Ponga un vasco en su vida (15 page)

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Authors: Óscar Terol,Susana Terol,Iñaki Terol,Kike Díaz de Rada

Tags: #Humor

BOOK: Ponga un vasco en su vida
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La segunda cosa que llama enseguida la atención es el raudal de luz que entra por la ventana del fondo. Claramente se ve que no es la luz de la luna. Ni siquiera una luz cálida propia del atardecer. El sol entra decidido por esa ventana e ilumina con potencia el lateral derecho. Vamos a ver: estamos en la Judea del año 33, más o menos entre los meses de marzo y abril. No hay cambios horarios ni atrasos ni adelantos.
¡Y es de día!
Da Vinci claramente nos está insinuando que de cena nada. Como mucho, podría tratarse de una merienda-cena, que hubiesen quedado a las cinco y media-seis para echar un bocadito y un par de tragos. Pero no parece muy seguro. Conviene recordar que los apóstoles se durmieron como ceporros en el huerto de los olivos. Y, milagros aparte, eso no es seña de una frugal colación. Jesús tenía que estar seguro de que su destino se cumpliría. Por lo tanto, seguro que encargó a Judas que organizara una de órdago. Y vaya si se la organizó.

E
L ÚLTIMO
¿
ALMUERZO
?

Lo más probable es que Judas, con buen criterio, dado que los apóstoles tenían todo el tiempo del mundo, organizara un almuerzo; todo el mundo sabe que cenar demasiado no es bueno para la salud. Pero la cosa se le fue de las manos —venga otro traguito, que a gustito estamos, señor, ¡hace cuánto que no comíamos así!…—. En fin, que la sobremesa se alargó demasiado y al final el almuerzo se unió con la cena. Esto no es tan raro. De hecho, es un fenómeno que se da todos los fines de semana en el País Vasco actual. Y, como ya quedó demostrado en
Todos nacemos vascos
, Jesús era vasco.

Da Vinci lo sabía. Por eso pinta la escena en el momento de la empalmada entre el almuerzo y la cena, justo en el instante en el que o retiras el mantel o te lías y te dan las tantas. No hay más que fijarse en lo que hay encima de la mesa: algún plato y muchos mendrugos de pan, que son los restos de la comida. Pero ninguna copa. Parece que el diligente bodeguero ya las había retirado, porque no creemos que Da Vinci pensara que los apóstoles bebían directamente del frasco carrasco.
La última cena fue un almuerzo
.

La disposición de los comensales también arroja alguna pista: están reunidos en grupos de tres. Se ve que las raciones se distribuyeron así: cuatro de ensalada —una para cada tres—, cuatro de pescado… Cristo, sabiendo lo que le esperaba, apenas probó bocado, lo cual preocupaba mucho a sus discípulos.

En realidad la escena dibuja esta inquietud. Felipe parece que insiste al Señor para que deponga de su actitud y coma al menos algo. Santiago va más allá y se atreve a sugerirle que pruebe aunque sea una costillita del cordero que se está asando, mientras que Tadeo, comprensivo, dice con esos brazos abiertos que le dejen tranquilo, que por un día que no coma tampoco va a pasarle nada. En el otro extremo de la mesa Andrés pide calma y añade que lo mejor es esperar y no sacar todavía la col, como insiste en hacer Santiago el menor. Pedro, que habla con Judas, ha iniciado ya su particular calvario de apegos y negaciones hacia el Señor y en este momento está diciendo, no de muy buenas maneras, que si no le da la gana comer, pues que no coma. En el extremo derecho el asombro por la desgana de Jesús es aún mayor. Simón no se puede creer que después del hambre que han pasado por esos caminos Cristo deje pasar una ocasión como ésta… En pocas palabras, el ambiente está ya bastante caldeado como para que sea inicio de celebración y no intermedio de algo. Todos hablando a la vez, a gritos, sin entender nada de lo que va a pasar a continuación.

Y Jesús, a todo esto, se muestra algo ausente, como si estuviera ya en otro mundo. De hecho, lo que está señalando es el mendrugo de pan, como si quisiera decir que con un poco de pan y algo de vino él ya andará el camino.

Pero la clave de todo el asunto está en Pedro: a nada que repasemos su recorrido vital a lo largo de esa celebración, entenderemos todo lo que Jesús y Judas idearon para esa noche.

En primer lugar hay que señalar que Pedro era uno de los apóstoles más queridos por Cristo. Pero también uno de los más protagonistas. Y, además, debía de conocer la estrategia que Judas y Jesús tenían para hacer de un iluminado un héroe. Y le fastidiaba no estar en el ajo. Por eso, cuando Jesús anuncia: «Esta noche uno de vosotros me traicionara», Pedro salta como un resorte: «¿Seré yo, Señor?», porque quería ser parte de la trama, y ni siquiera le importaba hacer el papel del malo, que como dicen todos los actores del mundo es el más agradecido. Pero Jesús puso de estrella a Judas y Pedro se sintió desplazado y no lo pudo soportar; se puso a beber como un descosido y se agarró la manga más impresionante que se recuerda después de la de Noé.

Primero le agarró el pedo violento y, cuando los soldados vinieron a detener a Jesús, le quitó la espada a uno de ellos y le cortó una oreja. Pero Jesús no estaba por la labor de dejarle el protagonismo esa noche y con un milagrito de nada volvió a poner la oreja en su sitio.

Más tarde, viendo que nada de lo que hacía aquella noche le reportaba alguna satisfacción, anduvo perdido, sin reconocer a los amigos, llegando al extremo de negar su relación con Cristo hasta tres veces en plan: «A mí todo me importa un bledo ya», sin darse cuenta de las consecuencias de su actitud.

Pero cantó el gallo, obviamente de madrugada, y entonces Pedro despertó de su aturdimiento y le vino la llorona. «Pero ¿qué he hecho, Dios? ¿Por qué he bebido tanto? ¡Última vez que me pasa!». Fue una noche patética para el pobre Pedro, relegado al papel secundario del buen amigo piripi que sirve de comparsa. Hoy está colocado de portero en el paraíso.

Mientras, Judas es todo un mito. Es la falsedad hecha palabra. El papel más jugoso de
Jesucristo superstar
. El antagonista necesario para que se cumpliera la palabra de Dios: esto ya lo sabía Da Vinci y nos lo dejó explicado en su cuadro. Lo que nunca supo Leonardo es que Judas dejó la cuenta del bodegón sin pagar (véase en la pared del fondo la cuenta clavada). Eso es lo que jamás le iba a perdonar Jesús, que, como buen vasco que era, no podía irse de una taberna sin pagar. Y Judas no tuvo arrestos para presentarse ante Dios-hombre con una cuenta pendiente, y vaya cuenta además: comida y cena. Por eso se suicidó.

Capítulo de regalo
¿Por qué el marido vasco tiene el pelo cada vez más negro y su mujer más rubio?

Este es uno de los grandes misterios de los vascos, más inexplicable casi que su origen y que los misterios que les contamos al final de este libro. Conrad Aguirre tiene una teoría que parece explicarlo, pero para llegar a ella primero tenemos que adentrarnos en el universo del vasco y su pelo. Acompáñenos.

E
L VASCO Y LAS CANAS

Así como en otras culturas las canas son sinónimo de sabiduría, para el vasco mirarse al espejo y encontrarse un pelo blanco es una verdadera desgracia. Vamos, que la sabiduría al vasco se la da un buen matojo moruno encima de la frente, un pelo oscuro donde los haya. Y esto es debido a que al hombre del norte le gusta guardar las apariencias, dar una buena imagen de cara a la galería. Y la única cana que el vasco se permite es echar una cana al aire.

¿P
OR QUÉ
E
INSTEIN DESCUBRIÓ LOS AGUJEROS NEGROS Y NO DESCUBRIÓ EL TINTE DE PELO
?

La crisis de los 40 o los 50 en el varón vasco no se asocia al declive, a no poder cumplir con la parienta o a que pronto te acogerán en el Imserso, se refiere al color del pelo. Aunque no se explica que le dé tanta importancia al color de su cabellera cuando al de su ropa no le da ninguna (va todo el año vestido de los mismos tonos: azul, marrón o gris). Sí, también de naranja, pero eso es en julio y si es aficionado al ciclismo.

Aquí en el País Vasco se pueden tener unos bultos en el cuerpo tamaño melocotón en almíbar porque, si en la cabeza el pelo es todo marrón, hay salud y lozanía. En este sentido, la expresión «Tienes buen color» en el norte se interpreta como color de pelo, no como aspecto de la piel.

Einstein era un mangarrán

Por eso para un hombre vasco Einstein era un mangarrán. Descubrió la teoría de la Relatividad y no descubrió el tinte vegetal. Así, en el centro de Bilbao admiran más a gente como José Vélez o Raphael, aunque no sepan lo que es un agujero negro que a científicos de ese otro pelo. ¿Cómo descubrió ese hombre alemán los agujeros negros y no descubrió los tintes de color negro, que estaban más a la vista?

R
EGLAS DE ORO DEL TINTE VASCO

Todos los hombres que se tifien siguen una serie de reglas, que curiosamente no acuerdan de antemano; es la naturaleza la que los lleva a hacerlo así. ¿Empujados tal vez por algún gen común? Conrad Aguirre aludió a esto como «el efecto gemelos separados»
(Twins' separated matter)
. Cuando se separa a dos gemelos desde pequeños y se los cría en ambientes distintos, al ir creciendo se observa que tienen comportamientos similares: los dos duermen boca abajo, a los dos les gusta el apio… En el caso de los vascos teñidos ocurre lo mismo: comparten esta serie de singulares costumbres.

El vasco nunca se tiñe en peluquería

Porque la cuadrilla de amigos podría descubrirlo, le encarga a la mujer el tinte del pelo. Después espera a que ella llegue de la droguería con la caja con más ansia que se esperaba al
pony express
en el Oeste. Y entonces… ¡la lía parda!

El vasco se tiñe a solas

Aunque la familia sepa que esa crin de caballo que lleva en la cabeza no es natural, en la casa nunca se hace referencia a ella. Desde la primera teñida se da por hecho que ese nuevo pelo del padre es el suyo y ha sido el suyo toda la vida. Normalmente, aprovecha para darse el tinte cuando no hay nadie en casa o por la noche. El peligro de esta última opción es que con luz artificial no se aprecia igual el proceso y los resultados pueden no ser los deseados.

Un vasco nunca reconocerá que se tiñe

Es muy difícil encontrar a un vasco diciendo abiertamente: «Soy de Farmatint hasta la médula». Para que se hagan una idea, equivaldría a soltar un: «Soy del PP» en una sede de Batasuna; sería muy embarazoso. El vasco mantiene en secreto que se tiñe el pelo, pero de un día para otro es capaz de plantarse en el bar o en el trabajo con el pelo más negro que el alquitrán, como quien se cambia de camisa. Lo lleva en los genes, es muy de todo o nada, pasa de un gris a un negro zaino de golpe y porrazo sin entrar en matices intermedios. Lo bueno es que los amigos con el tiempo se solidarizan —van cayendo— y un buen día en vez de estar ante «la cuadrilla de Antxon» parece que estemos con «los gitanillos de Triana» echando unos potes. Y ole.

El vasco nunca se tiñe de colores claros

Aunque haya sido rubio de joven, siempre se tira a los colores oscuros. El vasco albino no se conoce. Normalmente, las canas en el vasco rubio se confunden con el color de pelo y puede aguantar sin teñirse hasta llegar al ansiado blanco total, pero en general no tiene paciencia y se mete un cobrizo cantarín; así entra en la espiral cromática. Y ole y ole.

L
A INICIACIÓN AL TINTE

El marido se inicia en los tintes en cuanto despuntan las primeras canas y algún amigo le dice: «Cono, Antxon, ese trabajo en la caja de ahorros te está envejeciendo». Algunos, por no decir a su mujer que se quieren empezar a teñir como ellas, le roban a hurtadillas su tinte y hacen barbaridades en el cuarto de baño. Después de esto se pueden presentan a cenar con un granate caoba delante de toda la familia y hacer como que no pasa nada. Pero los niños son muy impresionables y pueden advertirlo enseguida:

—Mamá, papá se ha dado un golpe en la cabeza, la tiene roja.

—Que no es papá, que es Massiel. ¿A que sí, mami?

Al ver lo difícil que es teñirse a solas, normalmente optan por confesárselo a la matriarca. Éste es un momento bochornoso, más que admitir que te han echado del trabajo.

—Maite, ¿ya me comprarás eso que te das tú en la cabeza?

Su mujer al día siguiente le trae de la droguería un tono parecido al de su color natural y ella misma se lo aplica. Así pasan varios meses y varias teñidas. Luego él le pide que le enseñe a hacer la mezcla del tinte. Cuando él conoce ese preciado secreto, esa alquimia tan especial, de una parte de color, por otra de crema decolorante, es un mago, es Merlín, ¡es el dueño del mundo!

Ya no necesita más, no necesita a su esposa; tiene en sus manos dos botes de dignidad envasada, a los que se referirá como «el mejunje», que suele guardar en el cajón de su mesilla o donde la ropa, nunca en el baño. Prefiere que la familia vea en el aseo su antihemorroidal que su anticanas.

D
E LLENO EN EL TINTE, O MEJUNJE

Con el pelo teñido el vasco ya es feliz. A la mañana siguiente de haberse dado la preciada mezcla en la cabeza sale a la calle con el pecho henchido saludando a todo el mundo. El problema es que el vasco es más de fuerza que de maña y se tiñe irregularmente; así aparecen los teñidos estilo hiena (a mechones), trucha asalmonada o Dálmata (a pintas) —que a veces se extienden hasta la frente o la patilla en forma de chorretones—, ¿cebra del Sherengueti? Tampoco tiene la paciencia necesaria para seguir los pasos, separando y untando cada mechón, ni para guardar el tiempo marcado en la caja del tinte. Además, una vez que tiene «el mejunje» en sus manos lo usa a diestro y siniestro: semanalmente, diariamente… Así que el pelo empieza a enrarecerse, a quedarse a colores. Hay vascos que cuando les da el sol en la cabeza parecen caleidoscopios, salen destellos de colores por todas partes que incitan a decir «¡qué bonito!».

E
L COLOR DEL TINTE

Al principio ella le escoge el color más adecuado, discreto, pero a él empieza a parecerle que no es suficiente, le entra «la gula del color». Si la mujer le escogió un 3.6 (castaño natural), él en cada teñida va a aumentar un decimal, pasando a 3.7 castaño medio, 3.8 castaño oscuro… Así hasta el 4 negro negro. Es lo que Conrad Aguirre bautizó como el complejo Pocahontas o pelo a lo indio. Algunas mujeres vascas que se han ausentado un mes del domicilio por estar de vacaciones han vuelto a casa y se han encontrado por el pasillo algo negro que parecía un toro cuando sale de chiqueros. Del susto se han vuelto para Torremolinos. Y, ciertamente, es un drama que viven muchas mujeres en el País Vasco: «Mi marido se metió en el tinte hace veinte años y no ha logrado salir de él. Está enganchado», «Peio consume unos tres frascos al mes», «El mío empezó con una loción anticanas… Dios quiera que no pase a mayores», «Yo tenía un marido y ahora a mí lado duerme alguien a quien no reconozco. Es como Ebo Valdés. Y está nacionalizando todo el alquitrán del barrio».

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