Era también el ideal de Dante, mucho menos de admirar en su época de Monarquías y Catolicismo, y no obstante, mucho menos fácil de sostener y por el cual el gran poeta padeció persecución.
A estos ideales había permanecido fiel hasta la hora de su muerte, con su creencia en la fuerza de la familia, en la sociedad de los hombres, y su fe en la bondad, que no era menos importante.
Con estas convicciones, con esta fe, y esta, podemos decir, paz, se había acercado al final. Tal vez sí lo había hecho un poco fatigado del áspero combate, pero satisfecho, y más que satisfecho, de la victoria conseguida, como lo podía estar.
«
La traición más grande
—se ha dicho—
que puede cometer el hombre es la traición contra lo que es, es decir, contra aquello para que vino al mundo
»; esto dice la sabiduría oriental, la vieja sabiduría, y viceversa, el haberse mantenido fiel a ella —¿y quién lo hizo como él?— es la satisfacción más grande que al hombre le puede caber. Por esto pudo muy bien, ya hacia el final, escribir la frase famosa, al pie del retrato del Emperador. «
Lo que él llevó a cabo con la espada yo lo realizaré con la pluma
». Y fue la verdad, porque si uno cierra los ojos y evoca este desfile de personajes y de pueblos a través de la «Comedia Humana», oye un avanzar tumultuoso, «
un ruido de caballos y de hombres en marcha
» y en él el mismo oído acaba por reconocer, según la imagen grandiosa de Thibaudet, que es el ejército de Napoleón que avanza.
Fue un gesto parecido al que cumplió Cervantes, ya hacia el fin de su gran obra, cuando se dio cuenta —en la comparación con su enemigo—, de lo que había llevado a cabo, aquel «
Tate, tate felloncicos, / que de nadie sea tocada / porque esta empresa, buen rey / para mí estaba guardada
», con que cerraba su batalla y puede decirse su existencia, y aquí están las grandes compensaciones de la vida. Fue un gesto igual al cumplido en el arte —es lo mismo— por Rubens, cuando ya anciano, es decir, en la conciencia de lo que había llevado a cabo, en el orgullo de su victoria —¿y qué orgullo podía haber más legítimo?—, se retrató rodeado de los suyos en la figura de San Jorge, montado en el caballo blanco, vencedor del dragón.
Son sí las grandes compensaciones de la vida, en este misterio, uno de los más tremendos, de la creación artística, porque Balzac no se retrataba comparándose con Napoleón, y tampoco Cervantes en la figura del guerrero, cumplido su deber y vencedor, ni Rubens, como el valeroso santo, sino que todos ellos se exaltaban en aquella imagen y en aquella imagen buscaban todos lo que había en ellos de Dios.
Fue enterrado Balzac en el cementerio del Padre Lachaise, en aquel lugar desde el cual su personaje —Balzac— lanzó su desafío a París extendido a sus pies, tras el entierro de Goriot, cumplida la ignominia.
El entierro del escritor constituyó una manifestación de duelo; se vieron en él todas las figuras ilustres, ya que París era el centro del mundo, y Víctor Hugo fue el encargado de pronunciar la oración fúnebre, en el cementerio.
Era en verdad su gran triunfo, la corona de aquella vida, que el enemigo —nunca lo fue— de los tiempos viejos se convirtiera en su fervoroso panegirista, que acudiera a exaltarle en esta hora ante su tumba. Es que Víctor Hugo era un gran poeta, y lo dijimos, el grande lo es siempre y en todo, y tampoco había esperado, para reconocerlo, a la hora de la muerte; él lo había hecho ya antes y se había convertido en uno de sus amigos.
Balzac es sin ninguna duda uno de los escritores más grandes, y puede figurar por su obra, y como novelista, en la constelación de los famosos de la humanidad.
Su inclinación, y su voluntad, le llevaron a la novela; era el género que convenía mejor a su talento y a sus condiciones de narrador, y en él había de alcanzar toda su grandeza.
El realismo es la nota dominante en su obra; sus personajes pertenecen a la alta y mediana burguesía, aunque, en general, le interesa el ser humano en la sociedad de los hombres. «
La naturaleza social
—escribió en cierta ocasión—
es una Naturaleza en la Naturaleza
…» y más abajo, lo aclaraba aún: «
El estado social tiene azares que no se permite la Naturaleza, pues es la Naturaleza más la Sociedad
». Sobre ello escribía Thibaudet de quien tomo la cita: «
Esta frase contiene el descubrimiento, el genio, la novela y la clave de Balzac
».
Su obra se desarrollaría siempre sobre esta base; sería el retratista más exacto de esta Naturaleza. Balzac sería el que probaría de llegar más lejos, más a su perfección, podríamos decir, aquel realismo puesto de moda por la generación anterior; Zola, es verdad, iría más al extremo, hasta llegar al exceso, menos espiritual que Balzac, menos humano diría yo, o social, menos poeta, pese a lo poco que Balzac lo fue.
La época anterior, es verdad, tuvo ya sus maestros en la tendencia; fueron Murger y Champfleury, surgidos del pueblo, y fue, sobre todo, Flaubert, el gran maestro de la prosa y del arte de novelar, surgido de la alta burguesía, a la que se alababa de pertenecer y según la relación establecida por Thibaudet en su magnífico estudio sobre el realismo francés.
En Zola se llamará naturalismo, y el escritor el padre de esta escuela; en realidad, se trataba de la misma corriente llevada a las capas más bajas de la naturaleza humana, a los instintos más brutales, hasta hacerse casi intolerables.
Zola abrirá con ello los caminos a los excesos del tiempo actual, ayudado por Freud, con sus estudios de psicoanálisis, de tanta influencia en el cine, en el teatro y en la novela de nuestro tiempo.
Balzac se mantendrá en un sano equilibrio, equidistante entre los dos; él laborará sobre el medio humano y social, pero, especialmente, sobre los sentimientos, y también los nobles sentimientos, y siempre en el medio burgués en el que se movía y en el que había nacido; pero lo hará con una visión de las cosas y de las personas, con una penetración y una verdad, como no se vieron antes ni casi después, hasta nuestros días; una visión en que el choque de los egoísmos y de las pasiones adquirirá el tono, la violencia, de verdaderas batallas.
Sus héroes serán todos seres corrientes, seres arrancados a la existencia de cada día; ya no necesitarán de uniformes, de espadas, de códigos de honor, ni de palabras. Tiene razón Zweig, Eugenia Grandet desafiando la cólera del padre avaro, cuando entrega a su primo la bolsa de dinero, alcanza, con su acto, la grandeza de los héroes «
alcanza la intensidad
, como dice él,
de una Juana de Arco
». Lo mismo puede decirse de Papá Goriot, cuando enfermo, moribundo, se levanta de la cama y va a vender los últimos cubiertos para proporcionar a su hija una noche de felicidad, y por más que ella no merezca nada; precisamente en el hecho de no merecerlo está el mérito mayor de la acción.
Thibaudet ha hablado con razón, y a propósito de Balzac de «Fuerza de la Naturaleza». «
Una fuerza de la Naturaleza
—ha escrito—
adopta necesariamente un estilo de flujo, un estilo de marcha
», y termina con esta imagen digna del autor de
Papá Goriot
y sin duda la más exacta, de este desfilar tempestuoso de personajes y escenas, de este atropellado fluir de la narración: «
Balzac avanza con un ruido de caballos y de hombres en marcha, poderoso y no musical
(yo diría que sí, que es un himno)
y el mismo oído acaba por reconocer que es la “Grande Armée” que marcha
».
En estas condiciones, con esta manera, es imposible que el escritor preste demasiada atención al estilo, a la perfección formal, a la música o elegancia de la frase, a la que se da tanta importancia en ciertos medios; en efecto, de Balzac se ha dicho que era un mal escritor, o que escribía mal. «
Esto ha hecho decir a ciertos críticos superficiales
—escribe Gautier—
que Balzac no sabía escribir
».
Todavía Van Thieghem, autor de una historia abreviada de la literatura, repetía en nuestros días —y aumentaba— la acusación, con otros defectos y con muy poco miramiento por el escritor. «
Frecuentemente escribe muy mal, no por descuido, sino por mal gusto, con una torpeza obstinada y pretenciosa
». También aquí —devolviendo el halago— puede hablarse a mi juicio de «torpeza obstinada y pretenciosa». Parece para este ilustre crítico que Balzac no tuvo nada más; su oficio único fue escribir y hacerlo mal.
El hecho se repitió entre nosotros con Baroja en nuestro tiempo, al que se acusó asimismo de escribir mal, sin elegancia ni corrección y hasta con torpeza; es, de paso —y el hecho merece ser meditado—, una acusación que se ha hecho a todos los grandes escritores; se ha dicho, en efecto, de Tolstoi, de Dostoiewski, de Dickens, y entre nosotros, aparte de Baroja, de Galdós, de Blasco Ibáñez y sin duda, en el fondo, con la misma causa; es decir, el arrebatamiento, el «élan», la furia a veces de que estaban poseídos, su fijar la atención en lo que habían de decir, no en cómo lo habían de decir, que no les importaba.
Por lo que toca a Baroja, ya Ortega le justificó, demostrando aquí su gran talento y una libertad de espíritu que no siempre le acompañó. «
Yo leo
—escribió, con referencia al tema—
para aumentar mi corazón y no para tener el gusto de contemplar cómo las reglas de la gramática se cumplen una vez más en las páginas del libro
».
El que ha dicho las palabras más justas sobre el motivo, y con respecto a Balzac, las más exactas y decisivas, ha sido Gautier. «
Balzac
—escribe—
poseía el estilo necesario, fatal y matemático de su pensamiento
». Afirmación, repito, definitiva y que puede aplicarse a todos los grandes escritores que escribían mal —que no escribían mal—, y que fueron casi todos; puede aplicarse a todos los casos.
No obstante, y en cuanto a Balzac, parece que estas críticas llegaron a turbarle, como turbaron entre nosotros a Blasco Ibáñez. La verdad era que los críticos agrandaban el mal y sobre él le negaban, o poco menos, todo valor, como hemos visto en Van Thieghem. «
No obstante y devorar sus libros, nadie se detenía a considerarle en todo su valor
—escribe aún Gautier—,
y para sus mismos admiradores, permaneció durante mucho tiempo el más fecundo de nuestros narradores y nada más
». Esta cualidad se le reconocía con facilidad, pero la cosa irritaba con razón a Balzac y, como más adelante, le irritaba que le llamaran el autor de
Eugenia Grandet
, como si no hubiese escrito nada más.
«
Hoy, es verdad
—prosigue Gautier—,
todo esto sorprende; se explica mal, pero puedo responder de la verdad de mis aseveraciones. Con esto, Balzac se atormentaba para poseer un estilo, y con el deseo de corregirse se aconsejaba de gentes que le eran cien veces inferiores
».
Es verdad que, con el tiempo, lo superó, pero lo cierto es que el hecho le atormentó largamente, y hasta muy adelante, en su carrera. Tal es la fuerza de estos movimientos y la confusión que llegan a sembrar, y no sólo entre los lectores, como en nuestro tiempo, sino en los propios escritores y aun en hombres de la talla de Balzac.
En el fondo, y si se mira bien, Ortega y Gautier venían a expresar lo mismo. Ortega, no obstante, va aún más allá, y en otro lugar alude, y con razón, al interés que existe entre nosotros por la corrección gramatical, como si fuese esto lo más importante en un autor, aunque la verdad es que en la mayoría de nuestros escritores, es, en efecto, lo más importante. «
La corrección gramatical, dado que exista una corrección gramatical, abunda hoy en nuestros escritores; sensibilidad trascendente, en cambio, se encuentra en muy pocos
». Aseveración profunda y tanto más de notar por cuanto se trata de un maestro del estilo. Hoy, en este sentido, continuamos por los mismos derroteros.
La prueba de esta verdad es que aquellos escritores se esforzaron como pocos por «escribir bien», que no es lo mismo que escribir con buen estilo. En este sentido, sí, se preocupaban; se esforzaban por ajustar el estilo al pensamiento, la expresión a lo que querían expresar, lo que Gautier llamaba el «
estilo necesario, fatal y matemático del pensamiento
».
Aunque parezca paradoja —dado el descuido de su estilo—, Balzac era, escribiendo, o en la redacción, muy cuidadoso, casi meticuloso. En este punto seguía el consejo de Horacio, con quien, de otro lado, se parecía muy poco, y volvía una y otra vez sobre lo escrito, y corregía, de manera que apenas quedaba nada del texto original. Era, como se ha dicho, el terror de los tipógrafos. Después de la primera corrección y los retoques, no quedaba nada del texto original.
Pierrette
estando él en Desnoiresterres fue impreso ¡después de veintisiete pruebas!
Sabemos que Tolstoi obraba de manera parecida; nos dicen que los monumentos
Guerra y paz
y
Ana Karenina
, fueron escritos y vueltos a escribir ¡hasta ocho veces!, que no era menos que Balzac el terror de los tipógrafos; que a menudo, en plena impresión de la obra, mandaba un telegrama para que detuvieran la tarea y llegaba él después para cambiar una palabra.
La cualidad primera de Balzac, como escritor, consiste en la fuerza, el empuje con que mueve los seres y los sucesos, el ímpetu creador. Era, sí, su mérito principal. Era la fuerza con que sabía evocar los hechos y las personas, la pintura de los caracteres. En este sentido y como creador de tipos, por la fuerza de evocación, Taine le sitúa entre los primeros; es más, cree que sólo uno le supera, o le iguala: Shakespeare. «
Pero jamás
—escribe—
esta raza de almas vehementes y atormentadas produjo especies más vigorosas, más completas y distintas que en la obra de los dos conocedores más portentosos del hombre: Shakespeare y Balzac
».
Gautier, en su entusiasmo por Balzac, creía que la afirmación convenía mejor al novelista.
A nuestro juicio, el inglés le supera en fuerza y en grandeza, y sobre todo, en poesía, que hace también la grandeza del grande, sea artista o escritor, y es tal vez aquí donde hay que señalar el gran fallo de nuestro autor; es lo que ha impedido, a mi juicio, que, tomado en conjunto, Balzac pueda ser situado al lado de Dostoiewski, de Cervantes, de Dante o de Tolstoi, y no hablemos de Shakespeare, en estos dominios único y del cual pudo decir Dumas, con razón, que era el hombre que había creado más después de Dios. Es, en verdad, el incomparable.