Authors: Javier Casado
Pero el mayor varapalo para las expectativas europeas vino con el accidente del Columbia, en febrero de 2003. El subsiguiente parón en las actividades del transbordador espacial norteamericano (único sistema existente en la actualidad capaz de poner en órbita el módulo Columbus) retrasó inicialmente el lanzamiento hasta finales de 2006, para más adelante replanificarse para comienzos de 2007. El mal tiempo también jugó malas pasadas, y huracanes y granizadas afectaron negativamente a la planificación de vuelos del transbordador, obligando a retrasar de nuevo la puesta en órbita del módulo europeo primero a septiembre, y, finalmente, a diciembre del presente año. En total, un retraso de más de cinco años frente a la fecha inicialmente prevista.
Pero no han sido los retrasos, en buena medida debidos a “causas de fuerza mayor”, los que más intranquilidad han causado entre los responsables de la Agencia Espacial Europea durante la accidentada gestación del Columbus. Si bien retrasos de esta magnitud han causado severos quebraderos de cabeza y considerables sobrecostes a la ESA, además de la incapacidad de llevar a cabo durante este periodo la investigación en microgravedad inicialmente prevista, todo esto no ha sido nada en comparación con los negros nubarrones que se cernieron durante el proyecto durante algunos de estos años. Nubarrones que llegaron a enfriar sensiblemente las relaciones entre Europa y los Estados Unidos en este terreno, por decirlo de forma suave.
Tijeretazo
En 2001, y como consecuencia de los sobrecostes incurridos en el proyecto, Estados Unidos decidió unilateralmente cancelar buena parte de los módulos previstos para la estación espacial, además de suprimir también el desarrollo del vehículo de rescate de tripulaciones. Esto último ya afectaba negativamente a Europa, que participaba activamente en el desarrollo de dicho vehículo, pero mucho peor era el impacto conjunto que estas reducciones tendrían sobre la operatividad de la estación; y es que, debido a los recortes, el complejo resultante tendría únicamente capacidad para sostener tripulaciones de tres miembros, frente a los siete inicialmente previstos.
La noticia sembró la inquietud y, por qué no decirlo, la irritación, entre los diferentes socios del proyecto; en concreto, europeos y japoneses veían cómo sus posibilidades de experimentación a bordo del complejo se reducían a extremos insignificantes, que no justificaban en absoluto las sumas invertidas en el proyecto. Con tripulaciones de sólo tres miembros, no sólo no quedarían apenas oportunidades para la investigación, al irse la mayor parte del tiempo en las tareas de mantenimiento de la estación, sino que, al tener que repartir entre sólo tres hombres las diferentes nacionalidades de los países participantes en el proyecto, la presencia de europeos a bordo se vería drásticamente reducida. La ESA calculó que su tiempo útil de experimentación a bordo del Columbus caería de 12-13 horas por semana a ¡poco más de hora y media! No es de extrañar que muchos en la ESA se sintieran literalmente engañados. El director de la sección de vuelos tripulados de la agencia lo decía claramente a comienzos de 2002: “
Estamos extremadamente preocupados por todo esto, y nos gustaría destacar que la NASA y los Estados Unidos deben ajustarse a sus compromisos del acuerdo intergubernamental de enero de 1998. […] Queremos tener una estación que cubra nuestras expectativas y que justifique las enormes cifras que los contribuyentes han dedicado al programa. […] Con este objetivo, la presidenta del Consejo Ministerial de la ESA […] ha visitado recientemente al Administrador de la NASA y otros altos cargos norteamericanos para insistir en que deben ser fieles a sus compromisos
”.
Luz al final del túnel
Las presiones internacionales sobre los Estados Unidos en relación al serio recorte unilateral dado al proyecto se sucedieron a lo largo de 2002, y la reunión entre socios que tuvo lugar aquel verano demostró la gran tensión existente entre los países participantes. Afortunadamente, parece que las presiones tuvieron su efecto, y para finales de año la NASA empezaba a dar síntomas de buscar soluciones alternativas que permitieran aumentar el número de tripulantes a niveles aceptables.
Lamentablemente, en enero de 2003 tenía lugar el accidente del Columbia, ocasionando un largo parón en las actividades de montaje de la estación, y provocando aún más incertidumbre entre los socios. Dicha incertidumbre quedaría más o menos disipada en enero de 2004, cuando el Presidente Bush expuso su nueva “Visión sobre la Exploración del Espacio”. En ella, y probablemente como respuesta a las presiones internacionales, el presidente declaraba que “
nuestro primer objetivo será completar la ISS para 2010. Terminaremos lo que empezamos, cumpliremos nuestras obligaciones con nuestros 15 socios internacionales en este proyecto
.” Si bien esto no significaba el lanzamiento de los módulos cancelados, sí suponía poner los medios necesarios para llegar a tripulaciones de al menos 6 miembros.
El futuro de la experimentación científica europea en el espacio parecía despejado, y el Columbus, aunque tarde, parecía que podría cubrir las expectativas puestas en él. Pero una nueva amenaza se cernía sobre el proyecto: el discurso de Bush también dejaba claro que el transbordador espacial sería retirado en 2010, y los serios retrasos en su vuelta a la operatividad tras el accidente empezaban a poner en riesgo el lanzamiento del módulo europeo antes de esa fecha. Los temores en la ESA eran tan serios que en agosto de 2005 llegaron a evaluarse los diferentes escenarios que podrían presentarse en caso de que el Columbus no llegase a lanzarse nunca.
Un laboratorio multidisciplinar en microgravedad
Hoy, finalmente, esos temores parecen despejados. Si no hay retrasos de última hora, el año 2008 comenzará para Europa con un flamante laboratorio en el espacio. Heredero de la experiencia del Spacelab, el módulo laboratorio europeo diseñado para operar en el interior de la bodega del transbordador en los años 80, el Columbus cubrirá finalmente las expectativas puestas en él por centenares de investigadores en diversas áreas repartidos por el continente europeo.
Cinco secciones especializadas en diferentes áreas de investigación conforman el interior del Columbus:
• En el Laboratorio de Ciencia de Fluidos se estudiará el comportamiento de líquidos y gases en ausencia de gravedad, una investigación de interés tanto a nivel de ciencia pura, como en aplicaciones en los campos de la combustión, la lubricación o los intercambiadores de calor, por ejemplo.
• En los Módulos Europeos de Fisiología se estudiarán los efectos del medio espacial sobre el cuerpo humano, un área en la que aún queda mucho por aprender de cara a futuras misiones de larga duración.
• Las Ciencias de la Vida tendrán también su hueco en el Biolab. Ahí se llevarán a cabo experimentos de tipo biológico, con plantas, pequeños invertebrados, microorganismos, células y tejidos.
• El cuarto módulo es doble: Laboratorio de Ciencias de los Materiales, y Levitador Electromagnético. En ellos se experimentará con aleaciones y cristales de alta pureza que ayuden a avanzar en el desarrollo de materiales avanzados.
• Y por último, el Columbus incluye un quinto módulo multidisciplinar preparado para alojar diferentes equipos de experimentación que puedan enviarse a la estación en futuras misiones, abriendo así un amplio campo de posibilidades a la investigación en microgravedad.
Aunque Columbus ofrecerá a los investigadores europeos las capacidades de un potente laboratorio en un entorno único como el espacial, su operatividad se verá seriamente restringida durante al menos este primer año. Hasta 2009 no se prevé que pueda incrementarse el número de tripulantes de la estación hasta seis, mínimo imprescindible para que pueda desarrollarse un adecuado programa científico en su interior. Si se cumple esta fecha, para entonces se acumulará ya un retraso de 7 años frente a las previsiones iniciales para que Europa pueda desarrollar un serio programa científico en microgravedad. Pero al fin y al cabo, como dice el refrán… ¡nunca es tarde si la dicha es buena!
Imagen: Un astronauta trabaja en el exterior del módulo Columbus para su final puesta a punto poco después de su acoplamiento a la Estación Espacial Internacional el 11 de febrero de 2008. (
Foto: NASA
)
Junio 2009
A finales de mayo, la tripulación de la ISS se elevaba por vez primera hasta la capacidad máxima de 6 miembros. Poco antes había llegado a las instalaciones del Centro Espacial Kennedy el módulo de fabricación europea Nodo 3, cuyo lanzamiento conjunto con el Cupola se espera para comienzos del próximo año. Once años más tarde de que se pusiera en órbita su primer elemento, y nueve años después de la llegada de la primera tripulación, la ISS se aproxima por fin a su finalización y completa operatividad.
Tras años de incertidumbres, la tripulación permanente de la estación espacial se ha elevado finalmente hasta seis miembros. Se trataba de un objetivo largamente esperado por la comunidad científica internacional, ya que sólo así podrá dar comienzo una campaña de experimentación en microgravedad realmente efectiva. Durante todos estos años de ocupación de la estación, la experiencia acumulada por los astronautas y los equipos de tierra ha sido muy valiosa en términos de cómo trabajar en el espacio y cómo mantener operativo el complejo, pero realmente algo decepcionante desde el punto de vista de la investigación científica. Y es que, con sólo tres tripulantes a bordo, la mayor parte del tiempo disponible se iba simplemente en tareas de mantenimiento, dejando poco tiempo para experimentar.
Además de esta limitación, había otro hándicap importante para los que podríamos llamar socios “menores” del proyecto, como podrían ser europeos y japoneses, frente a los socios mayoritarios norteamericanos y rusos. Y es que, con sólo tres puestos para repartir, las posibilidades de que astronautas de estas nacionalidades formasen parte de la tripulación de la estación eran bastante reducidas. Con las nuevas tripulaciones de seis miembros no sólo se dará cabida de forma más estable a estas nacionalidades, sino que su tiempo a bordo podrá estar mucho más centrado en la experimentación científica, aportando un mayor valor añadido a las misiones.
Un largo camino recorrido
Para poder acoger a estas tripulaciones de seis miembros se ha tenido que esperar a que la estación contase con los medios suficientes para sostenerlas. Las últimas ampliaciones del complejo con equipos adicionales de suministro energético y soporte vital lo han hecho posible. Ahora no sólo las tripulaciones han alcanzado su tamaño definitivo, sino que la propia estación está ya a un paso de estar finalizada. Y entre los pocos módulos que quedan por añadir al laboratorio orbital hay todavía dos de fabricación europea: se trata del Nodo 3 y la Cúpula (Cupola, en su nombre original italiano).
Ambos elementos han sufrido en primera línea las vicisitudes que han afectado a todo el desarrollo de la estación, amenazando con dejarlos en tierra en el caso de la cúpula, o implicando un tremendo número de modificaciones sobre el diseño inicial en el caso del Nodo 3.
Aunque ambos elementos son de fabricación europea, su propiedad es norteamericana. La razón se remonta al acuerdo firmado entre la ESA y la NASA en 1997, en el que la primera se comprometía a entregar a la segunda los Nodos 2 y 3 a cambio del lanzamiento del módulo europeo Columbus a bordo del transbordador. En 1995 se ampliaba el acuerdo a la fabricación de la cúpula, a cambio del lanzamiento de cinco elementos europeos adicionales para equipar el laboratorio Columbus. De esta forma, la ESA se evitaba tener que pagar directamente a la NASA por sus servicios, prefiriendo dejar el dinero en Europa, en empresas europeas que desarrollasen dichos módulos para la NASA, y adquiriendo un mayor nivel tecnológico en el proceso. La empresa aeroespacial italiana Thales Alenia Space ha liderado el proceso de diseño y desarrollo de ambos módulos, que incluyen aportaciones menores de muchas otras empresas europeas.
Años de incertidumbre
Pero en 2001 las cosas empezaron a torcerse. Por entonces, y como consecuencia de los sobrecostes arrastrados en el proyecto de la estación, Estados Unidos decidía recortar drásticamente su aportación al programa, cancelando varios de los módulos inicialmente previstos. Entre los múltiples y graves impactos que esto provocaba al proyecto y sus socios internacionales, había uno que afectaba directamente al Nodo 3: éste, que inicialmente iba a ser una copia idéntica del Nodo 2, poco más que un nudo de interconexión de módulos de la estación, sufría un severo rediseño para incorporar en él varios de los equipos más imprescindibles que iban a estar en los módulos cancelados y que ahora era necesario reubicar. Hasta 300 peticiones de cambio serían recibidas en la ESA por parte de la NASA, para modificar el diseño previsto inicialmente para el Nodo 3. En cuanto a la cúpula, este recorte unido al impacto que ocasionó al proyecto el accidente del Columbia en 2003, supuso que muchos temieran seriamente que terminase sus días en algún museo.
Vinieron años oscuros para la ISS, de tensas discusiones entre los socios y serias dudas sobre el futuro del proyecto, hasta que finalmente en 2004 los Estados Unidos parecieron ceder, aceptando una solución de compromiso alrededor de una estación reducida frente a la idea inicial, pero suficientemente operativa. Ese mismo año la ESA entregaba la cúpula a la NASA, mientras el Nodo 3 seguía sufriendo sucesivas peticiones de modificación por parte de la NASA que impedirían su entrega hasta abril de 2009. Por fin, doce años después de que se lanzara oficialmente su fabricación, ambos módulos esperan un lanzamiento que se prevé para comienzos de 2010.