Como el suministro de Todd y Mary venía de un manantial y no de un pozo, no había necesidad de instalar una bomba solar demasiado elaborada. Sin embargo, Mary estaba particularmente impresionada con el sistema fotovoltaico de Kevin, así que convenció a Todd para dar el gran paso e instalar un sistema de alimentación fotovoltaico de 12 V CC para la casa refugio.
Con la ayuda de Sam Watson, los Gray instalaron un rastreador Zomeworks con capacidad para ocho paneles, y un complemento completo de paneles Kyocera 48. Montaron el rastreador a dos metros y medio del lado sur de la casa, entre dos grupos de ventanas. A causa de la tremenda pérdida de línea de la corriente continua, los Gray siguieron el consejo de Watson y decidieron usarla solo en el comedor. Este circuito cargaba una batería de pilas de cadmio que Todd había instalado en el fondo de un antiguo armario. Las baterías a su vez alimentaban los numerosos aparatos y radios de 12 V CC, así como un transformador. El transformador, fabricado por la empresa Xantrex de Arlington, Washington, convertía 12 V CC en 117 V CA. Gracias a su moderno diseño de conversión por onda sinusoide, el Xantrex era muy eficiente.
Más tarde, Todd añadió al sistema un generador eólico de 12 V marca Winco. Mary lo vio anunciado en los anuncios por palabras del
Idahonian,
un periódico de Moscow. Contando con la torre de cuatro metros y medio de altura, el generador de 500 W de segunda mano costó tan solo doscientos cincuenta dólares. Incluso venía con dos juegos adicionales de rodamientos y cepillos.
Como el refugio no estaba en una zona particularmente expuesta al viento, no bastaba con la torre de cuatro metros y medio. Todd decidió construir él mismo la torre, ya que la compra de una torre de acero más alta hubiera superado con creces el precio del generador.
Después de estudiar diversas opciones para la construcción de su propia torre sostenida por cables, fue Kevin el que tuvo la idea de hacerla de madera.
—Lo que puedes hacer es construir una torre de tres patas y poner una plataforma en lo alto. Luego no tienes más que atornillar en lo alto la torre de cuatro metros y medio —sugirió Kevin.
Resultó ser una idea buena y barata, pero que requería una gran inversión de tiempo. A través del periódico, Mary encontró una fuente de postes telefónicos usados. Compraron tres postes de doce metros por un precio total de cuarenta dólares, incluyendo el envío. Usaron la sierra mecánica Pro-Mac 610 de Todd McCullough para igualar la longitud de los postes. Les costó ingenio y sudor, pero Todd y Kevin fueron capaces de cavar los hoyos para los postes, y erguirlos usando un sistema de «polea guiada». Después, utilizando un juego de tres estacas de escalada, Todd trepó a lo alto de los postes y construyó una plataforma a partir de dos listones de madera. Con antelación, habían taladrado los agujeros en los postes para los pernos que sostendrían las vigas maestras. Para elevar los maderos usaron de nuevo un sistema de polea.
Una vez situada la torre, les costó aún más ingenio y sudor desmontar, levantar, y volver a montar la torre de troncos para el Wincharger. A continuación, era el turno del generador y, para acabar, el de su hélice. Pese a que Todd usó un cable pesado número 6 para transportar la electricidad desde el generador a la caja de conexiones de 12 V, aún había una considerable atenuación de línea en los diecisiete metros de cable.
Una vez estuvo todo instalado y funcionando, Todd se quedó decepcionado con la contribución del Wincharger al sistema. Incluso con un viento de cuarenta kilómetros por hora, el generador no producía tanta corriente como los ocho paneles fotovoltaicos en un día soleado. Al menos Todd tenía la satisfacción de saber que en invierno, cuando los paneles solares estuvieran a la mínima capacidad, el Wincharger seguiría funcionando, deficientemente, pero funcionando. Todd admitió que el Wincharger no valía la inversión de tiempo, dinero y trabajo que costó su instalación. Pero había resultado, como decía Todd, «una buena experiencia práctica, y una oportunidad para usar la cabeza en otra cosa que no fueran números».
Una vez hecho esto, construyeron los «nidos de araña» para las posiciones de emboscada en la carretera del condado. Había un total de siete nidos individuales, cavados a intervalos de unos tres metros y medio. Todd cubrió el suelo de cada uno con contrachapado tratado a presión. Para facilitar su drenaje, Todd cavó treinta y ocho centímetros adicionales y depositó una base de grava bajo las tablas del piso. Taladraron en cada una de las tablas una docena de agujeros de trece milímetros de diámetro.
Todd se tomó también la molestia de cavar un par de «fosos para granadas» en cada nido. Esta triquiñuela, que Jeff Trasel mostró al grupo, consistía en un agujero de veinte centímetros de diámetro y ciento veinte de profundidad, cavado con 45° de inclinación en cada una de las dos esquinas frontales de cada nido. Según Jeff, los fosos servirían para que, en caso de que alguien lanzara una granada en un nido, su ocupante pudiera desviarla hasta uno de los fosos, donde explotaría inofensivamente. Por supuesto, contando con que pudieran hacerlo antes de que explotara. Pese a que no dejaba de ser una medida desesperada, era mejor que nada.
Todd y Mary idearon varias maneras curiosas de camuflar las tapas de los nidos de araña. La mayoría estaban cubiertos por pedazos viejos de madera y por piezas de uralita con formas irregulares. Una usaba la puerta de un Volkswagen. Todd estaba especialmente orgulloso de la que usaba una nevera abandonada tumbada hacia arriba como puerta. Como los lados del refrigerador quedaban por encima del nivel del suelo, Todd los reforzó desde dentro con seis planchas que habían sobrado una vez culminado el proyecto de los postigos para puertas y ventanas.
Como los nidos de araña estaban situados a intervalos de tres metros y medio, Todd pensó que su posición podía atraer sospechas, así que esparció chatarra adicional por la zona. Una vez completo, el grupo de nidos de araña era indetectable, simplemente parecía una pila de chatarra entre la alambrada y el camino.
La última medida de protección para el refugio era una verja de metal que lo rodearía. Uno de los últimos juegos de candados se usó para el portón de entrada. Como descubrieron, el precio más bajo disponible en verjas de metal lo ofrecía Sears. Cuando la cuadrilla de instalación preguntó para qué querían la valla, Mary se limitó a señalar a Shona diciendo:
—No quiero que nuestro rodesiano se escape y acabe recibiendo los disparos de un granjero. He oído que eso ocurre mucho por aquí.
La verja cumpliría dos funciones. Primero, ralentizaría cualquier intento de entrada en la casa. Segundo, haría explotar lejos de su objetivo las cabezas de cualquier granada propulsada con cohete. Todd no mencionó este segundo aspecto a Mary. La mera idea de alguien usando un misil LAW o un RPG soviético contra su casa parecía un tanto exagerada. No quería que Mary se burlara de él. Ya le había dicho que los nidos de araña le parecían «un poco excesivos».
Más tarde, aquel verano, Todd preparó el suministro de madera para el invierno. Pese a que no era necesario, decidió despedazar los cinco haces de madera antes de apilarlos.
—Así nos evitamos esfuerzos mayores en el futuro —comentó Todd. Nunca se había enfrentado a tan grandes cantidades de madera, por eso acabó lamentando haberse propuesto hacerlo de una tacada. El trabajo le llevó dos semanas, porque tenía que alternarlo con sus seis horas diarias dedicadas a la contabilidad.
A medida que aumentaba su destreza en el corte de madera, Todd sabía dónde debía golpear y dónde situar la cuña para los troncos de mayor tamaño.
Así que conforme fue avanzando cada vez trabajaba más rápido. Mary, que al mismo tiempo iba apilando la madera, reparó en el aumento de productividad de Todd y acabó por quejarse:
—Ve más despacio, Arnie, empiezo a tener problemas para seguirte el ritmo.
—¿Quién es Arnie? —preguntó Todd.
—Ya sabes, Arnold Schwarzenegger. Estaba pensando que con lo cachas que te estás poniendo, en cuatro días te parecerás a él. Todd sonrió y bromeó con su mejor pseudoalemán.
—Jah,
eso
serr vendad,
mi
querrida
mantequera. Yo
serré
el
Arrni
de
tuz sueeños.
Tras una larga pausa y unas cuantas sonrisas, Mary se secó la frente y dijo:
—Necesito tomarme un descanso y beber algo de agua. Ya acabaré de apilar el resto más tarde, cuando empiece a refrescar.
Se dio la vuelta y caminó hacia la casa, cimbreando tanto las caderas que Todd no pudo reprimir un silbido de admiración.
Raramente Todd se sentía tan feliz. La vida de casado le iba como anillo al dedo.
«El sol se ha puesto hace una hora. Me pregunto si me dirijo a casa. Y si he extraviado mi rumbo a la luz del día, ¿cómo sabré encontrarlo ahora en la noche?»
Antigua canción
A finales de mayo, tras dos meses de aburrimiento, Rose Trasel vio a un desconocido que se aproximaba al perímetro del refugio. Acababa de anochecer. Al principio pensaba que sus ojos le estaban jugando una mala pasada; creyó haber visto movimiento pero luego no pudo ver nada. Rose usó los prismáticos para rastrear la zona donde creía haber visto al intruso, pero siguió sin ver nada. Finalmente vio más movimiento. Era una persona, bien camuflada, cargada con un gran rifle, que avanzaba unos pocos pasos cada vez y luego se paraba. Desde el puesto de observación y escucha, envió un mensaje nervioso a través del transmisor TA-1:
—Algo se mueve en la parte de atrás. Seguramente avanza solo. Está armado. Se aproxima lentamente desde el este, campo a través. A unos cuatrocientos cincuenta metros.
Como era de día y la mayoría de los miembros del grupo estaban en pie, pudieron preparar una emboscada antes de que el desconocido llegara hasta la casa.
Todd, Mary, Kevin y Dan esperaron al desconocido ocultos en la arboleda del norte de la casa, en posición de cuerpo a tierra. El tipo se acercó precavidamente hacia la emboscada.
Ocasionalmente, paraba para rastrear a su alrededor. Cuando vio el humo que salía de la chimenea de la casa de los Gray, se metió con cuidado en la arboleda. Llevaba un Springfield Armory M1A con un portafusiles M60 negro de nailon acolchado. El rifle colgaba sobre su pecho, listo para disparar en cualquier momento. Vestía uniforme de campaña y cargaba una mochila Kelty color verde bosque. Conforme iba acercándose se hizo evidente que el intruso llevaba la cara cubierta de pintura de camuflaje.
Como se había desviado hacia la arboleda para evitar ser visto desde la casa, el desconocido pasó a solo dos metros y medio de Kevin Lendel, que estaba echado en tierra, con la cara cubierta por un velo de camuflaje de francotirador. Justo cuando había rebasado la posición de Kevin y se aproximaba a la de Mary, Todd gritó:
—¡Alto!
Normalmente, Todd hubiera esperado a que el desconocido estuviese en el centro de la zona de asalto de la emboscada, pero como había entrado por sorpresa en la arboleda, el riesgo de que detectara la emboscada era muy elevado.
Todd advirtió al extraño con voz atronadora y de pocas bromas:
—Hay cuatro rifles entrenados apuntándote. Deja tu arma en el suelo, lentamente. —Tras detenerse un momento y confirmar el número de enemigos, el desconocido obedeció la orden—. Retrocede tres pasos. Pon las manos en la cabeza. Ahora, ponte de rodillas y cruza las piernas. —De nuevo, el desconocido hizo lo que se le había ordenado.
Todd indicó a Dan con un leve movimiento de su dedo índice que avanzara. Desde su puesto en el lado más alejado de la zona de asalto, Dan dejó su HK y se puso en pie. Caminó tranquilamente alrededor del inesperado visitante y volvió a situarse en su puesto. Sacó su calibre.45, le quitó el seguro y apuntando al hombre dijo:
—Muy bien, quiero que te desabroches muy lentamente la riñonera y que lances tu mochila hacia donde están mis amigos.
Con un gruñido, el extraño lanzó la mochila hacia Mary. Esta aterrizó unos cuantos pasos delante de ella.
—Eso es. Ahora haz lo mismo con el correaje.
Dicho esto, el desconocido desabrochó el cinturón del arnés LC-1, se lo quitó y lo lanzó junto a la mochila Kelty. Dan volvió a poner el seguro del Colt, lo enfundó y se aproximó al intruso. Le cacheó concienzudamente. En los bolsillos de su chaqueta de combate encontró un par de guantes D3A y también unos de lana; en la camiseta y en los bolsillos de los pantalones, una navaja de bolsillo del ejército alemán y una brújula lensática del ejército americano con marcas de tritio. Envueltos en bolsas resellables había mapas de carreteras AAA de Idaho/Montana y los estados y provincias del Oeste. En otros bolsillos, encontró un pastel de nuez de arce envuelto en papel de aluminio procedente de una ración de combate y un lápiz de pintura de camuflaje. También descubrió, sujeto a su pantorrilla izquierda, bajo los pantalones de camuflaje, una navaja de combate personalizada modelo T. H. de la marca Rinaldi Sharkstooth. Dan dijo con admiración:
—¡Caray, una Rinaldi! Tienes buen gusto para las navajas... Siempre viene bien tener algo así por lo que pueda pasar.
Tras lanzar cuidadosamente la navaja recubierta de kydex y el contenido de los bolsillos del desconocido en un montón junto a la mochila, Dan declaró:
—Ya está limpio, jefe. —Dicho esto, volvió a su posición, cerró la pistolera Bianchi, se echó a tierra y volvió a apuntar con su rifle.
Una vez Dan había vuelto a su sitio, Todd se levantó. Apuntando con su HK91 colocado a la altura de la cadera, proclamó:
—No somos bandidos. Somos ciudadanos soberanos de Idaho. Esta tierra en la que estás es propiedad mía, que quede bien claro. Solo queremos hacerte algunas preguntas y después te dejaremos libre. —Bajando el cañón de su arma, preguntó—: ¿Quién eres?
—Me llamo Doug Carlton.
—¿Hacia dónde te diriges?
—Hacia el oeste.
—¿De dónde vienes?
—De Missoula. Fui allí para ver si mis padres aún estaban vivos. No lo estaban. La mitad de la ciudad había sucumbido al fuego, incluida la casa de mis padres. Los enterré detrás de la casa y me marché. No quedaba mucha gente por allí.
—¿Y antes de Missoula?
—Pueblo, Colorado. Soy, más bien era, estudiante de último año en la Universidad de Southern Colorado. Estudiaba Ingeniería Mecánica. Todd presionó el botón de habla de su TRC-500.