Alessandro le acaricia el pelo con dulzura, se lo aparta de la cara. Luego le sonríe. Y vuelve a cantar.
—«Deseo tanto que seas sincera…» —Y la besa. Un beso lento, suave, que quisiera poder hablar, decirlo serenamente todo, bastante, demasiado. Tengo ganas de enamorarme, Niki, de amar, de ser amado, quiero un sueño, quiero construir, quiero tener certezas. Intenta entenderlo. Necesito olvidar todo cuanto sucedió en esos veinte años pasados sin ti. ¿Todo esto lo sabe decir un beso? Depende de lo ligeros que sean los labios que lo reciben.
Entonces se oye una voz chillona. Acusadora.
—¡Ja! ¡Te pillé! Ya sabía que pasaba algo raro.
Alessandro y Niki se separan de inmediato. Frente a ellos, como en un cuadro que tiene por marco la ventanilla abierta del Mercedes, una imagen terrible.
En la oscuridad de la noche ha aparecido Matteo, el hermano pequeño de Niki. Se ríe y, lo más importante, sostiene un móvil en la mano. Un Nokia N73. Compacto, de formas redondeadas, memoria interna de 42 Mb y, sobre todo, 3.2 megapíxeles para hacer fotos, reproducir y grabar vídeo de una calidad altísima. En resumen, uno de esos teléfonos que de verdad pueden hacer cualquier cosa.
Niki hace ademán de salir del coche.
—¡Te mato, Matteo!
Matteo escapa rápidamente y se aleja unos metros.
—Te lo advierto, he hecho una bonita película y he tomado algunas fotos. Quería hacerle directamente una videollamada a mamá, pero creo que sólo le enviaré un mms. Si intentas quitarme el teléfono le doy a enviar y acabo contigo. Ja. —Matteo mira a Alessandro—. ¿Y éste quién es? ¿Al principio te estaba violentando y después te dejaste?
—Matteo, ya vale. Vete a casa, en seguida subo.
—Pero ¿quién es, tu nuevo novio?
—¡Matteo, te he dicho que te vayas!
—Me importa un pimiento, no estás en situación de darme órdenes, ¿entendido?
Niki sale rápidamente del coche, pero Matteo está acostumbrado a las sorpresas de su hermana y sale corriendo a su vez, derrapando con un par de zapatillas Puma negras apropiadas para la ocasión y para sus once años. Vuela que da gusto verlo, esquivando los intentos de Niki por atraparlo. Gira a la derecha y se mete entre dos coches aparcados.
—¡Matteo, ven aquí! ¡Ven aquí, si tienes narices!
—Ya, y así me quitas el teléfono. En seguida voy. ¿Tú te crees que soy idiota?
—Matteo, por favor, no te quedes ahí, en mitad de la calle, que es peligroso.
—Vale, gracias por el consejo,
sister
, ahora me voy a casa, y después ya hablaremos de todo, pero de todo, ¿eh?
—Sí, vale, vete, ya…
Matteo no se mueve.
—Pero… ¿te quieres ir de una vez?
—Niki, no te entretengas mucho. Mamá me ha mandado a buscarte para cenar. Yo te he visto salir. Pero nunca hubiese pensado que…
Niki intenta meterse entre los dos coches, pero Matteo es más rápido y da la vuelta en torno al primero, manteniéndose a una distancia segura.
—¿Has acabado?
—Vale, vale, me voy. Adiós, señor. —Y le hace a Alessandro una leve y educada reverencia. Luego se va.
Niki vuelve a meterse en el Mercedes.
—Ya ves. Hoy los dos hemos conocido a nuestros respectivos hermanos.
—¿Cuántos años tiene?
—Acaba de cumplir once.
—Ya veo que sabe lo suyo, ¿no?
—Lee de todo, sabe de todo, juega con todo, se pasa la vida en Internet… Él fue quien me hizo la lista de las diferencias de edad entre personajes famosos…
—Fue muy amable.
—Sí, mucho. A cambio me pidió dos entradas para el combate del
World Wrestling Entertainment
, en el Palattomatica. ¡Más que amable fue caro!
—No me atrevo a imaginar lo que te costará destruir el vídeo y las fotos.
—¡Qué va! Sabe que no es para tanto. Sólo era un beso. Si hubiese filmado la noche de los jazmines, ahí sí que me hubieses tenido que ayudar. Está loco.
—¿Por qué?
—Mi hermano tiene un sueño. Quiere a toda costa una XL 883c Sportster Custom bicolor Harley, una de las motos más caras que existen. Por eso va por ahí con el móvil de mi padre, siempre que puede cogérselo; porque tiene más definición que el suyo y espera pillar a algún famoso in fraganti para chantajearlo y conseguir el dinero para comprársela. O si no para enviar el vídeo a un programa de la tele o las fotos a las revistas del corazón.
—No está nada mal para un niño de once años. Ya tiene el futuro claro.
—Bah. Yo sólo espero que se le pase esa fijación que tiene con el dinero.
—Bueno, a mí me parece simpático. Lo podría contratar en la empresa como cineasta joven; podría ser una idea publicitaria, ¡el primer anuncio filmado por un niño de once años!
—¡Me basta con que no ponga en circulación la filmación que nos acaba de hacer! Ya te haré saber cómo van las negociaciones. —Niki se inclina y lo besa en los labios, cubriendo sus rostros por los lados con las manos. Luego se baja del coche.
—Ahora debemos prestar atención… Tenemos a un paparazzi pisándonos los talones.
—Descuida —se ríe Alessandro.
—A menos que…
—A menos, ¿qué?
—Que te presente a mis padres.
—Bueno, a Ben Stiller, en
Los padres de ella
… le pasaba de todo…
—Sí, pero no me parece que mis padres fuesen a reírse como se reían en esa película.
—Venga ya, como mucho, tu padre será como Jack Byrnes.
Niki cierra la puerta del coche.
—Sólo bromeaba. Estoy segura de que se llevarán bien contigo.
Alessandro sonríe.
—Cuando me sienta preparado, te lo haré saber. Y, sobre todo, cuando me haya convencido de que tus padres se lo tomarán bien.
Luego arranca y se va. Por el retrovisor la ve saludar de lejos. Alessandro saca la mano por la ventanilla y la saluda a su vez. Ve que se da la vuelta y se va para casa. Qué muchacha más hermosa. También el hermano es simpático. Aunque, hay que ver, tan pequeño y ya tan chantajista. Pero los defectos no se transmiten entre hermanos. ¿O sí? Por un momento ve peligrar toda su vida. Luego se acuerda de algo y ve peligrar sobre todo la noche. Sus padres lo están esperando para cenar.
Mauro llega con su vieja motocicleta hecha polvo a casa de Paola. Levanta la cabeza y la ve asomada al balcón. Está fumando un cigarrillo cuando de repente se percata de su presencia.
—¡Eh, ya has llegado!
Mauro la saluda con un gesto con la cabeza.
—¡Espera, que bajo!
Paola apaga el cigarrillo en el suelo, lo pisa con sus zuecos nuevos y le da una patada a la colilla, que sale volando del balcón y va a parar cerca de Mauro. Él se baja del ciclomotor y se sienta encima. Poco después, Paola sale del portal. Es guapa, piensa Mauro, qué digo, es guapísima. Y tan alta, además. Le sonríe. Paola abre los ojos, feliz, curiosa, nerviosa.
—¿Y bien? ¿Dónde te has metido, Mau? Te he estado llamando hasta hace un momento. Tu móvil seguía apagado. Te he llamado a casa, pero no tenían ni idea de dónde podías estar, de dónde te habías metido. Están preocupados.
—Ellos sólo se preocupan cuando les conviene.
Paola se le acerca y le pone las manos en la cintura.
—¿Y bien? Venga, cuéntame. ¿Tanto ha durado la prueba?
Paola no quita la mano izquierda de la cintura de Mauro, pero la gira para mirar el reloj.
—Son las nueve y cuarto.
—Vaya. Me han tenido allí la tira, ¿eh?
—Venga, cuéntame algo, que me muero de curiosidad.
—Me han tumbado.
—No… Lo siento, amor.
Paola lo abraza, se acerca para besarlo, pero Mauro se aparta.
—Estáte quieta.
Paola se aleja un poco. Le vienen ganas de enfadarse, pero lo piensa mejor.
—Venga, Mau, no reacciones así. Es una cosa normal, le pasa a todo el mundo. Era tu primera prueba.
Mauro se cruza de brazos. Luego saca un cigarrillo del bolsillo. Paola se percata de la cazadora nueva.
—¡Qué bonita! ¿Es nueva?
—Es una Fake.
—¡Caramba, vas a hacer estragos!
Mauro da una calada a su cigarrillo, luego esboza una media sonrisa.
—¡Qué va! Me la había comprado adrede para la prueba. Dinero malgastado. Lo mismo que el de las fotos, que me han costado una pasta.
Paola se anima. Vuelve a mostrarse curiosa.
—A ver, ¿las tienes aquí? ¿Me las dejas ver?
Mauro coge una bolsa que lleva colgada en el gancho de debajo del asiento. Se las pasa de mala gana.
—Toma, aquí tienes.
Paola las apoya sobre el ciclomotor. Abre la bolsa y empieza a mirarlas.
—Qué bonitas. Este fotógrafo es una maravilla. ¡Qué buena ésta! En esta otra has quedado muy bien. Pareces Brad…
Mauro la mira.
—Por mí, te las puedes quedar todas. Parezco Brad, pero han elegido a otro, a un macarra cualquiera; y ni siquiera tan macarra. Seguro que tenía enchufe…
Paola vuelve a guardar las fotos en la bolsa.
—Mau, ¿tú no sabes cuántas pruebas he tenido que hacer yo antes de que me contrataran para el anuncio del otro día? ¿Lo sabes?
—No, no lo sé.
—Pues te lo voy a decir. Un montón. ¿Y tú te enfadas porque no te han elegido en la primera a la que vas? ¡Mira, tío, te queda un largo camino por delante hasta conseguirlo, y si uno se achanta al principio, no lo logrará jamás! —Paola se arregla la camiseta, tira de ella hacia abajo—. Pero estas fotos son preciosas. En mi opinión, eres muy fotogénico, o sea, molas un montón. Te lo digo en serio, no porque no te hayan escogido.
—Venga ya…
—Te lo juro.
Mauro coge la bolsa, la abre y mira las fotos. Parece un poco más convencido.
—¿Tú crees?
—Desde luego.
Mauro recupera un poco de seguridad. Coge una foto y la saca.
—Mira ésta. Mira, ¿a quién me parezco?
—Para mí, aquí eres el Banderas.
—Sí, sí, Banderas. Antes Brad, ahora Banderas, ¿te estás quedando conmigo? Aquí intentaba poner la pose del actor ese cuando intenta conquistar a aquella actriz…
—Ahora no me viene el nombre…
—¡Johnny Depp, eso! Cuando está en la puerta, en aquella película en la que salían una madre y su hija que cada dos por tres cambiaban de ciudad. Sí,
Chocolate
.
—Ya sé cuál dices, pero el título era
Chocolat
.
—Vale, da igual como se diga. —Vuelve a enseñarle la foto—. ¿A que sí? ¿Sabes qué escena digo? Me ha quedado bien, ¿no?
Paola sonríe.
—Sí, sí, la has clavado.
Mauro vuelve a guardar las fotos en la bolsa, un poco más relajado.
—Bah, de todos modos, no me han cogido.
—A lo mejor es que esta vez no les iba bien Johnny Deep.
—No hay nada que hacer. —Mauro niega con la cabeza y le sonríe—, tú siempre tienes la frase justa en el momento justo.
—Es lo que pienso.
Mauro se le acerca y la abraza.
—Ok, sea como sea, ¿sabes que dicen que Johnny Depp la tiene enorme? Y ahora mismo yo… joder… me le parezco en todo… No sé qué me ha dado. A saber. Será que estaba cabreado o que antes te he mirado mientras te tirabas de la camiseta, por encima de las tetas, vaya por Dios, me he puesto como una moto. Mira, toca aquí. —Coge la mano de Paola y se la apoya encima de los vaqueros.
Ella la aparta rápidamente.
—Ya vale, no seas imbécil, aquí debajo de mi casa, con mi padre, que a lo mejor se asoma. Si te ve hacer eso, ¿tú sabes lo que te espera? No haces un anuncio en dos años de lo hinchado que estarías… pero ¡a hostias!
—Qué exagerada eres. —Mauro se le acerca—. Amor —la besa tiernamente—, ¿nos vamos un rato al garaje? Venga, que tengo ganas.
Paola inclina la cabeza a un lado. Las palabras susurradas por Mauro al oído le provocan un repentino escalofrío. Él sabe cómo convencerla.
—Vale, está bien, vamos. Pero no podemos tardar mucho, ¿eh?
Mauro sonríe.
—Bueno, un poquito… Hay cosas a las que no se les puede meter prisa.
—Sí, tú dices eso, pero luego hay veces que pareces un Ferrari.
—Caramba, eres una víbora.
Mauro arranca su ciclomotor. Ha recuperado la alegría. Se pone el casco mientras Paola se monta detrás y lo abraza. Dan la vuelta al edificio y llegan al garaje.
—Chissst —chista Paola mientras baja—. Con cuidado, ve despacio, que si mi padre nos oye tendremos problemas.
Mauro monta el ciclomotor en su caballete.
—Ya, pero, de todos modos, tu padre debería tener un poco de comprensión con nosotros. ¿Tú sabes cuántos polvos le habrá echado a tu madre?
Paola le da un puñetazo en el hombro.
—¡Ay, me has hecho daño!
—No me gusta que bromees a costa de mis padres con ciertas cosas.
—¿Qué cosas? Es el amor. Lo más bello del mundo.
—Sí, pero tú no hablas con respeto.
—Pero ¿qué dices, cariño? ¿Es que tus padres no han hecho nunca el amor? ¿No se puede decir? Perdona, ¿y a ti cómo te tuvieron? ¿Con la ayuda del Espíritu Santo? Anda, ven.
Y sin dejar de hablar, la mete dentro del coche del padre, un viejo Golf azul, de cinco puertas.
—¡Ay, despacio, despacio!
Mauro en seguida le abre los botones del pantalón y de inmediato le mete una mano por el cuello en V de la camiseta. Sus dedos exploran el sujetador, acarician los senos, buscan los pezones.
—No sabes las ganas que tenía antes, en la calle.
—¿Y ahora no? —Paola lo besa en el cuello.
—Ahora todavía más.
Mauro se desabrocha el pantalón y se baja la cremallera. Luego toma la mano de Paola y la lleva hacia abajo. Como poco antes en la calle. Pero ahora es diferente. Ahora es el momento adecuado. Paola le muerde ligeramente los labios y poco a poco le aparta la goma de los calzoncillos boxer. Mete la mano y también ella explora. Busca lentamente. Entonces lo encuentra. Mauro da un respingo. Y debido a ese movimiento brusco se le cae algo del bolsillo de la cazadora. Mauro se da cuenta. Detiene la mano de Paola. Se echa a reír.
—¡Lo que faltaba, tenemos un mirón! —Y mientras lo dice, lo saca de la penumbra—. ¡El osito Totti!
—Venga ya, ¿te lo llevaste contigo?
Mauro se encoge de hombros.
—Sí, para que me diese suerte, pero no me ha servido de nada.
—Hombre, lo ha intentado, pero hasta el Gladiador
[5]
puede fallar de vez en cuando, ¿no? ¡Verás como la próxima vez lo consigue, hará que te escojan y será lo más, algo mágico!