Authors: Jorge Molist
Consultó su reloj de pulsera. Se retrasaba, pero no lo suficiente aún para inquietarse.
Y entonces la vio. Cruzaba la puerta con paso decidido. Vestía un traje de chaqueta de tonalidad casi negra, elegante. La falda corta y sus medias oscuras moldeaban sus largas piernas encaramadas en zapatos de tacón de aguja.
Rich permaneció sentado contemplándola satisfecho mientras ella se detenía mirando a su alrededor. Al fin, al encontrarlo, le dedicó una amplia sonrisa antes de acercarse. Su melena negra enmarcaba unos seductores ojos verdes y los labios dibujaban una promesa.
Rich se levantó para cogerle la mano en ademán de besársela. Pero sólo era un gesto medido.
—Me alegro de verte, Muriel.
—Hola, Rich.
—Te agradezco que hayas podido venir a pesar de avisarte con tan poco tiempo.
—Tuve que cancelar otro compromiso, pero no importa.
—Bien. Gracias por hacerlo. ¿Qué tal si vamos al bar?
—¿Bar? Creía que íbamos a cenar.
—Sí, por descontado. Pero primero te invito a una copa para celebrar haber ganado la cuenta de Friendlydog. Supongo que la aceptarás, ¿verdad?
Muriel le lanzó una mirada intencionada, escrutadora, para luego suavizarla sonriendo. Le gustaban el porte elegante y el pelo canoso de Rich, le conferían un aire sólido, enigmático. Las facciones agradables y su sonrisa segura le daban aspecto de galán de cine. Pero sobre todo notaba poder en aquel hombre. Lo notaba en sus gestos, en sus movimientos, en sus palabras. La atraía.
—Acepto.
Se instalaron en una mesita del bar, lleno de gente en la barra, bullicioso y concurrido en aquella hora. Un grupo de hombres de negocios discutiendo sobre béisbol, turistas orientales que parecían esperar al líder y gentes varias, difíciles de catalogar entre turismo o trabajo.
Rich pidió champán, y cuando lo sirvieron levantó su copa para brindar.
—Por la más prometedora de las ejecutivas de nuestra agencia.
—Gracias. —Chocaron copas y bebieron.
—Muriel, estoy seguro de que es a ti a quien debemos este éxito. Tu parte, y en especial el trabajo hecho en las propuestas de diseño de marca, fue determinante para que ganáramos. Muy inteligente.
Ella dibujó una sonrisa cauta y siguió escuchando con atención. Le encantaban los elogios y mucho más si éstos provenían de Rich.
—¿Cómo conseguiste convencer al equipo creativo para que lo hiciera? Debieron de trabajar muchas horas. Mi experiencia con ellos es que sin un encargo formal de sus jefes jamás desarrollan un proyecto tan costoso. He comprobado que no recibieron orden oficial para rediseñar la imagen de la marca, sin embargo lo hicieron, y su aportación fue decisiva. ¿Cómo lo lograste?
—Mi trabajo consiste en persuadir, Rich, y soy muy buena en mi trabajo.
Rich sonrió ante la audacia. Desde luego, aquella muchacha tenía mucha seguridad en sí misma.
—¿Cuáles son tus ambiciones? —Ella se sobresaltó frente a una pregunta tan directa.
—¿A corto o a largo plazo?
—Ambos.
—Ahora quiero el puesto de Mike —repuso Muriel, sin vacilar y mirándolo a los ojos intensamente—. Y luego ya veré. —Una sonrisa—. Quizá el tuyo.
El hombre tomó un sorbo de champán; disfrutaba de la conversación.
—Sí, creo que, como tú dices, eres buena en tu trabajo. Quizá incluso tanto como proclamas. Y eres ambiciosa, pero las cosas en la vida no vienen sólo porque tú las quieras. Hay que trabajar duro por ellas.
—¡Pero Rich! ¿Insinúas que no trabajo suficiente? ¡Si estoy quemando mi juventud para lograr que tu agencia triunfe!
—Aunque seas brillante y trabajes mucho, hace falta algo más.
—¿Qué más?
—También necesitas pertenecer a un grupo, no estar sola, tener quien te apoye.
Muriel escrutaba con su mirada verde la sonrisa, ingenua en apariencia, de aquel hombre.
—¿Y qué hay que hacer para conseguirlo?
—No lo sé. Yo no tengo el secreto. —Él amplió su deliciosa sonrisa—. ¿Qué opinas tú?
—Tampoco lo sé —repuso con cautela—. Pero estoy segura de que, dada tu experiencia, sí que tienes alguna idea.
—Adivino que funciona con acuerdos no escritos, tipo: tú me ayudas a mí y yo a ti. Hoy haces algo por mí, yo lo hago mañana por ti.
—¿Y qué quieres que haga yo hoy por ti? —Ahora ella lo miraba inocente.
Rich dejó que la pregunta flotara entre los dos. Y levantando la copa de champán, se entretuvo atisbando las luces del bar a través del vidrio, después la puso frente a Muriel y fue bajándola, con lentitud, mirando por encima del borde de cristal primero sus ojos y luego sus labios.
—Es muy posible que tarde o temprano estalle una lucha de poder dentro de la agencia. Te quiero a mi lado.
—¿Y qué comporta eso?
—De momento, no mucho. Después dependerá de lo que ocurra.
—Dime más. ¿A qué me obligo estando contigo?
—Ya veremos cuando la ocasión surja. Eso es todo lo que puedo contarte ahora. —Su mirada se había vuelto dura—. Lo tomas o lo dejas.
—Es ambiguo.
—Es como es. ¿Trato hecho? —Su voz era perentoria, estaba serio. Ella pensó con rapidez. No perdía nada y sería estúpido desaprovechar la oportunidad de aliarse con Rich.
—¡Trato hecho!
Muriel levantó su copa y un suave tintineo de cristal sirvió de rúbrica para aquel misterioso acuerdo del cual ella desconocía los términos. Sintió temor. Presentía que acababa de alistarse como peón en un juego muy peligroso.
El maître apareció con los menús y con una inclinación de cabeza los ofreció, primero a Muriel y luego a Rich. Recitó los platos especiales del día y se fue concediéndoles unos minutos para pensar.
—¿Sabes que la agencia tiene una suite reservada en el hotel?
—No, no lo sabía.
—Es en el último piso, y pensé que te gustaría ver la vista que tiene sobre la ciudad —hablaba mirando la carta, como si la informara de algo nimio y obvio—. Lo he arreglado todo para que nos sirvan allí la cena.
Muriel se lo quedó mirando mientras múltiples pensamientos surcaban su mente. No recordaba haber oído nunca que la agencia tuviera una suite permanente en el Biltmore. Aquella cena podría convertirse en muy íntima, demasiado. Podría terminar en la cama; claro, eso era lo que él buscaba. Pero no, ella no quería traicionar a Jeff. No lo haría. Lo amaba.
Ése era el momento de decirle que prefería cenar en el restaurante, que no iba a subir a la suite. Sí, eso haría, mejor decir no ahora que tener que pararle los pies arriba. Claro que, incluso en la suite, ella era capaz de negarse con la habilidad precisa; sabía manejar a la gente.
Además, ¿iba a darle la impresión de que le tenía miedo? ¡Claro que no! Estaba segura de que él continuaba evaluándola, midiendo sus reacciones. Ella controlaría la situación, si fuera necesario, sin problemas. No, no pasaría nada. Al menos nada que ella no quisiera. Aunque aquel hombre era atractivo en extremo. Podía oler su perfume; perfume de poder. Pero no pasaría nada. Ella amaba a Jeff y no lo traicionaría.
Sus miradas se encontraron cuando él levantó sus ojos de la carta. Rich sonreía y ella se estremeció.
—¿De acuerdo?
—De acuerdo.
Jeff ya había pedido su tercer whisky, y la gente hablaba muy alto para hacerse oír por encima del bullicio. El bar estaba lleno. Pero la conversación entre Jeff y Carmen languidecía. Fue entonces cuando él lo dijo:
—Pareces más tú mi novia que no Muriel. —A Carmen le dio un vuelco el corazón.
—¿Por qué lo dices? —Intentó disimular su azoramiento con una breve sonrisa.
—Porque últimamente paso más tiempo contigo que con ella.
—Ya sabes que Muriel es muy activa y siempre está ocupada.
—Demasiado. —Jeff hizo una pausa, como para aclarar sus pensamientos, mientras paseaba su mirada por el bar. Luego sus ojos buscaron los de Carmen y se los clavó, intensos—. ¿Qué está pasando? Siento a Muriel distante; creo que está perdiendo el interés por mí. Tú la conoces bien, sois amigas íntimas. Cuéntame qué le pasa.
Carmen tragó saliva. ¿Qué podía contestarle? ¿Que el último plantón fue porque Muriel estuvo almorzando con Rich sin molestarse en avisarlo o en contárselo? Sus intereses personales y su lealtad para con su amiga entraban ahora en un serio conflicto. No había nada que ella deseara tanto como tener a Jeff, pero la ruptura entre Muriel y Jeff no garantizaba en absoluto que él se interesara por ella. Es más, mientras Jeff saliera con Muriel, lo tendría cerca. Si rompían antes de que él mostrara algún interés por su persona, el chico quizá desapareciera para siempre de la vida de ambas. No podría soportar dejar de verlo.
—No lo sé. Pienso que ha sufrido un gran estrés estos días con la presentación de Friendlydog y que luego la espera, hasta saber el resultado, ha sido aún peor.
—Creo que es algo más que estrés...
Carmen bebió de la ancha copa y le lanzó una mirada cálida. Se sentía atractiva. ¿Podría seducir a Jeff o simplemente estaba tan ciego con Muriel que no la veía a ella? Carmen deseaba ahora tener el don que tanto la asustaba y que tanto había querido evitar de intuir el futuro. Pero el futuro con Jeff se mostraba completamente opaco para ella y se sentía condenada a sufrir todas las incertidumbres y todas las dudas del mundo.
—Muriel es muy ambiciosa, Jeff, tú lo sabes. Y esa ambición la hace estar más tensa de lo que tú y yo podamos estar.
—Pero hay algo más, Carmen. Hay algo más —repuso Jeff, negando con la cabeza.
Su mirada se perdía en un mundo interior mientras tomaba un sorbo de su vaso. Carmen apreciaba tristeza en sus palabras y sintió una gran ternura por él. Deseaba abrazarlo.
—¿Hay otro hombre? Dímelo, Carmen. Tú eres mi amiga, tengo que saberlo.
—No sé nada, Jeff.
—Si te enteras de algo, ¿me lo contarás? —La miraba suplicante, ansioso.
Carmen desvió los ojos, callando; no sabía qué decir.
—Por favor, Carmen. —Apoyó su mano en la de ella y Carmen sintió que se deshacía—. Por favor.
Sus miradas se enredaron la una en la otra.
—Por favor, Carmen. Prométeme que si averiguas que hay otro hombre me lo contarás.
Tenía una lágrima en la mejilla.
—¡Di que sí! —murmuró.
Ella no podía apartar sus ojos de los de él.
—Por favor, di que lo harás —insistió con desespero.
—Sí.
Al entrar en la suite, por unos instantes, Muriel deseó huir. Se sentía expectante, excitada y, raro en ella, algo tímida. La vista sobre la ciudad que Rich le mostraba no era, ni con mucho, lo espectacular que él le había anticipado. Acostumbrada a la altura de su despacho en la oficina, aquel hotel, construido a principios del siglo pasado, resultaba un edificio bajo. El sonido de otra botella de champán descorchándose a sus espaldas la hizo volverse. «Es una encerrona, lo tiene todo preparado», pensó al verlo poner la botella en una cubitera repleta de hielo. Rich le ofreció un nuevo brindis.
—¿Sabes que en esta suite se citaron en un buen número de ocasiones el presidente Kennedy y Marilyn Monroe?
—No, no lo sabía.
—Pero no busques ninguna placa de bronce conmemorativa en la pared... bueno, aún no. En este hotel aún creen que la discreción es parte del negocio. —Rich le dedicaba una amplia sonrisa de mirada azul. Alzó su copa en un brindis—: Por Marilyn.
—Por John F. —Al bajar su copa, Muriel se encontró con la mirada de Rich, una mirada que tiraba de ella como si fuera un lazo. Deseaba escapar y dio un paso atrás. Él parecía percibir su turbación y, siempre con la sonrisa acunándose en sus labios, como para darle espacio, se sentó en un sofá.
—Claro que han cambiado la decoración y el mobiliario —dijo, abarcando con un gesto los muebles contemporáneos, las paredes y las alfombras de colores crema, tostados y pastel—. ¡Qué pena! —Y se quedó mirándola desde su asiento.
Ella, de pie y sujetando la copa con las manos, contemplaba su entorno afirmando con la cabeza.
—¿Sabes que en este hotel se entregaron once ediciones de los Oscar?
—Pues no. —Muriel se sentía ridícula por su reacción anterior y acudió a sentarse en un sillón cercano a Rich. Ella no le tenía miedo, podía controlar la situación.
—Y que aquí han rodado un montón de películas, desde
Vértigo
hasta
Bugsy
y
El golpe.
—Y Rich inició un relato explicativo sobre el lugar y, conforme él charlaba, Muriel se dejaba arrullar por la conversación mundana, repleta de historias de
glamour
y sueños de champán; se relajaba, cogía confianza.
Un maître y un camarero subieron a servir la cena en un carrito que una vez dispuesto se convirtió en una mesa soberbiamente adornada con manteles y flores. Supervisado el montaje, la aceptación de los vinos y que ambos estaban satisfechos con el primer plato, el maître dejó el servicio en manos del mozo. Éste, discreto, desaparecía para aparecer con el siguiente plato mostrando un perfecto sentido del tiempo y anunciando siempre su llegada con un discreto toque en la puerta. Nunca entraba hasta que Rich lo invitaba a hacerlo; intimidad perfecta.
Rich era un conversador fascinante y la colmaba de elogios. Una cena espléndida, pero Muriel sentía que los halagos la llenaban más que la comida.
Antes de desaparecer definitivamente, el muchacho sirvió unos whiskys, cambió la música ambiente a un canal de música bailable y moderó la intensidad de la luz de la suite. Con el vaso en la mano, Rich la condujo a contemplar de nuevo las luces de la ciudad, mientras el mozo retiraba la mesa. La vista del corazón del Downtown era ahora mucho más bella de como Muriel la había percibido a su llegada, y al moverse un poco hacia atrás lo notó a él. Era un roce ligero que le produjo placer. Ella hizo como si no se percatara del contacto y se mantuvo expectante. ¿La cogería por el talle o por los hombros? ¿Qué haría Rich?
Pero él se limitó a comentar lo hermosa que era la vista y no hizo más. Y cuando el mozo se despidió, después de preguntar si deseaban algo, él propuso que se sentaran. En el camino, Muriel lanzó una rápida mirada a la gran cama que se distinguía a través de las puertas correderas, medio cerradas, que separaban el amplio salón de un no menos amplio dormitorio. ¿O estaban las puertas medio abiertas?
Al acomodarse, ella en el sofá y él en el sillón, sólo los separaba la mesilla esquinera. De hecho, sus pies casi se tocaban.