Alessandro no da crédito. Es lo mismo que le dijo él a Elena.
—Bueno, al fin y al cabo la casa es tuya, haz lo que te parezca, ¿eh?
Y eso es exactamente lo contrario de lo que Elena le dijo entonces. Alessandro sonríe.
—Tienes toda la razón… lástima.
—¿Lástima? Pero ¿los has pagado ya?
—No. Tengo que pagarlos a la entrega.
—Cosa que hubiera debido suceder… —Niki echa un vistazo a la hoja—, ¿hace cuatro meses? Pues entonces te puedes echar atrás, y reclamar incluso la paga y señal que diste, a lo mejor puedes incluso duplicarla por daños. ¡Llama en seguida! Venga, yo te marco el número.
Niki coge al vuelo el bonito teléfono inalámbrico que está sobre la única mesa del espacioso salón y marca el teléfono de la casa de decoración, escrito a mano en una esquina del plano. Espera a que dé señal de llamada, y, al oír que responden se lo pasa a Alessandro.
—Habla, habla…
—Casa Style, ¿en qué puedo servirle?
Alessandro mira las hojas que tiene en la mano y encuentra un nombre subrayado: Sergio, el empleado que les atendió.
—Ejem, sí, quisiera hablar con Sergio. Soy Alessandro Belli… De la calle…
—Ah, sí, soy yo, ya me acuerdo. Disculpe, lo siento, pero sus muebles no han llegado todavía porque ha habido un problema en el Véneto. Pero están a punto de salir. Y seguramente llegarán a fin de mes.
—Disculpe, Sergio, pero ya no los quiero.
—¿Cómo? Si su señora… estuvimos discutiendo todo un día. Al final consiguió que le hiciera un descuento, cosa que me tienen prohibida los dueños. Tuve que discutir también con ellos.
—Bien, puede tranquilizarlos. Ya no tiene que hacerme ningún descuento. Los plazos no se han cumplido. Pero no quiero meterme en pleitos. Sólo quiero que me devuelvan mi paga y señal. Gracias y adiós. —Y cuelga sin darle tiempo a responder—. Esto lo he aprendido de ti. —Le sonríe a Niki y luego respira. Relajado, satisfecho, un suspiro y un sabor de libertad nunca antes experimentado.
Niki lo mira. Después mira el salón.
—Está mejor así, ¿no?
—Muchisísimo.
—No se dice «muchisísimo».
—En este caso sí se dice así, y además tu Bernardi no me oye. —Alessandro la atrae hacia sí y la abraza—. Gracias.
—¿De qué?
—Ya te lo explicaré algún día.
—Como quieras.
Se abrazan. Se besan. Niki se levanta.
—Oye, si te apetece, uno de estos días te acompaño al centro, cuando vayas a elegir muebles nuevos. —Luego se dirige al baño a vestirse—. Pero nada de cosas cargadas, ¿eh? Y sólo si te apetece. Si no, vas tú solo, faltaría más. —Niki entra en el baño pero vuelve a salir en seguida—. De todos modos, visto lo que habías elegido, ¡si yo fuese tú, me llevaría contigo! —Después lo mira seria una última vez—. Aunque de todos modos, la casa es tuya, ¿no?
—Claro.
—Por lo tanto, si alguna vez volviese a ocurrir, cosa que espero que no suceda, recuérdaselo. —Y desaparece definitivamente en el baño.
Alessandro se asoma a la puerta.
—No sucederá.
—¿Tú crees?
—Estoy seguro.
—¿Igual de seguro de que nunca ibas a enredarte con una menor?
Alessandro sonríe.
—Bueno, ése era mi sueño.
—Por supuesto. —Niki se pone la camiseta—. ¡Porque hace que te sumerjas en el pasado!
—¡Bueno, en realidad, me hace sumergirme en muchas cosas! Venga, espabila, que nos vamos a comer algo por ahí.
Niki se pone los pantalones y lo mira.
—Ah, ah… no tengo edad para hacer de mujer. Aparta. —Hace que se eche a un lado—, quiero ver qué es lo que tienes en la cocina. Esta noche cenamos en casa.
Alessandro se queda sorprendido. Felizmente sorprendido. Luego se va al salón y pone un CD.
Save Room
, John Legend. Se tumba en la
chaise longue
. Sube un poco el volumen con el mando a distancia. Cierra los ojos. Qué hermoso es estar con una chica así. Lástima que no sea un poco más mayor… sólo un poquito más. No mucho, unos tres o cuatro años, que al menos pasase de los veinte. Que como mínimo hubiese acabado el instituto. Tiempo. Tiempo al tiempo. Pero qué demonios, me ha ayudado un montón en el trabajo. Y además, cuando estamos los dos juntos…
Se oye la voz de Niki desde la cocina.
—¿Pasta corta o larga?
Alessandro sonríe.
—¿Qué más da? Depende de lo que lleve, ¿no? Vale, corta.
—¡Ok!
Alessandro vuelve a relajarse. Se abandona aún más. Música lenta. Más lenta…
—¿Alex?
—¿Sí?
—Ya está lista… ¿Te habías dormido? ¡Eres de lo que no hay! Doce minutos. El tiempo de cocción.
—No estaba dormido. Soñaba contigo. —Entra en la cocina—. Y en lo que habrías preparado. Hummm, el olor no está mal. Parece bueno. Ahora lo veremos.
—¿El qué?
—Si eres una hábil timadora o una hábil cocinera.
Alessandro se sienta a la mesa. Se da cuenta de que en un vaso pequeño de chupito hay una flor acabada de coger de la terraza. Dos velas encendidas junto a la ventana crean una atmósfera cálida. Alessandro prueba curioso uno de aquellos macarrones. Cierra los ojos. Se pierde en su sabor, delicado, auténtico, completo. Bueno de verdad, vaya.
—Oye, está muy buena. ¿Qué es?
—Yo la llamo la carbonara campesina. Es de mi invención, pero se puede perfeccionar.
—¿Cómo?
—En tu nevera faltaban algunos ingredientes básicos.
—A mí me parece una maravilla tal como está.
—Porque aún no has probado la auténtica. Faltan unas zanahorias cortadas en laminitas finas y un toque de corteza de limón…
—¿Todo eso? Caramba, encontrarse una chica guapa, encima no demasiado madura, que ya sabe cocinar así de bien, es un sueño.
—¿El mismo que tenías antes de cenar?
—No, mejor. Yo no sería capaz de soñar todo esto.
—De todos modos, tranquilo, Alex, sólo sé preparar dos platos. De modo que cuando hayas probado también el segundo, volveremos a empezar…
Alessandro sonríe y sigue comiendo aquella extraña pasta «a la carbonara campesina». Elena nunca me había hecho nada parecido. A excepción, claro, de alguna ensalada fría con sabores extraños, frambuesas o frutas del bosque, pistachos salados o granada… Y, de vez en cuando, algún plato francés rebuscado y caro. Total… Total, el dinero no era suyo. Pero jamás nada cocinado. Jamás el sabor de la cocina hogareña, del vapor, del sofrito en la sartén, de la pasta mezclada en su salsa. De esa cocina que tanto sabe a amor.
Niki coge una botella de vino.
—A mi carbonara campesina le pega el blanco. ¿Te parece bien?
—Perfecto.
—Lo he puesto a enfriar un rato en el congelador.
Alessandro toca la botella.
—¡Caramba, qué pronto se ha enfriado!
—Basta con mojar la botella con agua fría antes de meterla en el congelador y ya.
—Te las sabes todas, ¿eh?
—Se lo he visto hacer a mi padre.
—Muy bien. ¿Y qué más has aprendido de tu padre?
Niki le sirve el vino.
—Cómo evitar que me jodan en ciertas ocasiones.
Luego se sirve también en su copa. Levanta el vaso. Alessandro se limpia la boca y coge el suyo. Hacen un suave brindis. Un sonido de cristal veneciano llena el aire, invade la cocina.
Niki sonríe.
—De todos modos, me temo que esa lección no la tengo tan bien aprendida. —Luego bebe y lo mira con intensidad—. Pero estoy contenta de ello.
Y siguen comiendo así, charlando ligera y tranquilamente. Aliñan la ensalada. Retazos de vida pasada, de películas complicadas, de filmes de autor, de miedos. Pelan un melocotón.
—Y pensar que cuando tenía quince años y estaba en América, fui con mis amigos a ver a Madonna. Entonces era una veinteañera gorda y desconocida.
—En cambio, yo la vi el año pasado en el Olímpico con Olly y Diletta, Erica no vino porque Giorgio se hizo un lío con las entradas. Ahora es una cuarentona flaca y famosa.
Y más retales de vida pasada y, sobre todo, pasada el uno lejos del otro. Poco a poco. Una cosa detrás de otra. Piezas de un rompecabezas de colores, divertido, a veces también doloroso, difícil de explicar. Y, como cuñas aceitadas, se van ensamblando emociones, pequeñas verdades, alguna mentirijilla, algo que no somos capaces de contarnos ni siquiera a nosotros mismos.
Niki se levanta para ir a lavar los platos. Alessandro la detiene.
—Déjalo, mañana viene la asistenta. Vámonos para allá. Podemos ver un DVD.
En ese momento suena el timbre del interfono. Niki se tumba en el sofá.
—¿La asistenta ha llegado antes de lo previsto?
Alessandro se dirige hacia la puerta.
—No tengo ni idea de quién pueda ser. —Pero sí que tiene una idea. Elena. Y le aterroriza. No quisiera encontrarse nunca en una situación como ésa. ¿Cómo cuál, Alex? Tú no le debes nada. Bueno, por lo menos no ha subido con las llaves. A lo mejor ha pensado que, después de tres meses, tú podrías estar con alguien, ¿no?
—Sí, ¿quién es?
—Alex, somos nosotros, Enrico y Pietro.
—¿Qué pasa?
—Una cosa muy importante. ¿Podemos subir?
—Por supuesto. —Alessandro abre la puerta.
—¿Quién es? —pregunta Niki, mientras pasa de un canal a otro.
—Dos amigos.
—¿A esta hora?
—Bueno. —Alessandro mira el reloj—. Son las nueve y media.
—¿Y vienen tan temprano?
Llaman a la puerta. Alessandro va a abrir.
—¡Hola, chico! —Pietro le da un abrazo, luego silba e intenta tocarlo por abajo—. ¡¿Qué planeas hacer con el monstruo?!
—¡Venga, estáte quieto! —Alessandro se recompone. Luego empieza a hablar en voz baja, casi susurrando—. No estoy solo. Venid que os la presento.
Ambos lo siguen. Pietro mira a Enrico.
—¿No será…?
—No. No puede ser. Después de lo que nos ha pasado a nosotros…
—Tú sigues sin entenderlo, ¿eh? Las mujeres son irracionales, y en cambio tú te empeñas en encontrar la razón a la fuerza.
—Tú dirás lo que quieras, pero no puede ser ella.
Alessandro entra en el salón, seguido por los dos amigos.
—Os presento a Niki.
De detrás del sofá, despacito, subiéndose descalza en los cojines, asoma Niki.
—¡Hola! ¿Queréis comer algo? He preparado un poco de pasta. —Salta del sofá—. ¿Un poco de vino? ¿Una Coca? ¿Un ron? En fin, ¿algo de lo que haya?
Enrico mira a Pietro. Esboza una sonrisita de satisfacción como diciendo «¿Has visto? No es ella». Y luego le dice bajito:
—No has acertado.
—¿De qué estáis hablando? —Alessandro se acerca a ellos, curioso.
Pero justo en ese momento suena el teléfono de Niki. Ella salta de nuevo por encima del sofá y coge su bolso, que está apoyado en una silla.
—¿Sí?
—Hola, Niki, soy mamá. ¿Estás con Olly?
—No. Estoy con otra gente.
—Es que te ha llamado. Te está buscando.
—Mira que le dije que iba a salir con otras personas. Es que Olly siempre se pone celosa.
—¿Estás sola con alguien?
—Nooo… Te lo aseguro, somos muchos.
—No te creo.
—Venga, mamá, qué vergüenza. —Niki ve que no se va librar con facilidad. Tapa el auricular—. Eh, disculpad, pero mi madre es un poco paranoica. ¿Podríais armar un poco de barullo todos a la vez? Sólo para que vea que somos varios.
Pietro sonríe.
—Por supuesto, faltaría más.
En cuanto Niki aparta la mano del teléfono, Pietro, Enrico y Alessandro empiezan a armar jaleo.
—Venga, así ¿qué hacemos? ¿Vamos a buscar a los demás?
—Sí, hay una fiesta en casa de mi amiga Ilaria, ay, no, ¡de Alessandra!
Niki hace una seña de que así está bien. Luego se aparta un poco y sigue hablando con su madre.
—¿Y bien? ¿Ya estás contenta? ¿Has visto la cantidad de gente que hay? Haces que parezca subnormal. ¿Cuándo vas a tener un poco de confianza en mí? ¿Cuándo crezca y cumpla los cincuenta?
—Es que ocurren tantas cosas por ahí… Niki, es el mundo el que le hace perder a una la confianza.
—Puedes estar tranquila, mamá, estoy bien y volveré pronto a casa.
—Tu padre está convencido de que tienes un novio nuevo que pertenece a otro círculo.
—Bueno, pues tranquilízalo a él también. ¡Sigo a la caza, y con los mismos de siempre!
—Niki…
—¿Sí, mamá?
—Te quiero.
—Yo también a ti y no quiero que te preocupes.
Cierra el teléfono. Se queda mirándolo un momento. Un pensamiento dulce, a pesar de todo. Por un lado, la idea de haberse librado por pelos. Y por el otro el placer de importarle tanto. Sonríe para sí y vuelve con los demás.
—Gracias… ¡habéis sido muy amables!
Pietro sonríe y extiende los brazos.
—No ha sido nada.
—Pues claro —lo secunda Enrico.
—¿Seguro que no queréis beber nada?
—No, no, en serio.
—Ok, entonces, visto que en la tele no dan nada, y que el satélite también está un poco muermo, salgo un momento y me voy al videoclub de la esquina a buscar un DVD. No cierra hasta las once. ¿Alguna preferencia, Alex?
—No, lo que tú quieras.
—Ok. ¿Queréis que os traiga un helado?
—No, no, no te preocupes. —Pietro se toca el estómago—. Como ves, no me conviene.
—Estamos a dieta…
—Vale. Hasta ahora. —Niki sale y cierra la puerta a sus espaldas.
Pietro se echa de inmediato las manos a la cabeza.
—¡¿Helado?! ¡Demonios, todo lo contrario! Le hubiese dicho: tráeme ya mismo a una de tus amigas, una cualquiera, ¡basta con que sea como tú!
—Pero ¿cuántos años tiene? —pregunta Enrico.
Alessandro se sirve algo de beber.
—Es joven.
Pietro se acerca y también él coge un vaso.
—Enrico, ¿y a ti qué te importa la edad que tiene? ¡Es un verdadero bombón!
—¡Pietro!
—¡Es aún mejor que las rusas, que las dos juntas! —Y se sirve él también. Se toma un whisky de un solo trago. Luego, excitado como un loco—: Por favor, por favor, dímelo de todos modos, aunque no tenga ninguna importancia… ¿cuántos años tiene esta Niki?
—Diecisiete.
Pietro se deja caer en el sofá.
—Dios mío, estoy fatal… ¡Qué potra, macho, qué potra!
—¿Quién?
—Ella, tú, no sé… ¡me he quedado sin palabras! —Luego se incorpora de un salto—. ¡Alex!
—¿Qué?