La sangre de Irene hierve. Se contiene y no le responde. Pero ahora sí está segura de algo: se terminó la función. ¡Va a ir a por todas por Alex! Y aunque tenga que cambiar su estilo y sus formas de siempre, sigue estando completamente convencida de sus posibilidades. Perdió una batalla, pero ella continúa luchando en aquella guerra. Sea quien sea la rival.
Esa tarde de finales de junio, en un lugar de la ciudad.
La echa de menos. No tenía esa sensación desde que terminó su relación con Paula. Y eso que no hace ni una hora que se separaron. Pero Ángel no deja de pensar constantemente en Sandra y en el día que han pasado juntos. Ha sido muy divertido, a pesar del corte de pelo y de que todo lo haya pagado él. Sonríe al acordarse del momento en el que la chica le confesó que se había olvidado la cartera en la redacción. Y también del tartazo que ha recibido en el Foster's Hollywood. Un domingo diferente a cualquiera. Incluso bastante distinto a los que suelen compartir juntos desde que son pareja. En la mayoría de ellos, hasta han tenido que ir a trabajar.
¿Por qué de repente sus sentimientos hacia ella se han acelerado?
No lo entiende. Hace unas horas, lo que más deseaba era encontrarse con Paula. Lo necesitaba. Desde el momento en el que la volvió a ver en el Starbucks, no hizo otra cosa más que darle vueltas a la cabeza y recordar el pasado: sus conversaciones por el MSN, cómo se conocieron en persona, aquellos días de finales de marzo... Estaba confuso, le era muy complicado interpretar lo que sentía. ¿Continuaba enamorado de su ex o simplemente se había dejado llevar por aquel encuentro preparado por el destino? Una pregunta que le ha traído en jaque todo el fin de semana, con una respuesta muy difícil de descifrar.
Sin embargo, Sandra se ha encargado de ir aclarándosela durante toda la mañana. Sus miradas, sus besos, sus sonrisas, sus gestos... le han servido para comprenderlo todo.
En la soledad de su habitación, tumbado en la cama, mirando hacia ninguna parte, a la que echa de menos es a la periodista. A su jefa. Su presunta novia. Esa chica a la que admira y quiere y a la que tanto daño ha podido causar.
Sonríe y se entristece al mismo tiempo. Tiene una doble interpretación de lo que ha ocurrido: por una parte, le da la sensación de que, a pesar de que lo suyo con Paula había concluido bacía tiempo, él nunca había cerrado esa puerta por la forma en la que se habían desarrollado los acontecimientos, desapareciendo de su vida sin más; por otra parte, podía parecer que la llegada ile Sandra fue algo así como el clavo que sacaba a otro clavo, como si necesitara de alguien que le hiciera olvidar.
En cambio, ahora lo ve todo más claro. Ella es más que una sustituía. Mucho más que una persona que ha surgido para reemplazar a otra persona. Sandra podría ser perfectamente el amor de su vida y la mujer que pusiera el punto y final a una etapa anterior que se ha terminado para siempre.
Se acabó el lamentarse de lo que pudo ser y no tue.
Paula es el pasado, Sandra el presente y el futuro. Sí. Eso es. Así de sencillo. ¿Por qué no lo entendió antes? ¿Por qué ha jugado de esa forma con sus sentimientos?
Le palpita el corazón muy deprisa. Es cierto, la ha hecho sufrir por culpa de sus dudas. Ella se había entregado desde el principio, y él, por el contrario, la ha puesto contra la espada y la pared. Ángel se está dando cuenta de quién está enamorado: de Sandra. Y no hace falta que vea y se encuentre otra vez con Paula para saberlo.
¡Su chica es la que hoy le ha hecho pasar vergüenza en la tienda de ropa interior, la que se ha comprado aquellas sandalias tan feas, la misma que le ha puesto perdido de chocolate y nata! Esa que disfruta cantando canciones en italiano. La que le ha besado en el coche.
No puede esperar más. Tiene que contárselo. Debe decirle lo que piensa. Lo que siente.
Se incorpora y se sienta en la cama. Alcanza el móvil que tiene en el otro extremo de la cama y, nervioso, busca su número. Lo marca y espera a que conteste. Tiene ganas de oírla, de explicarle las conclusiones a las que ha llegado.
Al tercer bip, lo cogen.
—Hola, Ángel —responden al otro lado de la línea.
Pero la voz no es la de Sandra. Es la de un hombre al que el chico conoce bien.
—Hola, don Anselmo —le saluda, sorprendido. Aunque sea su padre, no esperaba que el que respondiera al teléfono fuera él—. ¿Qué tal?
—Muy bien. En casa, aunque dentro de diez minutos regreso al periódico.
—Usted no para de trabajar.
—Es lo que tiene ser el jefe —indica, alegremente—. ¿Querías hablar con Sandra?
—Sí... Es... sobre el reportaje a Katia —improvisa.
—¿Tienes alguna duda?
—No. Bueno, sí. Alguna. Quería comentarle un par de cosas sobre la entrevista que le tengo que hacer.
—¿"Puedo ayudarte yo?
—No, no. No quiero molestarle.
—No es molestia, hombre. Pero como quieras. Ella se está duchando ahora. Cuando salga, le digo que te llame.
—Muchas gracias, don Anselmo.
—No hay de qué, muchacho.
—Adiós, nos vemos mañana en el periódico.
—Hasta mañana, Ángel.
Y cuelgan.
Qué mala suerte... ¡Está duchándose! Aunque seguro que no ha tocado su nuevo peinado a lo Cleopatra que tan bien le queda. Es una lástima porque deseaba hablar con ella cuanto antes y contárselo todo. Pero deberá esperar un poco más.
Unos minutos más tarde, esa tarde de finales de junio, en otro lugar de la ciudad.
No para de pensar en él. ¿Habrá sido suficiente lo de hoy para que Ángel se dé cuenta de que a la que tiene que querer es a ella?
No lo sabe, pero está impaciente por averiguarlo.
Podía haberle pedido subir a su piso en lugar de irse para casa, l'ero tampoco había que forzar la situación. Han pasado una mañana y parte de la tarde increíbles. Y se ha divertido como hacía mucho tiempo que no lo hacía. Ese buen sabor de boca, con el último beso incluido, ha sido una manera bonita de terminar la jornada. ¡Pero queda mucho domingo por delante!
¿Qué va a hacer? Se volverá loca pensando en él. Aunque le ha dicho que la llamaría, no es lo mismo hablar por teléfono que tenerlo delante y mirarle a los ojos, esos preciosos ojazos azules.
Un remedio sería irse a dormir pronto y así se hará más corto el tiempo sin él. Pero ¿tan pronto? ¡Si todavía es por la tarde!
Mañana lo verá de nuevo en el periódico. ¡Qué ganas! Hasta tienen una reunión a la que deben asistir los dos con todo el personal de la sección que ella misma dirige. ¡Se morirá por besarle! En esos casos es cuando resulta más difícil separar lo profesional de lo personal. Pero es la jefa y debe dar ejemplo. Y aunque haya rumores, nadie sabe que Ángel y ella son novios.
Presuntos novios.
¡Uff! No quiere imaginar que cuando vea a Paula se dé cuenta de que la quiere todavía. Traga saliva y sonríe. No va a ser pesimista. ¡Solo va a saborear su domingo con él!
Sandra se mira en el espejo. Le encanta su nuevo look. Le gusta mucho cómo le queda el flequillo. Debería habérselo hecho antes. Le favorece. Y lo mejor es que a Ángel también le ha gustado. Suspira. Parece una cría enamorada por primera vez. Y ya tiene nada menos que veinticinco años.
Se envuelve en una toalla y sale del cuarto de baño. Entra en su dormitorio, cierra y se quita la toalla. Hace calor. Ya va siendo hora de usar el pijama de verano. Ángel nunca se lo ha visto puesto. Seguro que le gusta.
¿Por qué no puede dejar de pensar en él? ¡Ha vuelto a los quince años!
Mira su móvil. No hay nada. Vaya... Le hubiera gustado encontrar un mensaje o una llamada perdida suya. Paciencia. Le dijo que la llamaría. ¡Pero no dijo cuándo! Espera que sea pronto.
—Sandra, ¿se puede?
Es la voz de su padre, que le está hablando desde el pasillo, detrás de la puerta de su dormitorio.
La chica se sube el pantalón del pijama y le abre.
—Sí, claro. Pasa, papá.
Don Anselmo entra en la habitación. Está bastante serio para lo que suele ser habitual.
—Me marcho al periódico.
—Vale. ¿Vienes a cenar?
—No creo. De todas las maneras, te aviso cuando lo sepa.
—Muy bien.
La chica echa la ropa que se ha quitado en un cesto y dobla la toalla.
—Sandra, te ha llamado Ángel —dice el hombre, observándola.
Un escalofrío recorre el cuerpo de la chica cuando lo escucha. ¡La ha llamado! Pero debe disimular su emoción delante de su padre.
—¿Has hablado con él?
—Sí. Perdona por coger tu móvil, pero lo he escuchado y, al ver que era él, he contestado yo. Le he dicho que luego lo llamarías.
—Gracias. No te preocupes. ¿Qué te ha dicho?
—Que quería preguntarte unas dudas que tenía del reportaje de Katia.
—Ah.
Pobre Ángel. Seguro que se ha llevado una sorpresa enorme cuando su padre ha contestado y le ha dicho lo primero que se le ha pasado por la cabeza.
—Pero no le he creído —continúa don Anselmo, sentándose en una de las dos sillas del cuarto de su hija.
—¿Cómo? ¿No le has creído? No te entiendo —comenta ella, algo confusa.
—Me parece que no te llamaba para eso. —¿Ah, no?
—No.
El hombre se cruza de piernas y mira a Sandra fijamente. Esta se siente intimidada. Es una mirada que le impone desde pequeña y que muestra siempre que se enfada con ella. Su padre es una persona afable y alegre, pero cuando no está de acuerdo o le molesta algo, suele ser muy radical y tajante.
—Papá, suéltalo ya.
—¿Qué hay entre tú y Ángel? —pregunta, sin más rodeos.
—Nada. Una buena relación profesional —contesta tras un breve silencio.
—No es verdad. No es normal que un empleado llame a su jefa fuera del horario de trabajo.
—Nos llevamos bien y tiene dudas sobre algo relacionado con el trabajo. No es nada extraño que me llame. ¿Solo por eso ya tiene que haber algo entre nosotros?
—No solo es por eso. Hay mil y un rumores en la redacción.
—Somos muchos. Siempre hay rumores de todo tipo. Yo he escuchado un montón de cosas y no me creo ni la mitad.
—Pero es que incluso hay chicos que se quejan de que le favoreces y tienes preferencia por él porque es tu novio.
Eso no lo sabía. No imaginaba que alguien protestara por ese tema. Aunque Ángel es su novio, no le ha favorecido en nada, salvo en los días libres, que ha intentado que coincidieran con los suyos para poder pasar más tiempo juntos.
—¿Quién dice eso?
—No te lo puedo decir. Es confidencial.
—Vamos, papá. ¿Confidencial? Soy tu hija y es mi sección. Debería saberlo.
—No. Hasta que no sepa la verdad, no puedo contarte nada.
Sandra resopla y también se sienta. ¿Le confiesa la verdad?
—Yo no favorezco a nadie. Creo que hago bien mi trabajo y soy justa con todos. ¿Tú no lo crees así?
—Sí. Me parece que eres muy buena en lo tuyo.
—¿Entonces?
—¿Tienes algo con Ángel o no?
—Papá, eso pertenece a mi vida personal.
—Sí, pero también afecta al periódico y, por lo tanto, es asunto mío. Y además, ¡soy tu padre! Tengo derecho a saber si mi hija tiene novio. Es lo normal, ¿no? Ya no eres una niña para estar ocultándome ese tipo de cosas como cuando tenías catorce años.
Tiene razón, aunque se siente como una jovencita que intenta que no la descubran en su primera relación.
—No estoy haciendo nada malo.
—Eso significa que sí, que estáis juntos.
—Sí.
No quiere mirarle al contestar. Sabe que su padre ahora mismo la está juzgando con los ojos.
—No me parece bien —admite el hombre—. Es un error.
—¿Por qué? Ya somos mayorcitos todos.
—Sí, somos todos adultos. Pero sabes lo que pienso de mezclar el trabajo y lo personal.
—Yo soy tu hija y me has puesto como jefa, ¿no es eso más grave?
—No. Estaba seguro de que eras la persona indicada para dirigir la sección. Y el tiempo me ha dado la razón. Eres una gran periodista.
—Y ahora, por salir con Ángel, ¿voy a dejar de serlo?
—Por supuesto que no. Pero la gente hablará sin saber y tu credibilidad no será la misma. No tienes bastante con ser la hija del director del periódico, para que ahora, además, tu novio trabaje para ti.
—¿Y qué tiene de malo eso?
—Que todo lo que hagas y tenga que ver con él, lo mirarán ce m lupa. Sus compañeros tienen derecho a sospechar. Y eso afectará al funcionamiento de la empresa.
Sandra se cruza de brazos.
—¿Eso no te pasa a ti conmigo? Si haces algo que me favorece, también pueden pensar que es porque soy tu hija.
—Sí, pero hay una diferencia.
—¿Cuál?
—Yo no puedo evitar ser tu padre. Tú si puedes evitar ser su novia.
—¿Qué? ¿Me estás pidiendo que deje a Ángel?
—No sois compatibles. Mejor dicho, no es compatible que una jefa de sección esté liada con uno de sus empleados. Ni es bueno para ellos ni para la empresa.
—Es increíble que me digas esto, papá.
La chica agacha la cabeza y la mueve de un lado para otro. Sabía que aquel asunto, en cuanto se supiera, crearía polémica. Sin embargo, no sospechaba que su padre fuera tan drástico.
—Lo siento, hija. Es por el bien del periódico. Si sois novios, puede que tenga que hacer algunos cambios en la plantilla.
—¿Lo vas a echar?
Don Anselmo no contesta. Se pone de pie y se dirige hacia la puerta.
—Me voy, que tengo mucho trabajo. Esta noche nos vemos. —Y abandona la habitación.
Esa tarde de finales de junio, en un hospital cercano a la ciudad.
Débora es una mujer de baja estatura, delgadita, de pelo castaño, con mechas rubias. Aún no ha llegado a los cuarenta y, verdaderamente, no los aparenta. Sin embargo, la noticia de que su hija ha sido internada en el hospital la ha envejecido diez años de golpe.
Camina lentamente, con los brazos cruzados, hacia donde está el grupo de amigos de Diana. A Paula y a Cris las conoce desde hace mucho tiempo. También a Mario, aunque a este lo ve más a menudo desde hace poco, sobre todo desde que ayuda a su hija a estudiar. No está segura de si hay algo entre ellos, lo imagina, pero le parece un gran chico y una buena influencia para Diana. Al otro muchacho, el guapo de pelo rubio y ensortijado, no recuerda haberlo visto antes. Apenas le ha oído hablar, aunque juraría que su acento no es español. ¿Francés, quizá?