Peluche (24 page)

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Authors: Juan Ernesto Artuñedo

BOOK: Peluche
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—Tienes miedo

—No, pero es que al principio cuando conoces a alguien es muy bonito, hasta que le coges confianza y todo se jode

—Eso es un poco pesimista

—Realista

—No, pesimista, y destructivo, y no me creo que ahora esté hablando contigo de estas cosas, pareces tan extravertido

—¿Parezco?

—Y simpático

—Sí, como cuando te he contestado qué coño miras

—Eso ha estado bien, me has dejado en mi sitio

—La verdad es que no sé cómo me he atrevido, al momento pensaba que te ibas a bajar del camión

—Lo he pensado

—Pero no lo has hecho

—Me he dado otra oportunidad

—Mis colegas dicen que me porto mejor cuando estoy triste. Cuando me enamoro, no sé por qué, me vuelvo gilipollas, lo hago sin querer, bromeo, no sé

—La gente tiene que aceptarte como eres, y a quien no que le jodan

—Ya, pero yo siempre estoy pendiente de caer bien a todo el mundo, no soporto llevarme mal con nadie, me afecta mucho

—Pues pasa de todo

—Es lo que acabo haciendo, pasar de todo el mundo, de toda la humanidad, y vuelvo al camión y me siento seguro

—Pero ese no es el camino

—Lo que quiero decir es que no sé si es un problema de sensibilidad o de susceptibilidad

—No entiendo

—Pues que no sé si me afectan demasiado las cosas o quien las afecta soy yo

—¿Qué cosas?

—Las relaciones

—¿El amor?

—Por ejemplo

—¿Y qué mas?

—El sexo

—¿Con hombres?

Baja la ventanilla. Saca el brazo.

—Sí —contesta

—¿No tienes pareja?

—Eso creía hace unos días, ¿y tú?

—Tampoco

—Pero supongo que tendrás muchas relaciones

—¿De amor?

—Y de lo otro

—Sí, ¿tú no?

—Claro

—¿Cómo te gustan? —pregunto

—¿Los hombres?

—Sí

—Jóvenes, de...

—A mí la...

—...veinte en adelante

—...edad me da igual, pero que sean gordos

—¿Como yo? —pregunta

—Sí

—¿Con barba?

—Tanto mejor

—Conozco a mucha gente como tú

—¿Con mis gustos?

—Sí,
chasers
, la mayoría de gente con la que me relaciono

—¿Y qué te parece?

—Que para gustos colores

—¿A ti siempre te han gustado jóvenes? —pregunto

—No siempre

—¿Cómo te gustaban antes?

—Con el pelo rizado

—¿De la cabeza?

—Sí

—¿Largo, corto?

—Me daba igual, rubios, morenos, castaños, pelirrojos, sí, sobre todo pelirrojos

—¿Y eso?

—No sé

—Pero, alguna razón

—¿Acaso sabes tú por qué te gustan los gordos?

—No

—A mí me pasaba lo mismo, después mi gusto cambió a los chicos de gimnasio

—¿Músculos?

—Cuanto más cuadrados mejor

—¿Con pelo rizado?

—Eso me daba igual

—¿Te apuntaste a algún gimnasio?

—A cuatro

—¿Y duró mucho tiempo?

—Hasta que me enamoré de un negro

—¿Cuadrado?

—Esquelético

—¿Pelo rizado?

—Calvo

—¿Y después?

—Con su padre

—¿Blanco?

—No, hombre, no. Pero era gordo, un cachalote

—¿Después?

—Con su amigo, delgadísimo, que me presentó a su hijo y tuvimos...

—¿Cómo era?

—Como tú

—¿Puedo encenderme un cigarro?

—Claro

Pego una calada. Me giro. Echo el humo por la ventanilla. Pienso en el chico con el pelo rizado, el pelirrojo, el musculoso, el negro, el gordo, el delgado, el joven. Me miro las manos.

—Es decir —observo—, que te da igual el físico

—Es lo que intentaba explicarte

—No me decías la verdad

—Estaba jugando

—¿Conmigo?

—Con tu curiosidad

Pego otra calada al cigarro.

—Entonces, ¿tampoco te gustan los jóvenes?

—La edad también me da igual

—Pero, ¿te gustan los hombres, no?

—Es lo que te he dicho al principio

—¿Y cómo sé que no me estabas engañando?

Llegamos a Madrid. Estacionamos en el parking de un restaurante de carretera. Bajamos del camión. Entramos. Saturnino abre la puerta del aseo. Espero. Sale. Le digo que me guarde la mochila. Entro. Meo. Me lavo la cara frente al espejo. Miro. Sonrío. Cojo papel higiénico y me seco. Lo tiro en la papelera. Salgo. Está sentado en una mesa. Me acerco.

—¿Tienes hambre?

—Sí —contesto

Llega el camarero. Pido lo mismo que Saturnino. Nos sirven las cervezas. Brindamos. Por nosotros. Me fijo en sus ojos. Azules. Me habla. Escucho. Dice que se siente mayor, que cuando ve a los chicos de hoy los compara con los de su juventud. Observa las diferencias entre esos dos mundos. Vuelve a la actualidad. Se siente con la necesidad de recuperar el tiempo perdido en algunos aspectos de su vida. Por otro lado se encuentra bien consigo mismo, con su personalidad, más estable, tranquilo, se ve que de joven fue un bala perdida. Que a medida que pasan los años va cogiendo experiencia, aprendiendo a la vez que su vida cambia con el contexto y éste cambiando al mismo tiempo que su mirada al mundo ya no es la misma. Llegan los bocadillos. Pedimos más cerveza. Se acuerda de su primer novio. Recién cumplidos los treinta. Cómo quedaban para verse en el campo de fútbol de su pueblo. Uno iba por las escuelas, otro por detrás de la piscina municipal. Recuerda su primer beso. A la luz de la luna. Sentados los dos en el banquillo del campo, atentos por si se acercaba alguien y los reconocía. Las caricias. El asiento de piedra. El amor. Los comentarios de la gente. Otra noche más en el banquillo. Cómo encendían los cigarrillos y fumaban ocultando la llama en la oscuridad. La primera noche cuando los padres de él se fueron de viaje y pudieron pasarla en su cuarto. La cama. Tan blandita. Sus cuerpos desnudos. Bebemos cerveza. La influencia de la gente. El qué dirán. Los padres de él se fueron a vivir a la capital cuando se enteraron que su hijo tenía relaciones con el del fontanero. El mismo día en que el chico cumplía veintitrés. Era invierno. Saturnino iba a visitarle con la moto. Pese a que llevaba guantes llegaba con las manos congeladas. Apenas si podía candar la rueda. Aparcaba dos calles abajo para que sus padres no le descubrieran. El chico bajaba al parque y charlaban. Pero Saturnino lo notaba cambiado, asustado, como si sus padres le hubieran comido la cabeza. Otras noches sólo se asomaba a la terraza. Tenían que hablar en voz baja para que no se enterara su abuela porque si no luego se lo cascaba a sus padres. A veces no tenía tanta suerte y simplemente no estaba. Saturnino esperaba pero no llegaba. Harto de esperar arrancaba la moto, se colocaba los walkman y de vuelta a casa con las manos heladas y el corazón un cubito de hielo. Aquella canción. Acabó por rallarla. La había grabado doce o trece veces en la misma cinta. Una balada de música rock. También la escuchaba tumbado en la cama mirando al techo. Pensando en él. Fue entonces cuando dejó de trabajar con su padre y se vino a Madrid a un taller de mecánica donde más tarde se compraría el camión y hasta hoy que sigue en la carretera. Deja la cucharita del cortado y bebe. Enciendo un cigarro.

—¿Y tú? —me pregunta

—¿Yo?

—¿Te has enamorado alguna vez?

—Prefiero no contarlo

—¿Por?

—No sé

—¿Tienes miedo?

—Puede

—No lo has olvidado

—Creo que no

—Pues dejémoslo

—Tampoco hay mucho que contar, yo le quería y él no

—¿Entendía?

—No lo sé

—¿No lo sabes?

—Bueno, creo que no

—¿Entonces?

—Supongo que quería probar

—¿Curiosidad?

—Sí

—¿Pero?

—Pero qué

—No sé, es un poco extraño

—¿El qué? —pregunto

—Eso, que uno cuando quiere probar es que quiere algo

—¿A qué te refieres?

—A eso, ya me entiendes

—¿Al sexo?

—Bueno, no quería llegar tan lejos, pero también

—Puede ser

—¿Y?

—¿Y?

—¿Qué pasó?

—Pues que se jodió todo

—¿Pero probó algo?

—Algo

—Y no le gustó

—Parece ser

—Se acojonó

—Supongo

—¿Y tú?

—Yo lo hubiera dado todo

—Pero

—Él no

—¿Y?

—Nada, uno da, otro no corresponde, y a la mierda todo

—¿Y después?

—¿Después?

—¿Qué pasó?

—Nada

—Contigo, me refiero

—Rencor, supongo, y rabia

—Porque no era como tú querías que fuera

—Yo lo tenía claro

—Pero él no

—No

—¿Y Ahora?

—¿Si lo tiene claro?

—Sí

—No lo sé

—¿Seguro?

—Ahora me da igual

—Mejor, ¿no?

—Supongo

—Mejor así

—Sí

—¿Vamos?

Pedimos la cuenta. No dejo que me invite. A medias. Salimos. Subimos al camión. Arranca. Me siento mejor. Aprieta la cinta y suenan los Rolling Stones. La misma canción. It´s only rock and roll but I like it!. Aparcamos en un polígono industrial. Bajamos. Saturnino se acerca a una cabina de teléfonos y hace un par de llamadas. Me mantengo a distancia con la mochila entre mis pies. Cuelga.

—Qué —le digo

—He llamado a un taxi

—¿Adónde me llevas?

—Sorpresa

Esperamos. Enciendo un cigarro. Me siento encima de la mochila. Se hunde. Me apoyo en las rodillas. Saturnino va hasta la esquina. Abre las piernas. Baja la cremallera. Mea. Se oye el chorro. Fumo. Regresa. Llega el taxi. Tiro el cigarro y subimos. Él delante y yo detrás con la mochila. Le indica la dirección. Salimos del polígono industrial. Conduce rápido por la M-30. Miro tras el cristal. La ciudad. Hay poco tráfico. El taxi se detiene en un semáforo. La gente cruza por el paso de peatones. Arranca. Llegamos. Saco la cartera. Saturnino paga. El taxista pone la luz verde. Me cuelgo la mochila al hombro. Caminamos por la acera. Paramos delante de un bar. Entramos. Poca luz. Nos apoyamos en la barra. Dejo la mochila en el suelo. La coge.

—¡Jose, Jose! —llamando al de la barra

Se acerca. Gordo. Sin camisa. Falda escocesa.

—¿Nos guardas esto? —le pregunta

—Claro, Satur, ¿qué os pongo?

—Para mí una cerveza, ¿y tú, Lucas?

—Otra —digo levantando la vista de la barriga de Jose

Se gira. Nos sirve. Le piden y se va.

—¿Te gusta? —me pregunta Satur

—¿Quién?

—El bar

Miro alrededor. Uno, dos, tres, cuatro, cinco..., dieciséis, diecisiete chicos gordos.

—Sí —contesto

Cojo una butaca y me siento. Se acerca uno de los que he contado.

—Qué bien acompañado vienes —le dice a Satur

Se dan un pico.

—Te presento, Lucas, Pablo

Nos damos dos besos en la cara. La suya...

—Encantado —decimos a la vez

...cubierta de barba.

—¿Una cerveza? —Satur a Pablo

—Gracias

Le da la suya. Siguen hablando. Pido otra a Jose. Me sirve y le pago.

—¿Dónde tienes a Ismael? —le pregunta Satur

—Ahora viene, está hablando con unos ingleses que se han enterado de la fiesta

—Será perra

—No lo sabes tú bien

—¿Cuándo...

Miro a la barra. Cojo un folleto. Leo. Martes 3 de agosto Fiesta de Ositos en La Cueva. Todos bienvenidos:
bears, chubbys
,
cubs
,
behrns
,
dadies
,
chasers, musclebears
,
grizzlies
y tú también. Fiesta despedida de verano. Cojo un librito de poemas. Abro la primera página. Leo:

La Muerte en la Cueva

Libros

muchachos novelas

poemas

¡Por qué la belleza en la

tierra!

Aceleras el paso

y te alejas por las

callejuelas

¡Y sólo

tus ojos

me entregas!

Este

alma

vieja

que me aprieta ¡Yo que

jamás

estuve

en Venecia!

Siguiendo tus pasos hallé

la muerte en la cueva

—...vacaciones —contesta Pablo

—¿Adónde?

—Estamos barajando varias posibilidades, pero lo más seguro es que acabemos en Sitges como todos los años, es que a Isma lo de la playa le hace

—¿Habéis reservado habitación?

—No

—Pues no sé si a estas alturas

—No hay problema, preferimos quedarnos en Vilanova i la Geltrú, que está a un paso y no hay tanta aglomeración

—Mejor

—Y más barato

Ismael aparenta menos edad que Pablo. Me presentan. Alto, ancho — nos damos dos besos—, barrigón y cubierto de pelo.

—¿Tomas algo? —le pregunta Satur

—Estoy servido —dice mostrando una jarra de cerveza de litro

Suena
Flash
de La Prohibida. Levanto la vista. Los djs bailan moviendo los brazos. Gorditos. Uno más alto que el otro.

—...a Sitges? —Saturnino a Ismael

—Donde nos conocimos —cogiendo a Pablo y dándole un pico—, y ya sabes que estás invitado, y Lucas también

—Gracias —le digo

Me sonrojo. Cojo la cerveza y trago.

—¡A ver! ¡Silencio, por favor! —dice un chico desde el escenario con un micro en la mano— ¡Chicos, bajad la música que no me oigo! Buenas noches, para quien no me conozca todavía, soy Fernando, el “Presi oso”, “
Beauty bear”
para los de aquella zona. Antes...

Gordo con melena. Brazos fuertes. Camisa a cuadros sin mangas. Barriga por encima de la correa.

—...qué estás mirando? Como os decía, antes que nada me gustaría dar las gracias a Vicente, Arturo, Jose y Gus, por seguir un año más con nosotros, y ya van cuatro, y por ofrecernos cada fin de semana la oportunidad de reunirnos, bailar, conocer chicos y algo más en este maravilloso local. Pido un cariñoso aplauso para ellos.

Aplaudimos. Mete el micro en el bolsillo de la camisa y se sube los pantalones.

—Dar las gracias también a la gente que nos apoya, y a quien se toma su cervecita y hace un poco de caja, que sin ellos no podríamos seguir adelante

Aplaudimos.

—Y por último, sin que el orden de mención implique prelación, ui, qué mariquita, a todos vosotros por estar aquí disfrutando de la fiesta

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