Sabemos por casos más modernos que los asesinos en serie suelen moverse de un sitio a otro. Algunos prácticamente viven en sus coches. Octubre habría sido un buen mes para que Sickert desapareciera de Londres. Su esposa Ellen formaba parte de una delegación del Partido Liberal que por aquellas fechas celebró asambleas en Irlanda para apoyar el autogobierno y el libre comercio. Estuvo fuera de Inglaterra durante la mayor parte del mes de octubre. No se conservan cartas ni telegramas que indiquen que ella y Sickert mantuvieron contacto durante esta separación.
Sickert era un gran aficionado a las cartas y a menudo pedía disculpas a sus amigos por escribirles tan a menudo. También escribía con regularidad a los periódicos. Tenía una habilidad tan inusual para generar noticias que las cartas que escribió y los artículos que sobre él redactaron otros podían sumar una cifra de seiscientos en un solo año. Resulta apabullante revisar sus archivos en las bibliotecas públicas de Islington y encontrar páginas y páginas de recortes. Comenzó a coleccionarlos a finales del siglo XIX y, luego, contrató los servicios de otras personas para mantener el ritmo de esta publicidad en apariencia incesante. Sin embargo, siempre pasó por ser un hombre reacio a conceder entrevistas. Se las ingenió para crear el mito de que era «tímido» y que detestaba la publicidad.
La obsesión de Sickert por las cartas al director se convirtió en una fuente de bochorno para algunos periódicos. Los directores se estremecían cuando recibían la enésima carta suya sobre arte, la estética de los postes telefónicos, la razón por la que los ingleses deberían usar faldas escocesas o las desventajas del agua clorada. No querían insultar al gran artista relegando su prosa a un espacio pequeño y poco visible.
Entre el 25 de enero y el 25 de mayo de 1924, Sickert impartió una serie de conferencias y las transcribió en artículos que se publicaron en el
Southport Visitar,
en la localidad costera de Southport, al norte de Liverpool. Aunque dichos artículos contenían más de ciento treinta mil palabras, el artista no se conformó. El 6, 12, 15, 19 y 22 de mayo, Sickert escribió o telegrafió a W. H. Stephenson, del
Visiter:
«Me pregunto si el
Visiter
podría hacerme un hueco para un artículo más […] En tal caso, lo recibirán de inmediato»; «encantado de escribir»; «por favor, ruegue al impresor que haga seis copias cuanto antes»; «permita que le envíe otro artículo», y «si sabe de algún periódico de provincias que desee publicar una serie de notas durante el verano, hágamelo saber».
Sickert fue un escritor prolífico como pocos. Su álbum de recortes, que se encuentra en una de las bibliotecas públicas de Islington, contiene más de doce mil artículos, entre notas periodísticas sobre él y las cartas que escribió a los periódicos de Gran Bretaña, casi todos entre 1911 y la década de 1930. Publicó unas cuatrocientas conferencias, y estoy convencida de que estos textos conocidos no representan toda su producción literaria. Sickert era un escritor compulsivo al que le gustaba persuadir, manipular e impresionar a la gente con la palabra. Necesitaba tener público. Ansiaba ver su nombre impreso. Habría sido muy propio de él escribir un sorprendente número de cartas del Destripador, incluyendo las que se enviaron desde los puntos más diversos del mapa.
Es posible que redactara más cartas de las que están dispuestos a creer ciertos grafólogos, ya que es un error analizarlos escritos de Walter Sickert mediante la tradicional comparación caligráfica. Era un artista con múltiples talentos y una memoria prodigiosa.
Era políglota. También, un lector voraz y un hábil imitador. En aquella época había varios manuales de grafología al alcance de cualquiera, y en muchas cartas del Destripador la letra se asemeja a los ejemplos de escritura que los grafólogos Victorianos asociaban con diversas ocupaciones y personalidades. Sickert podría haberlos copiado. Le habría hecho mucha gracia imaginar a los grafólogos estudiando las cartas del Destripador.
El uso de sustancias químicas e instrumentos de alta sensibilidad para analizar tintas, pinturas y papel es un método científico. La comparación de la escritura no lo es. Es sólo una técnica que puede resultar útil y convincente, sobre todo para detectar falsificaciones. Pero si un sospechoso falsea su letra con habilidad, la comparación resultará frustrante o imposible. Al investigar los crímenes del Destripador, la policía estaba tan empeñada en encontrar similitudes en la escritura que no consideró la posibilidad de que éste usara distintos estilos caligráficos. Nadie investigó el resto de las pistas, como las ciudades que mencionó en sus cartas o los matasellos de los sobres. Si lo hubieran hecho, tal vez habrían descubierto que casi todas las ciudades lejanas tenían puntos en común, como teatros e hipódromos. Muchas formaban parte de los itinerarios de Sickert.
Empecemos por Manchester. Había al menos tres razones para que Sickert viajara a esa ciudad y la conociera bien. La familia de su esposa, los Cobden, tenía propiedades en Manchester. La hermana de Walter, Helena, vivía allí. Sickert tenía amigos y relaciones profesionales en la citada ciudad. Varias cartas del Destripador la mencionan. En una de ellas, en la que el Destripador afirma escribir desde Manchester el 22 de noviembre de 1888, aparece una filigrana incompleta de A Pirie & Sons. En otra carta supuestamente escrita en el East End, también el 22 de noviembre, aparece otra filigrana incompleta de A Pirie & Sons. El papel que Walter y Ellen Sickert comenzaron a usar después de su boda, celebrada el 10 de junio de 1885, tiene la filigrana de A Pirie & Sons.
El doctor Paul Ferrara, director del Instituto de Ciencia y Medicina Forense de Virginia, estableció la primera conexión entre las filigranas mientras examinábamos cartas originales del Destripador y de Sickert en Londres y Glasgow. Enviamos transparencias de las cartas y las filigranas al Instituto, y cuando la filigrana incompleta de las cartas del Destripador y la completa de las cartas de Sickert se escanearon, se ampliaron con un programa informático y se superpusieron en la pantalla del monitor, se comprobó que eran idénticas.
En septiembre de 2001, el Instituto de Ciencia y Medicina Forense de Virginia recibió una autorización del gobierno británico para llevar a cabo pruebas forenses no destructivas de las cartas del Destripador en los archivos municipales de Londres. El doctor Ferrara, la analista de ADN Lisa Schiermeier, el experto en ampliación de imágenes forenses Chuck Pruitt y otras personas viajaron a Londres, y todos examinamos las cartas del Destripador. Los sobres que parecían más prometedores —los que conservaban los sellos y las solapas intactos— se humedecieron y despegaron con sumo cuidado para tomar muestras. Se hicieron fotografías y se comparó la letra.
En Londres investigamos otras colecciones de archivos, examinamos el papel y tomamos muestras de ADN de las cartas, sobres y sellos de Walter Richard; de su primera esposa, Ellen Cobden Sickert; de James McNeill Whistler, y del supuesto sospechoso Montague John Druitt. Algunas de estas pruebas se realizaron con fines de descarte. Por supuesto, ni Ellen Sickert ni Whistler habían sido sospechosos, pero Walter Sickert había trabajado en el taller de Whistler. Enviaba cartas de su maestro y mantenía un estrecho contacto con él y sus pertenencias. Cabía la posibilidad de que el ADN de Whistler —y desde luego el de Ellen— contaminasen los indicios sobre Sickert.
Tomamos muestras de los sobres y sellos de las cartas de Whistler en la Universidad de Glasgow, donde se conserva su prodigiosa colección de documentos. También las tomamos de otros sobres y sellos que hay en los archivos públicos de West Sussex, donde están los papeles de la familia de Ellen Cobden Sickert y, de manera casual, algunos de la familia de Montague John Druitt. Por desgracia, el único documento personal de Druitt era una carta que escribió en 1876, cuando estudiaba en la Universidad de Oxford. El ADN hallado en la solapa y el sello está contaminado, pero se practicarán nuevas pruebas.
Otros documentos que aún están pendientes de análisis son dos sobres que creo que fueron escritos y pegados por el duque de Clarence, y uno del médico de la reina Victoria, el doctor William Gull. En mi opinión, ni Druitt ni ninguno de los supuestos sospechosos tuvieron nada que ver con los asesinatos y las mutilaciones, y me gustaría limpiar sus nombres. Las pruebas de ADN continuarán hasta que agoremos todos los recursos. La importancia de estos análisis trasciende el ámbito de la investigación de los crímenes del Destripador.
No queda nadie vivo a quien acusar y procesar. Jack el Destripador y todos los que lo conocieron llevan décadas muertos. Pero los asesinatos no prescriben, y las víctimas del Destripador merecen justicia. Además, todo lo que podamos hacer para aumentar nuestros conocimientos de la medicina y la ciencia forenses justifica los gastos y las molestias. Yo no albergaba grandes esperanzas de que pudiésemos encontrar una coincidencia de ADN, pero me quedé atónita y desolada ante los resultados de la primera ronda de pruebas, pues no se halló ni un solo signo de vida humana en las cincuenta muestras analizadas. Decidí intentarlo otra vez y analizar otras partes de los sobres y los sellos.
Sin embargo, tampoco encontramos nada. Hay varias explicaciones posibles para estos resultados decepcionantes: la milmillonésima parte de un gramo de células de saliva humana que podría quedar depositada en un sello o en la solapa de un sobre no sobrevivió a los años; el calor que se empleó para laminar las cartas del Destripador con el fin de preservarlas destruyó el ADN nuclear; la deficiente conservación durante un siglo causó la degradación y la destrucción del ADN. O puede que los culpables fueran los adhesivos.
El «baño aglutinante», como se llamaba a estos adhesivos en el siglo XIX, procedía de extractos vegetales, en otros, de la corteza de acacia. En la época victoriana, el sistema postal experimentó una revolución con la aparición del primer sello, el Penny Black
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, utilizado en una carta que se envió desde Bath el 2 de mayo de 1840. La máquina plegadora de sobres se patentó en 1845. Mucha gente era reacia a lamer los sellos o las solapas de los sobres por razones «sanitarias». Esto supuso otro obstáculo para nuestra labor científica, ya que no podíamos saber quién pegaba las solapas con saliva y quién no. La única opción que nos quedaba era hacer una tercera ronda de pruebas, esta vez para buscar ADN mitocondrial.
Los artículos sobre la aplicación de los modernos análisis de ADN a la investigación de crímenes o los conflictos de paternidad suelen hacer referencia al ADN nuclear, que está presente en casi todas las células del cuerpo y procede de ambos padres. El ADN mitocondrial se encuentra fuera del núcleo de la célula. Imaginen un huevo: el ADN nuclear estaría en la yema, por así decirlo, y el mitocondrial se hallaría en la clara. Este último se transmite sólo por vía materna. Aunque la región mitocondrial contiene miles de «copias» de ADN más que el núcleo, los análisis de ADN mitocondrial son muy complejos y costosos, y los resultados podrían ser limitados, ya que este ADN proviene sólo de un progenitor. Las cincuenta y cinco pruebas de ADN se enviaron al Bode Technology Group, un prestigioso laboratorio privado especializado en ADN que obtuvo fama internacional tras su colaboración con el Instituto de Patología de las Fuerzas Armadas para identificar al Soldado Desconocido de la guerra de Vietnam mediante análisis de ADN mitocondrial. En fechas más recientes, el laboratorio Bode ha utilizado esta técnica para identificar a algunas víctimas del atentado terrorista del 11 de septiembre contra el World Trade Centén El análisis de las muestras tardó meses, y mientras yo estaba en la oficina de los archivos municipales de Londres con expertos en arte y en papel, el doctor Ferrara me telefoneó para explicarme que el laboratorio Bode había concluido las pruebas y encontrado ADN mitocondrial en casi todas las muestras. En su mayoría, los perfiles genéticos correspondían a una variedad de personas. Pero seis muestras contenían componentes de la misma secuencia de ADN mitocondrial hallada en el sobre de Openshaw.
Los «marcadores» indican lugares. En los tests de las muestras Sickert/Destripador, los marcadores indican la posición de las bases en la región D-loop del ADN mitocondrial, lo que para casi todo el mundo es tan fácil de visualizar como para mí comprender la ecuación matemática de la relatividad: E = mc2. Uno de los mayores desafíos para los científicos es hacer entender a los profanos qué es el ADN y qué significan los resultados de su análisis. Los carteles con dibujos de huellas dactilares coincidentes suscitan gestos de asentimiento y expresiones de «ah, ahora lo entiendo» en los miembros de un jurado. Pero los análisis de la sangre humana —más allá del flagrante rojo fresco o su vieja y seca presencia en prendas, armas y escenarios de crímenes— siempre ha inducido a la catatonía y a la contracción de las pupilas en ojos que rezuman pánico.
La clasificación de los grupos sanguíneos por el sistema ABO va resultó bastante desconcertante. Pero el ADN hace estallar los transformadores mentales, y la manida explicación de que el perfil genético, o la «huella dactilar» del ADN, es como el código de barras de una lata de conserva no clarifica en lo más mínimo las cosas. No puedo imaginar mi carne y mis huesos como miles de millones de códigos de barras que pueden escanearse en un laboratorio y dar como resultado mi persona. Así que a menudo me sirvo de comparaciones, porque confieso que sin su ayuda no siempre puedo entender las abstracciones de la ciencia y la medicina, aunque me gano la vida escribiendo sobre ellas.
Las muestras del caso de Jack el Destripador podrían compararse con cincuenta y cinco hojas de papel blanco llenas de miles de combinaciones de números. La mayoría de estas páginas tiene manchas, números ilegibles y distintas series de cifras que indican que proceden de distintas personas. Sin embargo, en dos hojas aparece una secuencia de números que corresponde al mismo sujeto; o sea, una secuencia específica: una de estas páginas pertenece a James McNeill Whistler y la otra es un trozo del sello de una carta que el Destripador escribió al doctor Thomas Openshaw, el director del museo del London Hospital.
La secuencia Whistler no tiene nada en común con cualquier otra carta del Destripador ni con el resto de las de otros objetos analizados que no pertenecieron a Whistler. Pero la secuencia del sello de la carta dirigida a Openshaw se encuentra en otras cinco muestras. Estas cinco muestras no corresponden a un mismo sujeto, al menos por lo que sabemos hasta ahora, y presentan una distribución diferente de las bases en la región mitocondrial. Esto podría significar que la muestra estaba contaminada por el ADN de otras personas. Un obstáculo para nuestras pruebas es que el escurridizo Walter Sickert aún no nos ha permitido ver su perfil de ADN. Cuando lo incineraron, nuestra prueba principal quedó consumida por las llamas. A menos que con el tiempo encontremos una muestra pre mórtem de su sangre, piel, pelo, dientes o huesos, jamás conseguiremos resucitar a Walter Richard Sickert en un laboratorio. Pero es posible que hayamos encontrado restos de él.