Patriotas (25 page)

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Authors: James Wesley Rawles

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Patriotas
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—¿Alguna señal de que haya alguien más, Rose? —susurró al micrófono de espuma negra.

Desde el puesto de observación y escucha, Rose contestó:

—No, parece que es un solitario y no es el hombre punta de nadie.

—Gracias. Mantén los ojos abiertos. Corto —replicó Todd.

Tras bajar la delgada antena de la TRC-500, Todd retomó el interrogatorio:

—Tienes un aspecto bastante militar, Doug. ¿Eres miembro de la Guardia Nacional o reservista?

—Ni una cosa ni otra. Soy cadete de la armada CAOR, un MS 4, un cadete de cuarto año. Fui al campamento avanzado del CAOR el verano pasado y al campamento básico en Fort Knox el verano anterior a ese.

—Si eres realmente un cadete sabrás ciertas cosas... como por ejemplo: ¿En el contexto del departamento CAOR, qué significa PCM?

—Profesor de Ciencia Militar. Generalmente un coronel, en ocasiones un teniente coronel.

Todd asintió con la cabeza y preguntó:

—¿Cuáles son las cuatro funciones del personal de la Armada?

Carlton recitó rápidamente:

—A nivel brigada e inferiores, el taller S-1 es para personal. S-2 es la inteligencia. S-3 es para entrenamiento en tiempos de paz y para operaciones en tiempos de guerra. S-4 es para logística. Las funciones son las mismas para los escalafones superiores, pero usan el prefijo G: G-1, G-2, G-3 y G-4.

—Correcto. ¿Cuál es el máximo alcance efectivo de una excusa?

Carlton respondió bruscamente:

—¡Cero metros!

Todd volvió a asentir sonriendo.

—Ya lo creo que eres un cadete. Siéntate a lo indio y hablemos.

Carlton obedeció y se sentó. Todd también se sentó cruzando las piernas a cuatro metros y medio de distancia, con el HK91 descansando sobre las rodillas.

—Bien, ¿adonde te dirigías exactamente? —preguntó mirando a los ojos al desconocido.

—Hacia el oeste, al interior del territorio de Palouse —respondió Carlton, con voz más relajada—. A ningún sitio en particular. Pensaba encontrar alguna ciudad pequeña que no hubiera sido arrasada, y buscar trabajo como guardaespaldas. Como una especie de
yojimbo.

Todd ladeó la cabeza.

—No sé yo cuántas ciudades quedarán intactas, Doug. Además, serías muy afortunado si pudieras acercarte a una sin que te disparasen en cuanto estuvieses a tiro. Por lo que he oído en la banda ciudadana y en la radio de onda corta, América está llena de gente con el gatillo fácil. —Todd hizo una pausa y preguntó—: ¿Por qué no ibas por la carretera del condado?

—Las carreteras son para los que les gusta caer en emboscadas. Si has de viajar, tienes más posibilidades de seguir vivo si lo haces campo a través. He aprendido que es mejor no usar caminos con aspecto de haber sido transitados por algo más aparte de los ciervos.

Todd asintió vigorosamente. Dirigió su mirada al montón de equipaje de Carlton que había en el suelo. Volviendo a mirar a Doug, dijo:

—Ahorremos algo de tiempo y haznos un resumen de los contenidos de tu mochila, tu ropa y tu correaje. Sé sincero. Más tarde, lo comprobaremos nosotros mismos.

Doug Carlton inició un recuento sin adornos:

—En el correaje tengo seis cargadores de repuesto para el MIA: uno cargado con munición de competición, uno con munición de ciento cincuenta granos y punta blanda, y el resto con munición de punta redonda. Una multiherramienta Gerber. Dos cantimploras. En la parte externa de la mochila llevo enganchado un kit de primeros auxilios para paracaidistas. Dentro, llevo el kit de limpieza y unas cuantas piezas de repuesto del MIA. Un saco de dormir Wiggy. Un poncho. Varios pares de calzoncillos y calcetines. Un uniforme de combate adicional. Lo que queda de la tienda de campaña Tube Tent. Cinco raciones de combate. Cuatro latas de chile con carne. Una bolsa de tiras secas de venado.

Algo de lechuga de minero. Media docena de truchas ahumadas. Un pequeño kit de pesca. Unos cuantos cepos. Una red agallera de pesca. Un cepillo de dientes. Una madeja verde oliva de cuerda de paracaídas 550. Un pequeño táper lleno de sal. Unas cuantas bolsas resellables y tres bolsas de basura. Un espejo de señales. Una de esas linternas estroboscópicas de la Marina con una batería de recambio. Un pequeño kit de costura. Algo más de doce dólares en centavos y monedas de veinticinco centavos de plata anteriores a 1965. Un cuchillo desollador y una pequeña piedra afiladora. Dudó durante unos instantes y entonces siguió:

—Veamos, ¿qué más? Unos cuantos pedazos de cuero de ciervo, una agenda de bolsillo, tres bandoleras con munición 7,75 de punta redonda, cuarenta y siete cartuchos del calibre.308 de punta blanda, algunas barras de muesli, una pastilla de jabón, un par de lápices de pintura de camuflaje, una sierra de hilo, una caja impermeable de cerillas, alrededor de siete u ocho paquetes de cerillas a prueba de humedad sacados de unas raciones de combate, un encendedor Metal Match, unas diez barras de combustible de trioxán. En el fondo de la mochila, guardado en su funda, llevo un fusil Survival Arms AR-7 calibre.22, tres cargadores de repuesto y cuatrocientos sesenta y dos cartuchos para rifle largo del calibre.22, algunos de punta blanda y el resto de punta hueca. Puede que me haya olvidado de algunas cosas, pero eso es todo, más o menos.

—¿No llevas revólver? —preguntó Todd.

—Negativo. Esa iba a ser mi próxima adquisición, pero entonces fue cuando la economía cayó como una bomba.

—Parece que ya tenías la inclinación superviviente mucho antes de que estallara el colapso, Doug.

—Sí. Me gusta estar preparado.

—¿Cuántos años tienes?

—Veintidós.

—¿Eres miembro de algún grupo de supervivencia?

—No. La pasada primavera algunos de los cadetes en nuestro departamento del CAOR y yo hablamos de formar un grupo, pero la cosa no pasó de ahí. Y dime, ¿vosotros habéis organizado un refugio?

Frunciendo el ceño, Todd le reprendió:

—Por ahora, soy yo quien hace las preguntas, cadete Carlton. Si decidimos que es lo apropiado, puede que más tarde algunas de tus preguntas reciban respuesta. Parece que tienes algo de información sobre cómo están las cosas en nuestra vecindad que puede que sea de nuestro interés. Además, necesito discutir algunas cosas con mis amigos. Bien... lo que quiero ahora es que te levantes y camines lentamente hacia la casa. Ahora eres nuestro invitado. Me gustaría recordarte que no has de temer por tu vida o por tus propiedades. Más tarde podrás recoger tu equipo y marchar en paz. Por ahora vamos a dejarlo aquí.

Anduvieron hacia la casa lentamente; Carlton encabezaba la marcha, cinco pasos por delante. Cuando llegaron, Todd pidió a Mary que esperara fuera y que vigilara a Carlton. Se quedó a una distancia de cuatro metros y medio, el cañón del CAR-15 fijo en el chico. Carlton dijo, señalando el arma:

—No hay ninguna necesidad de eso, señora.

—Deja que sea yo la que decida —contestó Mary, exhalando con su aliento una nube en miniatura.

Tras veinticinco tensos minutos, Todd asomó su cabeza a través de la puerta y dijo:

—Ya podéis entrar.

Doug Carlton se sentó en una silla cómoda al fondo del salón, cerca de la estufa, donde se calentó las manos y bebió a pequeños sorbos una taza de café instantáneo. Tras unos minutos de espera, Todd preguntó:

—Muy bien, Doug, y ahora cuéntanos la historia de tu vida desde el mismísimo momento de tu nacimiento hasta ahora.

—Mi nombre completo es Douglas John Carlton. Mi padre era un instalador de líneas telefónicas y llegó a ser el jefe de personal de una compañía telefónica. Antes de eso, sirvió dos veces en Vietnam con la División Aérea 101. Fue condecorado con la Estrella de Bronce y el Corazón Púrpura. Se retiró como un E-6. Mi madre era secretaria legal. Cuando mi padre estaba en ultramar se escribían continuamente. Supongo que se podría decir que se enamoraron por correspondencia. Se casaron justo un mes después de que finalizara el servicio militar y yo nací justo un año después de la boda. Cada año celebrábamos mi cumpleaños y su aniversario de boda juntos. Fui hijo único. Una complicación durante el parto o algo así impidió a mi madre tener más hijos. —Carlton suspiró y continuó—: Nací y me crié en Missoula. Tuve una infancia bastante típica, al menos según el estándar de Montana. A mi padre le gustaba la caza y la pesca, así que practiqué mucho ambas cosas. Siempre he sentido inclinación hacia la mecánica. Supongo que de pequeño me tomaba demasiado en serio el Meccano y el Lego.

»A los cinco o seis años construía pequeños fuertes en el patio trasero. A los diez tenía carta blanca para hacer lo que quisiera en el desguace que había cerca de casa. El vejete que lo gestionaba solía seguirme la corriente vendiéndome chatarra, piñones, poleas, ruedas y cualquier chisme a cambio de algo de calderilla. Al principio construía carritos, más tarde carretas a pedales. En mi primer año de instituto construí mi primer kart a motor. Estaba propulsado por un motor Briggs y Stratton de 5 CV. Es un milagro que no me matara conduciendo aquellos karts.

» Como es natural quise estudiar ingeniería. Empecé en la universidad pública en Missoula. Intenté entrar en el programa de ingeniería de la Universidad de Montana, pero no quedaban plazas. Así que empecé a pedir todo tipo de becas. Conseguí una beca de dos años en la Universidad de Southern Colorado. Con eso tuve más que suficiente para cubrir el coste mayor de estudiar en otro estado. Solo tuve que pagar las tasas como estudiante de otro estado los dos primeros años, pues para entonces conseguí empadronarme en Colorado y pagar así las tasas de residente, que eran más baratas.

»La Universidad de Southern Colorado está en Pueblo. Todo el mundo la llama USC, lo que por supuesto genera algo de confusión. Cuando les dije a mis amigos de Montana que me había matriculado en la USC lo primero que pensaron fue que hablaba de la Universidad de Southern California. Personalmente, soy de la opinión de que nuestra USC es la mejor de las dos. La gente de allí me gustaba de verdad. En el campus todo el mundo se llevaba bien, fuera mexicano, indio, anglosajón o cualquier otra cosa. El programa de ingeniería allá era excelente. La llamábamos la Universidad del Sólido Cemento, por su arquitectura de hormigón.

»Pueblo es básicamente una ciudad de clase obrera. Así que el campus y la ciudad son dos mundos distintos. Fuera del campus ya había algunos problemas interraciales, por lo que sabía que no sería una buena ciudad para quedarse en caso de un levantamiento.

»Hace dos años, uno de los tíos de mi residencia me preguntó si quería ir con él al campamento básico de la Armada CAOR, en Fort Knox, Kentucky. Como es normal me interesó, pues me había criado escuchando las historias de mi padre sobre sus días en el ejército. Mi padre solía hablar de disparar metralletas M60 y Brownings.50, y ahí estaba mi oportunidad de recibir entrenamiento en todo eso, sin la obligación de un contrato CAOR. Pensé: «Caray, ¿van a pagarme por disparar la munición del Tío Sam y por recibir entrenamiento táctico?». Así que fui a hablar con el PCM, el coronel Galt, y él me apuntó. No pagaban mucho por las seis semanas de campamento, pero nos dejaban quedarnos con los dos pares de botas militares que nos habían dado. El clima era realmente cálido y húmedo, pero aparte de eso, lo pasé bomba y aprendí un montón. Cuando volví, firmé un contrato de Servicio Garantizado en las Fuerzas de Reserva con CAOR. Un MS-4 cobra cuatrocientos dólares al mes. El verano pasado fui al campamento avanzado. Eso son otras seis semanas que los cadetes toman normalmente entre los años júnior y sénior.

»Me gustaba la idea del contrato SGFR, porque sabía que en el futuro preferiría trabajar en la industria civil a pasar cuatro años en el ejército activo. Mi único compromiso era un curso básico de cinco meses y luego seis años en la reserva, con dos semanas de entrenamiento activo cada año. Presenté una solicitud de ingreso en el departamento del cuerpo de artillería y con los ingenieros como segunda opción. Pero entonces todo se vino abajo y me tuve que largar antes de que mi contrato con las oficinas de personal de la Armada llegara.

«Cuando el dólar entonó su canto del cisne, las cosas en la residencia de la USC se volvieron muy extrañas. Más de la mitad de los residentes se habían largado ya para cuando me marché. Los que no tenían coche llamaron a sus familiares para que vinieran a por ellos. Prácticamente todos los que escaparon se dejaron muchas cosas, pero era alucinante ver la cantidad de material inútil que se llevaban con ellos: desde ordenadores y equipos de música hasta lámparas de escritorio. Sencillamente no se habían parado a pensar en el curso que iban a seguir los acontecimientos teniendo en cuenta el escenario que se presentaba ante nosotros. Probablemente debería haber huido antes, cuando la gasolina seguía disponible. Pero cometí el error de quedarme un día más, esperando a ver si las cosas volvían a la normalidad. Craso error. Debería haber dicho
didi mau
sin preocuparme por perder clases.

»Pude comprar un poco de gasolina antes de que las gasolineras de Pueblo se quedaran sin. Tuve que hacer una cola de dos horas. Todo el mundo estaba limitado a veintidós litros, nada de llenar garrafas, y había que pagar en efectivo. Cobraban a ocho dólares el litro de Premium y a cinco con ochenta el litro de normal. Solía llevar siempre encima unos cuantos cientos de dólares para emergencias, y gasté prácticamente todo en la gasolina. Tuve que probar en tres cajeros automáticos antes de encontrar uno con algo de dinero. Saqué seiscientos de los seiscientos dos dólares que tenía en mi cuenta y también saqué a crédito con la VISA. Saqué la cantidad máxima, novecientos dólares.

»En poco tiempo, las cosas se enrarecieron todavía más. En ese momento, la electricidad, el agua, los teléfonos y la calefacción central del campus seguían funcionando. La mayoría de las clases continuaban con su horario habitual. Pero cada noche el ambiente en la residencia era más extraño. Una chica del tercer piso de nuestro dormitorio tenía un jarrón lleno de monedas y las usó para vaciar todas las máquinas de chucherías. La mayoría de la gente que seguía en la residencia empezó a sufrir alguna clase de desorden de tipo mental.

»Mi compañero de habitación, Javier, cogió algunas cosas y se fue al piso de su novia. Mientras hacía la maleta cantaba sin parar: «¿Qué voy a hacer?, ¿qué voy a hacer? ¿Qué voy a hacer?». En nuestra planta había algunos estudiantes de Taiwán que estaban llorando y que no paraban de repetir, casi a voz en grito: «¡Vamonos a casa! ¡Vamonos a casa!». Vaya una situación más horrible para ellos. Ahí estaban, en un país extranjero, casi sin saber una palabra del idioma y de repente las cosas se ponen en fase terminal. Verlos me hizo dar gracias a Dios por mi situación. Al menos yo tenía un destino claro y una forma de llegar hasta allí, un par de prácticos rifles y una mochila bien abastecida para salir pitando.

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