Desde luego, es cierto que las experiencias y percepciones de las mujeres que ocupan puestos directivos no son semejantes a las de las bases y que las portavoces no hablan en nombre de todas ellas, ni siquiera las representan como colectivo. Sin embargo, algunas de estas dirigentes sacaron conclusiones que pueden ser indicio de un cierto giro en las actitudes sobre las mujeres y su cometido social. Durante los años de la guerra, muchas de ellas tomaron una conciencia cada vez mayor del tratamiento diferencial que les deparaban las organizaciones oficiales y políticas. Esto se hizo especialmente evidente cuando fueron marginadas de la resistencia, lo que dio lugar a un aumento del descontento entre las dirigentes del movimiento femenino antifascista y, a su vez, a nuevas denuncias del tratamiento discriminatorio que padecían. Algunas mujeres comenzaron a reivindicar su propia capacidad para jugar un papel importante en la lucha y, como señaló la militante vasca Astrea Barios, no estaban dispuestas a que las dejaran de lado con falsas excusas de falta de formación o aptitudes:
Es preciso que el Gobierno y las autoridades, ante los momentos de peligro que el territorio vasco atraviesa, recuerde que la mujer en España —y, por consiguiente, en Euzkadi— es ciudadana con amplios derechos civiles...
Por lo tanto, la mujer reclama, hoy con más insistencia que nunca, porque los momentos son también más críticos que nunca, su puesto en la lucha contra la barbarie.
No sirva la disculpa de la no preparación femenina para ciertos menesteres; la mujer, como el hombre que es antifascista, no ve, no puede ver obstáculos de profesión, cuando estos obstáculos sirven para abrir el paso a su enemigo común: el fascismo.
¿Es que el 19 de julio nuestros compañeros conocían el manejo de las armas?
No; y, sin embargo, fueron al frente; el tiempo ha puesto en ellos la práctica que hoy les ha servido para empezar, llenos de arrojo, la contraofensiva popular.
De la misma forma lo hará la mujer, en el puesto que se le designe.
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La guerra fomentó la identificación femenina con la causa antifascista, quebrando así las restricciones de género tradicionales a la intervención de la mujer fuera de los confines del hogar. La participación femenina en las múltiples actividades del esfuerzo bélico y el gran empeño que pusieron en mejorar la educación, la cultura y la formación profesional, espoleó a las mujeres para aumentar su educación y su autoestima. La cita anterior muestra muy claramente la confianza que tenían en sus propias aptitudes a pesar de su falta de formación. Las mujeres demostraron que podían emprender eficazmente muchas tareas relacionadas con la guerra y eso mejoraba su imagen y confianza.
A veces, la movilización femenina acarreaba un proceso de educación política y social a un nivel muy elemental. Por ejemplo, el comité local de la AMA de la pequeña población de Ruzafa decidió “comprar el periódico para leerlo y comentarlo y, de este modo, poco a poco dar una educación política a sus camaradas”
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.
El esfuerzo colectivo por organizarse también les dio la oportunidad de incrementar su potencial. En realidad, se difundieron enseñanzas sencillas sobre cómo crear agrupaciones antifascistas locales y promover actividades con el propósito de lograr que las mujeres que hasta entonces no se habían comprometido participaran en el esfuerzo bélico; al mismo tiempo, también les haría tomar conciencia de su propio potencial y capacidad. Como dijo la secretaria general de la AMA:
Es muy frecuente que las compañeras no se atrevan a aceptar trabajos porque creen que no están preparadas, muchas piensan que no saben hacer nada. Cada una de nostras sabe hacer algo, sirve para algo. Mujeres que sólo habían cosido ropa para sus hijos a través de mil tanteos y pruebas, supieron convertirse en poco tiempo en excelentes obreras de choque.
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Dolors Piera, la dirigente comunista catalana, señaló la necesidad de vencer “el falso sentimiento de inferioridad que tienen prácticamente todas las mujeres”
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como paso importante para incrementar su potencial en el esfuerzo bélico. Indudablemente, a medida que las mujeres vencían ese sentimiento, crecía su autoestima y, de ese modo, aumentaron sus expectativas y aspiraciones sociales. La guerra hizo que las mujeres dispusieran de nuevos lugares y oportunidades para reunirse y trabajar juntas de manera colectiva, sobre todo en las ciudades y los pueblos. Aunque muchas de las agrupaciones locales estaban alojadas en edificios que pertenecían a otros partidos políticos, éstos les proporcionaron un lugar físico de reunión del que habían carecido hasta entonces.
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Para muchas de las miles de mujeres de todas las edades comprometidas en el activismo antifascista bajo los auspicios de la AMA, la guerra supuso la primera ocasión para la acción colectiva y el comienzo del autoaprendizaje y la conciencia social.
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Aunque esta experiencia colectiva no se concibió desde un punto de vista de conciencia feminista, ni siquiera de conciencia de género, aportó una base sólida para seguir en esa dirección. Sin embargo, es indudable que la falta de una agenda clara de género dentro del programa de la AMA dificultaba la articulación de un proyecto claro a favor del cambio social en el que la emancipación femenina figurara como algo prioritario.
Las estrategias anarquistas para liberar a las mujeres: mujeres libres
El segundo movimiento femenino de importancia durante la Guerra Civil fue Mujeres Libres, una organización anarquista creada con el objetivo de liberar a las mujeres de la “triple esclavitud a la que habían sido sometidas: esclavitud a la ignorancia, esclavitud como mujeres y esclavitud como trabajadoras”
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. La organización se fundó unos meses antes del estallido de la guerra civil, en abril de 1936, y si bien en sus primeros meses de existencia sólo contaba con unos pocos cientos de afiliadas, se extendió por toda España republicana durante los años de la guerra. Es imposible determinar el número exacto de sus militantes, que oscilaba entre 20.000y 60.000 según fuentes oficiales. No obstante, la cifra más creíble parece estar en torno a las 20.000, que es la que se utiliza con más frecuencia en los documentos internos cuando no es necesario inflar la afiliación.
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Se establecieron cerca de 170 agrupaciones locales en ciudades y pueblos de toda España republicana, con una mayor incidencia en el centro y Cataluña, seguidas de Aragón, Valencia y Andalucía.
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Si bien como teoría del cambio revolucionario el anarquismo se centra en la relación de dominio y poder, y en la creación de una sociedad sin jerarquía ni autoridad, el anarquismo español como movimiento social mostraba contradicciones evidentes entre la teoría y la práctica.
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La contradicción entre el igualitarismo teórico y el ejercicio autoritario masculino era todavía palpable unos meses antes del estallido de la guerra cuando lo denunció A. Morales Guzmán, un militante anarquista sensible a los problemas de las mujeres:
No comprendemos cómo un obrero, que es explotado tan inocuamente [sic] se convierte en su hogar en un tirano y en jefe de unos principios autoritarios que están en contradicción con la libertad de su pensamiento [...] ¿Con qué conducta y con qué personalidad moral protestan estos camaradas? ¿No es el patrón que explota a “su mujer” y le arrebata sus libertades? ¿No es el carcelero que convierte su hogar en una fortaleza?
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El anarquismo había demostrado, en principio, una mayor sensibilidad ante los temas de género, a diferencia de otras ramas del movimiento obrero español. Oficialmente, aceptaba en sus programas los derechos de las mujeres y la igualdad pero en la práctica, y a pesar de la postura feminista activa de algunos anarquistas, seguían imperando las relaciones de poder de género y, por norma general, las mujeres estaban relegadas en el seno del movimiento. En los años treinta; algunas mujeres, cada vez más conscientes del sexismo existente, pusieron en tela de juicio la actitud contradictoria de los militantes anarquistas y sus organizaciones. Activistas como María Luisa Cobos y Trinidad Urién habían denunciado cómo las ridiculizaban, ignoraban y trataban como si fueran objetos sexuales cuando asistían a las actividades culturales. En efecto, la marginación femenina era algo normal en los artículos anarquistas, como reconoció un militante en julio de 1935:
Cuando vamos a un mitin o conferencia, nos sobresalta la presencia de una docena de compañeras; cuando nos preguntan nuestras compañeras algo relacionado con las ideas nos encogemos de hombros, no dándole importancia; cuando una mujer expresa su opinión en una tertulia, asamblea o en el hogar, nos decimos con misterio: ¿será una loca?
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Muchos anarquistas preferían cultivar el “talento femenino para la cocina” que desarrollar sus aptitudes intelectuales u optaban por las relaciones sexuales antes que darles el “alimento cultural que revolucionaría sus mentes”
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, ese que anhelaban las mujeres y por lo que asistían a los ateneos libertarios.
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En el otoño de 1935, Lucía Sánchez Saornil, telefonista, poeta y escritora autodidacta, una de las pensadoras feministas más importantes entre las anarquistas españolas, inició un debate abierto sobre el papel de las mujeres en el movimiento libertario dominado por los hombres con una serie de artículos en el principal periódico anarcosindicalista,
Solidaridad Obrera
.
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En estos artículos denunciaba la actitud de muchos revolucionarios declarados que defendían un papel doméstico tradicional para las mujeres y querían que sus compañeras se mantuvieran alejadas de toda actividad dirigida a ellas.
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Sánchez Saornil, al igual que otras mujeres anarquistas, veían la marginación masculina. Las actitudes sexistas, la asignación de la esfera doméstica como espacio de actuación femenina y el mantenimiento de la hegemonía masculina, todo ello contribuía a disminuir la participación femenina en las organizaciones anarquistas.
María Luisa Cobos afirmaba que había miles de mujeres que estaban dispuestas a tomar parte en la causa anarquista pero que, en realidad, las desanimaban en su intento. Acusaba a los militantes de “disuadirles de participar por el mero hecho de pertenecer al sexo opuesto”
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. En un tono más agresivo, Sánchez Saornil insinuaba que la propaganda para atraer a las mujeres no debía dirigirse a ellas sino a los militantes varones y terminaba proponiendo la creación de un órgano de expresión independiente sólo para mujeres.
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Unos meses después, en abril de 1936, un grupo de mujeres anarquistas de Madrid y Barcelona impulsó la creación de una organización anarquista y obrera exclusivamente femenina, Mujeres Libres, que fue la primera en adherirse por igual a las causas feminista y revolucionaria.
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El núcleo inicial de Mujeres Libres estaba formado por Lucía Sánchez Saornil, la doctora Amparo Poch y Gascón y la periodista Mercedes Comaposada.
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Decidieron publicar un periódico llamado
Mujeres Libres
con el objetivo de suscitar el interés por los problemas sociales y, de ese modo, atraer a las mujeres hacia los ideales anarquistas. En una carta dirigida a la conocida dirigente anarquista norteamericana Emma Goldman para pedirle su apoyo, explicaban que el propósito del periódico era reclutar mujeres para el anarquismo: “Intentamos despertar la conciencia femenina a las ideas libertarias sobre las que la inmensa mayoría de las mujeres españolas, que están muy atrasadas social y culturalmente, no saben nada”
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. Emma Goldman respondió positivamente a la petición con un extenso artículo sobre la situación de las mujeres en la Guerra Civil española.
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Al principio, Mujeres Libres se mostraba cautelosa a la hora de declarar abiertamente su afiliación anarquista y, con el objetivo de evitar un rechazo espontáneo, manifestaba:
En la revista procuramos conservar un tono moderado como conviene a su objetivo cultural y además, no la llamamos anarquista, porque siendo su principal objeto atraer a la mujer, bastaría esta declaración para ahuyentarla.
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Aunque se mostraba prudente para que no la calificaran de anarquista, Mujeres Libres se presentó desde el principio como una iniciativa específicamente femenina dirigida a las mujeres e impulsada por ellas. Por lo tanto, la creación de una organización femenina nunca fue un proyecto oficial del movimiento anarquista,
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sino más bien “una tarea personal realizada por amor a las ideas y a nuestro sexo”
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. Una de las razones principales que había detrás de la creación de una organización femenina en la que se pudieran abordar y atender sus intereses específicos era el descontento producido por la hostilidad masculina y la indiferencia hacia las mujeres que existían dentro del movimiento anarquista. El programa inicial de Mujeres Libres era esencialmente cultural y educativo; su revista,
Mujeres Libres
, fue un instrumento eficaz para la divulgación de los puntos de vista de la organización y jugó un papel educativo decisivo. El objetivo inmediato era proporcionar a las mujeres una educación básica y cierta formación política que les permitiera tomar parte en las actividades anarquistas, rompiendo así el monopolio masculino en las diversas secciones del movimiento libertario español. La organización también se proponía dotarles de una formación profesional que aumentara sus oportunidades de empleo.
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Desde luego, hay que contemplar el desarrollo de Mujeres Libres en el contexto de la sensibilidad que existía en torno a los problemas femeninos dentro del anarquismo español desde su creación.
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Sin embargo, Mujeres Libres constituyó un hito porque no sólo expresó una conciencia femenina sino también una respuesta colectiva y organizada a la subordinación femenina. En realidad, fue la primera organización masiva de mujeres que intentó poner en práctica el anarco-feminismo. El desafío de Mujeres Libres al movimiento anarquista de dominación masculina cobró impulso durante la guerra.