Por qué fracasan los países (63 page)

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Authors: James A. Daron | Robinson Acemoglu

BOOK: Por qué fracasan los países
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¿Cómo se llegó a esta situación? Uzbekistán, como el resto de las repúblicas socialistas soviéticas, se suponía que lograría su independencia tras la caída de la Unión Soviética y que desarrollaría una democracia y una economía de mercado. Sin embargo, como en muchas otras repúblicas soviéticas, no sucedió nada de esto. El presidente Karímov, que empezó su carrera política en el Partido Comunista de la vieja Unión Soviética, logrando el puesto de primer secretario de Uzbekistán en el oportuno momento de 1989, justo cuando cayó el Muro de Berlín, logró reinventarse a sí mismo como nacionalista. Con el apoyo crucial de las fuerzas de seguridad, en diciembre de 1991 ganó las primeras elecciones presidenciales de Uzbekistán. Tras hacerse con el poder, reprimió a la oposición política independiente. Sus adversarios están ahora encarcelados o en el exilio. No existen medios de comunicación libres en Uzbekistán, y no se permite la existencia de organizaciones no gubernamentales. El punto álgido de la represión llegó en 2005, cuando posiblemente setecientos cincuenta manifestantes, o quizá más, fueron asesinados por la policía y el ejército en Andijon.

Utilizando este dominio de las fuerzas de seguridad y el control total de los medios de comunicación, Karímov primero amplió su mandato presidencial a cinco años, a través de un referéndum, y después ganó la reelección para un nuevo mandato de siete años en el año 2000, con el 91,2 por ciento de los votos. ¡Su único adversario declaró que había votado por Karímov! En su reelección de 2007, considerada en general como fraudulenta, obtuvo el 88 por ciento de los votos. Las elecciones de Uzbekistán son parecidas a las que solía organizar Stalin en el apogeo de la Unión Soviética. Una de 1937 fue cubierta célebremente por el corresponsal de
The New York Times
Harold Denny, quien reprodujo una traducción de
Pravda,
el periódico del Partido Comunista, que tenía como fin trasladar la tensión y la emoción de las elecciones soviéticas:

 

Ya es medianoche. El 12 de diciembre, el día de las primeras elecciones generales, igualitarias y directas a Sóviet Supremo, ha llegado a su fin. Está a punto de anunciarse el resultado de la votación.

La comisión permanece sola en su sala. Hay silencio y las lámparas brillan solemnemente. Entre la expectación general atenta e intensa, el presidente realiza todas las formalidades necesarias antes de contar los votos: comprueba con la lista cuántos votantes había y cuántos han votado, y el resultado es el 100 por ciento. ¡El 100 por ciento! ¿Qué elecciones en qué país y por qué candidato han conseguido una respuesta del 100 por ciento?

Ahora empieza el tema principal. Agitado, el presidente inspecciona los sellos de las urnas. A continuación los inspeccionan los miembros de la comisión. Los sellos están intactos. Se cortan los precintos y se abren las urnas.

Silencio. Se sientan atentos y con aspecto serio los ejecutivos e inspectores de elecciones.

Ha llegado el momento de abrir los sobres. Tres miembros de la comisión cogen las tijeras. El presidente se levanta. Los escrutadores tienen sus cuadernos listos. Se abre el primer sobre. Todos los ojos se dirigen a él. El presidente coge dos papeles: blanco [para un candidato a sóviet de la Unión] y azul [para un candidato a sóviet de las nacionalidades] y lee alto y claro: «El camarada Stalin».

La solemnidad se rompe al instante. Se forma un gran revuelo, ya que todos en la sala saltan y aplauden con alegría por la primera votación de las primeras elecciones generales secretas bajo la Constitución estalinista: un voto con el nombre del creador de la Constitución.

 

Esta atmósfera habría capturado el suspense que rodeaba a las reelecciones de Karímov, que parece un alumno aventajado de Stalin en lo que se refiere a represión y control policial y parece organizar elecciones que compiten con las de Stalin en cuanto a surrealismo.

Bajo Karímov, Uzbekistán es un país con instituciones políticas y económicas muy extractivas. Y es pobre. Probablemente, un tercio de la población viva en la pobreza, y la renta media anual es de alrededor de mil dólares. No todos los indicadores económicos son malos. Según datos del Banco Mundial, la matriculación escolar es del 100 por ciento... Bueno, excepto posiblemente durante la temporada de recogida del algodón. La alfabetización es también muy elevada, aunque, además de controlar todos los medios de comunicación, el régimen también prohíbe libros y censura Internet. La mayoría de las personas reciben sólo el equivalente a unos céntimos al día por recoger algodón, excepto la familia Karímov y los antiguos mandos comunistas que se reinventaron después de 1989 como las nuevas élites políticas y económicas de Uzbekistán, que han pasado a ser espectacularmente ricas.

Los intereses económicos familiares están dirigidos por la hija de Karímov, Gulnora, que se espera que ocupe la presidencia después de su padre. En un país tan poco transparente y tan reservado, nadie sabe con exactitud qué controla la familia Karímov ni cuánto dinero gana, pero la experiencia de la empresa estadounidense Interspan revela lo que ha sucedido en la economía uzbeca en las dos últimas décadas. El algodón no es la única cosecha agrícola; hay zonas del país que son ideales para cultivar té, e Interspan decidió invertir allí. En 2005, había conseguido más del 30 por ciento del mercado local, pero entonces empezaron los problemas. Gulnora decidió que la industria del té parecía prometedora desde el punto de vista económico. Al poco tiempo, el personal local de Interspan empezó a ser detenido, golpeado y torturado. Se hizo imposible operar y, en agosto de 2006, la empresa se había retirado. Sus activos pasaron a manos de la familia Karímov, que estaba ampliando rápidamente sus intereses en el sector del té. En aquel momento, su cuota de mercado había pasado, en dos años, del 2 por ciento al 67 por ciento.

Desde muchos puntos de vista, Uzbekistán parece una reliquia del pasado, de una época olvidada. Es un país que languidece bajo el absolutismo de una única familia y de sus cómplices, con una economía basada en el trabajo forzado, más concretamente en el trabajo forzado infantil. Sin embargo, no es en realidad una reliquia. Forma parte del mosaico actual de sociedades que fracasan bajo instituciones extractivas, y, por desgracia, tiene muchos puntos en común con otras antiguas repúblicas socialistas soviéticas, desde Armenia y Azerbaiyán hasta Kirguistán, Tayikistán y Turkmenistán; y nos recuerda que, incluso en el siglo
XXI
, las instituciones políticas y económicas extractivas pueden adoptar una forma extractiva atroz y descarada.

 

 

Cómo influir en la igualdad de oportunidades

 

La década de los noventa fue un período de reforma en Egipto. Desde que el golpe militar había eliminado a la monarquía en 1954, Egipto había sido dirigido como una sociedad casi socialista en la que el gobierno tenía un papel central en la economía. Muchos sectores de la economía estaban dominados por empresas que pertenecían al Estado. Con los años, la retórica del socialismo caducó, los mercados se abrieron y el sector privado se desarrolló. Sin embargo, no se trataba de mercados inclusivos, sino de mercados controlados por el Estado y por un reducido número de hombres de negocios aliados con el Partido Nacional Demócrata (NDP), fundado por el presidente Anwar Sadat en 1978. Los hombres de negocios se implicaron cada vez más con el partido, y éste, cada vez más con ellos bajo el gobierno de Hosni Mubarak, que asumió la presidencia en 1981 tras el asesinato de Anwar Sadat, y gobernó con el NDP hasta ser apartado del cargo por la fuerza del poder militar y las protestas populares en febrero de 2011, como comentamos en el prefacio.

Los hombres de negocios principales fueron asignados a puestos clave del gobierno en áreas relacionadas estrechamente con sus intereses económicos. Rasheed Mohamed Rasheed, antiguo presidente de Unilever AMET (África, Oriente Próximo y Turquía), se convirtió en ministro de Industria y Comercio Exterior; Mohamed Zoheir Wahid Garana, propietario y director general de la Garana Travel Company, una de las empresas de viajes más grandes de Egipto, pasó a ser ministro de Turismo; Amin Ahmed Mohamed Osman Abaza, fundador de la Nile Cotton Trade Company, la empresa exportadora de algodón más grande de Egipto, se convirtió en ministro de Agricultura.

En muchos sectores de la economía, los hombres de negocios convencieron al gobierno para que limitara la entrada a través de la regulación estatal. Estos sectores incluían medios de comunicación, hierro y acero, automoción, bebidas alcohólicas y cemento. Cada sector estaba muy concentrado y tenía elevados obstáculos de entrada que protegían a los hombres de negocio y a las empresas que disponían de conexiones políticas. Los grandes hombres de negocios próximos al régimen, como Ahmed Ezz (hierro y acero), la familia Sawiris (multimedia, bebidas y telecomunicaciones) y Mohamed Nosseir (bebidas y telecomunicaciones), no recibían únicamente protección del Estado, sino también contratos del gobierno y grandes préstamos bancarios sin tener que presentar garantías. Ahmed Ezz era a la vez presidente de Ezz Steel, la mayor empresa del país en el sector del acero, que producía el 70 por ciento del acero de Egipto, y también era miembro de alto rango del NDP, presidente del Comité de Planificación y Presupuesto de la Asamblea del Pueblo, y un estrecho colaborador de Gamal Mubarak, uno de los hijos del presidente Mubarak.

Las reformas económicas de la década de los noventa fomentadas por economistas y por instituciones financieras internacionales tenían como objetivo liberalizar los mercados y reducir el papel del Estado en la economía. Un pilar clave de aquellas reformas omnipresentes fue la privatización de activos propiedad del Estado. La privatización mexicana (capítulo 1), en lugar de aumentar la competencia, convirtió los monopolios propiedad del Estado en monopolios en manos privadas. Por lo tanto, fue un proceso que enriqueció a hombres de negocios con conexiones políticas como Carlos Slim. En Egipto, ocurrió exactamente lo mismo. Los hombres de negocios conectados con el régimen pudieron influir directamente en la implantación del programa de privatización de Egipto para que favoreciera a la rica élite empresarial, conocida como «ballenas» en su país. En el momento en el que empezó la privatización, la economía estaba dominada por 32 de aquellas ballenas.

Una era Ahmed Zayat, que dirigía el Luxor Group. En 1996, el gobierno decidió privatizar Al Ahram Beverages (ABC), que tenía el monopolio de la fabricación de cerveza en Egipto. Llegó una oferta de un consorcio de la Egyptian Finance Company, dirigido por el promotor inmobiliario Farid Saad, junto con la primera empresa de capital de riesgo formada en Egipto en 1995. El consorcio incluía a Fouad Sultan, antiguo ministro de Turismo, a Mohamed Nosseir y a Mohamed Ragab, otro hombre de negocios de la élite. El grupo estaba bien conectado, pero no lo suficiente. Su oferta de cuatrocientos millones de libras egipcias fue rechazada por ser demasiado baja. Zayat estaba mejor conectado. No tenía el dinero para comprar ABC, así que propuso un plan ingenioso del estilo de Carlos Slim. Las acciones de ABC se introdujeron en la bolsa de Londres por primera vez y el grupo Luxor adquirió el 74,9 por ciento de ellas a 68,5 libras egipcias por acción. Tres meses después, las acciones se dividieron en dos, y el grupo Luxor pudo venderlas todas a 52,5 libras cada una, lo que produjo un beneficio del 36 por ciento, con el que Zayat pudo financiar la compra de ABC por 231 millones de libras al mes siguiente. En aquel momento, ABC lograba un beneficio anual de alrededor de 41,3 millones de libras egipcias y tenía reservas de efectivo de 93 millones de libras egipcias. Era una ganga. En 1999, la recién privatizada ABC amplió su monopolio de la cerveza al vino comprando Gianaclis, el monopolio nacional del vino privatizado. Gianaclis era una empresa muy rentable, protegida por un arancel del 3.000 por ciento que se cobraba a los vinos importados, y tenía un 70 por ciento de margen de beneficios en lo que vendía. En el año 2002, el monopolio volvió a cambiar de manos cuando Zayat vendió ABC a Heineken por 1.300 millones de libras egipcias, con lo que obtuvo un beneficio del 563 por ciento en cinco años.

Mohamed Nosseir no había estado siempre en el lado de los perdedores. En 1993, compró la privatizada El Nasr Bottling Company, que tenía derechos de monopolio para embotellar y vender Coca-Cola en Egipto. Las relaciones de Nosseir con el entonces ministro del Sector Empresarial Público, Atef Ebeid, le permitieron hacer la compra sin demasiada competencia. Al cabo de dos años, Nosseir vendió la empresa por más de tres veces el precio de compra. Otro ejemplo fue el paso a finales de los noventa para implicar al sector privado en la industria del cine estatal. Una vez más, las conexiones políticas implicaron que solamente se permitiera a dos familias ofertar y operar los cines. Una de ellas fue la familia Sawiris.

Hoy en día, Egipto es una nación pobre. No tan pobre como la mayoría de los países del sur, en el África subsahariana, pero alrededor del 40 por ciento de su población es muy pobre y vive con menos de 2 dólares al día. Lo irónico es que, como vimos anteriormente (capítulo 2), en el siglo
XIX
Egipto fue el lugar en el que se intentó inicialmente con éxito un cambio institucional y una modernización económica bajo Muhammad Ali, que generó un período de crecimiento económico extractivo antes de ser anexionado efectivamente por el imperio británico. Durante el período colonial británico, aparecieron una serie de instituciones extractivas que continuaron tras pasar a manos de los militares después de 1954. Hubo cierto crecimiento económico e inversión en educación, pero la mayoría de la población tenía pocas oportunidades económicas, mientras que la nueva élite se beneficiaba de sus conexiones con el gobierno.

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