—¿Un beso?
—¡Esto no es Blancanieves, jovencita!
—Lo siento.
—Lo que necesitaba aquella joven para despertarse era sangre limpia.
—¿Una transfusión?
—Algo así. Lo que el joven había escuchado era que, para romper el hechizo del sueño, había que restregar en el dedo herido un pétalo del mismo rosal embadurnado de sangre de la persona querida.
—¿Qué?
—Lo que ha oído. Así que el muchacho buscó algo con lo que hacerse una herida de la que conseguir su propia sangre. Se acercó a su amada y, de una de sus orejas, tomó uno de sus pendientes.
—¡No me lo puedo creer!
—Créaselo. Con la punta afilada de su pendiente rasgo la yema ile uno de sus dedos por el que, inmediatamente, comenzó a sangrar. Se acercó con cuidado hasta el rosal y capturó un pétalo de la rosa más grande. Lo untó con su sangre y se agachó junto a la chica. En el dedo infectado, el corazón de su mano derecha, restregó el pétalo ensangrentado, rogando que su amada despertara.
—¿Y se despertó?
—Sí.
—¡Qué bonito!
—Pero ahí no acaba la historia.
—Se casaron y vivieron felices. ¿No?
El jardinero niega con la cabeza.
—Lo hubieran hecho si el olor de la sangre no hubiera atraído a una manada de lobos que acabó con ellos en un santiamén.
Paula se queda boquiabierta al escuchar el final de la leyenda.
El hombre la mira muy serio, pero enseguida suelta otra de sus carcajadas.
—¡No se preocupe! ¡Este final lo he agregado yo para darle más dramatismo! —exclama.
—¡Qué malo!
—Sí, se casaron, fueron felices y comieron perdices. Y desde entonces, cuando alguien se pincha con la espina de una rosa, la herida cicatriza mejor si la curas con un pétalo de la misma flor, rociado con la sangre de la persona amada.
—Mejor ese final que el suyo.
—A las jovencitas siempre les gustan más los finales felices. En cambio, a su amigo Alan le encantó el final alternativo.
—Lo puedo imaginar. El es... diferente.
Marat observa los ojos de Paula al hablar del chico francés. Nota que hay algo más que amistad entre ellos, pero también que existen muchas dudas por parte de Paula.
—Es un buen chico. Yo le conozco bien. Va con esa apariencia de saberlo todo y de estar por encima del bien y del mal. Pero Alan es un chaval adorable.
—Si usted lo dice...
—Créame —sentencia, haciendo una mueca con su boca—. Y ahora me tengo que marchar a trabajar. Estos jardines no se riegan solos.
—Es admirable que usted solo se encargue de todo esto.
—Me gusta mi trabajo. Y lo hago encantado.
Paula le sonríe y se despide de él, dándole las gracias por haberle enseñado la habitación de las rosas y haberle curado el dedo. Y se aleja de allí, bajo el sol de verano.
Pero unos segundos más tarde, en su vuelta a la casa, oye un grito a su espalda. Se gira y observa cómo Marat llega corriendo, con una rosa azul en la mano.
—Para usted. Es la misma que le ha hecho la herida. Sin espinas, claro.
El jardinero le entrega la flor.
—Muchísimas gracias, Marat —dice emocionada la chica, que huele la rosa aspirando su aroma.
—Gracias a usted por hacerme compañía un rato. Y salude al francesito de mi parte.
—Lo haré.
Y, volviéndole a sonreír, se despide por segunda vez de él, con su rosa azul en la mano.
Ese día de finales de junio, en un lugar de la ciudad.
—¿Comemos?
Ángel mira el reloj. Es algo temprano todavía, pero él también tiene hambre. Han andado bastante durante la mañana, yendo de aquí para allá, y eso le ha levantado el apetito.
—Vale. ¿Dónde te apetece ir?
Sandra mira a su alrededor. En el centro de la ciudad hay muchos sitios en los que comer, pero a ella le apetece algo verdaderamente sustancial. Un lugar en el que quede absolutamente llena, no pueda probar un bocado más y tenga que desabrocharse el botón del pantalón para respirar cuando termine el postre.
—Al Foster's Hollywood. ¿Quieres?
—Sí, está bien. ¿Hay alguno aquí cerca?
—Sí. A diez minutos.
—Pues vamos, entonces.
La pareja camina hacia la calle donde está el restaurante.
—¿Sabes una cosa? —le pregunta Sandra sonriente, observándole.
—¿El qué?
—No te queda tan mal ese peinado.
El chico resopla, pero no tarda demasiado en sonreír.
—No volvamos otra vez con eso, por favor.
—En serio. Te queda bien. Estás guapo y más modernillo —reconoce, y acerca la mano a su nuca—. ¿Puedo?
Ángel asiente y se deja tocar la parte de atrás de la cabeza, que es la que tiene más rapada.
—Ya que te gusta tanto acariciar mi pelo tan corto, podrías hacerte tú algo parecido la próxima vez —comenta, irónico.
—¿Bromeas? Me encanta mi pelo. No pienso rapármelo.
—Haces bien, Cleopatra.
—Ya lo sé, Marco Antonio.
Al comienzo de la calle se encuentra el Foster's Hollywood. Entran. No hay cola para coger mesa así que el camarero que les atiende les lleva directamente a una en el fondo de la sala. Se sientan y piden la bebida. Coca-Cola para ambos.
—Hacía tiempo que no venía a un Foster's —comenta Ángel, examinando el menú.
—Fuimos a uno hace tres semanas —le rectifica Sandra—. ¿No lo recuerdas? Antes del partido de España.
—Es verdad, en qué estaría yo pensando.
La joven asoma la cara por uno de los laterales de la carta.
—Eso, en qué estarías tú pensando...
—En todo el trabajo que tengo acumulado para esta semana —apunta, tratando de justificar su olvido.
—Ya, seguro.
—Es cierto. Tengo mucho trabajo para estos días. El reportaje de Alejandro Sanz, el que tengo que hacer de las nuevas promesas del pop español, el concierto de Crowded House...
—La entrevista a Katia y al escritor —añade su jefa.
Es cierto. Mañana puede que vuelva a ver a Katia. Eso le preocupa. ¿Y si le cuenta a Sandra lo que pasó entre ellos? Quizá así se libre de encontrarse con la cantante del pelo rosa y Sandra le encargue a otro esa entrevista. Aunque, por otra parte, también podría reaccionar enfadándose o acusándole de que le gustan todas. ¡Quién sabe cómo se tomaría algo así, después del tema de Paula! A la que, por cierto, también deberá llamar mañana para quedar o no.
—Es verdad.
—Acuérdate de llamarlos por la mañana, ¿eh? Y queda con ellos prontito.
—No te preocupes, a primera hora los llamaré.
Es la decisión más profesional y la que menos riesgos supone, y eso que reencontrarse con Katia le infunde respeto y algo de temor. Fue un final triste para una relación intensa y convulsa.
Y ahora, ¿dejamos de hablar de trabajo y pedimos? ¡Me muero de hambre!
—Sí, yo también tengo hambre.
Ángel llama al camarero, que acude en cuanto le ve. El pide unas quesadillas y ella una hamburguesa con queso y cebolla, para compartir, una ensalada y unos nachos.
Sandra se levanta y va al baño mientras esperan la comida. Unos chicos que dialogan en una mesa cercana no pierden detalle. El periodista se da cuenta y, a pesar de su rabia, se reprime en decirles algo. No soporta ese tipo de comportamientos. Y menos cuando la protagonista es su novia, ex novia o presunta novia. No son celos, sino que mirar de esa manera a una chica lo considera como una falta de respeto. Pero el descaro de los muchachos no termina ahí. Cuando Sandra regresa, pasa junto a ellos y le sonríen. Ella también lo hace tímidamente.
—¿Aún no han traído los entrantes? —pregunta al sentarse.
Ella está en un sofá que se extiende por toda la pared trasera ilei establecimiento; él se ha sentado en una silla enfrente.
—No —responde muy serio.
Sandra lo mira fijamente. Lo conoce bien.
—¿Qué te pasa?
—Nada.
—Venga va, que no quiero estar detrás de ti todo el rato para saberlo. Cuéntamelo. ¿Qué te pasa?
El joven apoya su codo contra la mesa y le contesta.
—Es que no entiendo por qué les has sonreído a esos tíos...
—¿Qué tíos?
—Los que te han sonreído. Esos de allí.
La chica se gira y, disimuladamente, observa hacia donde Ángel indica con la mirada. Luego, se centra de nuevo en la conversación.
—Ni me he dado cuenta de que les he sonreído.
—¿Cómo no te vas a dar cuenta?
—¡Pues no! Igual ha sido un efecto óptico.
—¡Qué efecto óptico! Te sonrieron a ti y tú les has sonreído a ellos.
—No sé, Ángel. No me he dado cuenta. De todas maneras no tiene importancia. ¿Por qué te molesta tanto?
—Porque esos tíos te miraron descaradamente mientras ibas al baño. No despegaron la vista de... tu culo —termina diciendo en voz baja, para que solo lo oiga ella.
—¿Sí?
Sandra suelta una carcajada, pero se calla en cuanto ve al camarero que llega con la ensalada y los nachos. Al irse, sonríe de nuevo.
—No sé qué te hace tanta gracia —señala Ángel, molesto!
—Mmm... Yo tampoco lo sé muy bien. Quizá la situación en sí.
—Pensaba que no te gustaba que los tíos hicieran ese tipo de cosas.
—Y tienes razón, no me gusta.
—¿Entonces?... No entiendo nada.
La periodista se levanta, coge una silla de la mesa de al lado y se sienta en ella, junto a Ángel.
—No sé por qué me he reído —reconoce, pero sin ocultar su sonrisa—. Simplemente, me ha divertido que te hayas puesto así.
—¿Cómo me he puesto?
—Como un novio celoso.
—No me he puesto celoso.
—Sí lo has hecho —le contradice—. Pero eso es bueno.
No entiende nada. Ángel hace un rato que se ha perdido.
—Ni me he puesto celoso ni creo que los celos sean buenos.
—Es verdad. Los celos no son algo positivo, pero cuando se producen es señal de que quieres a la otra persona. Una prueba de que te importa. Y yo necesito pruebas para saber que me quieres aún.
Visto así... Pero en Ángel continúan existiendo dudas. ¿De verdad lo que ha sentido son celos? Se encoge de hombros y pincha con un tenedor en la ensalada.
—Sea una prueba o no, no deberías haberles sonreído.
Prometo que no pasará más. Pero tú tampoco le sonrías a ninguna chica.
—Yo no le he sonreído a ninguna chica.
—¿Ni siquiera a una cuyo nombre empieza por «Pa»?
Sandra sonríe y alcanza un nacho. Se lo mete en la boca y, mirándole fijamente, lo mastica con fuerza. Ángel está punto de contestarle, pero ella se adelanta.
—Lo sé. Solo Sandras y Ángeles.
Ese día de finales de junio, en un lugar apartado de la ciudad.
Definitivamente se ha vuelto loco. ¡Le ha dicho que la quiere! ¡Que está enamorado de ella! Sentado en el borde de la piscina, con los pies metidos en el agua, Alan todavía no termina de creérselo. Pero es verdad. ¡Es verdad! ¡Se ha declarado a Paula!
—He sido muy torpe.
—No. Simplemente te has dejado llevar por tus sentimientos.
Cris está a su lado. Ella lo ha presenciado todo. Quizá su amigo se haya precipitado, pero cuando el corazón manda, la razón se esconde.
—¿Como hiciste tú con el novio de Miriam?
—Más o menos —responde resoplando—. Pero lo tuyo está bien, y lo mío no.
La chica se culpa una y otra vez de lo que ha sucedido. Cuando han regresado a la casa, Diana y Mario les han contado que Miriam se ha ido después de propinarle una patada y un rodillazo a Armando. El joven también ha desaparecido.
—No te lo voy a repetir más veces. Deja de sentirte culpable.
—Es algo que no puedo evitar.
—A ella se le pasará el enfado contigo en cuanto se dé cuenta de que ese tío no merecía la pena.
—No creo que sea tan sencillo.
—Es más fácil eso que el que Paula me quiera como algo más que a alguien con quien no parar de discutir.
Cris lo observa y sonríe triste. Las dos cosas son complicadas. Sabe qué es lo que piensa su amiga de él.
—¿Realmente la quieres tanto como para que sea tu pareja?
—Eso parece —reconoce—. Hacía muchos años que no sentía algo así: ese cosquilleo en el estómago, esas ganas de verla, de estar cerca de ella.
Comprende perfectamente lo que dice. Ella sentía lo mismo por Armando. Sin embargo, todo se ha perdido con él. No lo conocía de verdad y no imaginaba que pudiera actuar de la manera que lo hizo tras lo que pasó entre ellos. Ojalá no vuelva a cruzarse con él. Tiene la sensación de que, después de romper con Miriam, no volverá a verlo.
—Cuando hablas así, no pareces tú.
—¿No parezco yo?
—No. Pero eso demuestra que tienes otro lado. Un lado que no enseñas a menudo y que quizás deberías sacar más.
—Si tú lo dices...
—Lo digo porque lo pienso. Creo que ese sí puede ser el camino para conquistar definitivamente a Paula y que se fíe de ti.
El francés mira al cielo mientras chapotea con los pies dentro del agua. Es lógico que no se fíe de él. Y eso que no conoce prácticamente nada de su vida. Si ella supiera la cantidad de promesas que hizo a otras chicas, promesas que nunca cumplió, o con todas las que se había acostado en los últimos años... Engañándolas, mintiéndoles... Además, hay un secreto todavía más importante que es totalmente inconfesable: lo que pasó en Francia, en aquel hotel, no fue fortuito. Él puso aquellos polvitos en la copa de champán de Paula para drogarla. Quizá tiene demasiado que ocultar para establecer una relación seria con alguien. Sobre todo con ella.
—No creo que se fíe nunca de mí.
—¿Por qué no? Si le demuestras que la quieres...
—Aunque se lo demuestre, siempre quedarán dudas. Y aunque tenga dos lados, como tú dices, mi carácter es el que es.
—Yo pienso que dentro de ti hay un buen chico.
—Y también un chico malo.
Cris se encoge de hombros.
—También. Pero las personas tenemos un lado bueno y un lado malo. Fíjate en mí. Todos pensabais que era una mosquita muerta. Y ahora resulta que soy una traidora, una robanovios y una mala amiga.
—Nunca me has parecido una mosquita muerta —indica Alan, sonriendo.
—¿Ah, no?
—Pero ¿tú te has visto? —le pregunta, mirándola de arriba abajo descaradamente—. Una chica así no puede ser una mosquita muerta.
—¡Pues serás el único que lo piensa! —exclama.