Perdona si te llamo amor (2 page)

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Authors: Federico Moccia

Tags: #Romántico

BOOK: Perdona si te llamo amor
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—Modelo número 4, Olimpia Crocetti.

—Giuditta, mejor que Crocetti. —Y empiezan a cantar a coro una canción, unas mejor y otras peor, unas sabiéndose de verdad la letra y otras inventándosela de cabo a rabo.
«I know how this all must look, like a picture ripped from a story book, I've got it easy, I've got it made…»
Y se toman un último y fresco sorbo de cerveza.

—¡Valentino, Armani, Dolce e Gabbana, el desfile ha terminado! ¡Aquí estaré, por si me queréis contratar! —Y Olly hace una reverencia a las demás Olas—. ¿Qué hacemos ahora? Empiezo a estar aburrida de estar aquí…

—¡Vámonos al Eur, o quizá, qué sé yo, al Alaska! ¡Sí, hagamos algo!

—Pero ¡si acabamos de hacer algo! No, chicas, yo me voy a casa. Mañana tengo examen y me la juego. Tengo que recuperar el cinco y medio.

—¡Venga! ¡No seas pelma! No vamos a volver tarde. Y, además, mañana puedes levantarte más temprano y le das un repaso, ¿no?

—No. Necesito dormir, ya van tres noches que me hacéis llegar tarde y yo no soy precisamente de hierro.

—¡No, en realidad eres dura sólo de mollera! Está bien, haz lo que te parezca, nosotras nos vamos. ¡Hasta mañana!

Y cada una a su paso se va en una dirección: tres, directas hacia quién sabe dónde y una hacia su casa. Los cuatro botellines de Coronita siguen allí, en la acera, como conchas abandonadas en la playa tras la marea. Mira qué desastre, cómo lo han dejado todo. Claro, como yo soy la escrupulosa… Las recoge. Mira a su alrededor. Las farolas iluminan una hilera de contenedores. Menos mal, ahí está el contenedor de color verde, el del vidrio. ¡Qué asco! Qué descuidada es la gente. Han dejado un montón de bolsas en el suelo. Al menos podrían separar la basura. ¿Acaso no se han enterado de que el planeta está en nuestras manos? Coge los botellines y los deja caer uno a uno por el agujero adecuado. ¿Y las chapas? ¿Dónde las meto? No son de cristal… Quizá donde van las latas y los botes. También podrían indicarlo, con una etiqueta o un dibujo bonito. «Chapas aquí.» Se para y se echa a reír. ¿Cómo era aquel viejo chiste de Groucho? Ah, sí…

«Papá, ha llegado el hombre de la basura.»

«Dile que no queremos.»

Detallista, tira también al contenedor correspondiente una bolsa que se había quedado fuera. Entonces lo ve. Se acerca temerosa. No me lo puedo creer. Justo lo que necesitaba. ¿Lo ves?, a veces vale la pena ser ordenado.

Más tarde, esa misma noche. El coche frena con un chirrido de neumáticos. El conductor baja a toda prisa y mira a su alrededor. Parece uno de los personajes de «Starsky y Hutch». Pero no va a disparar a nadie. Mira a los pies del contenedor. Detrás, encima, debajo, por el suelo de alrededor. Nada. Ya no está.

—No me lo puedo creer. No me lo puedo creer. Nadie limpia jamás, nadie se preocupa de si los demás dejan las bolsas en el suelo y, justo esta noche, tenía que encontrarme a un tipo correcto y puñetero en mi camino… Y encima Carlotta me ha dado calabazas. Me ha dicho que finalmente se había enamorado… Pero de otro…

Y no sabe que, por culpa de lo que ha perdido, un día, Stefano Mascagni será feliz.

Dos

Dos meses después. Aproximadamente.

No me lo puedo creer. No me lo puedo creer. Alessandro camina por su casa. Han pasado dos meses y todavía no consigue hacerse a la idea. Elena me ha dejado. Y lo peor es que lo ha hecho sin un porqué. O al menos sin contarme ese porqué a mí. Alessandro se asoma a la ventana y mira al exterior. Estrellas, estrellas hermosísimas. Sólo estrellas en el cielo nocturno. Estrellas lejanas. Estrellas malditas que saben. Sale a la terraza. Techo de madera, celosía, en las esquinas espléndidas vasijas antiguas, lisas, lo mismo que delante de cada ventanal. Un poco más allá, largos toldos de color claro, pastel, que matizan la salida y la puesta del sol. Como una ola que rodea la casa, que se pierde lenta a la entrada de cada habitación y, una vez dentro, esa misma ola continúa incluso en los colores de la pared. Pero lo único que logra ahora todo eso es causarle más daño aún.

—¡Aaahhh! —De repente Alessandro empieza a gritar como un loco—: ¡Aaahhh!

Ha leído que desahogarse alivia.

—Eh, tú, ¿has acabado? —Un tipo está asomado a la terraza de enfrente.

Alessandro se oculta de inmediato detrás de una enorme planta de jazmín que tiene en la terraza.

—Bueno, ¿has acabado o no? Tú, guapito de cara; te estoy viendo, ¿estás jugando a policías y ladrones?

Alessandro retrocede un poco para apartarse de la luz.

—¡Te he pillado! Te he visto, te he pillado. Mira, estoy viendo una peli, así que, si te agobias, ve a dar una vuelta…

El tipo vuelve a meterse en casa y corre de golpe una gran puerta de vidrio, después baja las persianas. De nuevo el silencio. Alessandro se agacha y entra lentamente en la casa.

Abril. Estamos en abril. Y empieza negro. Y encima ese gilipollas… Me cojo un ático en el barrio de Trieste y resulta que el único gilipollas vive justo enfrente de mi casa. Suena el teléfono. Alessandro corre, atraviesa el salón y aguarda con un poco de esperanza. Un timbrazo. Dos. Se activa el contestador automático. «Ha llamado al 0680854… —y sigue—, deje su mensaje…» A lo mejor es ella. Alessandro se acerca al contestador esperanzado: «…después de la señal». Cierra los ojos.

—Ale, tesoro. Soy yo, tu madre. ¿Qué hay de ti? Ni siquiera respondes al móvil.

Alessandro se dirige a la puerta de la casa, coge la chaqueta, las llaves del coche y su Motorola. Después la cierra de golpe a sus espaldas mientras su madre continúa hablando.

—¿Y bien? ¿Por qué no vienes a cenar con nosotros la semana que viene, Elena y tú quizá? Ya te he dicho que me encantaría… Hace mucho que no nos vemos…

Pero él ya está frente al ascensor, no ha tenido tiempo de oírlo. Todavía no he logrado decirle a mi madre que Elena y yo nos hemos separado. Joder. Se abre la puerta, entra y sonríe mientras se mira al espejo. Pulsa el botón para bajar. En estos casos se precisa un poco de ironía. En breve cumpliré los treinta y siete y vuelvo a estar soltero. Qué extraño. La mayor parte de los hombres no espera otra cosa. Quedarse soltero para divertirse un poco e iniciar una nueva aventura. Ya. No sé por qué pero no consigo hacerme a la idea. Hay algo que no me cuadra. En los últimos tiempos, Elena se comportaba de un modo extraño. ¿Habría un tercero? No. Me lo hubiese dicho. Vale, no quiero pensar más. Para eso me lo he comprado. Brummm. Alessandro está en su coche nuevo. Mercedes-Benz ML 320 Cdi. Último modelo. Un todoterreno nuevo, perfecto, inmaculado, adquirido un mes atrás por culpa de la pena causada por Elena. O, mejor dicho, por el «desprecio sentimental» que sintió tras su partida. Alessandro conduce. Le asalta un recuerdo. La última vez que salió con ella. Íbamos al cine. Poco antes de entrar, a Elena le sonó el móvil y rechazó la llamada, apagó el teléfono y me sonrió. «No es nada, trabajo. No me apetece contestar…» Yo también le sonreí. Qué sonrisa tan bella tenía Elena… ¿Por qué utilizo el pasado? Elena tiene una sonrisa bella. Y al decirlo también él sonríe. O al menos lo intenta mientras toma una curva. A toda velocidad. Y otro recuerdo. El día aquel. Esto hace más daño. Tengo grabada en el corazón aquella conversación como si fuese ayer, joder. Como si fuese ayer.

Una semana después de haber encontrado aquella nota, una noche Alessandro regresa a casa antes de lo previsto. Y se la encuentra. Entonces sonríe, feliz de nuevo, emocionado, esperanzado.

—Has vuelto…

—No, sólo estoy de paso…

—¿Y ahora qué haces?

—Me voy.

—¿Cómo que te vas?

—Me voy. Es mejor así. Hazme caso, Alex.

—Pero nuestra casa, nuestras cosas, las fotos de nuestros viajes…

—Te las dejo.

—No, me refería a cómo es que no te importan.

—Me importan, ¿por qué dices que no me importan…?

—Porque te vas.

—Sí, me voy, pero me importan.

Alessandro se pone en pie, la abraza y la atrae hacia sí. Pero no intenta besarla. No, eso no, eso sería demasiado.

—Por favor, Alex… —Elena cierra los ojos, relaja la espalda, se abandona. Luego suelta un suspiro—. Por favor, Alex… déjame marchar.

—Pero ¿adónde vas?

Elena sale por la puerta. Una última mirada.

—¿Hay otro?

Elena se echa a reír, mueve la cabeza.

—Como de costumbre, no te enteras de nada, Alex… —Y cierra la puerta tras ella.

—Sólo necesitas un poco de tiempo, pero ¡quédate, joder, quédate!

Demasiado tarde. Silencio. Otra puerta se cierra pero sin hacer ruido. Y hace más daño.

—¡Tienes mi desprecio sentimental, joder! —le grita Alessandro cuando ya se ha ido. Y ni siquiera sabe lo que quiere decir esa frase. Desprecio sentimental. Bah. Lo decía tan sólo para herirla, por decir algo, por causar efecto, por buscar un significado donde no hay significado. Nada.

Otra curva. Este coche va de maravilla, nada que objetar. Alessandro pone un CD. Sube la música. No hay nada que se pueda hacer, cuando algo nos falta, debemos llenar ese vacío. Aunque cuando es el amor lo que nos falta, no hay nada que lo llene de verdad.

Tres

Misma hora, misma ciudad, sólo que más lejos.

—¡Dime qué tal me queda!

—¡Estás ridícula! ¡Pareces Charlie Chaplin!

Olly camina de un lado a otro por la alfombra de la habitación de su madre, vestida con el traje azul de su padre que le va por lo menos cinco tallas grande.

—Pero ¿qué dices? ¡Me queda mejor que a él!

—Pobre. Tu papá tan sólo tiene un poco de tripa…

—¿Un poco sólo? ¡Si parece la morsa de la película
50 primeras citas
! ¡Mira estos pantalones! —Olly se los coloca en la cintura y los abre con la mano—. ¡Es como el saco de Papá Noel!

—¡Genial! ¡Entonces danos los regalos! —Y las Olas se levantan y se le echan encima, buscando por todas partes, como si de verdad esperasen encontrar algo.

—¡Me estáis haciendo cosquillas, ya basta! ¡De todos modos, como sois malas, este año sólo os toca carbón! ¡En cambio para Diletta, una barra de regaliz, ya que por lo menos se comporta…!

—¡Olly!

—Jo, ¿será posible que siempre te metas conmigo, sólo porque no hago lo mismo que tú? ¡Es que no se salva nadie!

—De hecho, ¡me llaman Exterminator!

—¡Ese chiste es muy viejo, y no es tuyo!

Sin dejar de reírse, se tumban todas en la cama.

—¿Os dais cuenta de que todo empezó aquí?

—¿A qué te refieres?

—¡A la inmensa suerte de que tengáis una amiga como yo!

—¿Eh?

—Pues que una cálida noche de hace más de dieciocho años mamá y papá decidieron que su vida necesitaba una sacudida, un soplo de energía, y entonces, ¡tate!, acabaron aquí encima echando un quiqui.

—¡Qué manera tan delicada de hablar del amor, Olly!

—¿Qué dices amor? Llámalo por su nombre, ¡sexo! ¡Sexo sano!

Diletta se abraza a un cojín que tiene al lado.

—Esta habitación es superguay y la cama supercómoda… Mira esa foto de ahí encima. Tus padres estaban muy guapos el día de su boda.

Erica coge a Niki por el cuello y finge estrangularla.

—Niki, ¿quieres tomar por legítimo esposo a Fabio, aquí no presente?

Niki le da una patada.

—¡No!

—Eh, chicas, a propósito, ¿cómo fue vuestra primera vez?

Todas se vuelven de golpe hacia Olly. Después se miran las unas a las otras. Diletta se queda súbitamente seria y silenciosa. Olly sonríe:

—¡Vaya, ni que os hubiese preguntado si alguna vez habéis matado a alguien! Está bien, ya lo pillo, empiezo yo para que así se os pase la timidez. Veamos…, Olly fue una niña precoz. Ya en la guardería, le plantó un beso en plena boca a su compañerito Ilario, más conocido por el Sebo, debido a la enorme producción de porquería que procedía de los miles de granitos que salpicaban su carita como pequeños volcanes…

—¡Qué asco, Olly!

—¿Qué quieres que te diga?, a mí me gustaba, siempre hacíamos carreras juntos en el tobogán. En la escuela le tocó el turno a Rubio…

—¿Rubio? Pero ¿tú los besas a todos?

—¿Eso es un nombre?

—¡Es un nombre, sí! Y muy bonito además. El caso es que Rubio era un chavalito muy guay. Nuestra historia duró dos meses, de pupitre a pupitre.

—Vale, Olly, está bien, pero así es muy fácil. Tú has hablado de la primera vez, no de historias de cuando éramos niñas —la interrumpe Niki mientras se sienta con las piernas cruzadas y se apoya en el cabezal de la cama.

—Tienes razón. Pero ¡os quería hacer entender cómo ciertas cosas ya se manifiestan desde que uno es pequeño! ¿Queréis oír algo fuerte? ¿Estáis listas para una historia digna del
Playboy
? Allá voy. Mi primera vez fue hace casi tres años.

—¡¿A los quince?!

—¡¿Estás diciendo que perdiste la virginidad a los quince años?! —Diletta la mira con la boca abierta.

—Pues sí, ¿para qué quería guardarla? ¡Ciertas cosas es mejor perderlas que encontrarlas! En fin, yo estaba allí… una tarde después del cole. Él, Paolo, me llevaba dos años. Era un chico tan guay que no podía ser más guay. Le había cogido el coche a su padre sólo para dar una vuelta conmigo.

—¡Ah, sí, Paolo! ¡No nos habías contado que lo hiciste con él la primera vez!

—¿Y con diecisiete años llevaba coche?

—Sí, sabía conducir un poco. En fin, para abreviar, el coche era un Alfa 75 color rojo fuego, hecho polvo, con asientos de piel color beige…

—¡Qué refinamiento!

—¡Oye, lo que contaba era él! Yo le gustaba un montón. Cogimos la Appia Antica y aparcamos en un lugar un poco retirado.

—En la Appia Antica con el Alfa Antico.

—¡Qué graciosilla! En fin, pasó allí y duró cantidad. Me dijo que lo hacía bien, imagínate, yo que no sabía nada… Es decir, nada de nada no, porque en vacaciones había visto algunas pelis porno con mi primo, pero de ahí a hacerlo de verdad…

—Pero en el coche es una pena, Olly… caray, era tu primera vez. ¿No te hubiera gustado tener, qué sé yo, música, la magia de la noche, una habitación llena de velas…?

—¡Sí, estilo capilla ardiente! ¡Erica, es sexo! ¡Lo haces donde lo haces, no importa dónde, importa cómo!

—Estoy alucinada. —Diletta estruja con más fuerza el cojín—. Quiero decir, yo nunca… La primera vez, ¿te das cuenta? No la olvidas en toda tu vida.

—Ya lo creo que sí, si te toca un pringado la olvidas, vaya si la olvidas… Pero ¡si te encuentras a uno como Paolo, la recuerdas para siempre! ¡Me hizo sentir estupendamente!

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