Authors: Javier Casado
Tripulaciones internacionales
Pero la situación se complicó definitivamente con el arranque del proyecto de la Estación Espacial Internacional. Ahora, no sólo se contaría con tripulaciones de un tamaño considerable (hasta siete miembros se esperaban en los comienzos del proyecto, aunque el máximo en la práctica quedaría reducido a seis, cifra que no se consolidaría hasta mediados de 2009), sino que además existiría la complejidad añadida de tener que lidiar con tripulaciones plurinacionales que operaban en un complejo también internacional, pero compuesto por módulos que en ocasiones tienen un carácter exclusivamente nacional. En esta situación, las posibles causas de disputa no se limitaban a los conflictos humanos, sino que podían abarcar también los de tipo burocrático, administrativo o político. En este contexto la presencia de un líder puede hacerse más necesaria en determinados momentos, aunque lo cierto es que con el alto nivel de formación y responsabilidad que se les supone a los astronautas, unido a la intensa agenda de trabajo que deben cubrir a bordo de la estación, tampoco parece a primera vista que esa labor de liderazgo sea requerida en exceso. Desde luego, parece difícilmente comparable la situación actual en la ISS con la estricta jerarquía y orden de mando a la que estamos habituados en películas como Star Trek. Resulta difícil establecer muchos rangos con sólo tres o seis personas a bordo, y en una situación de estrecha convivencia como es ésa parece también que la designación de un comandante no pasaría de ser un hecho más bien formal, casi administrativo. Pero quizás no todo es lo que parece a bordo de la Estación Espacial Internacional…
Imagen: A bordo de la ISS, y especialmente cuando un transbordador está de visita en la estación, el número de tripulantes es ya considerable, y se hace más necesario establecer ciertos rangos a bordo. Aún así, no hay signos externos que diferencien al comandante. (
Foto: NASA
)
El código de conducta
Teniendo en cuenta el complejo entorno en el que habría que trabajar cuando el proyecto ISS alcanzase la operatividad, los países participantes decidieron que sería necesario editar un “código de conducta” que estableciese las normas bajo las cuales se regiría la tripulación, y que, entre otras cosas, establecerían la cadena de mando y las responsabilidades de la figura del comandante.
No fue tarea fácil. Poner de acuerdo a países tan distintos como Estados Unidos, Rusia, Japón o los países europeos miembros de la ESA para que sus astronautas nacionales quedasen sometidos a unas directrices comunes requirió de largas discusiones, pero finalmente se llegó al consenso alrededor de un documento que recogía el marco en el que deberían desarrollarse las futuras actividades en la estación. Los astronautas seguirían manteniendo sus obligaciones nacionales y seguirían sometidos a las leyes de su país, pero por encima de todo ello estarían también sometidos a las normas recogidas en este código de conducta de la ISS.
Además de establecer el marco básico para la adecuada convivencia disciplinada en el espacio, el código de conducta aprovecha también la experiencia de misiones anteriores para establecer normas con respecto a otras actividades menos corrientes. Se regulan así, por ejemplo, las actividades relacionadas con los objetos conmemorativos o “memorabilia” llevados al espacio de forma privada por los astronautas. Se trata de una actividad extraoficial aunque consentida que ya ha dado lugar a serios problemas de imagen en ocasiones anteriores: ya en tiempos tan lejanos como los del proyecto Apollo hubo astronautas que decidieron hacer negocio llevando pequeños objetos al espacio para luego revenderlos por un elevado precio a su vuelta a la Tierra, lo que ocasionó un pequeño escándalo. El código de conducta hoy regula estas actividades permitiendo el transporte de objetos personales (dentro de los pesos y volúmenes establecidos para cada astronauta con estos fines) pero con la condición de que sean para uso privado y no comercial. Un claro ejemplo de cómo la experiencia previa sirve para prevenir problemas futuros.
La figura del comandante
Una de las cosas que el código de conducta de la ISS deja claras es la definición de la figura del comandante y de la cadena de mando a bordo, especialmente la relación de autoridad entre el comandante de la estación y los comandantes de los vehículos de transporte que puedan estar anclados al complejo en un momento dado. En relación a esto último, el código de conducta especifica que el comandante de la ISS es la máxima autoridad a bordo, sin perjuicio de las responsabilidades que el plan de vuelo pueda asignar a los otros posibles comandantes. También deja claro que no hay ninguna restricción en cuanto a la nacionalidad del comandante de la estación, pudiéndose designar como tal a un astronauta de cualquier país miembro del consorcio ISS. A continuación, el código de conducta pasa a especificar las responsabilidades y la autoridad asociadas a este cargo.
De forma general, se establece que el comandante es el responsable del cumplimiento del programa establecido para la misión, y el responsable de garantizar la seguridad de la tripulación y de los equipos de a bordo. En cuanto al liderazgo del grupo humano, se establece que el comandante “
dirigirá las actividades de los miembros de la tripulación de la ISS como un equipo único e integrado para asegurar la culminación con éxito de la misión
”, otorgándole así el papel de liderazgo del equipo.
Su faceta de autoridad se recalca más adelante cuando se especifica que el comandante de la ISS “
tendrá la autoridad para utilizar cualquier medio razonable y necesario para ejercer sus responsabilidades
”. Esta autoridad se extiende “
a los equipos e instalaciones de la estación, a los miembros de la tripulación, a las actividades desarrolladas a bordo y a los datos y efectos personales contenidos en la ISS cuando sea necesario para proteger la seguridad y el bienestar de los miembros de la tripulación y de los equipos e instalaciones de la ISS
”.
Los párrafos anteriores parecen aludir a la posibilidad del uso de la fuerza por parte del comandante si fuera necesario para poder ejercer sus funciones. Este punto fue objeto de cierto debate entre los firmantes del código de conducta, al solicitar algunos de ellos la inclusión expresa de esta autorización al uso de la fuerza en el texto. Aunque finalmente se decidió no recogerlo así en el propio código de conducta, sí se reflejó como la correcta interpretación del texto en el acta de la reunión de aprobación del documento. En dicho acta se establece que “e
n los casos en los que sea necesario para asegurar la inmediata seguridad de los miembros de la tripulación o de la ISS, los medios razonables y necesarios pueden incluir el uso por parte del comandante de la ISS de la fuerza física proporcionada o de la inmovilización
”.
Se trata de posibilidades extremas que afortunadamente no se han dado hasta ahora en el curso de ninguna misión espacial, y que es de esperar que no se den al menos durante mucho tiempo. Pero el conflicto es algo prácticamente inherente a la condición humana, y de hecho es algo que ha tenido lugar a lo largo de la historia de la exploración espacial, aunque por suerte sin llegar a mayores: desde pequeños “motines” a bordo rebelándose contra las órdenes recibidas desde el control de la misión (algo que sucedió a bordo del Skylab) hasta tripulaciones de sólo dos miembros que pasaban días sin hablarse e intentando no encontrarse en el pequeño espacio de una estación Salyut. Aunque experiencias como éstas sirvieron como lección para el futuro, reduciéndose a través de diferentes acciones las posibilidades de que algo así pueda repetirse, es imposible asegurar que un conflicto de mayor o menor intensidad no pueda surgir en un momento determinado. Y en caso de que así ocurra, hay que estar preparado para saber cómo actuar y despejar las posibles dudas que pudieran existir en cuanto a quién detenta la máxima autoridad a bordo.
Efectivamente, como decíamos al comienzo, es difícil establecer un paralelismo a primera vista entre las prácticamente invisibles relaciones jerárquicas a bordo de la ISS y las que tienen lugar en naves ficticias como Star Trek. Pero lo cierto es que, cuando hurgamos un poco, las diferencias reales aparecen mucho más pequeñas. Aunque en ausencia de gravedad vemos difícil que un astronauta pueda cuadrarse correctamente para pronunciar con marcialidad “todo en orden, capitán Kirk”.
Marzo 2008
Los recientes problemas de indisposición del astronauta alemán Hans Schlegel durante la misión STS-122 nos han hecho recordar toda la problemática que la ingravidez y el medio espacial imponen al ser humano. Después de 47 años de misiones espaciales tripuladas, el síndrome de adaptación al espacio (SAS) sigue siendo hoy en día un problema médico sin solución.
Lo hemos vivido recientemente, aunque no se ha revelado la naturaleza de la dolencia por respeto a la intimidad del astronauta: en el curso de la misión STS-122 el pasado mes de febrero, la misma que transportó el módulo europeo Columbus a la ISS, la NASA reveló que problemas médicos sin determinar impedirían al astronauta alemán Han Schlegel llevar a cabo la primera salida espacial, tal y como estaba planeado. Pocos días más tarde, no obstante, se le declaraba recuperado, y podía participar en otras EVAs sin mayores problemas.
Aunque no se declaró explícitamente, parece claro que Schlegel se vio afectado por el llamado “Síndrome de Adaptación al Espacio”, SAS en sus siglas anglosajonas, también conocido como “el mal del espacio”, “la enfermedad del espacio”, o, simplemente, “mareo espacial”.
Una historia de vértigo
Conocido desde que el cosmonauta soviético Gherman Titov sufriera por primera vez sus síntomas en el curso de la misión Vostok 2 en agosto de 1961, el SAS ha afectado desde entonces a buena parte de los astronautas que han subido al espacio. Y, sin embargo, a día de hoy aún no sabemos realmente a qué se deben estos síntomas, y qué puede hacerse para remediarlos o, al menos, mitigarlos.
Los efectos del SAS incluyen vértigos, mareos, fuertes jaquecas, náuseas y vómitos, y una sensación general de malestar tan intensa que puede llegar a dejar completamente incapacitado para el trabajo al infortunado astronauta que lo sufre. Afortunadamente, tras unos pocos días en el espacio los síntomas remiten hasta desparecer por completo. Pero este aparente bienestar puede ser sólo un espejismo, ya que a menudo la situación vuelve a repetirse más adelante, cuando el astronauta vuelve a la Tierra y su órgano del equilibrio tiene que adaptarse a la gravedad de nuevo.
Curiosamente, el SAS no afecta a todos los astronautas por igual: mientras que unos pueden resultar afectados hasta extremos de incapacitación casi total, otros pueden presentar solamente síntomas de malestar no incapacitante, mientras que algunos afortunados son totalmente inmunes a esta enfermedad. Aparte de esta aparente predisposición personal, parece que también el entorno puede determinar si el SAS aparecerá o no: los espacios reducidos parecen evitar la aparición del síndrome, mientras que grandes espacios abiertos como vehículos espaciosos o la inmensidad del vacío espacial contemplada durante las EVAs, parecen favorecerlo.
Esto explicaría que durante las misiones Mercury y Gemini ningún astronauta norteamericano experimentara este tipo de síntomas, que sí aparecieron con fuerza tras la puesta en órbita del laboratorio Skylab: en aquella ocasión, una tripulación completa resultó completamente incapacitada durante varios días, al experimentar violentos mareos tan pronto como entraron en el enorme volumen vacío del laboratorio espacial. En las pequeñas naves utilizadas anteriormente, posiblemente el reducido espacio había evitado la aparición de los síntomas. En el lado ruso, el mayor volumen existente en el interior de las naves Vostok podría haber sido en parte el responsable del mal del espacio sufrido por Titov.
En la actualidad, aproximadamente el 50% de los astronautas que suben al espacio sufren en alguna ocasión el SAS, más frecuentemente en su primera misión. Tras ella, el cuerpo parece adquirir “memoria” de la adaptación al espacio, y no es tan frecuente que astronautas veteranos se vean aquejados por el mal. Aunque también es cierto que estos problemas muchas veces no se airean si no llegan a mayores, manteniéndose en privado a menudo por parte de los propios astronautas.
Pero, ¿qué es el SAS?
Las causas que originan el SAS parecen ser complejas. Sin duda, la alteración en situación de ingravidez de los fluidos que forman parte del sistema vestibular del oído interno, en el órgano del equilibrio, parecen tener una influencia primordial en la aparición de los síntomas. Sin embargo, se ha comprobado que los efectos también tienen relación con el movimiento de los ojos, e incluso con la percepción de las imágenes que rodean al astronauta; por ejemplo, percibir una imagen donde uno se siente “boca abajo” con respecto al espacio que lo rodea, parece favorecer los síntomas frente a hallarse en un entorno que refleje una situación “normal” de “arriba y abajo”.
Todo esto, unido al efecto de los grandes espacios abiertos, parece reflejar la existencia también de un importante componente psicológico en esta dolencia. Aunque en el fondo la situación tampoco es muy diferente de los sentimientos psicológicos de vértigo y mareos que experimentan ciertas personas en la Tierra cuando se hayan asomados a una gran altura. La combinación de la susceptibilidad psicológica de cada persona, unidos a una mayor o menor tolerancia a los mareos (todos sabemos que unas personas son más propensas a ellos que otras), e incluso el factor de habituación a los mismos (los pilotos de combate, por ejemplo, terminan acostumbrándose en buena medida a estas sensaciones) dan como resultado personas con muy diferentes respuestas al fenómeno.