla. ¡Pero no pienses ni por un momento que dejaremos de trabajar por el bien del Pueblo!

Un familiar escalofrío recorrió a Montagor al oír esas palabras, pues en ellas vislumbraba la sombra de futuros desastres.

No obstante, se consoló rápidamente con el éxito que se había anotado. Una vez que los Nimesin estuvieran lejos, ya se encargaría él de prevenir futuros ataques. Después de todo, ¿acaso Siempre Unidos no era inviolable?

A Lydi'aleera no le harían ninguna gracia las nuevas, pero era una mujer pragmática. Asegurar una sucesión al trono era vital; ésa era la primera lección de las hojas de luna. Además, una mujer estéril no podría ser reina para siempre. Siempre Unidos necesitaba un heredero, incluso los elfos dorados estaban de acuerdo en ello.

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