¿Sabes que te quiero? (23 page)

Read ¿Sabes que te quiero? Online

Authors: Blue Jeans

Tags: #Infantil-Juvenil, Romantico

BOOK: ¿Sabes que te quiero?
2.15Mb size Format: txt, pdf, ePub

Cris la toma y le da las gracias a aquel simpático hombre. A continuación, cierra los ojos y la huele. Su aroma la lleva a olvidarse de todo y de todos por unos instantes. Y siente ganas de reír, de ser más feliz. De matar todas las penas. Y si tiene que llorar, que sea de alegría.

Capítulo 38

Esa tarde de finales de junio, en un lugar apartado de la ciudad.

Lleva media hora tumbada en una hamaca escuchando el mismo tema en su MP4: Calle París canta
Tú solo tú
. Pero ya no oye la letra ni tampoco la música. Los cinco sentidos de Paula están dedicados a otra cosa. No deja de pensar en lo que ha pasado entre Diana y Mario. Y por mucho que su amigo le haya advertido, sigue creyendo que lo mejor es hablar con ella. Quizá eso sirva para solucionar el problema, sea cual sea este. Al menos, tiene que intentarlo. Cuando esta se despierte, buscará el momento oportuno para tratar de aclarar la situación.

Una mariposa traviesa revolotea por delante de ella y la devuelve a la realidad. Se sienta en la hamaca, se quita los cascos y repara en que no está sola. Davinia y aquel chico tan alto y desgarbado descansan cerca de ella, tumbados en una toalla junto a la piscina. Bruno está sobre ella y le unta crema solar en la espalda con sus enormes manos. Hacen una pareja realmente extraña.

La prima de Alan no le es demasiado simpática. Su encuentro en Francia fue frío y poco agradable. Y el sentimiento parece mutuo. No debe respetarla mucho, dadas las condiciones en las que se conocieron. Ella la vio bebida y fue la que ayudó al chico a llevarla a su habitación y a cambiarla de ropa. Paula se siente avergonzada cada vez que recuerda aquello. Aún no se explica cómo sucedió, pero el caso es que pasó y que, por culpa de su irresponsabilidad, luego se desencadenó el resto de acontecimientos.

Bruno se da cuenta de que los está observando y la saluda con la mano y una sonrisa. Paula le devuelve el saludo y mira hacia otro lado, azorada e incómoda.

Por allí aparecen Miriam y Armando, caminando de la mano.

—Hola Paula —dice la mayor de las Sugus al llegar—. ¿Qué haces?

—Descansaba un rato, escuchando un poco de música.

—Se está bien aquí, ¿verdad? —interviene Armando, sonriente.

—Sí. Aunque yo no dejo de pensar en Diana y Mario. No me siento muy bien.

—Yo tampoco. Pero estoy segura de que hablarán y lo arreglarán —opina Miriam, que desconoce lo que su hermano y Paula han hablado antes.

—Eso espero.

La chica suspira, pero luego muestra la mejor de sus sonrisas. Sí, tal vez haya esperanzas y se solucione.

—Nosotros estamos buscando a Alan y a Cris. ¿Sabes algo de ellos?

—No. Hace rato que no les veo.

Es cierto. ¿Qué ha sido de esos dos? Cristina intentó hablar antes con ella, pero le dijo que la perdonara, que quería estar un rato a solas y tranquila, que necesitaba descansar. Y se fue a dar un paseo. Y del francés tampoco sabe nada.

—Los estábamos buscando por si querían jugar al tenis, un partido de dobles.

—Pues ni idea. Por aquí no han estado desde hace rato.

—Estaban juntos, cerca del lago —señala Davi, que ha escuchado la conversación—. Bruno y yo los hemos visto antes desde una de las ventanas de mi habitación.

La chica está sentada entre las piernas de él, que ha empezado a darle un masaje en los hombros.

—¡Ah! Gracias —responde Miriam, sorprendida.

—Le estará tirando los tejos —continúa diciendo Davinia—, como a todas las que pasan por su lado.

Aquellas palabras le sientan mal a Paula, que la mira con desaire.

—Cris no es de ese tipo de chicas —le responde.

—A lo mejor tu amiga no es así, pero mi primo sí lo es. ¿O es que te creías la única?

—Yo no me creo nada, porque no soy nada para él.

Davinia sonríe y cierra los ojos. Los dedos de Bruno girando en círculo sobre sus omoplatos la relajan.

—Eres menos de lo que tú quisieras ser —sentencia, y se deja caer hacia delante, tumbándose boca abajo, apoyando la barbilla en la toalla y recogiendo los brazos sobre su cuerpo.

Paula no esperaba una contestación así. ¿A qué viene aquello? Va a replicar cuando Miriam la coge de la mano y le sugiere que no lo haga.

—Es una tontería que te enfrentes con ella. No sabe de lo que habla.

—Tienes razón —dice calmándose.

—Alan siempre hace lo que quiere con las tías. Su único propósito es llevárselas a la cama y luego..., si te he visto no me acuerdo. Nunca se ha enamorado de ninguna. Solo os utiliza para...

—¿Para...? —pregunta alguien, interrumpiéndola—. ¿Para qué me den masajes?

Alan ha vuelto y Cris está con él. La Sugus de limón lleva una rosa roja adornando su pelo.

—Hola, primo —la chica se sienta otra vez en la toalla y observa la flor que luce la recién llegada en su cabeza—. Ya veo que habéis estado en la habitación de las rosas. Muy romántico.

—Sí, lo es —admite con una sonrisa—. Pero no cambies de tema. ¿Para qué decías que quiero yo a las chicas?

—Lo sabes muy bien.

—¿Ah, sí?

—Sí.

—¿Y tus padres? ¿Lo saben? ¿O no lo saben, como que estás aquí con el larguirucho disfrutando de un fin de semana amoroso?

Los ojos de todos se posan en Alan y, a continuación, rápidamente, en Bruno, que no se da por aludido, hasta que el resto lo mira.

Sin embargo, Davinia sí ha captado el mensaje.

—Capullo —murmura entre dientes.

Se pone de pie y obliga al chico a que también se levante. Lo coge de la mano y regresa al interior de la casa.

Los cinco sonríen cuando ven la huida de la pareja.

—¿Os estaban molestando? —pregunta Alan, refiriéndose especialmente a Paula.

Pero esta no responde, ignorándole por completo. Va junto a su amiga y contempla de cerca la rosa roja que lleva en el pelo.

—¡Qué bonita! ¿De dónde la has sacado?

—De un sitio precioso, lleno de rosas de todos los colores.

Miriam también se aproxima hasta ella y aspira el aroma de la flor.

—¡Qué bien huele!

—Hay cientos de ellas. Rosas, rojas, amarillas... ¡Tendríais que verlas!

La chica está encantada. Por una vez es el centro de atención. La que ha vivido la experiencia antes que las demás. Normalmente, no suele pasar así. Siempre es la que acompaña, la que complementa, la que aporta la tranquilidad al grupo. Y es el resto de las Sugus quienes destacan.

Los ojos de Cris buscan a Armando, que la está mirando. Sonríe. Qué maravillosa sonrisa. Un escalofrío y nervios. Pero esa es la sonrisa de Miriam, es su novio. Así que aparta rápidamente su mirada de la de él y tropieza con los ojos de Alan. Este le guiña el ojo y también sonríe. No es lo mismo, pero le agrada.

Paula está al lado de su amiga, aunque de reojo se fija en Alan, que parece contento. Existe complicidad entre él y Cris, ¿no? ¿Habrá pasado algo entre ellos?

En ese instante, esa tarde de finales de junio, en otro lugar de la casa.

La habitación está oscura, con las persianas bajadas para que el plomizo calor no penetre en su interior. Mario continúa pensativo y no puede dormir. Paula y Cris le han cedido su dormitorio para que descanse. Pero él no es capaz de olvidar lo que ha pasado. ¿Cómo va a olvidar que ha roto con Diana y que puede que esta esté embarazada de quién sabe quién? ¿Puede? ¿A quién quiere engañar? Todos los síntomas son los esperables: las náuseas, los mareos, los vómitos, esa actitud extraña, los cambios de humor, los antojos... En realidad, antojos ha tenido siempre. Su novia, ex novia, es una chica caprichosa, con embarazo o sin él. Pero le da igual. Le gustaba. Le gusta. Que hayan cortado no significa que ya no sienta lo mismo que sentía. Pero ¿cuáles eran realmente sus sentimientos? ¿La quería? ¿La quiere?

Los párpados le pesan y cierra los ojos. Demasiada tensión. Vuelve a pensar que todo lo que está viviendo le viene antes de tiempo. No se cree preparado para afrontar problemas de esta índole, como los que ahora tiene. O que podría tener. ¡Un embarazo! ¡De su novia! ¡Y el padre es otro!

¿Cómo no va a agobiarse si solo es un adolescente de bachillerato?

Se imagina a Diana con una barriga enorme, inclinada hacia atrás y con las manos en las caderas. Ataviada con uno de esos vestidos tan anchos de premamá. Y luego un niño pequeño en sus brazos, llorando a todas horas porque quiere comer o que le cambien los pañales... No tiene ni idea de cambiar pañales. Ni de nada que tenga que ver con bebés. Solo sabe que su cabeza es, en proporción, mucho más grande que su cuerpo. ¡Pero si hasta ayer ni tan siquiera había experimentado cómo se hacían! Debe de ser el chico que, después de perder la virginidad, antes se ha enterado de que su novia está embarazada. Récord Guinness.

De todas formas, nada de eso va a pasar ya. Han roto. Se acabó. Ya no están juntos. Ella por su lado y él por el suyo. Además, no es el padre. ¿De quién será el niño? Seguro que de un tipo mucho más guapo y más maduro que él. Alguien de grandes pectorales y bíceps muy desarrollados. Rapado o con el pelo muy corto. Tatuado y con una moto de muchas cilindradas. Un malote que escucha rap o hip hop a todas horas. Un tío de esos que a las tías les da morbo y que son igual de simples que de complicados de tratar. Pero que enamoran solo con la mirada. Justo todo lo contrario de lo que es él. Si lo normal es lo que ha ocurrido, que Diana cortara. Está claro que no es su tipo de chico.

Suspira y abre los ojos.

La echa de menos.

En ese instante, esa tarde de finales de junio, en otra habitación de la casa.

Escupe y se enjuaga la boca con agua fría. Lo repite en tres ocasiones. Cierra el grifo y se mira al espejo. El cloro de la piscina le ha irritado los ojos. Están rojos y llorosos. Tal vez no sea solo del cloro. Diana lo sabe.

Sale del cuarto de baño y se dirige hacia una estantería donde antes ha visto una pequeña radio antigua. No está segura de que funcione, pero por probar no pierde nada. Le apetece escuchar algo de música. Está cansada del silencio que irradia aquella zona de la casa. Solo ha dormido unos minutos, en los que una pesadilla se apropió de sus sueños. Mario estaba con ella, en una especie de balancín gigante, cada uno en un lado. Subiendo y bajando. Divertidos, alegres. Y de repente, él salió despedido por los aires, desapareciendo. Se asustó mucho y se puso a gritar pidiendo ayuda. Pero nadie venía en su auxilio. Trató de buscarlo sola por un bosque que surgió de la nada y en el que los árboles tenían rostro y susurraban palabras ininteligibles. Pero no lo encontraba. Recorrió amedrentada aquel siniestro bosque llamándolo a gritos. Hasta que a lo lejos, en un claro rodeado de flores de millones de colores, una señora vestida completamente de negro la avisó. Mario estaba tumbado a su lado. Diana acudió corriendo hasta allí lo más rápido que pudo. Pero cuando llegó, su chico había desaparecido. Tampoco veía a la señora de negro. Solo encontró un gran charco de sangre y restos de comida.

—No eres tú —le dijo alguien a su espalda.

Era Paula. O mejor dicho, la voz de Paula, pero con la cara y el cuerpo de otra persona.

Ese fue el final del sueño. Después le resultó imposible dormir.

Examina la pequeña radio, jugueteando con la antena. Es más vieja de lo que creía. Pulsa el botoncito con el que debería encenderse y... ¡funciona!, aunque de momento solo escucha un molesto zumbido. Intenta sintonizarla utilizando una ruedecita lateral pero no se oye nada más. Le da la vuelta al aparato y descubre un botón pequeño que da a elegir entre AM y FM. Estaba accionada en la primera opción, por lo que cambia a la segunda. Y sin que lo espere comienza a sonar a todo volumen un tema de Russian Red. Diana da un brinco y busca el volumen. Es la ruedecita que está debajo del sintonizador. La hace rodar y ajusta el sonido.

—Maldito chisme —comenta, regresando a la cama y colocando la pequeña radio sobre la almohada.

Se tumba de costado y une las manos bajo la cara.

Su estado de ánimo está por los suelos. Ha obedecido a sus impulsos y ha cortado con Mario. Pero era lo mejor. La sombra de Paula es demasiado alargada. Quizá eso es lo que significaba su sueño. Ella siempre va a estar ahí, y él nunca la podrá olvidar. Lo nota en sus ojos, en su mirada. En cómo le sonríe y en cómo le habla. Por mucho que quiera, nunca será como ella. Jamás podrá estar a su altura. Es inútil competir con la chica perfecta de la que tu novio lleva enamorado toda la vida.

Cierra los ojos y aprieta muy fuerte los párpados. Encoge las piernas y se refugia en ella misma. Al fin y al cabo, es lo único que le queda. Ella.

La radio cada vez se escucha menos y es que las pilas están gastadas. ¿Cuánto tiempo llevará ahí sin que se las cambien? Diana manipula la ruedecita, hacia delante y hacia atrás, pero no hay solución. Se apaga.

Resopla y se sienta de nuevo en el colchón. ¿Nada va a salir bien hoy?

En ese momento llaman a su dormitorio. Muy flojo. Un leve toque. ¿Será Mario? No. No cree que le apetezca verla.

Se levanta y camina despacio hacia la puerta. Coloca la oreja contra la madera y escucha. Quien sea el que ha venido se está marchando. Abre, lentamente, y se asoma por la rendija. Allí está ella, de espaldas, alejándose de la habitación. Paula, a la que todos admiran, a la que todos quieren, a la que todos idolatran. Seguro que ha ido a hablar con ella para explicarle que lo que le ha dicho a Mario son imaginaciones suyas. Que no hay nada entre ellos. Pero no la van a convencer de lo contrario. Por lo que a ella respecta, no tiene nada más que hablar.

Su relación con Mario, por mucho que lo ame, se ha terminado.

Capítulo 39

Esa tarde de finales de junio, en un lugar de la ciudad.

El silencio en la sala es absoluto. Pese a que la mayoría ya ha visto
Crepúsculo
varias veces, el cine está completamente lleno de adolescentes y no tan adolescentes. Sandra y Ángel miran la gran pantalla desde la penúltima fila. Juntos. A pesar de la cercanía, Ángel no ha podido evitar acordarse de Paula durante la película y compararla con Sandra. Su corazón comienza a estar dividido y no sabe con certeza hacia dónde ir.

Es muy curioso la de vueltas que da la vida. Hace tres meses tuvo aquel mismo conflicto emocional entre Katia y Paula, aunque entonces no había dudas. Él estaba con Paula y quería a Paula. Y cuando la cantante del pelo rosa desapareció, después de intentarlo todo, también lo hizo ella. Ahora ha sido al contrario. Él está con Sandra, con la que parecía que todo iba bien y entonces, de la nada, por caprichos del destino, encuentra a Paula en un Starbucks, el lugar donde se vieron por primera vez. Un nuevo triángulo, nuevas dudas y nuevo conflicto emocional. Todo ello, sin haber hablado más que cinco minutos con su ex novia y sabiendo todo lo que sucedió en Francia.

Other books

A Whisper In The Wind by Madeline Baker
Surrender to the Earl by Callen, Gayle
Come Away With Me by Kristen Proby
Love Lessons by Margaret Daley
Ninja by Chris Bradford
Rage to Adore by Cara Lake
They Came To Cordura by Swarthout, Glendon