Rebelarse vende. El negocio de la contracultura (29 page)

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Authors: Joseph Heath y Andrew Potter

BOOK: Rebelarse vende. El negocio de la contracultura
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Es indudable que en el conflicto planteado entre la rancia filosofía burguesa y el ideario bohemio, ha triunfado claramente este último. Pero ha sido —contrariamente a los aciagos presagios de Bell— dentro de un entorno capitalista no sólo intacto, sino robustecido y más fuerte que nunca. ¿Cómo ha podido pasar esto?

*

Parece obvio que en los veinte años aproximados entre 1970 y 1990 se produjo una espectacular transformación cultural en la sociedad norteamericana. Sobre todo en la década de 1970 se produjo una profunda revolución cultural (no faltan los pedantes dados a repetir que la mayor parte de los cambios asociados con la década de 1960 en realidad sucedieron durante la siguiente). La vieja oligarquía protestante empezó a sucumbir justo cuando la prole nacida en la explosión demográfica terminaba la universidad y accedía a los puestos importantes, firmes en su defensa de la doctrina hippie. Al llegar la década de 1990, cuando este grupo ya era la élite política, económica y cultural del país, dejaban a sus espaldas una sociedad totalmente transformada.

Hoy nadie pone en duda que estos cambios se produjeron. Sin embargo, existen divergencias en cuanto a la naturaleza de esta transformación. Según la versión oficial, la segunda generación de hippies se integró voluntariamente en el sistema —cambiando sus pipas de agua por motos BMW— o el sistema sencillamente los asimiló. Según esta teoría, la contracultura no habría salido del todo victoriosa. Es decir, se trató de un triunfo parcial y vacío de contenido. Las oligarquías que controlaban el sistema hicieron varias concesiones tácticas, pero en cuanto a la doctrina contracultural en sí, no pasaron una por alto. Lo que hicieron fue identificar los elementos más peligrosos, la música en particular, y asimilarlos a través de versiones edulcoradas que el público compraba tomando «gato por liebre». Es decir, que cualquier atisbo revolucionario nacido a partir de 1960 fue sistemáticamente desprovisto de su potencial subversivo por un sistema inherentemente opuesto al cambio. Lo
cool
sería la pátina nostálgica del radicalismo «sesentero».

Un análisis más sutil nos llega de la mano de David Brooks, que opina que los dos bandos de este gran conflicto —lo auténtico y lo carca— sencillamente se
fusionaron
. (¡Qué cosa tan capitalista!) Según esta teoría, la generación de la explosión demográfica acudió en masa a la universidad, lo que produjo una élite desconocida hasta entonces, basada en la educación y la valía intelectual. Sus miembros tardaron poco en descubrir que no era necesario elegir entre un pasado rebelde y un futuro conformista. Ni mucho menos. Incluso podrían seguir haciendo tartas de hachís y hasta comérselas y todo. Lo único que tenían que hacer era inventar un sistema de vida para ser rebeldes, pero con un buen paquete de acciones de la empresa. ¿Alguno de ellos se ha vendido? Pues no, «porque en la disyuntiva entre cultura y contracultura, es imposible saber quién ha asimilado a quién, ya que en realidad los bohemios y los burgueses se han asimilado entre sí».

A esta nueva élite no la mantiene unida una rancia red basada en los contactos familiares, económicos y de viejas amistades escolares. Los
bobos
(apócope de
bourgeois bohemians
, es decir, «bohemios burgueses») son un grupo bastante variopinto de «meritócratas» que viven en lugares como Seattle, Austin, Toronto y Palo Alto, donde desempeñan labores de tipo intelectual en universidades, empresas de alta tecnología y agencias de diseño. Lo que les une es el rechazo conjunto a comprometerse tanto con el sector burgués como con el bohemio: «Tienen dinero sin ser avariciosos; se llevan bien con sus padres sin ser unos conformistas; han llegado arriba sin despreciar descaradamente a los de abajo; han logrado el éxito sin atacar con actitudes rancias el ideal de la igualdad social; llevan una vida desahogada sin caer en los viejos tópicos del consumo conspicuo». Es decir, son un grupito bastante nauseabundo.

Los
bobos
de la primera explosión demográfica se pusieron al frente de un gran grupo al que se ha acabado por denominar la «clase creativa». Como sucedió con la oligarquía social de la década de 1950, este nuevo y poderoso grupo marca las pautas esenciales de la sociedad en su conjunto. Frente a la homogeneidad y el conformismo que definían al «hombre-empresa», estos individuos creativos valoran el individualismo, la capacidad de expresión y la distinción. Fussell ya había vaticinado el auge de los creativos al final de su libro
Class
[Clase], aunque creyó que esta nueva «clase X» sería la primera en lograr trascender la noción de grupo social (cada diez años sus seguidores detectan al último grupo de rebeldes contraculturales y hacen la misma predicción). Según Fussell, estos actores, músicos, artistas y periodistas se convertirían en una especie de aristocracia no adinerada, al lograr «huir por la puerta trasera de la farsa social que encasilla a todos los demás».

El análisis más acertado de este grupo de creativos lo hizo el economista Richard Florida. En contraste con Brooks, que los considera una élite
cultural formadas
por personas individualistas, inconformistas, antiinstitucionales, meritócratas y tolerantes, Florida se da cuenta de que su poder es sobre todo y ante todo
económico
. En su opinión, esto resultaba evidente porque no eran personas que buscaran determinados empleos, sino que los empleos les buscaban a ellos. Al llegar la denominada «nueva economía», la creatividad se convirtió en el eje de la capacidad competitiva y las empresas se vieron obligadas a seguir los pasos de los individuos con ideas (a ciudades como Seattle, Austin, Toronto, Palo Alto…). Los creativos constituyen ahora casi un tercio de la población activa estadounidense y suelen ganar el doble de lo que ganan los miembros de las clases trabajadoras y del sector servicios.

Según Florida, este grupo no triunfó por unir lo auténtico y lo carca en una gigantesca fusión, sino que trascendieron el conflicto en sí. Igual que Tony Blair, hallaron una misteriosa tercera vía entre la filosofía bohemia y la rigurosa ética protestante, llevando a cabo lo que Florida denomina la «gran morfosis». Da pocos detalles, pero el meollo de su argumento es que mientras los hippies bregaban contra los carcas, surgió en torno a San Francisco un discreto grupo de «tarados» —casi todos piratas informáticos— con una nueva ética que Florida llama el «espíritu creativo», que trascendía la oposición entre lo burgués y lo bohemio. En resumen, un buen día decidieron basar el trabajo en la ética de la creatividad.

Sin embargo, tanto si el cambio cualitativo producido durante los últimos treinta años es una fusión como si es una trascendencia, no podemos obviar el hecho de que la estructura básica de la sociedad ha cambiado muy poco. El capitalismo sigue funcionando y Estados Unidos sigue estando igual de jerarquizado que siempre. La noción de que la filosofía bohemia suponía un peligro para el sistema era obviamente errónea. Florida trata este asunto al argumentar que «el término contracultura es erróneo, ya que se refiere exclusivamente a la cultura popular, que es sólo una etiqueta para poder vender lo que sea y sacar dinero». Según él, la comercialización masiva de la cultura hippie no suponía ningún tipo de claudicación, porque «pocos productos culturales tienen un verdadero contenido».

Lo más interesante es el modo en que el concepto de lo
cool
ha transformado la jerarquía social estadounidense. En vez de abolir el sistema de clases, ha
sustituido
al rango como símbolo determinante del prestigio social. En su libro
Nobrow
, John Seabrook
[32]
afirma que el mercado ha eliminado la clásica rivalidad entre el criterio estético de un individuo «culto» y el de uno «inculto», de tal forma que ahora vivimos en un entorno comercial universalmente «desculturizado». Sin embargo, aunque los principios de la antigua ética protestante hayan ido perdiendo influencia, esto no significa que la jerarquía social haya desaparecido. Seabrook afirma que, en muchos sentidos, la subcultura sencillamente se ha convertido en la nueva «cultura superior».

*

En la sociedad tradicional de la burguesía protestante, el puesto que ocupaba cada uno estaba hasta cierto punto determinado por la labor que uno desempeñara (o, en el caso de las mujeres, por la de su marido). En la década de 1950, Packard identificó seis factores que se combinaban para establecer el prestigio de una determinada ocupación: la importancia de la tarea en sí, la autoridad inherente al trabajo, los requisitos culturales y mentales necesarios, la dignidad de la labor realizada y la remuneración económica. A continuación citaba una serie de estudios llevados a cabo durante la década de 1950 con la intención de clasificar los empleos según su prestigio.

Los resultados fueron increíblemente coherentes. Casi todos los encuestados valoraban el cargo de juez del Tribunal Supremo como el más prestigioso del país, seguido casi inmediatamente por el puesto de médico. Otras profesiones altamente valoradas eran la de banquero, ejecutivo empresarial, ministro del gobierno y profesor de universidad. Al ir descendiendo en la lista aparecían los contables, publicistas, periodistas y activistas sindicales.

Esta es una clara enumeración de lajerarquía social que todos identificamos intuitivamente con la sociedad de masas estadounidense de la década de 1950. Las «carreras de prestigio» son vitales para el sistema, al situarse en los niveles más altos de las principales instituciones del país. También son profesiones tremendamente
paternalistas
. Todo juez, ministro, banquero, médico o catedrático establece una relación fiduciaria en la que emplea sus conocimientos y su autoridad. Por lo tanto, los integrantes de estos sectores profesionales no sólo tenían un gran prestigio, sino también un enorme poder e influencia. Eran los personajes centrales de una oligarquía que se mantenía gracias a sus contactos institucionales, familiares y escolares. En este sentido, podían equipararse a los miembros de una aristocracia secular, la élite social que decidía los destinos del país.

Hoy en día, los miembros de este grupo pueden hacer prevalecer su poder en determinados sectores tradicionales, pero la autoridad asociada a su rango está desapareciendo a ojos vista. El prestigio ya no es lo que era; el poder ya no lo detentan los aristócratas burgueses y paternalistas, sino los individuos que son creativos, bohemios y, obviamente,
cool
. Durante la última década y media, este sector creativo ha transformado el entorno cultural y económico. Sin embargo, este cambio resulta fácil de entender. En una economía capitalista moderna, la cultura y la educación son mucho más importantes que el rango y los contactos sociales. El mercado exige una enorme movilidad social. No pocos miembros de la clase dominante tienen puestos de trabajo en dos o tres ciudades a la vez. Y, por último, la riqueza es hoy mucho menos importante que el sueldo para poder tener un determinado estilo de vida y unos hábitos de consumo. Los estadounidenses verdaderamente ricos —desde las estrellas de cine hasta los ejecutivos de los grandes estudios— viven de sus sueldos, no de sus inversiones.

En otras palabras, la oligarquía burguesa sobria y sedentaria, cuyo estilo de vida imitaba el de la aristocracia británica tradicional, tenía sus días contados desde el primer momento. Era obvio que sucumbiría aplastada por las huestes capitalistas. El bohemio inquieto, individualista y liberal tiene mucho más en común con ese capitalismo cuyas fortunas pueden ganarse y perderse en una sola tarde, cuyos flujos de capital atraviesan el mundo con un simple clic de ordenador, cuya economía se mueve tan deprisa que nadie puede contenerla y, ante todo, cuyo dinero tiene siempre el mismo color, independientemente de su dueño. Al contrario que la mentalidad burguesa, cuyos principios sociales son básicamente feudales, la mentalidad «auténtica» o
cool
expresa sin ambages el espíritu capitalista.

Esta profunda transformación social se expresa claramente en el mundo profesional. Lo que la gente quiere hoy en día ya no es una profesión de las que se consideraban prestigiosas antes, como la carrera de médico. El trabajo
cool
se ha convertido en el santo grial de la economía moderna. El mundo laboral estadounidense hace ya años que está al cabo de la calle en este asunto. Una persona de mediados del siglo pasado se quedaría atónita al entrar en una oficina moderna de hoy en día. Flexible en cuanto a vestimenta y horarios, capaz de adaptarse a los flujos y reflujos de la marea creativa… Casi parece una comuna hippie dirigida por profesionales. Un lugar de trabajo creativo tendrá un diseño diáfano (sin cubículos), techos altos, iluminación indirecta y mucho arte moderno colgado por las paredes. En vez de un comedor habrá mucho espacio libre «para relajarse» donde los empleados podrán botar un balón, jugar a juegos de vídeo, hacer gimnasia o prepararse un buen café exprés. Cuando llega el día de cobrar, los creativos no piden sólo dinero contante y sonante; también quieren entradas para un partido de fútbol, sesiones de masaje gratis y comida preparada para llevársela a casa. Y, como sucede con todas las clases dominantes, suelen conseguir lo que se proponen.

*

Así como los creativos exigen un entorno laboral
ad hoc
, no están dispuestos a trabajar en una ciudad cualquiera. Tienen que vivir en lo que se denominan «comunidades
cool»
y rodeados de personas semejantes. Para atraer a los profesionales con talento, ya no basta con que una ciudad tenga poca delincuencia, aire limpio, agua potable, una red de transporte público decente y un buen puñado de museos y galerías de arte. Ahora no queda más remedio que atender al sector creativo, es decir, contar con un buen sistema de reciclaje de residuos y suficientes cafeterías modernas, restaurantes vegetarianos y tiendas bien abastecidas de productos orgánicos. La población deberá ser variada y tolerante y deberá incluir un elevado número de inmigrantes y personas homosexuales. Hará falta una un ambiente nocturno animado, con abundantes discotecas y bares de música. La situación geográfica deberá ser óptima, es decir, próxima a lugares donde se pueda hacer ciclismo, montañismo y piragüismo. Según un informe que hizo en el año 2001 una empresa llamada Next Generation Consulting, San Francisco es la ciudad más
cool de
Estados Unidos (un dato como éste se vende muy caro), seguida de Minneápolis, Seattle, Boston y Denver.

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