Peluche (23 page)

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Authors: Juan Ernesto Artuñedo

BOOK: Peluche
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—Bájate los pantalones —me ordena

Me desabrocho. Caen hasta las rodillas. Giro la cabeza y miro a Jonás. No dice nada.

—Todo

Bajo los calzoncillos. Me mira.

—Siempre tan impaciente —Alberto abriendo la puerta que hay detrás de la cama con antifaz negro en la cara—, vienen a verte un par de jóvenes y no eres capaz de ponerles una copa, ¿qué queréis? —nos pregunta

Silencio.

—En la barra hay de todo —continúa—, güisqui, vodka

—Coñac —le digo

—¿Sólo?

—Con hielo

—¿Otro para ti? —le pregunta a Jonás

—Sí —contesta

Echa hielo en dos copas de globo y abre la botella de Cardenal Mendoza.

—Nosotros también tomaremos —Alberto sirviendo un par más—. Ven, Jonás, acércales la copa

Nos la trae y vuelve a la cama con Alberto. Brindamos. Por la amistad y los buenos tiempos. Bebemos. Miro hacia abajo. Genaro se sube el antifaz para beber y se lo vuelve a poner.

—Cuando quieras —le dice Alberto a Genaro

Deja la copa en la mesita. Se arrodilla delante de mí. Bajo la vista. Le miro la calva. Pasa la lengua por mi polla. Suave. Húmeda. Aprieto la copa para que no se me caiga.

—Siéntate —Alberto a Jonás

Los dos en la cama. Bebo coñac. Entra como agua. Me sigue chupando. Despacio. Su lengua por debajo del antifaz. El glande hasta su garganta. Miro a Alberto, a Jonás, a Genaro. La saca despacio. Coge un hielo de su copa. Lo pasa por mi polla. Gotea por los huevos. La copa debajo. Se oyen las gotas. Se mete el hielo en la boca y después mi polla. Caliente. Frío. Caliente. Bebo coñac.

—¿Ponemos música? —pregunta Alberto

—Voy yo —dice Jonás

Se acerca a la cadena. Mira los cedés. Genaro chupa. Elige uno. Suena música de clavecín.

—Bach —dice Alberto con solemnidad—, la causa última de toda música no será más que la gloria de Dios y el deleite del alma

Se recuesta en la cama con estas palabras. Jonás le desabrocha. La barriga se desliza por la colcha. Genaro me coge de la mano y nos tumbamos en la alfombra. Voy quitando los botones de su camisa. Me besa. Despacio. Me excita. Mis dedos enredados en el pelo de su pecho. Se quita el antifaz. Me mira. Rojo. Le sobo los huevos. No está empalmado. Abro la bragueta y meto la mano. Se abre. El dedo en el agujero. Le gusta. Le como la oreja. Gime de placer. Miro hacia arriba. Jonás intenta meterse la polla de Alberto en la boca. No le cabe. Sigo con lo mío. Le quito los pantalones y calzoncillos y lo tumbo bocabajo. Cierra el culo gordo y peludo. Le hago un masaje. Se relaja. Lo arrodillo. Le como el agujero y la bolsa de los huevos. Lo dejo a punto. Jonás se baja los pantalones. Alberto le muerde las nalgas. Pongo el glande en el agujero. Genaro se echa hacia atrás. Alberto encima de Jonás. Oigo la música. Jonás comienza a gritar. Bajo la vista a la espalda peluda de Genaro. Entra despacio. Temblando como si fuera su primera vez. Alberto le tapa la boca con la mano. Genaro les observa. Yo no me atrevo a mirar. Genaro se desploma en el suelo. Lo giro. Levanta una pierna para que siga. Me siento a horcajadas sobre la que extiende en el suelo. Agarro el muslo y la meto. Genaro mirando a Alberto. Me muevo. Paralizado por lo que ve. Yo mirando su barriga en la alfombra y el movimiento de sus pezones empinados. Escucho los golpes en las nalgas de Jonás. Ya no grita. Empujo fuerte. Pelo en sus hombros, en su barriga, en su pecho. Mi pene frotando en su intestino. Inyecto semen, adentro, caliente. Le masturbo. Se corre. Me dejo caer. Me abraza. Su cuerpo ardiendo.

—Nos tenemos que ir —dice Alberto

Terminamos de vestirnos en el aseo. Arreglamos el cuarto y salimos. Bajamos las escaleras. Primero Alberto y Genaro. Jonás y yo les seguimos. Un grupo de gente espera en recepción. Entre ellos Jacinto.

—¿Cómo ha ido la siesta? —nos pregunta

—Bien —le dice Jonás

—¿Ya os vais? —les pregunto

—A las cinco sale el autobús —contesta Jonás

Miro el reloj de recepción. Falta un cuarto de hora.

—¿Te vienes a Valladolid? —me pregunta Jacinto

—Gracias, he de seguir mi camino

—¿Adónde vas?

—Pues no lo sé, de momento a descansar un poco

—Pero, ¿no acabas de dormir?

—Ah, sí

Miro a Jonás. No dice nada.

—Bueno, me voy, gracias por todo —les digo

—A ti

Nos damos la mano. Me cuelgo la mochila y salgo del restaurante. Miro atrás. Jonás me saluda tras el cristal. Le sonrío. Me guiña un ojo. Le saco la lengua. Sonríe. Me giro. Camino. Bajo la vista. Llevo las zapatillas sucias. Sigo caminando. Calles vacías. Paso por delante de la pastelería. Cerrada. Miro el pastel de chocolate. Sigo. Llego al polígono industrial. Busco al camionero. No está. Camino hasta la esquina. Miro entre las rejas. No veo el camión. Me apoyo. Lloro. Me arrodillo en la piedra. Dejo caer la mochila. Me siento. Enciendo un cigarro. Seco las lágrimas. Respiro. El aire entra limpio. Apoyo la cabeza. El cigarro al suelo. Me duermo. Sueño con osos de papel. Noto golpecitos en el hombro. Me echo a un lado. Más golpecitos. Me despierto.

—...algo? ¿Estás bien?

Abro los ojos. Dos piernas. Levanto la vista.

—¿Te ocurre algo? —me pregunta

Le miro a la cara. Un hombre Gordo. Me mira. Con barba.

—Hola —le digo con una sonrisa

—¿Estás bien?

—Sí

Me giro a un lado. Al otro. Cojo la mochila. Me da la mano. Estira suave. Me levanta. Me desperezo. El cuello.

—No es un buen sitio para dormir —observa

—Ya lo veo

—¿Viajante?

—Sí, ¿y usted?

Me señala con la cabeza el camión que...

—¿Subes? —me pregunta

...hay detrás de él y...

—Vale

...subimos.

—¿Algún sitio en especial? —me pregunta

—¿Puedo elegir?

—¿Si está en mi ruta?

—Me da igual

—Entonces creo que sí

—¿Adónde va?

—A Madrid

—Por fin

LA CUEVA

El camionero quita el freno y salimos. Me paso la mano por el cuello. Giro la cabeza circularmente. Me mira. Apoyo la espalda en el asiento y dejo caer la cabeza. Está blandito. Miro el reloj del radiocasete. Las seis y media. De reojo a la izquierda. Conduce serio. Giro a la carretera. Salimos del polígono industrial. Dirección Madrid. Una nube pasajera deja paso al sol. Me echo hacia la ventanilla para que me dé en la cara.

—¿Se puede fumar? —pregunto

—Sí

—¿Quiere?

—Lo he dejado

—¿Hace mucho?

—Dos meses

—Entonces me aguanto

—Por favor

Enciendo uno.

—¿Le ha costado dejarlo? —pregunto

—Al principio

—Yo ni me lo he planteado. Fumo bastante. Demasiado. La barriga sobre los pantalones. Los michelines por encima de la

correa.

—Se puede saber qué coño miras —me dice

—Nada

Giro la vista a la carretera. Un coche rojo pasa por delante de

nosotros. Relajo la mano. Dejo la mochila en el suelo. Sigue conduciendo. Mejor me bajo. Cruzo los brazos. Nos adelantan coches, motos, furgonetas. Delante de nosotros un camión con la lona desatada que golpea bruscamente en el remolque.

—No es bueno fumar tanto, ¿sabes? —me dice

—Ya, lo tendría que dejar

—Y lo otro también

—¿El qué?

No contesta. No sé si me habrá oído preguntar o no. Continúo con la vista fija en la carretera. La cabina hace un poco de ruido. El tráfico también. Puede que cuando le he hecho la pregunta haya pasado un coche y no me haya oído. No sé. Porque adelantar creo que no estaban adelantando. De frente vienen pocos coches pero cuando vienen lo hacen de tres en tres o de cuatro en cuatro y normalmente detrás de un camión que les impide adelantar.

—¿El qué? —vuelvo a preguntar con voz más alta

—Dejar de mirar

—Sí, perdone

Apoyo el codo en la ventanilla. Me rasco la frente con la mano.

—¿Pongo música? —pregunta

—Vale

—En la guantera hay cintas, la radio no funciona

La abro. Un par de cintas caen al suelo. Las recojo. Miro los lomos.

Bandas sonoras de películas, recopilatorios de
new age
, grupos de los sesenta y setenta. Saco una de los Rolling y la meto en el radiocasete. El camionero sube el volumen. Suena fuerte.

—...rock and roll but I like it! —la música

—¿Te gusta? —me pregunta

—Sí

El camión parece que va más rápido. Los coches también. Los motoristas nos adelantan a toda velocidad haciendo virar sus máquinas de lado a lado.

—Perdóname —creo entender

—¿Cómo? —pregunto

Baja el volumen del radiocasete.

—Que me perdones si he sido demasiado brusco antes —continúa

—He sido yo el indiscreto

Me mira. Bajo la vista. Miro al frente. El tráfico se ralentiza.

—but I like it! —llena el silencio

—No he tenido un buen día —me dice

—El mío también ha sido extraño

—Vaya

—Un amigo mío dice que todo pasa, hasta la tristeza

—El pasado, algo que ya no tiene remedio y vuelve...

—Ya

—...cuando no estás de buen ánimo, cuando sientes que le has fallado

a alguien

—¿Desamor? —pregunto

Me mira. Serio. Como si supiera de qué hablo. Enciendo un cigarro.

Pensamos los dos. Bajo la ventanilla. Suena
Sweet Jane
de los Rolling.

—Y el presente —me dice

—¿Cómo?

—Que va todo tan rápido, a la mente me refiero

—¿Los pensamientos?

—Sí

—Como si la vida pasara ante nuestros ojos —le digo

—Eso es, y tener nostalgia de lo que te está pasando

—¿Cómo te llamas?

—Saturnino

—Yo Lucas

—Encantado

Alarga la mano. Se la doy.

—El camión te hace pensar demasiado —observa

—¿Qué hay de malo?

—Por si te afecta

—Eso sí

—Es difícil pensar con claridad

—Sobre todo porque para llegar a pensar así hay que dar muchas

vueltas, y si al final lo has logrado es porque has empezado de nuevo a girar

—Qué bonito

—¿El qué? —pregunto

—Lo que acabas de decir

—Lo he dicho sin pensar

—¿Qué edad tienes?

—Veinticuatro

—Yo cuarenta y tres

Se acaba la cinta. Aprieto el botón y le doy la vuelta. El sol se

esconde tras las montañas. Suena la música. Pego una calada al cigarro.

—¿Te importa si duermo? —pregunto

—Claro que no. ¿Quito la música?

—No me molesta, gracias

Apago el cigarro en el cenicero. Apoyo la cabeza en el respaldo.

Enciende las luces del camión. Cierro los ojos. Escucho música. Se oye el amortiguador del sillín de Saturnino. El aire entra por algún sitio. Paso la mano por la manecilla y cierro la ventana. No entra por ahí. Dos canciones más y de la tercera no me acuerdo. Duermo. Sueño que estoy perdido en un campo de melocotoneros. De mi cuello cuelga una guitarra eléctrica sin cuerdas. Camino. Aparto las ramas. Me araño los brazos. La guitarra se engancha. Me duele el cuello. Sigo adelante. Cojo un melocotón. Lo muerdo. Está bueno. El hueso del melocotón tiene forma de púa. Me lo meto en la boca y lo limpio. Toco la guitarra. Paso la hoja de la partitura, no hay notas, sólo fotos de gorditos mirándome. Sigo tocando. No suena música. Despierto. Las luces de los coches iluminan la cabina. La música sigue sonando. Cierro los ojos. Me hago el dormido. Casi no puedo mover la cabeza. Relajo el cuello. Respiro hondo.

—¿Has dormido bien? —me pregunta Saturnino

—Sí —contesto con los ojos cerrados

—Estabas cantando

—¿El qué? —los abro

—No sé, no se entendía

—¿En castellano?

—Sí

—¿Y qué decía?

—No se qué de una ambulancia

—Vaya

—Ambulancia del amor, o algo así

—¿Nada más?

—No

—Pues tenía poco que ver con lo que soñaba

—¿Has soñado y todo?

—Sí, que estaba en un campo de melocotoneros con una guitarra al cuello sin cuerdas

—¿Cantabas?

—Creo que no, tocaba pero la guitarra no sonaba

—Eléctrica o acústica

—¿Eres músico?

—De joven tocaba la flauta de pan

—¿Aprendiste solfeo?

—Lo justo

—¿No has vuelto a tocar?

—Prefiero escuchar, tampoco es que fuera lo mío. De pequeño lo que me gustaba era jugar con los coches de scalextric. Cuando llegaban los reyes, mi padre siempre me regalaba un par de coches nuevos o un trozo más de pista. Allí estaba todo el día con el mando entre las manos viendo pasar los coches a toda velocidad y cogiéndolos del suelo cuando se salían

—¿Has trabajado siempre de camionero?

—De joven fui tenista profesional, con sólo diecisiete años jugué mi primera final en los campeonatos europeos

—¿Qué pasó?

—Nada

—Pero lo dejaste

—Me cansé de darle a la raqueta

—¿Y eso?

—No sé, quería estudiar, salir con mis amigos

—¿Fuiste a al universidad?

—Hice letras, literatura, no sé cómo se llama ahora

—Literatura

—Después trabajé con mi padre de albañil, luego de electricista, después en un taller de mecánica, hasta que me compré el camión y aquí estoy

—¿Y los libros?

—En casa

—¿Sigues leyendo?

—Poco

—Prefieres conducir

—Sí

—¿No has pensado en otro trabajo?

—¿Para qué?

—No sé, habiendo ido a la universidad

—No es incompatible, a mí me gusta conducir. Aprender sirve para abrir la mente, para ser mejor persona. El resto depende de las habilidades y ambiciones que tenga uno

—¿Y tú no tienes ese resto?

—A mí me gusta estar solo

No suena música. ¿Por qué no empieza la siguiente canción? Ahora. Le miro. Nota mi mirada. Se gira.

—Perdona —le digo

—¿Por?

—Te estaba mirando como antes, indiscreto

—Me mirabas, pero no como antes, buscabas otra cosa

—¿El qué?

—Mi soledad

—¿Vives solo?

—Sí

—Entonces ahora preferirías estar solo

—Qué complicado me lo pones, es que simplemente me afectan demasiado las relaciones humanas como para vivir con alguien o trabajar en compañía, ¿lo entiendes?

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