—Por una de diecisiete no vas a la cárcel, ¿verdad?
—De dieciséis.
—Ah, sí. Entonces me gusta aún más, la sola idea me encanta.
—Pietro, ¿tú ya sabes que estás enfermo?
—Nunca he dicho lo contrario. Mi cerebro se vio afectado cuando era pequeño. Qué digo, desde que nací. Por otro lado, fue la primera cosa que vi y nunca he podido olvidarla…
Enrico le da un empujón. Luego, curioso él también.
—¿Cómo la conociste? ¿Es una modelo de tus anuncios?
—¡Qué va! Tuvimos un accidente, ya os lo dije.
Pietro sacude la cabeza.
—¡Doble potra! Ahora entiendo por qué no se te ve ya el pelo. Las cenas, las fiestas, la otra noche para los cuarenta de Camilla… Ya sabemos dónde te habías perdido.
—Bueno, a lo mejor es que he vuelto a encontrarme. ¿Sabéis una cosa? Nunca he estado tan bien.
—Te creo. —Pietro lo señala—. ¿Quién puede estar mejor que tú? Hasta tienes la suerte de que hayan inventado la Viagra. Y a lo mejor hasta se traga que eres así de verdad. Normalmente…
—Mira que llegas a ser imbécil. Dejando a un lado el hecho de que ni la tomo ni la necesito, yo estoy hablando de otra cosa. Es una sensación nueva por completo. Me siento yo mismo. Mejor dicho: es posible que esté siendo yo mismo por primera vez en mi vida. Creo que sólo me había sentido así con dieciocho años, con mi primer amor.
Pietro se levanta del sofá.
—Venga, Enrico, vámonos, dejémoslo en su paraíso. Sea como sea, que conste que no me trago que no tomes Viagra.
—Y dale…
Pietro lo mira.
—Oye, no es que seáis sólo amigos… Quiero decir que… —Y con el pulgar y el índice forma una extraña pistola que hace girar en el vacío como diciendo «No es que no hagáis nada, ¿no?».
Alessandro lo coge y empieza a empujarlo hacia la puerta del salón.
—¡Venga, fuera, vete! Ni siquiera voy a responderte.
—Ah, ¿lo ves?, ya me parecía a mí que había algo extraño.
—Sí, sí, piensa lo que te dé la gana. —Alessandro abre la puerta.
Están ya en el rellano cuando Enrico se le acerca.
—Tú y yo tenemos que hablar a finales de mes de aquel asunto.
—Descuida.
Luego Alessandro los mira a los dos un instante.
—¿Y vosotros dos a qué habéis venido? Habéis dicho que era una cosa importante.
Pietro y Enrico se miran un momento.
—No, es que como no se te veía el pelo y hace poco que te separaste de Elena, vaya, pues queríamos saber cómo estabas…
Alessandro sonríe.
—Gracias. Ahora ya lo entendéis, ¿no?
Pietro coge a Enrico de la chaqueta y lo mete en el ascensor.
—Vaya si lo entendemos. ¡Es de fábula! Venga, vámonos… Dejémoslo en su Edén. Ah, no te olvides de preguntarle si tiene una amiga.
Alessandro sonríe y cierra la puerta. Pietro aprieta el botón del ascensor. Las puertas se cierran. Pietro se mira en el espejo. Se coloca mejor la chaqueta. Enrico se apoya en la pared del ascensor y lo mira a través del reflejo.
—¿Habremos hecho bien en no decírselo?
Pietro le devuelve la mirada.
—No sé de qué me estás hablando.
—Pues de que ayer por la noche…
—Lo sé perfectamente. Estaba a punto de decirte que es mejor así. Como si nada hubiese sucedido. ¿Es que acaso quieres estropearle su paraíso? —Y sale sin esperarlo. Se monta en su coche. Enrico lo alcanza.
—Por supuesto que no. O sea, que no lo sabrá nunca.
—Puede que sí o puede que no —responde Pietro mientras abre la ventanilla—. La vida lo dirá. Es sólo cuestión de tiempo, siempre es así. No hay que meterle prisa a la vida. —Y se va dejándolo allí. Enrico se monta en su coche. Es cierto. Es sólo una cuestión de tiempo. Y también para él ahora resulta todo más fácil. Ya hay una fecha límite. Fin de mes. Sí, a fin de mes lo sabrá todo. No le quedará ninguna duda. Paraíso. O Infierno.
Habitación añil. Ella.
De repente. Bip bip.
«Mi amor, mañana pasaré a buscarte a las 7. Tengo 1 sorpresa para ti. Siempre dices ke no soy romántiko. Pero ¡para nstro aniversario t sorprenderé!»
Ella lee el mensaje. Es verdad. Mañana es nuestro aniversario. El primero. Demonios. Pero esta noche no podemos pasarnos, mañana tengo control a primera hora. Lo veo venir, me quedaré dormida. Jo. Esta tarde tengo que comprarle un regalo. ¿«Dormida»? ¿«Tengo que»? ¿«Un regalo»? Pero ¿qué estás diciendo? Eh, pssst, te acuerdas, ¿verdad? Es aquél por el que te morías el año pasado. Ése que tiene unas espaldas anchas y ojos de bueno. Ése que tanto les gusta a tu madre y a tu tía. ¿Entendido? Y ése es… ése. Y hoy hace un año que estáis juntos. Tendría que ser «quiero comprarle un regalo», o mejor dicho «el» regalo. ¿Y a quién le importa si nos dan las seis de la mañana? Ya, así es como tendría que ser. Todo un darnos igual. Y felicidad y locura y ganas de correr, de gritar… Y de amar a tope. En cambio, no es así. Pero ¿por qué estoy así? Pienso en dormir en lugar de ponerme contenta por el hecho de salir. Quiero amarlo. Pero no, no. No se dice así. Se dice «lo amo» y basta. La chica corre a su habitación y abre el armario. Una, dos, tres, cuatro perchas con bonitos vestidos cortos colgados. Pero lo que falta no es dónde elegir, sino el deseo de ponerse guapa para él. Luego se detiene a mirarlos uno a uno. Los acaricia con la mano. Se detiene un momento ante uno amarillo y azul, con pequeños dibujos de tipo oriental. Su preferido. Intenta imaginarse vestida de ese modo ante él, en el restaurante. Se estruja la imaginación buscando un regalo que comprarle. Pero no hay alegría. No hay estremecimiento. No hay nada. Silencio. Miedo. Oscuridad. Y se echa a llorar con rabia. Llora porque no siente lo que le gustaría sentir. Llora porque a veces no hay culpa y no quisieras hacer sufrir a nadie, pero te sientes malvada, desagradecida. Preguntas, demasiadas preguntas para ocultar la única verdad que ya conoce. Pero otra cosa es admitirla. Admitirla significa doblar en la próxima esquina y coger otro camino. Luego se busca. Se mira en el espejo. Pero no se encuentra. Es otra.
Ring. Ring. Ring. El timbre suena alegremente. Alessandro casi se cae de la
chaise longue
del sobresalto. Se apoya con la mano en el parquet y se levanta para salir corriendo hasta el interfono.
Ring. Ring. Ring. Tiene casi ritmo.
—¿Quién es? ¿Qué pasa?
—Alex, soy yo, ¿me abres?
Alessandro aprieta dos veces la tecla y vuelve al salón. Pero ¿qué hora es? Las diez y cuarto. Ha dormido casi media hora. Alessandro abre la puerta justo en el momento en que llega Niki. Todavía tiene la respiración agitada.
—He subido por la escalera para mantenerme en forma. ¿Qué estabas haciendo? ¡¡Estabas dormido, ¿eh?!
—No, estaba allí —intenta justificarse—, navegando por Internet.
—Ah, ya. —Niki se asoma y ve que en el estudio todo está oscuro—. ¿Y ya has apagado el PC?
Alessandro la abraza y la atrae hacia sí.
—Por supuesto, ya lo ves… soy muy rápido. —Y le da un beso—. ¿Qué película has sacado?
—
Closer
.
—No me digas. La de la música… Nunca la he visto.
—Es un poco fuerte. Tengo una idea. ¿Por qué no la vemos debajo de las sábanas?
—¿Por qué, es una película picante?
—¡Qué cerdo eres! No, no lo es. Bueno, un poco picante quizá sí, pero no por eso… Me gusta la idea de que la veamos en la cama, como si estuviésemos en nuestra casa.
Alessandro la mira, de repente sorprendido. Niki hace una mueca.
—Sí, ya lo sé, tu casa, es tu casa, pero yo me refería a como si viviésemos juntos, como si fuésemos una pareja, ¿entiendes?
Alessandro sonríe.
—Lo único que yo quería decirte es que eres guapísima.
Niki sonríe. Después se va a la habitación. Se desnuda a toda prisa. Se baja los pantalones, las bragas, se quita la camiseta, el sujetador, los fantasmas. Corre hacia el televisor, mete el DVD en el lector que hay debajo. Pero cuando oye llegar a Alessandro, se cubre los senos, sale corriendo y, de un brinco, se mete en la cama. Se tapa hasta la barbilla con la sábana. Luego coge el mando a distancia.
—¿Quieres verla en inglés?
—No, gracias. Mañana ya tengo una reunión con unos alemanes.
—Ok, entonces en italiano. Venga, date prisa, ya está puesta, la película va a empezar.
Alessandro se desnuda veloz y se mete en la cama junto a ella.
—Muy bien, justo a tiempo. Ahora mismo está empezando.
Niki se acerca a él, se le pega, apoya sus pies fríos en sus piernas calientes, el pecho suave y pequeño en su brazo. Después los títulos, algunas imágenes, diálogos divertidos, realistas. Luego una foto, una canción, una historia de amor a punto de empezar. Un acuario. Un encuentro. A continuación todo se vuelve un poco confuso. La mano de Niki se desliza lentamente bajo las sábanas. Abajo. Más abajo. A lo largo de su cuerpo. Su pierna… Y juega y bromea y acaricia y toca y deja de tocar. Y después por su estómago. Alessandro se agita. Niki se ríe y suspira, y se le acerca cálida, y sube una pierna y la apoya encima de las suyas. Y las manos se multiplican, como un deseo imprevisto que se convierte en una historia de amor. Inventada, soñada, sugerida por una simple película, y luego repentinamente verídica, como todas esas palabras que una cama puede explicar. Y por un instante, esos momentos son para siempre, puede que un día se olviden, pero por el momento son para siempre.
Más tarde. Aún más tarde. Niki se da la vuelta y se dispone a salir de la cama. Pero se oye un crujido. Alessandro se despierta.
—Eh… ¿adónde vas?
—Son las dos. Les dije a mis padres que no volvería tarde. Esperemos que no estén despiertos. Esta vez te has quedado dormido, ¿eh? No lo puedes negar, amor…
—¿Qué has dicho?
—Oye, no fastidies.
Niki empieza a recoger su ropa, un poco azorada.
—No, no, espera, espera… —Alessandro se sienta en la cama, con las piernas cruzadas, cubiertas por las sábanas—. Repite la última palabra…
Niki vuelve a dejarlo caer todo al suelo y se sube a la cama. Se pone en jarras, de pie, con las piernas abiertas, y lo mira desde arriba.
—Lo siento. Ya está decidido. Lo has oído bien. Perdona, pero te llamo amor.
Se ha comprado una bonita cazadora, nueva, de tela tejana azul claro, una Fake London Genius. Había oído hablar tanto de ella… En el pelo lleva ese gel azul que llevan casi todos en Giardinetti. Un poco de gomina nunca está de más. Lo canta incluso ese rapero, ¿cómo se llama?, uno no muy famoso. Fabio algo. A lo mejor algún día se acuerda. A saber… Mauro mira su reflejo en un escaparate. ¿Parece un macarra de periferia? Bah… También me he puesto el pendiente grande, el del brillante. Lo llevo sólo cuando voy al fútbol, cuando juega el «mágico» Roma. En mi casa no les gusta. Mi madre se pone de los nervios. Y mi padre, la única vez que me lo vio se echó a reír como un loco, estaba comiendo y casi se ahoga. Mi hermano Carlo tuvo que darle un montón de palmadas en la espalda. A mi hermana pequeña Elisa le faltó poco para echarse a llorar. «Pedazo de maricón», me dijo mi padre cuando se hubo recuperado. Tomó un sorbo de agua y salió, dándome un buen golpe con el hombro, como hace cada vez que se pilla un cabreo. Cabreo. Se cabrea conmigo. Sólo conmigo. Lo noto en su manera de mirarme siempre. Cuando salgo por la mañana. Cuando vuelvo. Cuando como. Una vez me desperté y me lo encontré junto a la cama, sentado en el sofá donde acostumbra a dormir Elisa. Me estaba mirando. Mi hermana estaba en la escuela. Y también Carlo estaba ya en su trabajo. Mamá había ido a hacer la compra. En cambio, él estaba allí. Mirándome fijamente. Cuando abrí los ojos y lo vi, por un momento pensé que se trataba de un sueño. Luego me di cuenta de que no y lo saludé. «Hola, papá». Le sonreí incluso. Y eso que no es fácil hacerlo apenas levantado. Entonces él se levantó. Se pasó la mano por la mejilla áspera y la barba sin afeitar. Se fue sin decir una palabra. Nada. No me dijo nada. Pienso a menudo en aquella mañana. A saber cuánto tiempo llevaba allí observándome.
Mauro sigue mirándose en la luna del escaparate, se arregla bien la camisa, se peina lo poco que puede el cabello engominado. Vuelve la cara hacia el otro lado. ¿Un poco de barba descuidada será de macarra? Bah. Vaya usted a saber. A esos no los entiende ni Dios. Por si las moscas, me la he dejado crecer a su aire. Sonríe ante sus pensamientos. Luego se coloca bien el paquete. Hace un gesto a lo John Travolta. Ojalá me diese suerte. Porque para hortera macarra, él… Me refiero a John. Un hortera internacional. Además, también lo tengo a él. Se palpa con la mano el bolsillo interno de la cazadora. El osito Totti está allí. Con una sonrisa y un suspiro de confianza, Mauro empuja la puerta y entra en el edificio.
—Derecha, izquierda, así, divididos en grupos. Los morenos por aquí, los rubios por allí. —Una mujer joven está clasificando de manera rápida y decidida a los chicos que van llegando—. Va, por favor, tened preparada una foto con vuestro número de teléfono, edad, zona en la que vivís y altura escrito detrás.
Un chico levanta la mano.
—Sí, dime, ¿qué ocurre?
—No, que antes usted ha dicho que los rubios a un lado y los morenos a otro, ¿no? ¿Y yo que soy castaño?
La chica resopla y alza los ojos al cielo.
—Muy bien, veamos. Los castaños y similares, incluidos a los pelirrojos, van con los rubios, ¿ok? Otra cosa más. Si por casualidad lograseis evitar hacer preguntas de este tipo, os quedaría muy agradecida.
Dos macarras de pelo oscuro, que se han quedado en la sala, se miran y se ríen.
—Eh, una última pregunta. ¿No tendrás un boli?
—Y para mí otro.
La chica coge algunos bolígrafos, los deja sobre la mesa y se aleja. Los dos tipos la miran.
—Vaya, no nos ha dicho cómo nos lo iba a agradecer, ¿no?
—No, pero te digo yo que a ésa le hace falta un buen polvo. ¡¿Qué apostamos a que si te la tiras te quedará eternamente agradecida?!
—Ya, y luego no hay quien se la saque de encima.
—¡Ya te digo! —Y chocan los cinco ruidosamente, satisfechos con su broma. Algunos chicos se sientan en el borde de un sofá. Uno está apoyado en la pared. Dos macarras empiezan a escribir sus datos detrás de las fotos. Mauro escribe a toda velocidad. Él ya lo había hecho. O mejor dicho, sabía que se hacía así. Se lo había visto hacer a Paola. Mil veces. Lo que no sabía es que las fotos fuesen tan caras. Doscientos euros por media hora de sesión. Mauro es el primero en entregar su foto. Luego se da un golpecito en el bolsillo y le habla en voz baja al osito Totti para que le dé suerte.