Authors: Juan Ernesto Artuñedo
Le sigo. Cruzamos la plaza. Recto. Caminamos en silencio. Miro las fachadas de las casas. Algunas con balcón. Algunos con macetas. Todas con flores. De colores. La calle se ensancha y salimos a otra plaza. El sol en la cara. La suya redonda y roja.
—No te importará darme otro cigarro —me pide
—Claro que no, tenga
Fumamos. Cogemos otra calle.
—Es que había dejado de fumar —me dice
—No será éste su primer cigarro
—El segundo
Llegamos al teatro romano.
—Me va a hacer sentir culpable —le digo
—Sólo es culpable quien tiene la culpa
—Joder, qué pasada —le digo mirando al teatro
Bajo peldaños. El escenario.
—¿No baja! —pregunto
Le pega una calada al cigarro. Subo.
—Tengo que vaciar esto —me dice señalando el carrito
—Le acompaño
Regresamos por la misma calle. Giramos. Seguimos hablando. Derecha. Izquierda. Paramos delante de una puerta de cochera. La abre. Entra el carrito.
—Gracias —le digo
—A ti, hombre, siempre es bonito descubrir una nueva Mérida
Entra en el almacén. Regreso. Izquierda. Derecha. Me pierdo. Derecha. Izquierda y vuelvo al mismo lugar. Asomo la cabeza por la puerta.
—Perdone, ¿cómo se sale a la plaza?
—Entra
Paso. Vaciamos la bolsa en un contenedor. Cerramos. Se sienta encima de unas bolsas apiladas en el suelo.
—Sales a la izquierda —me indica—, ¿te acuerdas que hemos pasado por delante de un bar?
—Sí
—Pues la próxima a la derecha
—¿Después del bar?
—Eso es, y todo recto llegarás a la plaza donde nos hemos encontrado
—La de la papelera
—Donde has tirado el papel fuera
—Ah —le miro
—Siéntate
Me siento a su lado. Las bolsas se hunden. Apoyo los pies en el suelo. Saco dos cigarros.
—¿Qué hay en las bolsas? —pregunto
—Hojas secas
Fumamos.
—¿Cierro la puerta? —pregunto
—Mejor
Me levanto y la cierro. Corro el pestillo. Vuelvo a su lado. Me pasa el brazo por el cuello. Pesa.
—¿Estás a gusto?
—Sí —contesto
Huele a sudor. Fumamos. Mi nariz a un palmo del pelo de su pecho. Me tiembla el pulso. Lo noto por el humo. Me mira. Dejo caer el cigarro y lo apago con el pie.
—No quiero provocar un incendio —le digo
Sonríe. Apoya la mano en mi hombro y me acerca a él. Paso mi brazo por su espalda.
—¿Estás nervioso? —pregunta
—Estoy bien, estas bolsas son blandas
—Dentro de ese cuarto hay una cama
Miro la puerta. Cerrada.
—¿Tienes llave? —pregunto
—Sí
Noto sudor fría goteando por mis axilas. Apaga el cigarro en el suelo.
—¿Dónde está? —tragando saliva
—En mi bolsillo
Me tiemblan los pies. Disimulo. Se echa hacia atrás. Desabrocha la hebilla de su correa. Le miro la barriga. Se le abre la camisa por debajo. Pelo castaño. Rizado. Se levanta. Mete la mano en el bolsillo y saca las llaves. Abre la puerta. Entra. Me levanto. Respiro acelerado. Me seco la sudor de las manos en los piratas. Entro. Cierro la puerta. Nos quedamos a oscuras. Palpo con la mano en la pared. Abro la luz. Está tumbado en la cama mirándome. Sin pantalones. Sin calzoncillos. Me tiembla el cuerpo. Me ordena algo.
—¿Qué? —pregunto
—Átame
—¿Cómo?
—Que me ates
—Sí, ya, pero con qué
—Mira en el armario
Lo abro. No veo nada. Al fondo una caja de zapatos. La abro. Saco un par de cuerdas. Coloca sus manos en el cabezal de la cama. Le ato. Fuerte. Su pene crece.
—¿Y ahora qué hago?
—Ahora soy tuyo
Me arrodillo a los pies de la cama. Abre las piernas. Empujo hacia arriba. Pesa. Cojo la almohada. La doblo. La pongo en su espalda. Lo dejo caer. Se hunde. Cojo una chaqueta verde, una camisa, un trozo de manta y las pongo debajo de él. Sus piernas se echan hacia arriba. Apoyo las manos en su culo. Lo abro. Chupo. Huele. Humedezco. Cubierto de pelo. Meto la lengua. Empujo con el cuello. Me echo hacia atrás. Cojo aire. Vuelvo. Fuerte. Gime. La bolsa de sus huevos en mi frente. Meto la barbilla. Fuerte. Respiro. Chupo culo, huevos, ingles. Me pide que lo folle de una vez. Le meto un trozo de manga de la chaqueta en la boca. Le ato las piernas al cabezal de la cama. El pene chorreándole placer. Me quedo en camiseta. Humedezco mi polla. Me acerco. Le palpita el agujero. No le hago esperar. Se la meto. Entra suave. Le cojo de la barriga y empujo hasta que me corro. Voy a masturbarle pero se ha corrido sin tocarse. Le desato. Abrazados. Mi cara en su axila. Relajados. Nos vestimos. Guardamos los trastos. Salimos.
—¿Me vuelves a explicar cómo se sale? —pregunto
Me indica. Cojo la mochila. Nos abrazamos. Un nudo en la garganta. Trago. No pasa. Vuelvo a tragar. No quiere pasar. Me mira. Le miro con cara de no pasa nada. Sonríe. Se me debe notar. Nos despedimos. Abro la puerta. Tropiezo con el hierro. Me agarro al marco.
—Adiós —le digo
—Hasta luego
Salgo. Cierro. Trago saliva. No pasa. Abro la puerta y la dejo entornada. Camino. Cojo aire. Empieza a pasar. Respiro tranquilo. Llego a la plaza. Miro a un lado. A otro. Poco que ver. Cojo el papel y lo tiro en la papelera. Pregunto por el teatro romano. Llego. Me siento en un peldaño. Dejo la mochila. Observo. Una pareja con dos niños un poco más abajo. Enciendo un cigarro. Un grupo de abuelos en el escenario. Me tumbo al sol. Fumo. Hago clac con la lengua en el paladar. Apenas se oye el echo. La pareja de antes me mira. Disimulo. Bajo la vista. El aire se lleva el humo del cigarro. Lo sigo. Se pierde. Pego una calada. El grupo de abuelos sube por el anfiteatro. Miro hacia otro lado. Hablan. Ríen. Se sientan cerca de mí. Miro el cigarro. El humo va directo a ellos. Bajo la mano entre mis piernas. Siguen hablando. Giro al escenario. Dos chicos interpretan. Uno gordo con barba increpa a otro delgado con melena. El chico delgado hace oídos sordos. El de la barba se harta, gira la cabeza y se sienta en el suelo. El de la melena se queda solo. Piensa. Se levanta. Se acerca al de barba y le ruega. Nada. Le vuelve a rogar. Nada. Coge un puñal, maldice a los dioses y se suicida. El chico de barba se gira. Se quita los auriculares de las orejas. Se arrodilla ante su amado. Le saca el puñal del pecho y lo mira. Se lo clava también. Es de mentira. El de barba mira ofuscado al de melena y lo coge por el cuello. El de la melena de la barriga. Se rozan. Se besan. Se acuestan. El chico delgado ronca. El de barba se coloca los auriculares. El delgado...
—Perdone, ¿es usted de aquí? —me pregunta
Me giro. Un señor mayor.
—¿Yo?, no
—¿Puedo sentarme?
—Claro
—Siéntate Jonás —le dice al chico gordo que le acompaña
—Estoy de viaje —contesto
—Nosotros también
—¿De dónde vienen?
—Jonás y yo de Valladolid, bueno, y otros más. También hay un grupo de Burgos, de una coral que son amigos de la casa de tercera edad. Es que anoche dieron un concierto en la iglesia
—¿De Mérida?
—Sí, venimos siempre que podemos
—Pero, ¿usted es de la coral o de la casa de tercera edad?
—De la casa, de Valladolid te he dicho
—Ah, es que no parece tan mayor
—Hombre, gracias, estoy prejubilado, treinta años trabajando en una cantera de Cantabria
—¿Minero?
—Sí, el año pasado la empresa hizo un expediente de regulación de empleo y la mitad fuimos a la calle
—Qué putada
—Sí
—¿Su hijo? —pregunto señalando al chico
—Sí
—Hola —le saludo
No contesta.
—Habla poco —me dice
Apenas si veo al chico. Me lo tapa el corpulento minero de cara curtida y barriga sobre los pantalones.
—¿Y su mujer? —pregunto indiscreto
—Estoy separado
—Perdone
—No se preocupe, nos llevamos bien
—Me alegro
—Jonás vive conmigo, dile algo al señor
—Hola —le digo
—Es que es muy tímido —me dice el minero
Miro al chico de reojo. Viste punto en blanco. Camisa y pantalones cortos. Gordo. Mofletes rojos. Con las manos apoyadas en las rodillas peludas. Toso.
—Perdón, ¿le molesta el humo? —pregunto
—No, tranquilo
Lo tiro al suelo y lo apago.
—¿Estuvo bien el concierto?
—Tampoco es que sepamos mucho, pero sonó fantástico. Cuando veníamos en el autobús también nos han cantado, y en la cena. Es impresionante escuchar tantas voces alrededor
—¿Me das un cigarro? —me pregunta Jonás
—Ah —dice el padre—, ves como sí que sabe hablar
—Toma
Coge un cigarro del paquete. Se le cae al suelo. Lo recoge, enciende, fuma. Me devuelve el mechero.
—¿Usted viaja solo? —me pregunta
—Sí
—¿De dónde viene?
—De Castellón
—Qué lejos. Tengo amigos en Castellón, igual los conoces
—No creo
—Es un matrimonio, el marido de mi edad, trabajó muchos años en la cantera
—No sé
—Ahora tienen un bar de carretera, en la Nacional 340, es esa la que pasa por allí, ¿no?
—Sí
—Ella es bajita, delgada, él grandote, gordo, más que yo, con barba y aspecto bonachón
—No sé, ¿por dónde me ha dicho que está?
—En la Nacional, creo que antes de llegar a Vila-real
—Ah, ya sé quienes son
—¿Los conoces?
—De vista, sólo de vista, de pasar por ahí
—Son muy majos
—¡Jacinto! —grita una señora detrás de Jonás—, ¿qué hacemos?
—Aquí, mira, hablando con este chico de Castellón
—El mes pasado hicimos una excursión a Peñíscola —me dice la señora
—Eso mismo le iba a decir ahora
—Qué bonito el castillo —continúa la mujer—, cuando llegué arriba de las escaleras estaba reventada. Luego bajamos hasta la playa, yo no puedo tomar el baño pero por lo menos me mojé las piernas, mira que estaba fría la condenada. Vosotros sí que os bañasteis, ¿verdad, Jonás? Que hemos decidido, Jacinto, ir a tomar un refresco antes de comer, que todavía es pronto, ¿verdad? Si lo hubiéramos pensado esta mañana nos podríamos haber hecho un bocadillo. Se está tan bien aquí al sol. Dile al chico que se venga. Uh, me siento tan joven, Jacinto, menos mal que he cogido el abanico, hace tanta calor. No os molesto más, me voy con la pandilla
—Hasta luego —le digo
—Qué mujer —dice Jacinto—, toda energía
—Es muy maja
—Me sigue a todas partes. Estoy hablando con alguien, levanto la vista... y allí está, sonriéndome
—Normal —digo mirándole
—¿Qué es normal?
—Nada, eso, que le mire, si está solo
—Ah
—¿Me das otro cigarro? —me pregunta Jonás
—Ya te estás pasando —le recrimina Jacinto
—Toma
—Si me lo hubiera pedido le hubiera comprado tabaco
—No importa
—Es que —continúa Jacinto—, es un poco obsesiva. Primero empezó con Jonás, a preguntarle cosas de mí, si estaba casado, cuántos años tenía, pero como él no contestaba
—¿Es nueva en la casa?
—Lleva dos semanas
—¿Y usted qué hace?
—Al principio me parecía muy simpática pero
—¿Pero?
—Es que me sigue todo el día, desde que salimos de Valladolid
—Dele una oportunidad
—Es que no sé si me gusta
—Pues hable con ella
—¿Y qué le digo?, tampoco sé si le gusto, sólo me habla, me mira
—¿Y su hijo qué opina?
—Jonás me ha dicho que habláramos contigo
—¿De esto?
—No, sólo me ha dicho que fuéramos con ese chico del anfiteatro de la mochila que fuma...
Miro de reojo a Jonás. Le pega una calada al cigarro y se hace el tonto. Enciendo uno. No me importa hacia donde va el humo.
—...y como me has caído simpático pues aquí estoy contándote mis penas
—Gracias
—Entonces tú dices que hable con ella
—Sí
—¿Ahora?
—No, bueno, cuando estén a solas
—Mejor ahora
—Como quiera
Se levanta. Va hacia la mujer. Silencio.
—¿Qué tal? —pregunto a Jonás
—¡Estoy descansando, no lo ves!
—Perdona
Le miro de reojo. Lleva la espalda sudada. Me giro. El escenario vacío. Se levanta. Mete los dedos por la parte de atrás de los pantalones y estira hacia arriba. Se va. Sigo fumando. Me apoyo en la mochila. Estiro los pies. Miro a los lados. Tiro el cigarro. Me recuesto. Cierro los ojos. Noto el calor del sol en la cara. Aprieto los ojos. Negro. Voy relajando. Marrón y naranja. Relajo. Azul. Los abro. Sol.
—¿Vienes a tomar algo? —me pregunta Jacinto
—¿Dónde vais?
—Aquí al lado, a una cafetería
—Da igual, gracias
—Venga hombre, Eulalia quiere conocerte
Está detrás de Jacinto. Sonríe.
—Gracias —le digo—, es que estoy descansando
—Bueno, pues si luego te animas
—Iré, gracias
—A ti —me dice en voz baja
Se van. Sonrío por dentro. Dudo. Saco el paquete de tabaco. Enciendo el último cigarro. Estrujo el cartón. Fumo. Pienso. El teatro vacío. Me levanto. Me siento. Apoyo el codo en la piedra. Está caliente. Fumo. Me rasco la cabeza. Me levanto de un salto y me cuelgo la mochila al hombro. Subo peldaños. Hasta arriba. Me giro. Observo el teatro. Media vuelta. Camino. Busco la cafetería. Veo una. Vacía. Sigo caminando bajo el sol. Doblo una esquina y veo a todo el grupo en la terraza de un bar. Me acerco. Jacinto me hace una señal con la mano. Paso por en medio de las mesas. Me hacen sitio. Cojo una silla y me siento. A mi derecha Jacinto, Eulalia, una chica, dos señores, Jonás, otra chica y yo. Dejo la mochila entre las piernas. Empujo la silla hacia delante.
—¿Me habías dicho tu nombre? —me pregunta Jacinto
—Lucas
—Os presento a Lucas, el chico de quien os he hablado, Eulalia, Sonia, Alberto, Genaro, María y a Jonás ya lo conoces, Lucas es de Castellón
—Hola, les digo
—Hola —contestan
Llega el camarero con una bandeja en la mano repleta de botellines y vasos con hielo. Alberto y Genaro se separan. Va preguntando y dejando bebidas en la mesa. Termina. Le pido una cerveza.
—Eulalia y Sonia —me dice Jacinto— son de Valladolid, Alberto, Genaro y María de la coral de Burgos