«El hombre prudente prevé el mal y se esconde. Mas el simple sigue andando y es castigado.»
Proverbios 27,12, Biblia del rey Jacobo
Una tarde de junio llegó a través del teléfono de campaña un mensaje que empezaba a sonar familiar:
—Intencionado, fachada delantera. Un grupo numeroso, viajan a pie, probablemente diez individuos. Algunos armados. Vienen por el oeste, están a cuatrocientos metros.
Como venía siendo costumbre, siete miembros del grupo se asomaron desde sus nidos de araña cuando el grupo de desconocidos estaba en el centro de la zona de asalto. Una vez más la emboscada los pilló completamente desprevenidos. Había once personas en el grupo: cinco hombres, cuatro mujeres y dos niños. Todos cargaban con mochilas. Uno empujaba un carrito de bebé cargado con provisiones. Cuando se les ordenó dejar las armas y las mochilas, obedecieron sin rechistar.
—¿Quiénes sois y de dónde venís? —preguntó Mike.
—Me llamo Rasmussen —contestó un hombre con barba y larga melena—. Somos de Spokane. Nos dirigimos a Helena, Montana. Tengo un hermano que vive allí.
—¿Por qué dejasteis Spokane?
—Spokane ya no existe, amigo. Casi todo ardió hasta los cimientos el pasado otoño. Luego, en invierno, llegaron los malditos presos, cientos de ellos. Se hacen llamar «La nuestra familia». Y no se marcharon. La poca gente que seguía allí empezó a quedarse sin comida en primavera. Escapamos de la ciudad en mitad de la noche mientras aún nos quedaba alguna posibilidad de seguir con vida.
—¿Cuánta comida lleváis encima?
—Lo justo para un día o dos —contestó el barbudo.
Tras una breve consulta entre los nidos de araña, el grupo de refugiados recibió orden de retirarse del camino y sentarse con las manos en la cabeza. Un breve vistazo de T. K. bastó para confirmar que los refugiados no mentían sobre la escasez de sus reservas de comida. Sus mochilas contenían básicamente ropa, cacharros de cocina y algunos objetos de recuerdo.
—Podemos daros algo de comida, pero no podemos dejar que os quedéis —declaró Todd—. Si volvéis por aquí no os daremos nada la segunda vez. ¿Lo entendéis?
Al otro lado del camino las cabezas asentían. Enviaron a Mary y a Kate a la casa a por comida para los refugiados. Volvieron con un saco de cebollas y patatas, un cubo de plástico de dieciocho litros lleno de trigo rojo, cuatro kilos y medio de arroz, un bote de vitaminas y dos latas de manteca de cacahuete en polvo. Depositaron los víveres en la carretera, junto a las mochilas de los refugiados.
—¿Hay alguna cosa más que necesitéis desesperadamente? —les preguntó Todd.
—Sí, tenemos cuatro armas pero entre todos solo tenemos diecisiete cartuchos. ¿Podéis prestarnos algo de munición?
—¿De qué calibre?
—Tenemos dos calibres.22, un Winchester.25-35 y un.30-06.
Tras otro debate entre los nidos de araña, Todd corrió hasta la casa y volvió con una caja de veinte cartuchos de ciento setenta granos y punta blanda del calibre.30-06 y una caja de plástico con cien cartuchos para rifle largo CCI.22. Al igual que hizo previamente, lo dejó todo en la carretera.
—Bien, amigos, os deseamos la mejor de las suertes —les dijo Todd tras retornar a su posición—, ojalá pudiéramos hacer más por vosotros, pero esto es todo lo que nos podemos permitir. Como ya he dicho antes, no volváis por aquí. No conseguiréis nada. Tampoco se os ocurra tratar de conseguir algo por la fuerza; estamos bien armados y nuestras medidas de seguridad son muy rigurosas. Os despedazaríamos como a un rebaño de ovejas. Ahora podéis levantaros, coger muy despacio vuestras mochilas y los víveres que os hemos dado y marchar en paz. Mantened el cañón de vuestras armas bien lejos de nosotros. No os paréis a abrir las mochilas y redistribuir la carga hasta que estéis fuera de nuestro campo de visión.
El melenudo líder del grupo de refugiados afirmó:
—Señor, no puedo estarle más agradecido.
—No hay de qué. Es nuestro deber como cristianos. Adiós y buena suerte. Que Dios os bendiga y os procure un viaje sin incidentes.
Todd y los demás esperaron hasta que los refugiados estuvieran bien lejos antes de salir de los nidos de araña y volver a camuflarlos.
—Parece que ha empezado la temporada del refugiado —meditó Mary.
—Sí, ya lo creo que sí —respondió Todd—. Me alegro de estar junto a un camino secundario y no junto a una autopista. Si esto fuera una vía principal, estaríamos hasta arriba de refugiados. Bajo esas circunstancias, no nos podríamos permitir repartir limosnas.
T. K. intervino diciendo:
—Yo no me preocuparía precisamente por los refugiados, sino por los presos fugados de los que hablaban estos.
Una semana después recibieron orden a través del TA-1 de preparar otra emboscada en la carretera. Mientras cogía a toda prisa el Remington 870, Lisa exclamó: «Otra vez no». Los tres desconocidos que se aproximaban eran poco corrientes. Montaban bicicletas de montaña marca Giant. Dos de las bicis arrastraban sendos remolques de dos ruedas. Cuando se produjo la emboscada, los ciclistas frenaron derrapando, completamente sorprendidos.
—¡Mantened las manos en el manillar! —les ordenó Mike Nelson. Un momento después, añadió—: No somos saqueadores. No queremos haceros ningún daño. Bien, ahora quiero que bajéis de las bicis de uno en uno, muy despacio. Usted primero, señor.
Un hombre con entradas y ligeramente rellenito bajó de la bici. Puso el caballete y levantó las manos en el aire. Nelson señaló con el HK91:
—Ahora usted, señora.
La mujer, que a juicio de Mike rondaba la cincuentena y que vestía vaqueros azules y camisa color caqui, obedeció la orden. Como su marido, también levantó las manos sin esperar a que se lo pidieran.
—Muy bien, ahora tú, señorita —pidió Mike.
La joven pelirroja, con aspecto de tardoadolescente, se unió a sus padres. A diferencia de ellos, dejó que la bici cayera al suelo. Parecía muy asustada.
—¿Quiénes sois y de dónde venís? —preguntó Mike.
—Me llamo Porter, Lon Porter. Esta es mi esposa Marguerite y esta mi hija Della. Somos de Seattle.
—¿Habéis venido hasta aquí directamente desde Seattle?
—No, el otoño pasado viajamos en nuestra ranchera Volvo hasta que nos quedamos sin gasolina en el cañón del río Columbia, al este de Biggs Junction. Tuvimos que abandonar el coche junto con casi toda nuestra ropa y nuestras cosas. Íbamos de camino hacia La Grande, Oregón, para quedarnos con la familia de mi hermano. Hicimos el resto del trayecto hasta aquí en bicicleta.
»Mi hermano Tom tiene un pequeño rancho en las afueras de La Grande. Nos quedamos con su familia en su casa. Es bastante pequeña, así que no tenían una habitación de sobra. Dormíamos en la sala de estar. Todo fue bien una vez Tom y yo superamos el mono de nicotina. Ninguno de los dos estábamos preparados para dejar de fumar, pero las circunstancias nos llevaron a dejarlo en seco. Los vecinos de Tom se dedican a la cría de ganado. Fueron muy generosos, pero era evidente que la comida iba a escasear en breve, así que les dijimos que nos íbamos. No queríamos ser una carga.
—¿Hacia dónde os dirigís ahora?
—Montana. He oído que las cosas no están tan mal por allí.
—¿Tenéis familia en Montana? Porter contestó dubitativo:
—No... no. Se supone que la situación es más normal allí, así que había pensado en buscar trabajo. Soy ingeniero mecánico. Tras una pausa, Mike manifestó:
—Repito, no queremos haceros ningún daño, pero tenemos que asegurarnos de que no sois saqueadores. Han pasado algunos por la zona. Algunos de ellos incluso eran caníbales. Vamos a tener que registraros tanto a vosotros como a vuestras pertenencias. Una vez estemos seguros de que sois quienes decís ser y de que no tenéis intenciones hostiles, podréis marchar en libertad. ¿De acuerdo?
—De acuerdísimo —dijo Porter.
Adoptando el tono de un policía, Mike dijo:
—Y ahora, alejaos de las bicicletas, poneos de espaldas y entrelazad las manos detrás de la cabeza.
Los Porter obedecieron al pie de la letra. Mike siguió diciendo:
—Jeff, cachea al señor Porter, hazlo a conciencia.
Jeff dejó su rifle, se aproximó al desconocido por detrás y lo registró metódicamente. No encontró arma alguna.
—De acuerdo, retorna a tu puesto. Mary, cachea a las mujeres.
Tan pronto como Jeff volvió a su puesto y empuñó su HK91, Mary salió de su agujero y cacheó a la señora Porter y a su hija.
Cuando empezó a inspeccionar a Della, notó que la chica estaba temblando. Le dijo con voz tranquilizadora:
—Relájate, pequeña. Somos los buenos de la película.
Durante la inspección, descubrió que ambas llevaban navajas multiusos Leatherman de acero inoxidable. Aparte de eso, no encontró arma alguna.
Mike informó a los Porter de que podían bajar las manos, pero les advirtió que no hicieran ningún movimiento brusco.
A continuación, Mary procedió a inspeccionar las alforjas de las bicicletas y los remolques. El proceso le llevó quince minutos. Mientras realizaba el registro anunció en voz alta lo que iba encontrando.
—Chubasqueros... Son Gore-Tex, de buena calidad, pero de colores horriblemente brillantes. Un kit de herramientas, ¡caramba, pesa muchísimo! En el kit tenemos... un juego de llaves de tubo, un taladro grande, un conjunto de macho y hembra... un par de micrómetros... la verdad, de todo. Hay herramientas que no sé ni qué son. Hay muchas que parecen hechas artesanalmente. —Dicho esto empezó a escarbar más hondo en el primer remolque—. Aquí hay un fusil AR-7.22 como el de Doug. Pero este tiene una especie de recubrímiento de color marrón camuflaje en vez de negro. Eso es diferente. —Retiró la cubierta de plástico de la culata y extrajo el receptor de su compartimento—. ¡Con razón! ¡Es un Armalite fabricado en Costa Mesa! Dan me contó que se fabricaron muy pocos como este.
Tras devolver a su sitio el AR-7, continuó con la inspección: —Alrededor de quince cajas de cartuchos de escopeta calibre.22. Media caja de munición calibre.380 de punta hueca ACP HydraShock de Federal. Una escopeta superpuesta desmontada y en su funda de piel. Es una Ruger Red Label, de 12 mm, es una verdadera preciosidad. Tres cajas de cartuchos de perdigones del.12. Un montón de comida enlatada. Algo de comida deshidratada Mountain House.
Después pasó a examinar las bicicletas. Las tres estaban fabricadas por la compañía Giant y se hallaban en perfecto estado. El cuadro de la de Della era ligeramente más pequeño que el de las otras dos. Había una importante diferencia entre las dos bicis de tamaño adulto. Las dos eran el modelo Sedona, pero la de la señora Porter estaba equipada con una gran carcasa de motor accionado por tracción. Dos cables lo conectaban a un gran estuche rectangular de nailon negro, que iba insertado en una lámina de metal del mismo color. La chapa de metal iba atornillada al tubo inferior del cuadro de la bici. Mary ojeó el mecanismo con curiosidad. Dirigiéndose a Marguerite, preguntó:
—¿Qué es eso, una especie de generador?
La señora Porter, visiblemente más relajada, contestó:
—Es una unidad motora E. R. O. S. La fabrica una compañía llamada Omni Instruments, situada en California. En el estuche negro hay un par de pilas de gel que alimentan el motor. Sin embargo, en estos momentos la batería está prácticamente muerta. Cuando accionas la palanca que hay en el manillar, pone el motor en contacto con la rueda trasera de la bici. Entonces, cuando accionas el pequeño interruptor que hay a la derecha del manillar el motor engrana. Cuando está completamente cargada alcanza sobre una superficie plana una velocidad de veinte kilómetros por hora. Tiene una duración de unos doce kilómetros. Básicamente la uso para ayudarme a subir pendientes. También hace lo que se conoce como frenado regenerativo. Cuando vas cuesta abajo puedes bajar el motor para que actúe como generador y recargue las pilas. También evita que la bici coja demasiada velocidad en las pendientes.
Mary abrió la funda de la batería y examinó la parte superior de las pilas de gel.
—Caray, es un mecanismo bien ingenioso.
A continuación, Mary centró su atención en la gran mochila del manillar de la bici de Lon:
—Varios mapas de carreteras; una linterna Kel Lite a pilas; y... ¡Aja! Una pistola automática. Nunca había visto una como esta. ¿Alguien ha oído hablar alguna vez de una Ortgies? —Tras retirar el cargador de la pistola, afirmó—: Parece una Tres-Ochenta.
Tras devolver el cargador en la culata de la pistola y meterla en la bolsa, Mary continuó el repaso.
—Dos cargadores adicionales para la pistola, ambos de munición de punta hueca. Un juego de parches para reparar pinchazos, un rollo de cable, un tronchacadenas, algo de cinta aislante y unos alicates. Eso es todo.
Tras unos pocos minutos de seguir registrando en silencio, declaró:
—En el otro remolque y en las alforjas hay poco digno de mención. Principalmente ropa. Hay un Powercube de 117 V y un cable cargador con enchufe de tipo mechero de coche. Debe de ser para cargar la batería del motor de la bici. —La señora Porter asintió con la cabeza—. También hay un álbum de fotos, una Biblia del rey Jacobo y un maletín de primeros auxilios bastante completo. Nada más que merezca la pena comentar.
Dicho esto, Mary volvió a su puesto. Tras una pausa, Porter preguntó expectante:
—¿Y bien?
Tamborileando con los dedos sobre la madera del borde del nido de araña, Mike preguntó:
—¿Dónde trabajaste allá en Seattle y durante cuánto tiempo?
—Trabajé en Boeing como ingeniero mecánico durante diecisiete años. —Hubo otra pausa.
—¿Sabes cómo soldar? —preguntó Mike.
—Por supuesto. G. I. T, G. I. M., oxiacetileno, lo que quieras. Boeing incluso me mandó a Zúrich a hacer un curso especial de dos meses, con todos los gastos pagados, con Escher Wyss. Eso fue en 1993. Pero soldar no es mi especialidad. Estoy especializado en la creación de prototipos mecanizados.
—¿Y qué me dices de la fabricación de láminas de metal?
—Por supuesto.
—¿Estás familiarizado con la mecánica automovilística?
—Pues sí. No sé cuántos motores de coche y camión he reconstruido en mi tiempo libre. Es una especie de afición. Creo que en lo único en lo que no estoy muy versado es en los coches modernos con sus arranques electrónicos y demás chismes controlados por ordenador.