Alessandro se acerca a ella. Alessia está mirando hacia otro lado, a lo lejos, hacia una calle que desaparece detrás de una curva. Alessandro le pasa el brazo por la espalda. Ella se vuelve de inmediato, sonríe. Pero él se le adelanta y le da un beso en la mejilla.
—Gracias, eres una medicina maravillosa. ¿Ves? Haces efecto al cabo de pocos segundos… ya sonrío.
—¡Venga ya! —Alessia sonríe y se encoge de hombros—. Siempre me estás tomando el pelo.
—No, lo digo en serio.
Alessia lo mira.
—Vosotros, los hombres, no tenéis remedio…
—Ahora no me sueltes la típica frase «sois todos iguales», porque eso ya está más que visto y una cosa así no la espero de ti.
—Pues mira, te diré otra: vosotros, los hombres, siempre sois víctimas de las mujeres. Pero eso os conviene. ¿Y sabes por qué? Para poder justificaros por el daño que le haréis a la siguiente.
—¡Uy, uy, uy!
Alessia hace ademán de irse, pero Alessandro la detiene.
—¿Alessia?
—Sí, dime.
—Gracias.
Ella se vuelve.
—De nada.
—No, en serio. Este passito es buenísimo.
Alessia mueve la cabeza, después sonríe y entra en la casa.
Heladería Alaska. Las Olas están sentadas en unas sillas de hierro, dispuestas junto a la entrada. Olly tiene las piernas estiradas y apoyadas en la silla vecina.
—¡Hummm, realmente aquí hacen un helado de caerte de culo! —Lo lame a fondo, golosa, al final le da incluso un pequeño mordisco—. En mi opinión, al chocolate le ponen algún tipo de droga. No es posible que esté tan enganchada.
Justo en ese momento, dos muchachos pasan frente a ellas. Uno viste una cazadora negra de tela que lleva escrito detrás «Surfer». El otro, una roja en la que pone «Fiat». Charlan, ríen y entran en la heladería.
—¡Ufff, creo que también estoy muy enganchada al último «Fiat»!
Niki se echa a reír.
—¿Y no te gustaría probar el surf?
—No…, ya lo he probado…
—Olly, me parece que nos tomas el pelo. No me creo que hayas estado también con ése.
—En mi opinión —interviene Diletta—, lo dice a propósito porque yo estoy aquí. Quiere darme envidia. Quiere que piense en todo lo que me estoy perdiendo.
—No es que haya
estado
con él. Ha sido solamente algún paseo en coche.
Llega un chico en su ciclomotor a toda velocidad, frena a un milímetro de ellas, se baja y lo aparca a toda pastilla.
—¡Conque estabais aquí, ¿eh?! —Es Giò, el novio de Erica—. ¡Os he buscado por todas partes!
—Hemos ido a dar una vuelta.
—Sí, lo sé.
Erica se levanta y lo abraza. Se dan un ligero beso en los labios.
—Amor…, me encanta que te pongas celoso.
—De celoso nada, lo que estaba era preocupado. Han hecho una redada en el Eur, estaban haciendo un bum-bum-car, y han arrestado a un montón de gente por robo de coches, apuestas clandestinas y asociación para delinquir.
—¡Vaya, esto sí que es un auténtico bum-bum! Nada menos que asociación para delinquir. —Olly levanta los pies de la silla y le da un último mordisco al helado—. ¿Y también banda armada?
—Estoy hablando en serio. Me lo ha dicho Giangi que estaba allí, logró escapar cuando llegaron.
—Caramba, entonces es verdad. —Diletta se pone en pie—. Giangi estaba allí.
—Entonces, ¿vosotras también estabais? —Giò mira furioso a Erica.
—Fui con ellas.
—Qué demonios me importa que hayas ido con ellas, no quiero que vayas allí y basta.
—Claro. —Olly menea la cabeza—. Estás celoso de Fernando, el de las apuestas.
—Ya, figúrate… ¡Me preocupo por ella y basta! Imagina que la hubiesen detenido. Porque los han detenido, ¿sabes? ¿O es que no lo entiendes?
—Bueno, si la hubiesen detenido… la hubiesen detenido —replica Olly con calma.
Giò coge a Erica por el brazo.
—Cariño, ¿por qué no me lo dijiste?
Erica se suelta.
—Y dale. Dios, te pareces a mi padre. ¡Déjame en paz! Ya te he dicho que estaba con mis amigas. —Y añade en voz más baja—: Venga, no tengo ganas de discutir delante de ellas, dejémoslo.
—Ok, como quieras.
Suena el móvil de Niki. Ésta se saca del bolsillo del pantalón su pequeño Nokia.
—Caramba, es mi madre, ¿qué querrá a estas horas? Hola mamá, qué agradable sorpresa.
—¿Dónde estás?
—Perdona, pero ¿ni siquiera me vas a decir hola?
—Hola. ¿Dónde estás?
—Ufff… —Niki resopla y levanta la vista al cielo—. Estoy en corso Francia, tomándome tranquilamente un helado con mis amigas. ¿Qué pasa?
—Menos mal. Perdona, pero acabamos de llegar a casa, tu padre ha encendido la televisión y en las noticias de medianoche han dicho que habían arrestado a varios jóvenes en el Eur. Han dado los nombres y entre ellos estaba también el hijo de esos amigos nuestros, Fernando Passino…
—¿Quién?
—Sí, ese que a veces sale contigo, ¡venga, no te hagas la tonta! Sabes perfectamente de quién estoy hablando, Niki, no me hagas enfadar. Sé que forma parte del grupo con el que sales. En fin, sólo han dado los nombres de los mayores de edad, como es obvio, pero por un momento he pensado que también tú podrías estar metida.
—Pero ¿tú qué te crees, mamá? Perdona, pero ¿por quién me tomas? —Niki pone los ojos en blanco, sus amigas se acercan a ella curiosas. Niki sacude una mano como diciendo «No sabéis lo que ha pasado».
—¿Y han dicho por qué los habían arrestado? ¿Qué han hecho?
—La verdad es que no lo he oído bien, algo relacionado con coches, robos o algo así, no lo he entendido bien… Sonaba como a
stumpcar
.
—Se llama bum-bum-car…
—Eso mismo. ¿Y tú cómo lo sabes?
Niki aprieta los dientes y busca la manera de arreglarlo.
—Es que acaba de llegar Giorgio, el novio de Erica, y nos lo ha contado. Ha oído la noticia en la radio pero nosotras no le creíamos.
Olly y Diletta se ríen por lo bajo. Después Olly imita a un gato resbalando sobre un cristal. Niki intenta darle una patada para que se vaya y no la haga reír.
—¿Lo ves? No te estoy diciendo ninguna tontería —continúa la madre—. Ya ves que es cierto, que ha sucedido. Oye, ¿por qué no vuelves a casa? Es ya medianoche.
—Mamá, ¿quién hubiese querido tener por hija a Cenicienta? En seguida estoy ahí. ¡Adiós! Besos, te quiero.
—Sí, besos, besos, pero vente para casa, ¿de acuerdo? —Y cuelga el teléfono.
—Joder, entonces es cierto lo que ha dicho Giò.
—¿Y por qué iba a deciros una mentira? ¿Qué motivos tendría?
—Venga, chicas, vámonos a casa, mañana tendremos más detalles en los periódicos.
Las Olas se dirigen hacia sus ciclomotores y minicoche respectivos.
Olly se monta en su ciclomotor, se pone el casco y lo arranca.
—Una noche floja, ¿eh?
Niki sonríe y se monta en el suyo.
—¿Sabes lo que pienso? Yo creo que ha sido Giò quien ha llamado a la policía; por lo menos se ha quitado de en medio a Fernando por un tiempo.
Diletta se echa a reír.
—Desde luego, sois unas víboras. He llegado a la conclusión de que, con vosotras, el secreto está en quedarse siempre hasta el final. Por lo menos así no tenéis ocasión de hablar mal de una.
—Ah ¿sí? Bien pensado —replica Niki sonriente—. De todos modos, puedes estar segura de que antes de dormirme le enviaré a Olly un sms con algún chisme sobre ti. Lo siento, no nos lo puedes impedir. Y mientras lo dice, arranca su ciclomotor, da gas y se va, estirando las piernas, alzándolas al viento, divertida por el hecho de poder saborear esa tonta, pequeña, espléndida libertad.
Alessandro está en la terraza. Mira a lo lejos en busca de quién sabe qué pensamiento. Un poco de melancolía acompaña su último sorbo de passito, ligeramente más dulce. Después entra también él en casa, y deja la copa en la estantería, junto a un libro. Esta vez se trata de
Aforismos. Arena y espuma
, de Gibran. Lo coge y hojea algunas páginas. «Siete veces he despreciado mi alma: la primera, cuando la vi temerosa de alcanzar las alturas. La segunda, cuando la vi saltar ante un inválido. La tercera cuando le dieron a elegir entre lo arduo y lo fácil, y escogió lo fácil. La cuarta…» Basta. No sé por qué, pero cuando estás mal, todo te suena como si tuviese un doble significado. Alessandro cierra de nuevo el libro y se pone a dar vueltas por la casa en busca de Pietro. Nada. No está en el salón. Mira con atención entre la gente, en las esquinas, se aparta para dejar paso a uno que se cruza con él… Ah. No es uno cualquiera. Se trata de Andrea Soldini, y está con una mujer bella, alta. Andrea le sonríe. Alessandro le devuelve la sonrisa pero continúa buscando a Pietro. Nada. En el salón no está. No quisiera que… Abre la puerta del dormitorio. Nada. Tan sólo alguna chaqueta tirada en la cama. También los armarios están abiertos. Va al baño. Intenta abrir la puerta. Está cerrado con llave. Alessandro lo intenta de nuevo. Una voz masculina dice desde dentro.
—¡Ocupado! Si está cerrado será por algo, ¿no?
Es una voz profunda e irritada de verdad. Se trata de alguien que está realmente ocupado en sus asuntos. Y no es Pietro.
Alessandro va a la cocina, la ventana está abierta de par en par. Una cortina clara y ligera juega con el viento. Y con dos personas. Roza la espalda de un hombre. Lo acaricia casi mientras él bromea con una hermosa muchacha que está sentada con las piernas abiertas en la mesa del desayuno. Él está delante de ella, entre sus piernas. Tiene una mano levantada ante la cabeza de la muchacha y balancea una cereza. La baja poco a poco y luego la sube de nuevo, mientras la chica, que finge estar enfadada, se ríe y se enfurruña porque no consigue cogerla con la boca. Quiere esa cereza, y posiblemente no sólo eso. El hombre lo sabe. Y se ríe.
—¡Pietro!
Su amigo se vuelve hacia Alessandro, y la muchacha se aprovecha de su distracción para coger la cereza al vuelo, quitándosela de las manos con la boca.
—¿Ves lo que has hecho? Me ha robado la cereza por tu culpa.
La chica se ríe y mastica con la boca abierta, la lengua se le tiñe y sus palabras se colorean de rojo, de perfume, de deseo, de sonrisa.
—¡Bien! He ganado, me toca otra. Venga, cereza, una gana otra, ¿no? Lo has dicho antes…
—Es verdad, aquí tienes.
Pietro le da otra cereza, y la muchacha rusa escupe primero el hueso de la que se acaba de comer, que se cuela dentro de una copa que está allí cerca, después coge la otra con la mano y la mordisquea. Pietro se acerca a Alessandro.
—¿Lo ves?, ahora se acabó el juego. Yo quería hacerla sufrir un poco más… Una cereza gana otra… Cada vez le apetecía más y yo pensaba seguir con el juego hasta el final y luego pum… —Pietro pellizca a Alessandro entre las piernas—, ¡el platanito! —Pietro se ríe mientras Alessandro se dobla sobre sí mismo.
—¡Mira que llegas a ser imbécil!
La muchacha rusa mueve la cabeza y se ríe, después se come otra cereza. Alessandro se acerca a Pietro y le dice bajito:
—O sea, que tienes dos hijos, en breve cumplirás cuarenta y sigues así. ¿Dentro de tres años seré como tú? Estoy preocupado. Muy preocupado.
—¿Por qué? La de cosas que pueden cambiar en tres años. Podrías casarte, tener un hijo tú también, y probar con una extranjera… Puedes conseguirlo, venga, puedes alcanzarme, e incluso superarme. ¡Tú mismo lo has dicho! Con ese anuncio de Adidas:
Impossible is Nothing
. ¿Y vas a ser tú quien ponga trabas cuando se trate de ti? Venga, joder, puedes conseguirlo. ¿Vamos a tu casa? ¡Venga, préstamela sólo por esta noche!
—Pero ¿estás loco?
—¡Tú sí que estás loco! ¿Cuándo me va a volver a tocar una rusa así? ¿Tú has visto lo guapa que es?
Alessandro se aparta un poco de la espalda de Pietro.
—Sí, desde luego…
—A que sí, a que es una tía de ensueño. Una rusa, piernas larguísimas. Mira, mira cómo come las cerezas… Imagina cuando se coma… —Pietro da un silbido mientras le pellizca de nuevo entre las piernas.
—Sí, el platanito. Venga, corta ya…
La rusa vuelve a reírse. Para intentar convencer a Alessandro, Pietro le enseña un sobre que lleva en el bolsillo interior de la chaqueta.
—Mira esto. Ya he acabado el informe del pleito aquel con la Butch & Butch. Volvéis a estar dentro. Tenéis una cláusula de prórroga que os lo garantiza por dos años más. Ésta es la carta certificada, venga, y eso que se supone que no debería enviarla hasta dentro de una semana. Y sin embargo te la doy ahora. ¿Estás de acuerdo? ¿Tú sabes lo bien que vas a quedar en la oficina? No serás el jefe, sino el gran jefe. Pero, a cambio…
—Sí, vale, me parece bien. Ven a mi casa a tomar algo. Y también invito a… —Alessandro señala a la rusa.
—¡Bravo! ¡¿Te das cuenta de que contigo las negociaciones siempre acaban bien?!
—Sí, pero no te vayas a creer que esto es como en
El último beso
. Yo no me quiero meter en vuestros líos, ¿entiendes? Con Susanna te las apañas tú, a mí no me metas en medio.
—¿Que me las apañe? Nada más fácil. Le diré que me he quedado en tu casa hasta tarde. Es la verdad, ¿no?
—Sí, sí… la verdad…
—Además piensa en lo buena que debe de estar. Al contrario que la ensaladilla… Cerezas, plátanos y ella. Ésta es la auténtica ensaladilla rusa.
—Oye, ¿por qué en lugar de a la abogacía no te dedicaste al cabaret?
—¿Y tú me escribirías los textos?
—Venga, te espero allí. Voy a despedirme de Alessia. Ah, por cierto…
—Sí, sí, lo sé, no debiera haberle dicho lo de Elena, pero lo he hecho por ti, te lo juro; ya verás como cuando te la tires pensarás en mí…
—¡Qué voy a pensar en ti!
—De acuerdo, entonces cuando te la tires no pensarás en mí. Pero después lo pensarás mejor y acabarás comprendiendo que todo ha sido gracias a mí.
—No lo has comprendido. Yo no me pienso liar con Alessia.
—Perdona, pero ¿por qué no?
—No quiero tener líos en el trabajo.
—Perdona de nuevo pero ¿y con Elena entonces?
—Qué importa eso, ella entró a trabajar en la empresa después. Y además en otro departamento, totalmente aparte.
—¿Y qué?
—Pues que Alessia es mi ayudante.
—Mejor que mejor, lo podéis hacer en el despacho. Es cómodo, ¿no? Os encerráis dentro y nadie os puede decir nada.