¿Sabes que te quiero? (45 page)

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Authors: Blue Jeans

Tags: #Infantil-Juvenil, Romantico

BOOK: ¿Sabes que te quiero?
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—¿Ah, sí?

—Sí. He estado mirando por Internet y me he quedado impresionada.

—Eso está bien.

—Creo que hasta tienes más fans que yo.

—No tengo fans. No me gusta llamarlo así. Son seguidores de la historia. Y no, no tengo más que tú.

Es un poco tiquismiquis, ¿no?

—El caso es que me interesa el asunto. ¿Te apetece que quedemos la semana que viene para hablarlo?

—Claro. ¿Tengo que dirigirme a alguien antes? A tu agente, representante...

—No. Estoy sola ahora. Voy por libre. Aunque, si se concreta algo, tendremos que hablar con la discogràfica.

—Genial.

—Oye, ¿te puedo hacer una pregunta?

—Sí.

—¿Por qué no hay datos tuyos en Internet? Nadie sabe quién eres.

—Es muy sencillo. Quiero darle completamente el protagonismo a la historia y a los personajes. Que se hable de ellos. Si me doy a conocer, probablemente se hablará menos del libro y centraré parte de la atención. No quiero eso. Que la gente juzgue lo que escribo, no a quien escribe.

Es una reflexión interesante y que explica bastante cómo es su personalidad.

—Me parece bien.

—¿Te puedo hacer yo otra pregunta?

—Sí.

—¿Qué pasó con Ángel en la fiesta de Paula?

Katia se sorprende mucho al leer esa pregunta. Lleva unos días muy afectada por ese tema y no cree que sea buena idea cavar en él.

—Mejor te lo cuento más adelante. ¿Por qué lo preguntas?

—Para saber por qué saliste llorando de la casa.

—¿Me viste?

—No. Se lo oí a unos chicos cuando me marché.

Las sensaciones de la chica al recordarlo son muy dolorosas. No quiere hablar de eso.

—Como te he dicho, mejor más adelante.

—Bien.

—¿Hablamos de otra cosa?

—Vale, pero espera.

—OK.

El chico no escribe durante un par de minutos. Katia se pregunta adonde habrá ido.

Llueve con más fuerza. Y hace fresco. La cantante se levanta a por una manta y, cuando regresa, Alex le ha vuelto a escribir.

—Tienes un
e-mail
.

Extrañada, entra en su cuenta de hotmail y abre el correo que le acaba de mandar. Cuando lo ve, sonríe. Le ha dado su número de móvil. Por lo que parece, van a seguir la conversación por teléfono.

Capítulo 71

Un mañana de finales de junio, en un lugar apartado de la ciudad.

—Así que hoy no vas a tomar alcohol.

—No. Creo que ayer ya bebí suficiente.

—Yo te he visto beber bastante más.

—No empecemos otra vez con eso. Además, no creo que en Francia bebiera más que ayer. Lo que pasa es que allí no sé por qué se me subió muy rápido el champán.

El sí lo sabe. Y está muy arrepentido de ello. Nunca debió echarle nada en su copa.

Paula y Alan siguen hablando en la cocina después de que Mario se marchara a su habitación a descansar.

—La próxima vez, tomaremos cava en lugar de champán. A ver si así...

—¿Próxima vez?

—Sí. ¿Por qué no? Algún día podríamos quedar a cenar los dos. O al cine. O al teatro. ¿No te gusta el teatro?

La chica lo mira y mueve la cabeza a un lado y a otro.

—Ya hemos hablado de esto.

—No, no hemos hablado de esto.

—¿Cómo que no? Continuamente.

—En serio, nunca.

Paula suelta una carcajada, pero rápidamente vuelve a ponerse seria al comprobar que el chico no se ríe.

—Perdona —se disculpa. Alan está muy diferente a como es habitualmente—. No me reía de ti, ni de que quieras hablar en serio conmigo.

—Lo parecía.

Cristina, en ese momento, entra en la cocina.

—Hola, Cris —la saluda rápidamente Paula, corriendo hacia ella para darle un abrazo y un beso. La ha salvado de una discusión.

—No me dejes a solas con Miriam y Armando, por favor —le susurra, mientras están abrazadas.

—Perdona, no me he dado cuenta —murmura.

Las chicas se separan después de un nuevo beso. Alan las observa. Es curioso, pero físicamente se parecen bastante, aunque su carácter es muy diferente. Ambas le gustan por motivos distintos. Sin embargo, sus sentimientos están muy claros hacia dónde van.

Sin duda, para él son las dos Sugus más interesantes del grupo.

—No hace falta que habléis en voz baja. Ya sé lo que pasó anoche —comenta.

—Ya me di cuenta antes. Pensaba que lo ibas a soltar delante de Miriam —señala la Sugus de limón—. ¿Cómo te has enterado?

—Os vi.

—¿Nos viste?

—Sí. Fuisteis muy poco discretos. Si queríais liaros y que no se enterara nadie, como intuyo, os tendríais que haber metido en alguna habitación. No será porque en esta casa no haya habitaciones...

En eso tiene razón. Fueron tan impulsivos que ni se escondieron. Un error. Pero, si pudiera retroceder en el tiempo, Cris no se habría enrollado con Armando: ni dentro, ni fuera de la casa. Ese sí que fue el fallo más grande de todos los que cometieron.

—No tendría que haber pasado en ninguna parte.

—¿Por qué? El chico te gusta y, si tú le gustas a él, tanto como para liarse contigo, la que sobra es vuestra amiga.

—¿Qué? ¡Miriam es su novia! Ella no es la que sobra. La que está de más soy yo.

—Yo no pienso así. Cada uno tiene que estar con quien de verdad quiera estar. Él quiere estar contigo, tú quieres estar con él: ¿cuál es el problema?

—Los problemas —le corrige la chica, haciendo énfasis en sus palabras—. Uno: su novia es una de mis mejores amigas; dos, él no quiere estar conmigo, solo fui un rollo pasajero; y tres: después ile haber hablado con él, he descubierto que no es como pensaba y ya no me gusta.

Paula y Alan la observan con curiosidad. Está alterada, algo poco frecuente en ella. Hasta ha alzado la voz en un par de ocasiones.

—¿Has hablado con él? —le pregunta su amiga.

—Sí. Y se ha comportado como un estúpido.

—¿Qué te ha dicho?

—Que no va a estropear su divertida relación con Miriam por un rollo de una noche conmigo, en el que ni siquiera hubo sexo.

—¿Te ha dicho eso? —pregunta sorprendida Paula.

—Sí. Y más cosas. No tiene intención de decirle nada a ella. Y no quiere que yo se lo cuente tampoco.

—No puede impedirte que lo cuentes. Eso es cosa tuya. Si él no quiere decirle nada, allá él. Pero no puede obligarte a ti a nada.

—Si queréis, se lo cuento yo —comenta Alan, sonriente.

Al final, va a resultar que él no es el único malo de la película.

—No. Tú no digas nada —le pide Cris—. Si alguien se lo cuenta a Miriam, debo ser yo.

—Sí, yo también pienso lo mismo —añade Paula—. Y tú no insinúes nada más como antes, no vaya a ser que empiece a sospechar algo.

—OK.

Alan hace una mueca y luego el gesto con la mano de que mantendrá la boca cerrada.

—Es extraño que ese chico se haya comportado así contigo. Parecía un buen tío.

—No lo sé. Para mí ha sido una gran sorpresa.

Los ojos de Cristina miran hacia el suelo cuando habla.

—¿Crees que se ha aprovechado de ti?

—No. Yo también quería y me dejé llevar. Fue cosa de los dos. Pero su forma de actuar después es la que no encaja. Debería estar mal por haber engañado a su novia, ¿no?

Paula asiente con la cabeza mientras Alan se encoge de hombros.

—Cada uno vive y entiende las cosas de una manera —opina el francés—. Seguramente, Miriam es más importante para ti que para él.

—Eso, seguro —responde Paula.

Cris se sienta sobre la encimera de la cocina y suspira.

—No sé qué hacer. Me encuentro fatal.

—¿Te encuentras mal por liarte con Armando, por no decírselo a tu amiga o por descubrir cómo es realmente ese tío que te gustaba? —le pregunta Alan.

—Pues...

Esa es una buena pregunta. ¿Qué es lo que más le duele de todo? Quizá haber traicionado a Miriam es lo peor. Se siente mal por no contárselo y por el trato que Armando le ha dado después, pero ese sentimiento de culpa por liarse con el novio de una de sus mejores amigas es lo que más le quema por dentro.

—Shhh. No digas nada —le advierte Paula, señalando con la mirada hacia la puerta.

Cris no comprende qué pasa hasta que oye la voz de Miriam.

—¡Hola! ¿Qué hacéis aquí? ¿La fiesta se ha trasladado a la cocina?

Armando llega detrás. Va sin camiseta pero lleva las gafas de sol puestas. A través de ellas contempla cómo Cristina lo observa de forma incisiva.

—Algo así —responde Alan, ofreciéndole un sorbo de su botellín de cerveza.

—No, gracias. De momento, no quiero beber. Luego ya veremos.

—Pues sí que estamos bien. Otra que no quiere alcohol. Deberíamos haber comprado también batidos —apunta el francés, mirando a Paula.

—Y una piñata —recalca Armando, que sí abre el frigorífico y coge otra cerveza ante la mirada de todos.

Miriam le quita el botellín y se lo abre. Luego le da un beso en los labios.

—¿Y mi hermano? ¿No estaba con vosotros?

—Sí, pero se ha ido a descansar a la habitación —comenta Paula.

—Pobrecillo. Menos mal que, por lo menos, han vuelto junios. Me sentía mal por lo que dije ayer en la comida.

—Son muy distintos y no pararán de discutir, pero en el fondo se quieren mucho —señala la Sugus de piña, sonriente.

—Sí. Y siento haber dudado de ellos. Se quieren tanto como nosotros —añade Miriam.

Y, después de decir esto, se besa otra vez con Armando.

Cris los mira y no da crédito. ¿Cómo puede estar tan tranquilo? Inspira aire con fuerza e intenta calmarse. Es una mezcla de rabia, remordimiento, frustración... No lo soporta más.

—Miriam, ¿puedo hablar contigo en privado?

El resto observa a la chica como si se hubiese vuelto loca. ¿Va a hacer lo que creen que va a hacer?

—Claro —responde la mayor de las Sugus, bastante confusa—. ¿Adonde vamos?

La chica se baja de la encimera convencida.

Armando se quita las gafas de sol y recibe el beso de su novia, mientras busca los ojos de Cris con su mirada. Pero esta vez no tiene éxito, pues ella no le hace caso.

—Pensándolo bien... —dice deteniéndose antes de salir de la cocina—, todos los que estamos aquí sabemos lo que pasa. No hay que ir a otra parte.

—¿Qué pasa? —pregunta Miriam, que empieza a ponerse nerviosa.

Paula y Alan se miran entre sí. Armando se cruza de brazos inquieto.

Todos miran a Cris, que, con lágrimas en los ojos, se atreve a decir lo que todos sospechaban:

—Anoche..., y te pido perdón por ello aunque no sirva para nada, cuando te fuiste a dormir, me lié con tu novio.

Capítulo 72

Ese día de finales de junio, en un lugar de la ciudad.

Por más que se mira, no lo ve claro. Un perfil, el otro. De frente. ¡Ese no puede ser él! ¿Qué han hecho con su pelo?

—¡Pero si te queda genial...! —le anima Sandra—. Estás guapísimo, como siempre.

Una vez más, Ángel se contempla en el espejo del cuarto de baño de señoras de la cafetería en la que han entrado exclusivamente para comprobar que aquel nuevo corte de pelo no es el que le ha horrorizado en los cien espejos de la peluquería. ¿Efecto óptico? Ya lo dice el refrán: todo depende del cristal en el que te mires. Pero o todos los cristales se han puesto de acuerdo o la muchacha que le ha cortado el pelo no debe coger más unas tijeras en su vida.

—¿Por qué han hecho esto conmigo? Yo no me he portado mal con nadie. Bueno, un poco contigo. ¿Le has dicho tú que me hagan esto?

—¡Qué voy a decirles yo...!

—Entonces no lo entiendo.

—No exageres. Estás muy moderno.

—¿Moderno? Parezco... No sé ni lo que parezco —se lamenta—. Soy una mezcla entre un erizo y un personaje de
La chaqueta metálica
.

Él lo quería corto. ¡Pero no tan corto por los lados! Y ya que se lo dejaban corto, ¡al menos que todo estuviera al mismo nivel! ¿Y quién le dijo a aquella chica que se lo pusiera de punta por el centro?

—Pues a mí me gusta. Y también el mío —señala Sandra, mientras se pasa la mano por su cabello recién alisado.

—Es que a ti te queda perfecto. Te pareces a Cleopatra.

—¿Sí? Eso es bueno, ¿no?

—Claro. Estás muy guapa, la verdad.

—Gracias. Tú también.

—Mientes, pero bueno.

—No miento.

—Dejémoslo.

—Sí, mejor. Pero estás muy bien.

Ángel se examina una última vez y se da por vencido. Desiste. Aquel peinado es un atentado al buen gusto. Pero ya crecerá. Espera que pronto.

Una señora mayor entra en el cuarto de baño y protesta ante la presencia del periodista allí dentro. Masculla algo así como que los jóvenes de hoy en día no tienen decencia. La pareja no dice nada y sale primero del aseo y luego de la cafetería, sonrientes.

—¿Adonde vamos ahora?

—A aquella tienda.

El chico mira hacia donde Sandra está señalando.

—¿Eso es una tienda de ropa interior?

—¡Correcto!

—Pero...

—¿Qué pasa? ¿Te da vergüenza entrar?

—No, no. Vamos.

—¿Seguro que quieres que entremos?

—Claro.

La joven sonríe maliciosa, le coge de la mano y lo conduce hasta el interior de la tienda.

Dentro, apenas pueden caminar. Una marea de chicas, desde los catorce a los treinta años, se amontona por todo el establecimiento. La zona más concurrida es el centro, alrededor de dos enormes cajones llenos de tangas, bragas y culotes en oferta, donde varias luchan por hacerse un hueco.

—¡Tenemos que cruzar por ahí! —comenta Sandra, alzando la voz.

—¿Por ahí? ¡Imposible!

—¡Pues hay que hacerlo!

—¿Para qué?

—Para llegar hasta el otro lado de la tienda.

—¿Y por qué tenemos que ir hasta allí?

—Porque es donde están los conjuntos más bonitos y los probadores.

¡Es una locura! A Ángel le recuerda aquello a una prueba del Grand Prix o algo por el estilo. Atravesar aquel enjambre de muchachas es una auténtica temeridad. Pero Sandra no piensa lo mismo. Y, tirando de su mano derecha, lo guía hacia el fondo de la tienda.

—¿Por qué no vamos a otro sitio un poco más tranquilo?

—¿A qué sitio?

—Pearl Harbor, por ejemplo.

La periodista sonríe. Sabía que se pondría nervioso enseguida. Y le divierte mucho. Es una buena tortura como venganza por lo de Paula.

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