¿Sabes que te quiero? (59 page)

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Authors: Blue Jeans

Tags: #Infantil-Juvenil, Romantico

BOOK: ¿Sabes que te quiero?
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—No pronuncies su nombre. No quiero saber nunca más de él.

—Lo siento —dice suspirando—. No volveré a nombrarlo.

—Ese gilipollas no se merece nada. Ni que hable de él.

Las dos guardan silencio un instante. Cris la mira, pero Miriam rehúsa cualquier tipo de contacto visual o físico con ella.

—Perdóname, por favor. No te puedo pedir que todo vuelva a ser como antes. He cometido un fallo muy grande y debo pagarlo. Pero podemos tener un trato cordial y ver lo que el tiempo hace con nuestra amistad. No solo por nosotras dos, sino también por Paula y por Diana. Estoy dispuesta a lo que sea. Por favor, Miriam, perdóname.

En ese momento, la chica se gira y contempla los ojos empañados de Cris. Respira con fuerza y habla.

—Yo confiaba en ti. Sabía que entre Armando y tú existía una química especial. O al menos, en ti lo veía. Tus ojos te delataban. Y aunque vosotras pensáis que yo no me doy cuenta de las cosas, me entero de más de lo que os creéis. Soy la menos lista de todas, pero no soy tan tonta. Decirte esto, además, me duele. No pienses que no. Porque él lo único que ha demostrado es que es un cabrón que solo iba a lo que iba. Pero tú eras mi amiga y, a pesar de percibir el rollo que os traíais, confiaba en ti. ¡Joder, eras Cris, una de las mejores tías que he conocido y una de las mejores amigas que nunca he tenido! De ti jamás habría sospechado que hicieras algo así. Y, sin embargo, por un rato de no sé qué, porque ni si quiera tuvisteis sexo, te has cargado mi amistad y la unión de un grupo, nuestras queridas Sugus. —La chica traga saliva y se pone de pie. La mira a los ojos y le lanza su último puñal envenenado—. No, no te perdono, Cris. Lo siento mucho. Y, por favor, no me vuelvas a hablar jamás.

Miriam camina despacio por el pasillo, alejándose. Ya no necesita huir de ella porque sabe que no la seguirá. El corazón de Cristina es hielo y siente tanto horror que ni siquiera puede llorar. Simplemente, se ha quedado petrificada.

Coloca una mano en su barbilla y, como si no existiera, deja de pensar.

Capítulo 93

Ese día de finales de junio, en un hospital cercano a la ciudad.

Cuando ha visto a su madre y a Mario entrar en la habitación, se ha puesto a llorar. Le duele la cabeza y está todavía bastante aturdida. Pero ha sido tanta la emoción que Diana no ha podido reprimir las lágrimas. Débora la ha abrazado y ella le ha pedido disculpas por hacerle pasar aquel mal rato. Han transcurrido diez minutos en los que apenas han hablado, aunque se han dicho muchas cosas entre madre e hija. Mario se ha mantenido en un segundo plano, de pie, esperando su momento, que parece que ahora llega.

—Voy a ver al médico. Os dejo un rato para que habléis de vuestras cosas —dice la mujer, que le da una palmadita en el hombro al chico y abandona la habitación.

Mario sonríe débilmente y ocupa la silla junto a la cama en la que antes estaba sentada Débora. Diana extiende su brazo y este le coge la mano. Está nervioso.

—Te tiembla la mano —le dice la chica, a la que le cuesta bastante hablar.

—Eso son imaginaciones tuyas —contesta Mario, apretando con fuerza su mano.

—Ya, imaginaciones.

—Claro.

Le duele mucho verla así. Está acostumbrado a su vitalidad, a su voz llena de fuerza, a que le ordene y le reproche alguna de las cosas que hace. «Tienes esa cualidad, me haces enfadar.» Contemplarla allí postrada, sin moverse, con el tubito del suero enganchado a uno de sus brazos y oculta bajo aquel hilito de voz, hace que se le forme un nudo en la garganta.

—¿Y los demás?

—Abajo. Nos han dicho que subamos solo dos, imagino que para no marearte mucho. Y hemos venido tu madre y yo. Luego se pasará por aquí el resto.

—Os estoy dando muchos problemas a todos.

—¡No digas eso! Lo que te ha pasado nos podía haber sucedido a cualquiera. No tienes que reprocharte nada.

—Tú sabes que no es así.

Los ojos de Diana trasmiten mucha tristeza. No solo se siente mal por el golpe: tiene un enorme sentimiento de culpabilidad por la situación en la que ha implicado a sus amigos y a su madre.

—Ahora lo importante es que te cures.

—¿Y luego, qué?

—Luego, ya veremos.

—¿Saben ya lo de la comida?

La expresión de Mario cuando oye la pregunta le delata. No se la esperaba. No quiere mentirle, le tiene que contar la verdad. —Sí.

—Vaya...

—Los médicos le preguntaron a tu madre si tú tenías problemas con la comida. Y ella, claro, no sabía nada. Después habló con nosotros.

—Y se lo contasteis todo.

—Sí. Está confusa y muy preocupada.

—Pobre. Se lo estoy haciendo pasar fatal.

—Todos lo estamos pasando mal.

Diana suelta la mano de Mario y esconde el brazo bajo las mantas.

—Lo siento.

—No pidas más veces perdón. No tienes que hacerlo.

—Es que... —le tiembla la voz al hablar—, me siento muy mal.

Sus ojos se vuelven a humedecer. El chico se levanta de la silla y se sienta en el borde de la cama. Busca su brazo bajo las mantas y le coge de nuevo la mano.

—Vamos a salir de esto —indica, con gran firmeza.

—Me siento tan mal por todo...

—Es normal que estés así. Pero ya verás cómo mejoran las cosas. Yo voy a estar a tu lado para lo que necesites.

Mario sonríe. Aunque por fuera intente mostrar valor, por dentro se muere de miedo. Y, como todos, está muy preocupado por el problema de Diana. Sin embargo, en ese instante, mirándola a los ojos, se exige a sí mismo esconder sus temores y sacar toda la fuerza de la que dispone para ayudar a su chica.

—Gracias. Te quiero mucho.

—Yo también.

—No sé qué haría sin ti.

—Pues estarías con otro.

Por primera vez desde que llegó a la habitación, Diana sonríe.

—Nadie me hace enfadar como tú —responde, soltando su mano y secándose los ojos con la manga.

—Eso es lo más bonito que me han dicho nunca.

El chico se inclina sobre ella y la besa en los labios. Despacito. Saboreando ese instante que estaba deseando volver a disfrutar. ¡Cuánto ha echado de menos durante esas horas poder besarla!

Mario se separa de Diana, que se mantiene con los ojos cerrados.

—Creo que tengo que pasar la noche aquí —comenta en voz baja.

—Sí, eso me han dicho. Pero no es por nada malo.

—Por algo bueno no será.

—Precaución. No sé si te harán más pruebas.

—¿Tú te irás a casa?

—No. Me quedaré contigo toda la noche. Mi madre ya está avisada.

Abre otra vez los ojos y lo mira agradecida.

—Se enterarán de lo nuestro.

—Creo que algo ya intuyen. Se llevarán una alegría. Por fin verán que salgo con una chica.

—Igual, cuando descubran que soy yo, no se alegran tanto.

¿Era irónico? Así lo entiende Mario. Pero Diana tiene un poco de miedo a la reacción de los padres de su chico cuando les diga que están juntos. Él es tan centrado, inteligente y responsable... Justo lo contrario que ella. Y, si a eso se le suma aquello que le está pasando, muy contentos no estarán.

—Mis padres estarán encantados contigo.

—No estoy yo tan segura. Tu madre me ha dicho muchas veces que estoy loca.

—¿Y no es verdad? —Sí.

—Mi madre solo te ha conocido como la amiga de Miriam. Pero no sabe cómo puedes ser como la novia de su hijo.

La chica sonríe y se pone la mano que tiene libre en la frente.

—Espero que no se asuste —señala, alzando levemente la voz.

—Pues ya verás cuando le suelte que nos casamos.

Diana da un pequeño brinco en la cama.

—¿Cómo?

—Lo he estado pensando. Tenías razón. No sé por qué no te dije que sí directamente. Te quiero y me gustaría casarme contigo.

—Pero ¿estás seguro?

—Sí. Mis sentimientos están muy claros. Sé que pasaremos por momentos malos, pero seguro que también por muchos buenos. Y, pase lo que pase, estaré contigo.

Una lágrima resbala por la mejilla de Diana, que respira hondo y suelta el aire con los ojos cerrados.

—Entonces, ¿cuándo nos casamos?

—Mmm... ¿Qué te parece en junio de dentro de cinco años?

—¿Cuando termines la carrera?

—Cuando tú y yo terminemos la carrera.

—Yo no creo que...

—Shhh... No hablemos de eso ahora.

—Vale.

Mario vuelve a inclinarse sobre la chica y le da otro beso en la boca. Ahora con más energía, con más pasión que antes.

La puerta de la habitación se abre. Es Débora, acompañada del médico. Rápidamente, el chico se separa de ella y se pone de pie.

—Vaya, ya veo que estás bastante mejor —comenta la mujer, sonriente.

Los dos chicos se sonrojan, sobre todo Mario. Los han pillado.

—Mamá, esto no es lo que parece —dice Diana quejosa, incorporándose sobre la cama.

—No te preocupes, si me gusta.... Mientras consiga que apruebes todo, yo, encantada.

—¿Solo te gusta por eso?

—No. Hay que reconocer que es muy guapo. Tienes buen gusto. Y muy simpático y buena persona.

—Mamá, tú ya tienes novio... —protesta Diana, fingiendo que se enfada—. Además, le estás poniendo nervioso.

Los tres miran al joven, que no sabe dónde meterse.

—Yo... —balbucea Mario.

—Tú, mejor no digas nada —le interrumpe su novia.

El doctor, Débora y Diana ríen. Pero el chico cada vez está más rojo de vergüenza. No está acostumbrado a ese tipo de escenas familiares.

Azorado, mira a Diana y termina sonriéndole.

Ambos saben que queda mucho por hacer y que deberán pelear por mantener viva su relación esos cinco años, pero están felices con su promesa. La promesa de quererse durante todo ese tiempo.

Capítulo 94

Ese día de finales de junio, en un lugar apartado de la ciudad.

Termina de recoger las cosas de Cris y se cuelga la mochila de su amiga en el hombro derecho. En el izquierdo se coloca la suya. Alan, por su parte, se ha encargado de la ropa de Diana y de Mario.

Antes, Paula se ha refrescado y se ha cambiado. Lo necesitaba.

Durante todo ese tiempo no ha podido dejar de pensar en lo que ha pasado en el coche con Alan. No lo había buscado ni imaginaba que volver a solas con él en coche terminaría de esa forma.

¡Qué lío!

Si es sincera consigo misma, debe reconocer que le ha gustado el beso que le ha dado el francés. Mientras se besaban, sentía que sí, que podía ser, que aquella historia era factible. El tiene algo que le atrae... Pero también algo que le aleja. Sin embargo, si cambia y se comporta de otra manera, más sincera, más normal, una relación con él sí sería posible.

¿Se arriesga? ¿Le da esa oportunidad?

—¿Vienes? Yo ya estoy listo —le dice el chico desde el umbral de la puerta de la habitación.

También va con dos mochilas a cuestas: la de Diana y la de Mario. Y se ha cambiado de ropa. Se ha vestido con vaqueros azules y una camiseta negra ajustada que le marca mucho los brazos. Una tentación para cualquier chica.

—Voy.

Paula sale del cuarto y camina junto a él por el largo pasillo de la primera planta.

—Espero no haberme dejado nada por guardar —comenta Alan, comenzando a bajar la escalera.

—Bueno, si se nos ha olvidado alguna cosa, ya nos la traerás tú.

—O regresáis vosotros a por ella. Queda mucho verano por delante y puede que repitamos, ¿no?

—No lo sé. Esta casa es genial, la mejor en la que he estado en mi vida. Pero, después de todo lo que ha pasado, le he cogido algo de miedo.

—Y eso que no has visto a los fantasmas que viven aquí y se aparecen de noche.

Los dos sonríen.

Parece tranquilo, aunque es solo apariencia. Desde que la besó, no piensa en otra cosa. Ella le ha pedido tiempo. ¿Cuánto? No lo sabe, pero le ha prometido que lo pensará. Paula ha reconocido que le gusta y que se siente atraída por él. En cambio, no tiene tan claro lo de empezar una relación. Debe hacer que confíe más en él, así que intentará no equivocarse.

La pareja llega a la planta de abajo y salen de la casa. Ya ha anochecido por completo. Juntos han visto cómo caía el sol y se escondía entre las montañas de la sierra. Ha sido un momento que ninguno de los dos jamás podrá olvidar.

—¿Quieres que vayamos en el Ferrari? —pregunta el chico, ya en el garaje.

—Vale. Nunca he montado en uno.

—Pues es una buena oportunidad para tu primera vez.

Alan abre el maletero y guardan las cuatro mochilas dentro. Sin embargo, cuando están a punto de subir al coche, otro vehículo llega. Es el Aston Martin de su tío. La que conduce es su prima y, a su lado, en el asiento del copiloto, viaja otra chica, alguien a quien el francés jamás hubiera imaginado que volvería a ver más.

Las dos jóvenes se bajan del coche y se dirigen a Alan, que no puede creerse que ella esté allí.


Mon chéri! J'avais grande envie de te voir!
—grita la recién llegada.


Monique! Mais qu'est-ce que tu fais ici?

La suiza se lanza a los brazos del joven y le planta un gran beso en la boca.

Davinia sonríe mientras Paula no entiende nada. ¿Quién es aquella chica que habla en francés y por qué demonios está besándole?

—Ta cousine m'a invité —señala, muy emocionada—.
Elle m'a dit que ça serait super, une vraie surprise. C'est fantastique d'être ensemble, n'est-ce pas?

Y vuelve a besarle. En el beso, el chico permanece con los ojos abiertos, fulminando a Davinia con la mirada. Le ha vendido de la forma más cruel.

—Ha dicho que se alegra de darle una sorpresa y que está muy contenta de que estén de nuevo juntos —le traduce Davi a Paula, que sigue en estado de shock.

—¿Es su novia?

—Sí. Vive en Suiza.

Alan se aleja de los brazos de Monique y mira a Paula.

—No es mi novia.

—Entonces, ¿por qué te ha besado?

—Porque...

Pero la joven suiza se le acerca por detrás y lo abraza apoyando las manos en su pecho. Luego, curiosa, observa a Paula.


Qui est cette fille? Est-c-qu'elle travaille à la maison?

Alan duda qué responder. Está en el centro de un huracán del que es imposible salir.

—Ha preguntado que quién eres tú. Que si eres una trabajadora de la casa —traduce, de nuevo, Davinia, que no puede resistir una sonrisa de oreja a oreja.

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