Authors: Javier Casado
En este esquema, se utilizaría una nave Soyuz que esperaría unida a la ISS mientras en un lanzamiento independiente se enviaría a la órbita terrestre el módulo logístico unido a una etapa impulsora. A continuación, la Soyuz se separaría de la ISS para acoplarse con dicho módulo, tras lo cual la etapa impulsora enviaría al conjunto en dirección a la Luna. Tras agotar su propulsante, la etapa de propulsión se desprendería, dejando a la Soyuz unida al módulo logístico realizar el resto del viaje, con una duración total de unos seis días. El precio, aunque no totalmente cerrado, se estimaba en torno a los 100 millones de dólares.
Imagen: Acoplando a la nave Soyuz (izquierda) un módulo logístico (centro) y una etapa impulsora (derecha), sería posible realizar viajes a la órbita lunar sin excesiva complejidad. (
Imagen: Constellation Services Internacional
)
Tras una fuerte campaña publicitaria entre finales de 2004 y comienzos de 2005, poco más se volvió a oír sobre esta propuesta. Pero la idea saltó de nuevo a las portadas de todos los periódicos cuando, en abril de 2007, el millonario ruso Roman Abramovich se ofrecía a pagar hasta 300 millones de dólares por participar en un viaje de este tipo.
Una nueva empresa entra en liza
Las cosas han cambiado un poco desde que se hiciera el primer anuncio en 2004, y ahora no es CSI la empresa que aparece involucrada en el proyecto. Aunque no ha desechado la idea de las misiones circunlunares, ésta parece ahora relegada a un segundo plano, hallándose más centrada la empresa en el objetivo de proporcionar servicios logísticos de lanzamientos a la órbita terrestre (para reabastecimiento de la ISS, por ejemplo). Ahora es Space Adventures, la empresa también norteamericana que ha gestionado hasta ahora todos los vuelos orbitales de los "turistas espaciales", la que anuncia embarcarse en una misión análoga a la presentada en su día por CSI. Y lo hace presentando un cliente potencial dispuesto a pagar mucho más de los 100 millones de dólares que se estimaban costaría un viaje así: nada menos que Roman Abramovich, multimillonario ruso, magnate del petróleo, y famoso por ser el dueño de varios clubes de fútbol, como el Chelsea inglés, el CSKA de Moscú, y el Corinthians brasileño.
La noticia no pasaría de ser puramente anecdótica de no haber sido respaldada por el propio Anatoly Perminov, director de Roskosmos. Preguntado acerca de las intenciones de Abramovich, dispuesto a pagar hasta 300 millones de dólares por el viaje, ha declarado: "
Es una buena suma. Y si el Sr. Abramovich está dispuesto a pagarla, le enviaremos
". El excosmonauta Alexei Leonov (primer hombre en realizar un paseo espacial, en 1965) también ha expresado su confianza en que Abramovich mantendrá su oferta para que la misión se lleve a cabo: “
He hablado con él sobre el tema. Tiene muchas ganas de ir, y estoy seguro de que lo hará
”.
Según Space Adventures, todos los aspectos técnicos están ya resueltos. Aunque aún no se han desarrollado los nuevos módulos logístico y de propulsión necesarios, todo lo que se necesita es el visto bueno final de Roskosmos y Energiya para lanzar el proyecto. Una vez en marcha, estiman que la misión estaría lista en un plazo de cinco años. Al parecer, la decisión depende tan solo del aspecto económico. Según Chris Faranetta, vicepresidente de Space Adventures, tienen ya una cartera de varios clientes potenciales dispuestos a pagar los 100 millones de dólares previstos para una misión así. Y una propuesta como la de Abramovich, dispuesto a pagar hasta tres veces esa cifra, podría dar el empujón final a los directivos de Roskosmos y Energiya para decidirse a hacer la inversión.
El perfil de la misión es muy similar al anunciado en su día por Constellation Services International. En la nueva propuesta, la misión sería desarrollada por una nave Soyuz lanzada a la órbita terrestre por medio del habitual cohete Soyuz. En un lanzador independiente (podría ser un Proton, aunque también un Angara u otro similar; no está cerrado aún) se lanzaría el módulo logístico adicional, con la etapa impulsora. Ambos, Soyuz y módulo logístico, se acoplarían en la órbita terrestre para desde allí partir hacia la Luna. Como opción alternativa se plantea una visita intermedia a la Estación Espacial Internacional, que podría servir tanto para potenciar el atractivo comercial de la oferta, como para permitirle al turista aclimatarse a la microgravedad antes de llevar a cabo la misión lunar. La Soyuz podría estar ocupada por un solo cosmonauta profesional, dejando libres dos asientos para los viajeros de pago, y maximizando así el posible beneficio económico.
Veremos si estos planes se llevan finalmente a cabo. Aún no existe nada en firme, pero las declaraciones de Perminov parecen prometedoras, y la experiencia de Space Adventures en el campo del turismo espacial otorga solidez a la propuesta. El dinero mueve montañas, y parece que en la nueva Rusia también mueve las naves espaciales. Bienvenido sea.
Mayo 2006
17 de abril de 2054, misión Olimpo. Doce astronautas de una tripulación internacional se preparan para almorzar en una jornada más de su largo viaje hacia las lunas de Júpiter. Mientras uno de ellos prepara raciones de comida deshidratada e irradiada, otro recoge lechugas, tomates y cebollas en el huerto de la nave, para preparar una ensalada. El invernadero ocupa un espacio significativo a bordo del vehículo, y no sólo proporciona sabrosa comida fresca a los astronautas, sino que ejerce una importante labor de control medioambiental, participando en la depuración del agua y la eliminación del dióxido de carbono de la atmósfera de la nave.
Esto que hoy por hoy es aún ciencia-ficción, podría no estar tan lejano en el tiempo gracias a los avances realizados en la investigación botánica en el medio espacial a lo largo de los últimos 40 años. Avances que han requerido de una gran dedicación y esfuerzo.
Está claro que la agricultura espacial presenta múltiples ventajas de cara a estancias de larga duración en el espacio, ya sea en estaciones orbitales, a bordo de naves interplanetarias, o en colonias extraterrestres: proporciona alimentos frescos a la tripulación, ayuda a absorber el CO2 de la atmósfera reemplazándolo por oxígeno, e incluso puede ayudar a reciclar aguas de desecho. A cambio, sólo necesita de unos aportes de agua y luz adecuados... o eso parece. En realidad, las necesidades de la agricultura espacial van mucho más allá, y representan todo un reto tecnológico que, afortunadamente, parece en vías de encontrar solución. Una solución en la que trabajan también científicos españoles, como el equipo liderado por el Dr. Javier Medina, científico del Centro de Investigaciones Biológicas del CSIC.
Una investigación con solera
Los estudios del crecimiento de plantas en el espacio datan de la primera estación espacial de la historia, la rusa Salyut 1. Anteriormente las dos grandes potencias rivales ya habían enviado semillas a bordo de naves espaciales, para el estudio de los posibles efectos de los rayos cósmicos y la microgravedad sobre su estructura celular y molecular. Pero para llevar a cabo estudios más serios con plantas completas se necesitaba de un espacio e instalaciones que no estarían disponibles hasta la aparición de las primeras estaciones espaciales.
La Salyut 1 fue lanzada el 19 de abril de 1971, como estación espacial científica destinada a la experimentación en campos tan variados como la medicina espacial, la observación astronómica y terrestre, o la biología (zoología y botánica) en condiciones de microgravedad. Para esta última investigación contaba con un pequeño invernadero denominado Oasis, de un tamaño similar a la CPU de un ordenador actual, en el que debían crecer plantas de lino, repollos, y crepis capillaris
[1]
. Los técnicos involucrados en el proyecto habían previsto inicialmente la instalación de un equipamiento mucho mayor, incluyendo incubadoras y una mayor variedad vegetal, pero como tantas otras veces, las presiones presupuestarias y de calendario obligaron finalmente a dejarlo reducido al pequeño Oasis
[2]
.
Las variedades elegidas para germinar en el Oasis habían sido seleccionadas en base a su bajo tamaño y rapidez de crecimiento. El invernadero contaba con dos lámparas fluorescentes y una serie de capas de suelo artificial entre las que se introducían las semillas, a las que se aportaba agua a través de una bomba de accionamiento manual. Con el paso de los días, los cosmonautas a bordo de la Salyut 1 contemplarían crecer unos pequeños brotes de cada una de las plantas, aunque todas ellas parecían hacerlo con mayor lentitud y debilidad que los ejemplares terrestres; sus raíces, también más pequeñas de lo normal, crecían a lo ancho y no a lo largo, como confundidas por la ausencia de gravedad. Inicialmente, ni la tripulación ni los biólogos de tierra comprendían exactamente a qué se debía la precariedad de los ejemplares obtenidos. ¿Sería que el agua no fluía correctamente por el suelo artificial? Para descartarlo, desde el control de tierra, Galina Nechitailo pediría a Patsayev aumentar las dosis de riego, sin grandes resultados
[3]
.
Nechitailo era una joven bióloga recién licenciada cuando entró a trabajar a mediados de los 60 en la oficina de diseño OKB-1 de Korolev, hoy RKK Energiya. Con el paso de los años, se convertiría en el líder mundial de la investigación botánica en el espacio. Pero en 1971 estaba tan desorientada como la tripulación de la Salyut, y ella y su equipo esperaban con impaciencia el retorno de los cosmonautas con muestras de esas primeras plantas nacidas en el espacio, para su estudio en los laboratorios terrestres.
El 29 de junio, tras 23 días en órbita, los cosmonautas Dobrovolskiy, Volkov y Patsayev abandonaban la Salyut a bordo de la Soyuz 11, transportando muestras de varios de sus experimentos. Estaba a punto de concluir un nuevo éxito soviético en el espacio, con el retorno de la primera tripulación de la primera estación espacial de la historia. Pero una trágica descompresión de la nave durante el descenso mataría a todos sus ocupantes, arruinando también las muestras biológicas que transportaban. El avance en el estudio de las plantas y las posibles reformas necesarias para el invernadero Oasis tendrían que esperar a una próxima oportunidad.
Aunque a bordo de la Salyut 1 había quedado el invernadero Oasis funcionando, a la espera de una próxima tripulación que continuara con los experimentos, el parón provocado por el accidente de la Soyuz 11 impidió que la estación pudiera volver a ser ocupada antes de que se produjera su reentrada en la atmósfera terrestre. Habría que esperar hasta el lanzamiento de la Salyut 4, en diciembre de 1974, para que se reanudase el programa soviético de investigación botánica en el espacio. Las Salyut 2 y 3 no habían servido para profundizar en esta investigación, ya que ambas eran estaciones militares de tipo Almaz que no incluían la experimentación botánica dentro de su programa orbital; además, la Salyut 2 había quedado inutilizada por causas poco claras poco después de alcanzar la órbita terrestre, no llegando a ser nunca ocupada.
Entretanto, los norteamericanos habían lanzado su primera estación espacial, Skylab, en mayo de 1973. Pero el Skylab no desarrolló una investigación seria con plantas: el único experimento en esta área, el crecimiento de semillas de arroz en el espacio, fue de índole escolar, de divulgación básica, y no aportó prácticamente nada a la investigación en esta materia. Por otra parte, pocas semillas llegaron a desarrollarse finalmente, lo que redujo aún más las posibles conclusiones a extraer del experimento
[4]
.
Los rusos, en cambio, sí mantenían la botánica en un nivel elevado de prioridad dentro de su programa de investigación espacial. Así, la Salyut 4 incorporaba de nuevo el invernadero Oasis, aunque con mejoras incorporadas tras la experiencia de la Salyut 1. Por ejemplo, se había automatizado el sistema de riego, que ahora aportaba la cantidad requerida de agua de forma más precisa y sin necesidad de intervención humana. Y también se había simplificado el proceso de siembra, al incorporar las semillas "preplantadas" dentro de cartuchos desechables. Las plantas a investigar serían en esta ocasión cebollas y guisantes
[1]
.
El experimento no comenzó bien, pues los cosmonautas observaron que el nuevo sistema automático de riego no parecía funcionar correctamente, obligándoles a regar de forma manual. Pero tras algunas conversaciones con Nechitailo en tierra, la tripulación consiguió reparar adecuadamente el invernadero, dando comienzo a una nueva fase de esta investigación
[5]
.
A la semana siguiente ya habían brotado diez plantitas de guisantes. Pero dos semanas después, todas las plantas se habían marchitado, sus hojas se habían cubierto de manchas marrones, y sus raíces habían dejado de crecer. La siguiente tripulación de la estación experimentó problemas similares, teniendo que renunciar al riego automático para realizarlo de forma manual, y viendo cómo también casi toda su plantación de guisantes moría poco después de nacer. Con las cebollas tendrían algo más de éxito: sus tallos crecieron hasta unos 20 centímetros, pero su crecimiento fue más lento de lo normal, y el tamaño alcanzado inferior al habitual en la Tierra
[1]
. A pesar de todo, estas cebollitas espaciales les permitieron un pequeño lujo a la tripulación: el 8 y el 10 de julio de 1975 fueron los cumpleaños de los dos cosmonautas a bordo de la estación, y para celebrarlo, Nechitailo les autorizó a utilizar algunos de los tubérculos para alegrar su monótono menú espacial. Aunque puramente testimonial, fue la primera utilización práctica de la agricultura espacial
[6]
.