—Eh… Esperemos que haya sido una buena inversión…
La chica recoge algunos folios dispersos por la mesa junto con las fotos que le da su ayudante, quien las ha metido en una carpeta. Luego, antes de pasar a una sala más grande, se vuelve.
—Esperad aquí.
—Cómo no… —suelta uno de los macarras—. ¿Cuándo nos podremos dar el piro? Ahora que ya hemos hecho los escritos, no vemos la hora de hacer los orales…
La chica sacude la cabeza y entra en otra sala.
Mauro los cuenta. Serán una decena. Pocos. Pensaba que iban a ser más. Además, lo que importa es que estoy aquí. Uno de cada diez lo consigue. ¿No decía eso la canción? Bah. Le entran ganas de reír. Se siente seguro. Qué pasa, yo soy mejor que todos estos. Los mira uno por uno. A ver ése. El pelo largo ya no se lleva. Y mira este otro. Pero ¿adónde vas pardillo? Con los pelos de punta. ¿Qué pasa, te han dado un susto? Mauro estudia el
look
de todos. Uno ha ido incluso con chaqueta y corbata. Un hortera de manual. Se les nota tanto que quieren fingir lo que no son, que dan pena. Un hortera tiene que serlo hasta las últimas consecuencias. Si se pone chaqueta, por lo menos debe llevar una camiseta bien ajustada debajo. Poca broma con eso. Mauro se abre la cazadora y se toca la suya, blanca, de tela medio plastificada, perfecta. Bien pegada al cuerpo. Que se le marque la «tableta de chocolate». Así tiene que ser un hombre, sin más pamplinas. Se tiene que ver a la legua. La chica vuelve a salir.
—Bien… Giorgi, Maretti, Bovi y todos los demás rubios ya se pueden ir. De todos modos, nos quedamos con las fotos por si saliese otro tipo de trabajo. Gracias por venir.
Los rubios, los castaños y los pelirrojos salen de la sala mascullando. Alguno se va a toda prisa con una carpeta bajo el brazo. A lo mejor tiene otra prueba. Quedan tan sólo Mauro y el tipo con chaqueta y corbata. Mauro lo mira. Quién lo iba a decir, piensa. Mauro se sienta apocado en el brazo del sillón. La persiana veneciana del despacho del mánager se sube. Por detrás de un cristal transparente aparece una mujer hermosa. Es rubia, tiene una cara serena, los cabellos semirrecogidos. Debe de tener unos treinta años. Es guapa, piensa Mauro, no está nada mal. Debe de ser la jefa. Mauro se aparta un poco del sillón intentando leer el nombre de la tarjeta que hay en la puerta. Elena y algo más. Bonito nombre. La mujer le dice algo a su ayudante, que hace un gesto afirmativo. Después ésta vuelve a la sala y la puerta se cierra a sus espaldas.
—Bien, dice que si os podéis poner de pie aquí, en el centro de la sala.
Mauro y el tipo con chaqueta y corbata hacen lo que les dice.
—Aquí, sobre esta alfombra roja, gracias.
Tan sólo ahora Mauro se percata de que el tipo con chaqueta y corbata tiene el pelo muy oscuro, largo, aceitoso, recogido con una goma. Parece casi un peinado japonés. Sus cejas son muy espesas. Ahora están el uno al lado del otro. El tipo es un poco más alto que él. Tiene los hombros más anchos. Tiene las piernas ligeramente abiertas y balancea las caderas hacia el cristal. Mastica un chicle y sonríe a la mujer que está al otro lado. La mujer sonríe también y se sienta a su escritorio. El tipo se vuelve hacia Mauro y le sonríe a él también. Peor aún. Le guiña un ojo. Seguro. Demasiado seguro. Desde la otra sala, Elena hace un gesto con la mano a su ayudante, indicándole que vuelva a entrar. Mauro vuelve a sentarse en el borde del sofá y mira a través del cristal. Ve que Elena ha cogido su foto. Bien. Mi foto… La mujer le da un golpe encima con la mano. Parece convencida. Entonces su ayudante le dice algo. Elena vuelve a mirar las dos fotos. Parece indecisa. A continuación vuelve a mirar a través del cristal. Mauro se da cuenta y aparta rápidamente la vista. Mira hacia el otro lado. El otro tipo está sentado cómodamente en el sillón, con una pierna apoyada en el brazo del mismo, columpiándola, mostrando bajo sus pantalones tejanos una botas con remaches brillantes a los lados. Mauro se vuelve de nuevo hacia la sala. Ve que Elena rompe una foto. La ve caer en la papelera que hay debajo de la mesa, al lado de esas hermosas piernas. Y con esos trozos de papel se va su sueño. La foto rota era la suya. La ayudante sale del despacho de Elena.
—Bien, lo siento, pero hemos decidido que…
El tipo con chaqueta y corbata está sentado en el sofá, un poco más compuesto, si bien sigue teniendo las piernas estiradas.
—¿Adónde ha ido el otro chico?
El macarra de la coleta sonríe.
—¡Bah, se ha ido!
—No hay remedio, ya no queda educación. —La ayudante se encoge de hombros—. De todos modos, te hemos elegido a ti. Ven, vamos a hacer una prueba para tomarte medidas.
El hortera se levanta y se ajusta los pantalones como un patán. Luego sonríe a las mujeres.
—¿Medidas de qué, chati?
La ayudante se vuelve, se detiene con una mano apoyada en la cadera y lo mira fijamente, seria, con la cabeza inclinada hacia un lado.
—Las medidas para la ropa.
Él sonríe y mueve arriba y abajo la cabeza.
—Ah, vale, me imaginaba otra cosa… —Y la sigue feliz, sea cual sea el papel que le toque.
—Eh, ¿qué haces?
—Estoy en una reunión. ¿Y tú?
—En el baño. ¿Vienes a buscarme a la salida? No tenemos clase a última hora.
—No puedo, estamos discutiendo cómo organizar toda la campaña promocional; siempre y cuando los japoneses digan que sí, claro.
—Jo, siempre estás ocupado. ¿Y para comer?
—Ídem. Esto va para largo.
—Madre mía, eres peor que un baño ocupado en la discoteca. Acuérdate de que yo soy tu musa inspiradora. Conmigo se te ocurren un montón de ideas.
Alessandro se ríe.
—Sobre todo ciertas ideas en particular.
—Oye, mira que ésas se vuelven pecado si no nos vemos.
—¡Qué beata te me has vuelto!
—En el sentido de que es un pecado malgastarlas. ¿Estás seguro de que seguirás reunido también para la comida?
—Segurísimo. Te llamo por la tarde. Quizá nos veamos esta noche.
—¡No, quita el «quizá», nos vemos!
—Vale, vale —Alessandro sonríe—. Ni siquiera los japoneses son tan exigentes.
—En cuanto te vea te hago hacer el harakiri.
—A ver… Sí, eso todavía me falta. Debe de estar bien.
—El vecino se enfadará un poco cuando te oiga gritar.
Niki cuelga. Vuelve al aula justo cuando la Bernardi está empezando la clase.
—Bien, estamos en la postguerra, y el neorrealismo se vuelve hacia el modelo verista. Se intenta reflejar la realidad y se denuncian los problemas sociales y políticos de Italia, el atraso de las zonas rurales, la explotación, la miseria. Una denuncia que sin embargo en Verga no resulta tan explícita. La obra de Verga se vio revalorizada gracias a un importante ensayo crítico de Trombatore…
Olly adopta una expresión cómica al oír el nombre del cineasta, y hace un gesto inequívoco con la mano. Erica se inclina hacia Niki.
—¿Y bien? ¿Qué te ha dicho?
—Nada, está ocupado.
—Uy, uy.
—¿Qué quiere decir «uy, uy»?
—Quiere decir uy, uy. Interprétalo como te plazca.
—Venga, Erica, no seas así. Me da rabia. ¿A qué te refieres? A veces se te va la olla.
—Que para él sólo eres una niña. Te lo dije desde el principio. Antes o después se le iba a pasar. Demasiada diferencia. Funciona tan sólo en la tele y en el cine. Los mayores se lían con las más jóvenes, pero no es para toda la vida… Además, lo he leído en una revista de mamá.
—Te recuerdo que también Olly dijo que estaba casado y no es cierto.
—¿Y eso qué tiene que ver? Sólo está un poco atrasado con respecto a la mayoría. De todos modos, en la revista ponía que, cuando tienen una historia con alguien más joven, los hombres esperan rejuvenecer con ella, pero que acaban por darse cuenta de que eso no es posible. Y todo lo que me cuentas, las canciones de Rice y de Battisti, los jazmines, esas cenas tan chulas en su casa… Demasiado bonito, es la búsqueda de un sueño.
—¿Y entonces?
—Entonces… Tarde o temprano, una acaba despertando de sus sueños.
—De verdad que cuando dices estas cosas, te odio.
Niki coge su agenda y golpea con fuerza en el pupitre. La Bernardi deja de hablar.
—¿Qué ocurre ahí atrás?
—Disculpe, se me ha caído la agenda.
La profesora entorna un poco los ojos, aguarda un instante en silencio, la escruta y al fin decide creerla.
Prosigue con su explicación.
—… un hito respecto al neorrealismo. Os recuerdo también
Hombres y no
, de Elio Vittorini,
El sendero de los nidos de araña
, de Calvino. De todos modos, en el poco tiempo que nos queda… —Olly hace el signo de cuernos a escondidas, por debajo del pupitre y mira a Diletta con una mueca—, empezaremos con la primera fase del neorrealismo.
Erica aguarda un instante, luego se agacha y se acerca a Niki; en voz baja le dice:
—Siempre te pone canciones de Battisti, te está mandando un mensaje.
—Pero ¿qué dices?
—Sí… Por ejemplo, ¿te ha puesto esa que dice «Tener miedo de enamorarse demasiado…» o aquella otra, «Acéptalo como es, no podemos montar un drama, dijiste que ya conocías mis problemas…», o tal vez «Te elegí a ti, a una mujer como amigo, pero mi destino es vivir la vida…»?
—Sí, tiene todos sus CD. ¿Y qué?
—¿Cómo que «y qué»? ¡Está más claro que el agua! ¡Te está utilizando y nada más!
—Ya, pues te recuerdo que esa canción acaba con un «Te amo, compañera fuerte y débil».
—Sí, pero también dice «La excitación es un síntoma del amor al que no sabemos renunciar… —Erica le sonríe— y las consecuencias a menudo hacen sufrir…». —Y extiende los brazos—. ¿Qué crees tú entonces?
—¡Que no te sienta bien Battisti!
—Ok, como quieras, yo ya te lo he dicho. No hay peor sordo que el que no quiere oír. Y, sobre todo, la esperanza es el sueño de quien está despierto.
—Pero eso no es de Battisti.
—No, desde luego. Es de Aristóteles.
—¡Me parece que, como sigas así, Battisti acabará saliendo en Selectividad!
Última hora. Suena el timbre. Los pasillos se llenan en un instante, hay una estampida general, peor que si se hubiese desatado a saber qué alarma. A la salida, detrás de la verja, Erica, Diletta y Olly se detienen un momento.
—Eh, ¿nos vemos más tarde?
—No, yo tengo que estudiar.
—Yo he quedado con Giorgio esta tarde.
—¿Y Niki?
—¡Allí está!
—¡Eh, Niki! —Pero ella les hace un gesto con la mano como diciendo: «Nos llamamos más tarde.» Después la ven salir a toda velocidad con su ciclomotor.
—Olas, esa chica tiene un problema grave.
—Sí… lo peor que le podía pasar.
—¿A qué te refieres?
—Se ha enamorado.
Diletta se mete las manos en los bolsillos del pantalón tejano.
—¿Y lo llamas problema? ¡Dichosa ella!
—Cuanto más ames, más te duele después. —Olly se sube en su ciclomotor—. Y con esta máxima que os dejo en herencia, me voy a comer con mi padre, a conocer a su nueva novia. Nos llamamos. —Y sale a todo gas.
Niki vuela casi con su ciclomotor. Nunca había tardado tan poco en llegar a su meta. Mira a su alrededor. A derecha. A izquierda. Nada. El corazón le late a mil por hora. El Mercedes no está. Niki escruta todo el aparcamiento una vez más. Lo habrá metido en el garaje. Saca su cartera de la mochila. Busca veloz entre sus papeles: algún resguardo de una tienda de ropa, la tarjeta del gimnasio, la del puesto de kebab. Ah, mira, sólo me faltan dos puntos para un bocata gratis. ¡Una foto de Fabio! Demonios, no me acordaba de ésta. La rompe a toda prisa y la arroja a una papelera cercana. Sigue buscando hasta que por fin la encuentra. Marca veloz el número de la oficina de Alessandro. No lo había guardado en el móvil. Quién iba a pensar en que lo llamaría allí… Por fin alguien responde.
—¿Sí? Buenos días, quiero decir, buenas tardes. Mire, soy Niki Cavalli, quisiera hablar con el señor Alessandro Belli.
—Disculpe, ¿quién ha dicho que es?
—Niki. Niki Cavalli.
—Sí, un momento, por favor. —La dejan en espera. Una música moderna. Niki espera impaciente. Prueba a llevar el ritmo con el pie, pero está nerviosa. Es difícil esperar cuando el tiempo parece no pasar nunca. Por fin la secretaria vuelve al teléfono—. No, lo siento, el señor Belli ha salido a comer.
—Ah… ¿Y sabe adónde ha ido?
—No, lo siento. ¿Desea dejar algún mensaje?
Pero Niki ya ha colgado. Vuelve a guardarse su Nokia en el bolsillo y sale como una exhalación en su ciclomotor. Recorre veloz todas las calles de los alrededores. Mira a derecha, a izquierda, se detiene en los stops, lo justo para no dejarse la piel, pero, en cuanto el coche ha pasado, acelera de nuevo. Otra vez a la derecha. Y después a la izquierda. Y luego todo recto. Demonios. ¿Dónde se habrá metido? No tiene tiempo de responderse. Ahí está su coche. El Mercedes ML matrícula CS 2115 está aparcado en un lado de la calle. Niki mira a ambos lados. Allí cerca sólo hay un restaurante. Triple Seco. Está en la otra acera. Niki aparca su ciclomotor y corre hacia el restaurante. Mira a través de los cristales, buscándolo, lo hace de manera discreta, para no hacerse notar. De repente lo ve. Allí está. En aquella mesita del fondo. En la última mesa del restaurante, cerca del ventanal. No me lo puedo creer. Erica tenía razón. Dentro, Alessandro le está sirviendo algo de beber a una hermosa mujer rubia. Y le sonríe.
—¿Quieres algo más?
—Sí… —Ella también le sonríe—. Un tiramisú, si tienen. Hoy me apetece un tiramisú. Me da igual la dieta.
Alessandro sonríe y levanta la mano.
—¡Camarero!
En seguida se les acerca un muchacho joven.
—Un tiramisú para ella. Y una piña para mí, gracias.
El camarero desaparece al instante. Alessandro vuelve a mirar a la chica. Luego apoya su mano sobre la suya y se la acaricia.
—Venga, no seas así, a lo mejor ahora que me lo has contado todo las cosas cambian. En serio que no me lo esperaba.
La chica sonríe.
Niki, que ha asistido a toda la escena desde fuera, está como loca. Se aleja de la ventana. Da vueltas sobre sí misma, mueve una y otra vez la cabeza, los ojos se le llenan de lágrimas. Está fuera de sí. Siente que la cara se le pone roja y que las sienes le laten fuerte.