—Más o menos.
Tenía que volver y arreglar aquello a la menor oportunidad. Ella había cedido lo suficiente como para ir a despedirlo en la escotilla de la lanzadera del
Peregrine
, pero sus adioses habían sido formales y forzados.
—Pues verás —dijo Galeni, tolerante—. Es komarresa. De la familia Toscane. Después de doctorarse en teoría comercial en Komarr, pasó a los negocios consignatarios de la familia. Ahora está destinada en Vorbarr Sultana como encargada permanente del grupo comercial que representa a todas las concesiones komarresas, una especie de interfaz entre ellos y el Imperio. Una mujer brillante.
Viniendo de Galeni, que se había doctorado en historia antes de convertirse en uno de los primeros komarreses admitidos en el servicio militar imperial, era un gran halago.
—Así pues… ¿la estás cortejando o piensas en contratarla para tu departamento?
Miles juraría que Galeni casi se sonrojó.
—Esto es serio, Vorkosigan.
—Y ambicioso también. Si ella es hija de esos Toscane.
—Yo fui hijo de esos Galen, una vez. Cuando los Galen merecían ese particular retintín.
—¿Piensas en volver a levantar la fortuna familiar?
—Mm… los tiempos han cambiado. Y no volverán a ser como antes. Pero siguen cambiando. Es hora de poner un poco de ambición en mi vida, creo. Casi tengo cuarenta años, ¿sabes?
—Y te tambaleas al borde de la completa decrepitud, obviamente. —Miles sonrió—. Bien, enhorabuena. ¿O debería decir, buena suerte?
—Me quedo con la suerte, creo. La enhorabuena es todavía un poco prematura. Pero será adecuada dentro de poco, espero. ¿Y tú?
Mi vida amorosa es demasiado complicada en este momento. O al menos lo es la del almirante Naismith
.
—¡Oh! Te refieres al trabajo. Yo, ah… no estoy trabajando en este momento. Acabo de regresar de una pequeña gira galáctica.
Galeni arqueó una ceja en gesto de complicidad; su propio encuentro varios años atrás con los Mercenarios Dendarii y el «almirante Naismith» seguía vivo en su memoria.
—¿Entras o sales, subes o bajas?
Miles señaló el tubo que bajaba.
—Voy a casa. Tengo unos cuantos días de permiso.
—Entonces ya te veré en la ciudad. —Galeni entró en el tubo, y dirigió a Miles un alegre saludo de despedida.
—Eso espero. Cuídate. —Miles descendió a su vez, y salió en la planta baja.
En el mostrador de seguridad de la entrada, se detuvo, reflexionando sobre un problema menor. Cada vez que había vuelto a casa tras finalizar una misión para SegImp, había llamado un coche del garaje del conde, conducido por un soldado o un criado, o más a menudo había encontrado uno esperándolo cuando salía del cubil de Illyan. Pero los soldados, sirvientes, vehículos y todo el resto de la casa se habían marchado con los condes hacia el palacio del virrey de Sergyar (aunque su madre le había escrito diciéndole que el término «palacio» era una exageración). ¿Entonces debía pedir que pusieran a su disposición un coche del cuartel general de SegImp? ¿O pedir un taxi comercial? Podía estar seguro de que cualquier taxi que entrara allí habría sido examinado primero por Seguridad. Había enviado su exiguo equipaje directamente a casa desde el lanzapuerto.
El día era frío y gris, pero no llovía. Y él acababa de pasar un montón de días atrapado a bordo de una nave de salto decididamente incómoda (aunque rápida). Recogió su abrigo y salió. Sólo tenía órdenes de mantener un guardaespaldas a su servicio en todo momento durante sus viajes galácticos, después de todo.
Había unos cuatro kilómetros entre el cuartel general de SegImp y la Residencia Vorkosigan, ambos edificios situados en el centro de la Ciudad Vieja.
Creo que iré andando
.
Dobló la última esquina de la calle que daba a la Residencia Vorkosigan justo cuando la tarde gris se oscurecía y empezaba a lloviznar, y se felicitó por su promedio. Cuatro kilómetros en… bueno, tal vez no era su marca más rápida, pero al menos no jadeaba buscando aire como le habría sucedido seis meses antes.
El rápido paseo había sido un poco… aburrido. Las calles de la capital estaban repletas del tráfico de la tarde y atiborradas de peatones, que corrían ocupados en sus asuntos, sin dirigir apenas una mirada al hombrecito que daba grandes zancadas vestido con su uniforme militar. Nada de miradas indiscretas, ningún gesto ni ningún comentario desagradable, ni siquiera un signo disimulado para ahuyentar la mutación. ¿Tanta diferencia suponía el haberse librado de la cojera, del aparato de las piernas, y de la mayor parte de la joroba de su espalda? ¿O la diferencia estaba en los barrayareses?
Tres mansiones de estilo antiguo habían compartido antaño el centro de la ciudad. Por razones de seguridad, la del extremo más cercano había sido construida por el Imperio durante el periodo en que el padre de Miles fue regente, y ahora albergaba varios despachos burocráticos menores. La del otro extremo, más estropeada y con problemas de cañerías, había sido derribada y sustituida por un pequeño parque. En su día, hacía siglo y medio, las grandes casas debían haberse alzado magníficas sobre los carruajes tirados por carros y los jinetes que pasaban. Ahora quedaban ensombrecidas por los edificios más altos y modernos del otro lado de la calle.
La Residencia Vorkosigan se encontraba en el centro, apartada de la calle por una estrecha franja verde de césped y jardines, en el punto medio de un camino semicircular. Un muro de piedra rematado con negras puntas de hierro forjado lo rodeaba todo. Los cuatro pisos de grandes bloques de piedra gris, distribuidos en dos alas principales, más varios extraños añadidos arquitectónicos se alzaban en una vasta masa de aspecto arcaico. Lo único que le faltaban eran aspilleras y un foso.
Y unos cuantos murciélagos y cuervos como decoración
. Los murciélagos descendientes de la Tierra eran raros en Barrayar, ya que no había suficientes insectos descendientes de los terrícolas para alimentarlos, y las criaturas nativas llamadas así incorrectamente solían resultar venenosas al ser ingeridas. Una pantalla de fuerza en el interior del muro proporcionaba la auténtica protección, y eliminaba la romántica posibilidad de los murciélagos. Una caseta de hormigón junto a la puerta albergaba a los guardias; en la época culminante de la Regencia, tres pelotones completos de guardias de SegImp se turnaban constantemente para ocupar los puestos emplazados por todo el edificio, y hasta varias manzanas de distancia, vigilar a los importantes hombres del Gobierno que entraban y salían presurosos.
Ahora sólo había un guardia solitario, un joven cabo de SegImp que asomó la cabeza por la puerta abierta al oír los pasos de Miles, salió, y lo saludó. Un hombre nuevo, nadie a quien Miles reconociera.
—Buenas tardes, teniente Vorkosigan —dijo el joven—. Le estaba esperando. Trajeron su equipaje hace un par de horas. Lo escaneé y todo; está preparado para entrar.
—Gracias, cabo. —Miles le devolvió el saludo—. ¿Algo que destacar por aquí últimamente?
—En realidad no, señor. No desde que los condes se marcharon. Casi toda la acción que hemos tenido fue la noche en que una gata salvaje consiguió de algún modo pasar los rayos del escáner y se metió en el campo-maraña. No sabía que los gatos fueran capaces de armar tanto alboroto. Al parecer pensaba que la iban a matar y a comérsela.
Miles vio el envoltorio vacío de un bocadillo en el suelo, contra la pared, y un platillo de leche. Un destello de luz de las filas de monitores vid del perímetro situados en la diminuta habitación trasera de la caseta arrancaba un frío brillo al estrecho portal.
—¿Y lo… hicieron? Quiero decir, ¿la mataron?
—Oh, no, señor. Afortunadamente.
—Bien.
Recogió su maleta, tras una embarazosa pugna con el guardia que trataba de entregársela. Desde las sombras, bajo la silla del guardia, junto al platillo, un par de ojos de un amarillo verdoso le miraron relucientes, cargados de felina paranoia. El joven cabo llevaba una interesante colección de largos pelos de gato decorando la parte frontal de su uniforme, y profundos arañazos a medio curar en las manos. Mantener mascotas estando de servicio iba contra las normas. Nueve horas al día atrapado en aquel diminuto bunker… debía estar aburrido de muerte.
—Las cerraduras de palma han sido todas reprogramadas para usted, señor —continuó el guardia, servicial—. Lo he comprobado todo. Dos veces. ¿Puedo llevarle eso? ¿Sabe cuánto tiempo estará aquí? ¿Sucederá… algo?
—No lo sé. Se lo comunicaré.
El chico ansiaba claramente un poco de conversación, pero Miles estaba cansado. Tal vez más tarde. Miles se volvió para subir por el camino, pero entonces se volvió.
—¿Qué nombre le ha puesto?
—¿Señor?
—A la gata.
Una leve expresión de pánico cruzó el rostro del muchacho, cuando las reglas sobre las mascotas sin duda cruzaron por su mente.
—Er… Zap, señor.
Al menos era sincero.
—Qué adecuado. Continúe, cabo.
Miles le dirigió el saludo de despedida de los analistas de SegImp, dos dedos agitados cerca de la sien; los analistas de SegImp no solían mostrar demasiado respeto por alguien cuyo cociente intelectual fuera más bajo que el suyo, lo que incluía a la mayor parte del resto del Servicio Imperial. El guardia devolvió una versión algo más agradecida.
¿Cuándo empezó SegImp a enviarnos niños como guardianes de las puertas?
Los sombríos hombres que habían patrullado el palacio en la época del padre de Miles habrían ejecutado en el acto al desafortunado gato, y rebuscado después en sus restos algún aparato de rastreo o alguna bomba. El muchacho debía tener…
como mínimo veintiún años, si es de SegImp y tiene ese rango en la capital
. Miles controló un leve estremecimiento, y tomó el sendero hasta la puerta cochera para escapar de la llovizna que empezaba a convertirse en un auténtico chaparrón.
Presionó la cerradura de palma situada a la derecha de la puerta principal; sus dos mitades se abrieron con firme elegancia para admitirle, y se cerraron de nuevo tras él mientras se alejaba del umbral. Le pareció muy extraño abrir la puerta personalmente; siempre había habido un hombre de armas de Vorkosigan con el uniforme de la Casa, marrón y plata, para recibirlo.
¿Cuándo convirtieron esa puerta en automática?
El gran vestíbulo de la entrada, con su suelo pavimentado blanco y negro estaba helado y oscuro, ya que la lluvia y la penumbra de la tarde espantaban la luz. Miles estuvo a punto de decir «¡Luces!», para conseguir iluminación, pero se contuvo; soltó la maleta. En toda su vida, nunca había tenido la Residencia Vorkosigan enteramente para él solo.
—Algún día, hijo mío, todo esto será tuyo —susurró experimentalmente a las sombras. El duro eco de sus palabras pareció alzarse del pavimento de mosaico. Reprimió un leve escalofrío. Se volvió hacia la derecha, y empezó a explorar despacio las instalaciones.
La alfombra de la siguiente habitación ahogó el solitario retumbar de sus botas. Todos los muebles que quedaban (faltaban aproximadamente la mitad) estaban cubiertos con fantasmales sábanas blancas. Recorrió toda la planta baja. El lugar parecía a la vez más grande y más pequeño de lo que recordaba, una paradoja sorprendente.
Comprobó el garaje que ocupaba todo el sótano del ala este. Su propio volador estaba aparcado en un rincón. Un vehículo de tierra blindado, pulido y lujoso pero viejo, ocupaba otro. Pensó en su armadura de combate.
Probablemente tampoco tendría que intentar conducir o volar hasta que este maldito problema de mi cabeza se resuelva
. En el volador, se arriesgaba a matarse si tenía un ataque; en la barcaza de tierra, a cualquiera que hubiese en la carretera. El invierno anterior, antes de estar convencido de que se había recuperado según lo prometido, se había vuelto bastante bueno evitando tener que conducir.
Subió por una de las escaleras traseras hasta la gran cocina de la primera planta. Siempre había sido un local agradable donde pasárselo bien y buscar compañía cuando era niño, lleno de gente interesante y atareada: cocineros y soldados y sirvientes, e incluso algún hambriento Regente Imperial que entraba buscando un bocado. Todavía quedaban algunos utensilios, pero el lugar había sido vaciado de comida, no quedaba nada en los hornos ni en el congelador ni en los frigoríficos, que estaban tibios y desconectados.
Puso en funcionamiento el frigorífico más pequeño. Si iba a quedarse allí algún tiempo, tendría que conseguir comida. O un criado. Un criado sin duda le vendría bien. Sin embargo, no quería que un extraño se instalara allí… Tal vez uno de los jubilados más recientes viviera cerca y pudiera persuadirlo para que volviera durante unos cuantos días. Aunque quizá no se quedaría mucho tiempo. A lo mejor le convenía comprar comida preparada… no rancho militar, gracias. Había una impresionante cantidad de vino y licores, dejados para envejecer sin ser molestados en la bodega de clima controlado, cuya cerradura se abrió con el contacto de su palma. Tomó un par de botellas de un tinto particularmente bueno de la época de su abuelo.
No se molestó en conectar el tubo ascensor, sino que subió ambas botellas y la maleta por la escalera de caracol hasta su dormitorio, situado en la segunda planta del ala lateral y que daba al jardín de atrás. Esta vez encendió las luces, ya que la noche cerrada añadía más peligro que melancolía a sus movimientos en la oscuridad. La habitación estaba exactamente como la había dejado… ¿hacía sólo cuatro meses? Demasiado limpia y ordenada; nadie había vivido de verdad allí durante mucho tiempo. Bueno, Lord Vorkosigan había ido a pasar una buena temporada el invierno anterior, pero no estaba en condiciones de armar demasiado alboroto.
Podría pedir algo de comida. Compartirla con el guardia de la puerta
. Pero realmente no tenía tanta hambre.
Podría hacer cualquier cosa que quisiera. Cualquiera
.
Excepto lo único que quería de verdad: marcharse aquella noche a bordo de la nave de salto más veloz que hubiera con destino a Escobar, o a algún enclave galáctico igualmente avanzado médicamente. Maldijo en silencio. Se dedicó en cambio a deshacer la maleta y guardarlo todo en orden, quitarse las botas y colgar el uniforme, y ponerse ropa cómoda.
Se sentó en la cama y sirvió un poco de vino en el vaso del lavabo. Había evitado el alcohol y toda droga o sustancia afín mientras duró su última misión con los Dendarii; no representó ninguna diferencia para los raros y erráticos ataques. Si se quedaba allí quietecito y solo dentro de la Residencia Vorkosigan hasta su reunión con Illyan, al menos nadie sería testigo si se desencadenaba un nuevo episodio.