Perdona si te llamo amor (7 page)

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Authors: Federico Moccia

Tags: #Romántico

BOOK: Perdona si te llamo amor
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—Vale, lo haremos así. Muchas gracias desde ya, ¿de acuerdo? Voy a despedirme y nos vamos. Me estoy cansando.

Alessia está en el salón, conversando con una amiga.

—Adiós, Alessia, nos vamos. Nos veremos mañana por la mañana en la oficina. Nos ha convocado el verdadero jefe, pero no sé por qué.

—Bueno, mañana lo sabremos. —Alessia se pone en pie y le besa en ambas mejillas—. Adiós, y gracias por venir, me ha alegrado mucho. Saluda de mi parte a tu guardaespaldas…

—Más bien mi pregonero. Lo llevo conmigo a propósito, por si me olvido de explicar alguno de mis problemas a alguien…

Alessia echa la cabeza hacia atrás y extiende los brazos como diciendo « ¡Venga, no se lo tengas en cuenta!».

Educadamente, Alessandro se despide también de la muchacha que está en el sofá quien, a modo de respuesta, se limita a alzar el mentón y a esbozar una sonrisa.

Ya no queda nadie por allí de quién despedirse. Bien, Alessandro se dirige hacia la puerta de la casa. Al final del pasillo se encuentra a Pietro con la rusa. Pero no están solos.

—¿Y ellas?

Junto a Pietro hay dos chicas casi idénticas a la devoradora de cerezas.

—Me ha dicho que sin sus amigas no viene. Venga, sólo vamos a tomar algo. Y además, perdona, pero ¿no son vuestras modelos? ¿No son para la campaña que estáis haciendo ahora? Las elegiste tú mismo.

—Correcto, pero las elegí para trabajar.

—Qué exagerado eres. No sé si sabes que, hoy en día, mucha gente se lleva trabajo a casa.

—Ah, muy bien. ¿Y se supone que mientras tú trabajas yo tengo que conversar con las otras dos? Si vinierais vosotros solos yo me podría ir a dormir. Mañana tengo que madrugar, en serio, tengo una reunión importante. Venga, no, no se puede.

—Como de costumbre, he pensado en todo. ¡Mira!

Andrea Soldini aparece tras la espalda de Pietro.

—Así pues, ¿nos vamos? —Para asegurarse, abraza a una de las rusas y sale del apartamento delante de Pietro. Éste mira a Alessandro y le guiña un ojo.

—¿Has visto? Él se ocupará; Soldini, un animador nato. Estaba en la mesa que estaba a la derecha de la de Elena —dice Pietro guiñándole a su vez un ojo a Alessandro.

—Sí, lo sé.

—Ah, ¿te acordabas de él?

—¿Yo? No, pero me lo ha dicho él.

Se van todos, junto con una bolsita de cerezas que Pietro se ha metido en el bolsillo de la chaqueta a escondidas. Salen del edificio y se suben al coche.

—¡Demonios! Este Mercedes es verdaderamente bonito. Es el nuevo ML, ¿verdad? —Andrea se pone a tocarlo todo, después empieza a saltar divertido en el asiento de delante—. ¡Y además es muy cómodo!

Pietro se sienta entre las chicas.

—Sí, el coche no está nada mal… pero estas dos son de fábula, de veras… Y además mirad. Nada por aquí…
et voilá
! —Y se saca una botella de passito de la chaqueta, ¡todavía frío y con la botella casi llena!—. Aquí tenéis. —Saca unos vasos del otro bolsillo—. Disculpad que sean de plástico. En la vida no se puede tener todo; sin embargo, es necesario aspirar a ello, porque la felicidad no es una meta sino un estilo de vida…

Alessandro conduce y lo mira por el espejo retrovisor.

—¿A quién has oído eso?

—Siento decírtelo. A Elena.

Elena. Elena. Elena.

—¿Hablabas a menudo con ella?

—Por trabajo, sólo y siempre por trabajo, yo trabajo mucho. —Después, en broma, Pietro lleva una mano entre las piernas de una rusa, pero sin tocarla. Apenas la roza. Levanta la mano como si hubiese encontrado algo—.
Et voilá
! —Abre la mano—. ¡Una auténtica cereza! ¡He ahí por qué soy tan dulce! —Y se la ofrece a la otra muchacha rusa sentada a su lado, que se la come gustosa y ríe.

—Hummm, buena.

Pietro levanta una ceja.

—La noche promete.

—Perdona, Alessandro, vamos a tu casa, ¿no? —Alessandro le hace un gesto afirmativo a Andrea—. ¿Y qué dirá Elena cuando te vea llegar con estas tres cerecitas?

Pietro se echa hacia delante y le da una palmada en el hombro izquierdo.

—¡Bravo! ¡Ésta sí que es buena! —Después intercambia una mirada con Alessandro en el retrovisor y se contiene—. Ejem, una observación muy apropiada. ¿Qué respondes?

—Elena está en viaje de trabajo y regresará dentro de dos días.

—Ah, bien, entonces estamos todos más tranquilos.

—Sólo os pido una cosa.

—Espera, ya lo digo yo: ni una palabra sobre esta noche, ¿verdad? —replica Pietro.

—Eso también. Pero entonces os tengo que pedir dos cosas. No volváis a mencionarme a Elena.

—¿Por qué? —pregunta ingenuamente Andrea.

—Porque hacéis que me sienta culpable.

Pietro pone los ojos en blanco, después busca la mirada de Alessandro en el espejo y, con, un vistazo promete silencio absoluto. Cómo no, para eso están los amigos.

Nueve

Noche de ventanas entreabiertas para recibir un atisbo de primavera. Noche de colchas que protegen y recuerdos que dejan dudas y un sabor un poco amargo en la boca. Niki da vueltas y más vueltas. A veces, el pasado hace que las almohadas resulten incómodas. Pero ¿qué es el amor? ¿Existe alguna regla, una manera, una receta? ¿O es todo casual y sólo te queda esperar a ver si tienes suerte? Preguntas difíciles mientras el reloj con forma de tabla de surf colgado en la pared señala la medianoche. Fabio. Raro aquel día. No, hermoso. Todavía me acuerdo. Setiembre. Brisa agradable y cielo azul oscuro de una noche apenas comenzada. Él y los otros tocando en un concierto improvisado en una nave abandonada, escenario inventado, mientras en una pared de cartón piedra algunos grafiteros entablan una competición de dibujos y spray. Nosotras habíamos ido allí por casualidad, gracias al boca a boca habitual de la calle. Me gusta su estilo. Palabras de fuego para canciones funky que arañan el corazón. Y Olly venga a decir que Fabio está bueno que te mueres. Y cada vez que lo dice, yo siento una extraña punzada de fastidio. Porque es guapo. Me doy cuenta. Y de vez en cuando nos miramos, y él me señala mientras canta. Emoción de dos que juegan a distancia, encima y debajo de un escenario improvisado, entre
scratch
y gente que hace
popping
y baila al ritmo rápido y explosivo que propone la música. Y después, sorpresa, vuelvo a encontrármelo en el instituto, en otro grupo, y descubro que tenemos la misma edad, que me mira y me sonríe. Sí, es realmente guapo. Comenzar a salir juntos después de las clases para ir a dar una vuelta en el ciclomotor, a tomar un helado o una cerveza en los centros cívicos, asistir a los ensayos de algún grupo en un sótano. Hasta que todo nos lleva a besarnos entre los sonidos y colores de un sábado por la noche en un local. Luego el viaje continúa, y el beso se convierte en una noche solos aquí en casa; con mis padres en una de sus habituales cenas y mi hermano durmiendo en casa de Vanni. Una casa demasiado grande para un amor quizá demasiado pequeño. Él con una flor. Una sola, dice, porque al menos es especial, única, no perdida en un ramo, confundida con otras. Un beso. Uno solo no. Otro. Y otro más. Manos que se entrelazan, ojos que se buscan y encuentran espacios y panoramas nuevos. Esa vez. Momento único. Que desearías que no acabase. Que fuese el inicio de todo. Descubrirse vulnerables y frágiles, curiosos y dulces. Una explosión. Al día siguiente reúno a las Olas, se lo explico todo y me siento grande. Él que me busca, viene a recogerme y me dice: «Eres mía. No me dejarás nunca. Estamos demasiado bien juntos. Te amo.» Y después: «¿Dónde estabas? ¿Quién era ése? ¿Por qué no te quedas conmigo esta noche en vez de irte a la discoteca con tus amigas?» Y comprender que tal vez amar es otra cosa. Es sentirse ligeros y libres. Es saber que no pretendes apropiarte del corazón del otro, que no es tuyo, que no te toca por contrato. Debes merecerlo cada día. Y se lo dices. Se lo dices a él. Y eres consciente de que hay respuestas que quizá deben cambiarse. Es preciso partir para volver a encontrar el camino. Fabio que me mira enfadado, de pie, ante el portal. Y dice que no, que me equivoco, que somos felices juntos. Me coge por un brazo, me lo aprieta con fuerza. Porque cuando alguien a quien quieres se te va, intentas detenerlo con las manos, y esperas poder atrapar así también su corazón. Pero no es así. El corazón tiene piernas que no ves. Y Fabio se va diciendo «Me las pagarás», pero el amor no es una deuda que saldar, no regala créditos, no acepta descuentos.

Dos lágrimas resbalan despacio, casi tímidas y preocupadas por no manchar la almohada. Niki se abraza a ella. Y por un instante se siente protegida por esa colcha que la separa del mundo.

Las doce y media de la noche. Niki vuelve a darse la vuelta. La almohada le resulta incómoda. Como un pensamiento puntiagudo colocado debajo del colchón. Ruido de cerradura que se abre. Reflejo de luz que llega desde el pasillo.

—¡Desde luego, los Frascati son una pareja absurda! ¿Lo has oído? ¡Él se enfada porque su mujer no ha querido inscribirse también en el curso de tango! Pero ¡si a ella no le interesa para nada el baile!

Simona deja las llaves en la repisa como hace siempre. Niki oye el ruido. Y la imagina. Los oye hablar.

—Sí, pero para él eso sería un gesto de amor. Ya sabe que a ella no le gusta, pero por una vez quisiera que fuese con él.

—¡Ya, pero no se puede pretender que sólo porque alguien te ama debas soportar una cosa que no te interesa! ¡Él tendría que decirle: querida, haz tú también lo que te guste y después nos lo contamos en casa por la noche! ¡Así resulta más divertido! Hay un intercambio…

—¡Claro! Tú, por ejemplo, vas a hacer aeróbic acuático y yo en cambio juego a tenis.

—¡Y a mí no se me ocurriría pedirte que te pusieses el flotador para hacer el curso conmigo y otras diecinueve mujeres!

—¡En parte porque ya me dirás qué iba a hacer yo solo entre veinte mujeres vestido como un experimento de Leonardo da Vinci! ¡Un momento…, ¿has dicho diecinueve mujeres?!

—¡Sí, tonto! pero todas neuróticas. A ti en cambio te ha tocado la mejor…

Un ruido de silla que se mueve, como si la hubiesen empujado. Después silencio. Ese silencio pleno. Profundo. El silencio de los besos. Ese que habla de sueños y fábulas, de tesoros escondidos. Los más bellos. Y Niki lo sabe. Y mientras aprieta con más fuerza la almohada piensa que quizá el amor verdadero sea el de sus padres. Un amor simple hecho de días juntos, cada cual con sus propios deberes y aficiones. Un amor hecho de risas y bromas mientras se regresa a casa de noche, hecho de desayunos preparados por la mañana, de hijos a los que educar, de proyectos que aún han de realizarse. Sí, mis padres se aman. Y no han sido el primer amor el uno del otro. Se conocieron después de haber amado a otras personas. Y quizá no de este modo. Puede que sea preciso viajar antes de saber cuál es la meta adecuada para nosotros. Quizá cada vez que amas sea la primera.

Diez

—Qué casa más bonita… —dice una de las rusas.

Alessandro la mira y sonríe. ¡Elena nunca me lo dijo! Apenas ha tenido tiempo de abrir la puerta, cuando Andrea se cuela dentro y empieza a dar vueltas por el salón.

—Sí, es bonita de verdad, en serio… Ah, espera, estas fotos de aquí las había visto ya. Sí, Elena las llevó a la oficina porque quería enmarcarlas. Están muy bien… Son las fotos de tus trabajos, ¿verdad?

—Sí. —Alessandro se aparta para que entren también Pietro y las tres muchachas rusas—. Bueno, éste es el salón, aquí está el baño de los invitados, allí la cocina. —Sigue caminando seguido por todos—. La habitación de huéspedes con otro baño, ¿ok? Por si hiciese falta…

Alessandro y Pietro se miran y sonríen.

—Sí —asiente Andrea—, por si hiciese falta.

—Vale, otra cosa importante: todo debe hacerse con el máximo silencio, porque son… —Alessandro mira el reloj— casi las dos de la mañana, y yo me voy a dormir… allí. —Y señala una gran habitación al fondo del pasillo que sale del salón.

—¡Eh, no la recordaba ahí! —dice Pietro complacido.

—En realidad no estaba ahí. Pero Elena ha querido hacer obras.

—Pero ¿cómo? Justo ahora que… —Pero Pietro se acuerda de que también está allí Andrea.

—¿Justo ahora? —pregunta éste.

—Quería decir que por qué justo ahora… ¡Normalmente las obras se hacen en verano, no en primavera!

—Es verdad, tienes razón… La verdad, Alessandro, es que tienes perfecto derecho a estar estresado.

—Pero si yo no estoy estresado.

—Sí, estás estresado, estás estresado. ¿Quieres una cereza?

—No, gracias, me voy a dormir.

—¿Una ensaladilla rusa?

—Tampoco.

—¿Ves como estás estresado?

—Sí, vale, buenas noches. No hagáis ruido y cerrad la puerta con cuidado cuando os vayáis, porque los vecinos se quejan si se cierra de golpe.

Pietro estira los brazos.

—Qué absurdo. Se les podría poner una demanda.

Alessandro se cierra con llave en su habitación, se desviste de prisa, se lava los dientes y se mete en la cama. Enciende el televisor y se pone a pasar canales en busca de algo que ver. Pero nada llama su atención. Se levanta. Abre el armario que era de Elena. Vacío. Abre uno de los cajones. Tan sólo unos saquitos de tela perfumados que hizo ella misma. Coge uno. Madreselva. Otro. Magnolia. Otro más. Ciclamino. Ninguno huele a ella. Se vuelve a acostar, apaga la tele, las luces y después cierra los ojos lentamente. En la oscuridad, antes de quedarse dormido, algunas imágenes confusas, recuerdos. Aquella vez que habían ido al cine y, después de haber pedido las entradas en la taquilla, se dio cuenta de que se había dejado la cartera en el coche. Al verlo rebuscar un rato en los bolsillos, apuradísimo, Elena puso el dinero en la ventanilla, mientras le decía a la cajera, que era rubia y muy guapa y además hacía como si no se diese cuenta de nada para no ponerlo a él en mayor apuro: «Discúlpele, lo hace por la paridad entre hombre y mujer, pero no lo admite y, para hacerme pagar, tiene que montar primero la escenita.» Y él había querido que se lo tragase la tierra. O cuando le cortó la respiración entrando en la habitación, esa misma habitación, vestida tan sólo con un ligero picardías transparente… Y después en el sofá… pum, pum, pum. Con ganas. Con pasión. Con rabia. Con deseo. Tum, tum, tum. Pero no hacía tanto ruido… Tum, tum, tum. Alessandro se despierta sobresaltado.

—¿Qué pasa? ¿Qué ocurre?

—Soy Ilenia.

—¿Qué Ilenia?

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