»La noche antes de marcharme, unos cuantos tipos del equipo de fútbol americano se hicieron con toda la comida del comedor de la residencia y del Centro Joe O. y la almacenaron toda junto con un montón de agua en el cuarto piso. Se creían muy listos. Inhabilitaron los ascensores y bloquearon las puertas de incendios con sofás y pupitres. Los muy bobos contaban solo con bates de béisbol como autodefensa. A eso le llamo yo no tener ni idea de lo que puede llegar a pasar. Era una simple cuestión de tiempo que alguien con armas de fuego los desvalijara. E incluso si hubiesen tenido la suficiente fuerza coactiva como para conservar su posición, ¿con qué iban a calentarse en invierno? Una vez la planta generadora de calor dejara de funcionar y la electricidad estuviera
kaput
imperaría la ley de la selva.
»Con todo lo que estaba pasando podía verle las orejas al lobo. Se iba a poner muy feo una vez que la gente empezara a tener hambre, y eso iba a pasar bien pronto. Supuse que había llegado la hora de concluir que la unión hace la fuerza, así que empecé a llamar a todos los números del departamento del CAOR, empezando por los MS-4 y descendiendo luego gradualmente de rango. El sistema de telefonía móvil estaba inactivo y nadie contestaba a los teléfonos fijos. Todo el mundo se había largado. Lo único que conseguí fueron tonos continuos o contestadores automáticos. Recuerdo que el cadete Pickering tenía un mensaje gracioso. Decía: «¿El último estudiante en marcharse podría ser tan amable de apagar las luces al salir del Escalante Hall?».
«Finalmente pude hablar con alguien, pero no era un cadete. Era Ross, un tipo que conocía porque vivía en el primer piso de la residencia. Ross estaba en mi clase de estudio de la Biblia de los miércoles por la tarde. Una vez me contó que tenía una escopeta Model 12 en su habitación y que la usaba para practicar el tiro al plato. Registré esa información en mi cabeza. Así que fue el primero al que llamé tras haber acabado con la lista de cadetes. Contestó al primer tono. Hicimos un trato, yo le cubriría mientras él transportaba sus cosas hasta el coche, y luego él haría otro tanto por mí.
»El arreglo funcionó a la perfección. Ya lo creo que Ross tenía un Model 12. La noche anterior, usó una sierra para tuberías para cortar el cañón a unos cuarenta y ocho centímetros. Es una pena destrozar un arma de coleccionista como esa, pero «momentos desesperados exigen medidas desesperadas». Así que nadie nos molestó. Para entonces ya no había agentes de seguridad en el campus, y la policía de Pueblo y del departamento del sheriff del condado tenía peces más gordos que pescar. En cualquier momento del día podías oír montones de sirenas. La noche antes de que me marchara, oí cada media hora o así tiroteos en la distancia en dirección a Pueblo.
«Debería mencionar que yo siempre transportaba el M1A en una funda de guitarra cuando lo sacaba fuera del dormitorio, porque en la USC estaba completamente prohibido llevar armas. Era una de esas reglas sin sentido que raramente se hacía cumplir. Yo no era el único que tenía un arma en la residencia. Por ejemplo, la USC tenía un equipo oficial de tiro que practicaba en un campo interior en el campus, y la mayoría de esos tipos usaban sus propias armas en vez de las oficiales del CAOR. Así que no entraban en la excepción que se hacía para las armas de la escuela y del departamento del CAOR.
»Los miembros del equipo sencillamente no mencionaban a nadie que esas pistolas eran de su propiedad. Y tampoco las guardaban en la armería del Cuerpo. Simplemente eran muy discretos con el tema. A Javier, mi compañero de habitación, no le molestaba que yo tuviera en la habitación el M1A y el AR-7. De hecho hasta se vino conmigo al campo de tiro un par de veces.
»Bueno, basta ya de leyes obsoletas. Veamos, os estaba contando lo del equipaje... Aún había electricidad cuando estaba cargando mi Jetta del 95 y Ross hacía otro tanto con su vieja minifurgoneta Chevrolet. Podíamos oír a alguien del cuarto piso con el estéreo a todo volumen. Estaban poniendo esa vieja canción de REM,
It's the End of the World as We Know It, and I Feel Fine.
Me pareció que era de lo más apropiado.
»Hubiera sido mucho mejor que nuestros coches viajaran juntos para protegernos el uno al otro, pero yo iba con rumbo norte a Montana, y Ross se dirigía al sur, al rancho de su tío, cerca de El Paso. Así que después de hacer el equipaje, cada uno rezó una oración por el otro, nos estrechamos la mano y nos metimos en nuestros respectivos coches.
»Supuse que el corredor I-25 hasta Colorado Springs y Boulder estaría intransitable, así que me dirigí hacia el oeste por la I-50 en dirección a Grand Junction. Decidí que sería mejor tomar la I-50 solo hasta Salida, luego la US 285 dirección norte hasta Leadville, básicamente siguiendo el río Arkansas. De la 50 luego tomaría la US 24 hasta la I-70 en Grand Junction. Sabía que por esa ruta habría menos gente y, por lo tanto, menos posibilidades de conflicto.
»Mi meta era hacer la ruta norte de Basin y Range, donde prácticamente no hay población. No vi tráfico; tan solo unas pocas personas que eran obviamente refugiados, con remolques aprovisionados hasta arriba y algunos camioneros. Vi bastantes camiones sin remolque; supongo que debían de haber abandonado sus cargas y estaban tratando de llegar a casa.
«Normalmente llevaba el coche con tres cuartos de depósito lleno y además llevaba una garrafa de veinte litros adicionales tratados con Sta-Bil. No os lo vais a creer, pero cuando las cosas se fueron al garete tenía mucha menos gasolina de lo habitual. Con lo que había en el depósito, e incluso con los veintitrés litros extra que compré en Pueblo, calculé que tenía solo para unos trescientos ochenta kilómetros. Si lo hubiese pensado antes habría encontrado algún sitio en Pueblo para almacenar algunas garrafas de gasolina.
«Comprobé todas las estaciones que me crucé en la autopista, incluso tomé algunos desvíos para pasar por las estaciones de pequeños pueblos, pero nada, no quedaba gasolina en ninguna. Algunas de ellas tenían diesel, pero ni hablar de gasolina. ¡Será posible! Si hubiese comprado el modelo diesel del Volkswagen Jetta en vez del modelo a gasolina, habría tenido combustible de sobra para llegar a Missoula. Puedes usar gasoil de calefacción para alimentar un coche diesel, ya que es prácticamente lo mismo. Simplemente tiene un tinte distinto para que la gente no intente saltarse los impuestos de circulación. Es más, puedes usar aceite de cocina usado si lo filtras. Antes del colapso podías conseguir gratis aceite usado de prácticamente todos los restaurantes... Tal y como estaba, me quedaban aún novecientos sesenta kilómetros de camino cuando me quedé sin gasolina.
»Si pudiese dar marcha atrás en el tiempo, me compraría un coche o un camión que usase diesel. Se degrada mucho más lentamente, su transporte en grandes cantidades es más seguro y además estuvo disponible a la venta más tiempo que la gasolina. El diesel puede estar almacenado durante una década o más si lo tratas con algún tipo de antibacteriano y no dejas que el agua se filtre dentro. Tenía un amigo en Montana que trabajaba para un contratista de asistencia en carretera. Tenía una camioneta grande con un enorme tanque adicional en la caja, justo detrás de la cabina. Lo usaban principalmente para transportar combustible diesel número 2 para las niveladoras y los buldóceres. Como el depósito tenía forma de ele, la mayor parte iba debajo de una caja de herramientas, así que solo ocupaba una línea de veinticinco centímetros del espacio de carga. Me dijo que tenía una capacidad de trescientos setenta litros. Puedes hacer un larguísimo trayecto con esos trescientos setenta litros extra.
»La noche en que me quedé sin gasolina estaba a unos veinte kilómetros de Grand Junction, cerca de Orchard Mesa. Cuando el motor empezó a renquear, presioné el embrague, lo desengrané y descendí colina abajo los tres últimos kilómetros. Durante el descenso empecé a silbar la melodía de
It's the End of the World as We Know It.
Era el fin del mundo tal y como yo lo había conocido, ya lo creo que sí. Se acabó la vida fácil. Se acabó el ir en automóvil. Había llegado la hora de un largo viaje a pie.
» En el vehículo no quedaba prácticamente nada que rescatar lo suficientemente ligero como para poder cargar con ello. Tan solo cogí algunos mapas de carreteras, una bengala de señalización de quince minutos de duración, unas cuantas bolsas de plástico, un saco de dormir de emergencia y dos botellas de dos litros llenas de agua ligeramente clorada que llevo siempre en el coche para casos de emergencia. Mi primera meta era salir de la autopista para que no me atracaran. Cerré el coche y lo dejé en el arcén; supongo que ahí sigue. Estaba oscuro como boca de lobo, así que me pasé un buen rato peleando con la mochila y tratando de ponerme en marcha. Llevaba la mochila repleta de comida, además de las dos botellas de agua, por lo que pesaba alrededor de treinta kilos. El rifle y el correaje añadían veintisiete kilos adicionales. Al principio era insoportable y no podía andar muy deprisa. Tras unos pocos días, los músculos de mi espalda se fueron acostumbrando, y conforme iba comiendo algo de comida la mochila iba perdiendo peso, aunque no demasiado. Ahora mismo, por ejemplo, debe seguir por encima de los veinte kilos.
»La primera noche hice solo un kilómetro y medio. Pensaba seguir el río Gunnison. Hice el primer trecho dando trompicones en la oscuridad; tras quinientos metros me encontré con una vía del tren. Pensé que sería más seguro que viajar por la carretera, y más fácil que ir tropezando con la artemisa.
Incluso iba en la dirección correcta, ya que la vía estaba orientada hacia el norte. Cuando el día empezó a clarear, decidí acampar a doscientos metros de la vía, en un macizo espeso de arbustos. Mientras estaba ahí tumbado aquella primera noche, intentando dormir, hice una lista mental para mi excursión. Decidí que como estaba completamente solo sería mejor viajar sigilosamente para evitar ser detectado. Debía tratar a cualquiera que me cruzara como un potencial adversario. Viajar solo te deja en una situación muy vulnerable. Me di cuenta de que sería mejor no llevar a cabo ninguna acción detectable, como una fogata humeante para cocinar o disparar con la pistola a no ser que fuera estrictamente necesario, ya que una evasiva es siempre más fácil que una huida, o, Dios no lo quiera, un tiroteo.
»Me despertó el sonido de un tren de mercancías de la Denver Rio Grande Western que venía hacia mí, con dirección norte. Me dije a mí mismo: «¡Bien! Aún funcionan los trenes. Puede que consiga montar en uno». Ese tren iba al menos a sesenta kilómetros por hora, por lo que no me molesté en tratar de alcanzarlo, pero solo verlo me animó bastante. Ahora que al menos tenía un vago plan pude dormir hasta que se hizo casi de noche; comí una lata de estofado de ternera y me puse en marcha de nuevo.
«Aquella noche hice todo el camino hasta Grand Junction. Tuve la suerte de que la gravilla de la vía estaba bien compacta y al nivel de las cuñas de riel, por lo que pese a la pesada carga que llevaba encima, fue un paseo fácil. Me detuve junto a la ciudad y retrocedí hasta un pinar para dormir en él. Estaba hecho polvo. Aquel día pasaron dos trenes, uno que iba hacia el sur y otro hacia el norte, lo cual era esperanzador. Todo lo que hice fue rellenar la botella de agua en un arroyo y tratarla con una pastilla purificadora. Dormí a ratos, pues había una pareja de esos grandes cascanueces grises que me despertaban continuamente. Pensé en cazar uno con mi calibre.22 para comérmelo, pero estaba demasiado próximo a la ciudad y no quería atraer la atención. Los tenía tan cerca que una simple pedrada habría bastado.
»Esperé hasta que oscureció del todo y retomé el camino por las vías. Era raro e inquietante caminar hacia Grand Junction. Las vías bordeaban el lado este de la ciudad, así que me quedé en ellas. Supuse que esos enormes raíles me servirían para cubrirme en caso de que me enfrentara a un tiroteo. No había electricidad en la ciudad, pero pude ver velas y lámparas de queroseno en muchas casas. No vi ningún coche circulando por las calles. Había una estación de clasificación en el lado norte de la ciudad, allí aparcaban los trenes. Pensé que sería un buen sitio donde conseguir transporte.
»Justo cuando me estaba acercando al centro de clasificación, un tren de mercancías puso en marcha uno de sus motores y emprendió rumbo norte. Aceleré el paso hacia el tren, pero no podía moverme muy rápido por culpa de todo el peso con el que cargaba. El tren cogió velocidad antes de que pudiera alcanzarlo, así que tuve que parar y verlo alejarse.
»Oí a alguien gritándome desde un montículo en el otro extremo de la estación: «¡Eh, soldadito! ¿Has perdido el tren?». Me dio un susto de muerte. Me puse sobre una rodilla, me giré para encararlo y quité el seguro del MIA.
»El tipo del montículo se puso en pie riendo. «Eh, no dispares, peregrino», me dijo. La luna nos iluminaba, así que pude confirmar que estaba solo, y al menos desde la distancia, parecía desarmado. Vino hacia mí. Era un mendigo de aspecto mugriento, se presentó como «Bob Petaluma». «Hijo, no te preocupes», volvió a decir. «Mañana emparejarán un par más con rumbo norte.» Me invitó a su campamento, que estaba a unos ciento ochenta metros de distancia, tras unos algarrobos. El era el único acampado allí.
«Transportaba toda su carga en un viejo talego azul de las Fuerzas Aéreas. Como protección, tenía un viejo revólver Smith and Wesson con el recubrimiento de níquel prácticamente pelado. Tenía aspecto de reliquia, pero parecía funcionar. El tal Bob debía tener unos sesenta años, y por su olor se diría que hacía tiempo que no se daba un buen baño. No tenía dientes, ni superiores ni inferiores, por lo que su sonrisa resultaba bastante cómica.
»Bob Petaluma pasó media hora describiéndome los horarios de los trenes. Tenía un viejo y grasiento mapa de itinerarios de tren que guardaba en una bolsa de plástico para pan, junto con otros horarios, mapas de carreteras y algunas notas escritas a mano con más horarios y rutas de trenes de mercancías. Usamos una pequeña vela para leer los mapas y los horarios.
»Bob me dijo que estaba esperando un tren que se dirigiera al sudoeste. Me dijo que iba a Ajo, en Arizona, donde, en un cilindro verde de plástico para envíos que enterró, guardaba muchas de sus cosas, incluidas un par de pistolas y munición adicional, como
«aliho».
Digamos que me sorprendió oír eso. Había oído anteriormente el término «alijo» en boca de
survivalistas
y de ONC de las Fuerzas Especiales, pero nunca a nadie más. Por lo que dijo, conocía a muchos vagabundos que enterraban comida y ropa a lo largo de las rutas que frecuentaban. Pronunciaba mal la palabra, pero por la manera en que lo describía sabía de sobra cómo cavar y camuflar un
aliho.