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Authors: Natsuo Kirino

Tags: #Intriga, policiaco

BOOK: Out
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—¿Quiere dejarlo entrar? —preguntó Iguchi, aún preocupado porque Yayoi había cerrado las ventanas para encender el aire acondicionado.

—No se preocupe. Le gusta estar fuera.

Su voz reflejó el resentimiento que sentía por el gato, que llevaba dos días desaparecido. Sin darse cuenta de su enfado, Iguchi miró su reloj.

—Pronto tendrá que ir a recoger a los niños, ¿verdad?

—Sí... Por cierto, ¿qué es una huella palmar? —se atrevió a preguntar Yayoi.

—La palma de la mano tiene una huella, igual que los dedos —le explicó Iguchi—. El cuerpo encontrado en el parque había sido descuartizado, por lo que no podemos examinar sus huellas dactilares. No obstante, hemos hallado una mano cuya palma puede ayudarnos en la identificación. Ojalá no sea él, pero tengo que comunicarle que tanto el grupo sanguíneo como la edad del cuerpo parecen coincidir con los de su marido.

—¿Ha dicho «descuartizado»? —murmuró Yayoi.

—Sí —respondió Iguchi, adoptando un tono serio—. En el parque Koganei se han encontrado quince trozos que, sin embargo, juntos sólo forman la quinta parte de un cuerpo, razón por la cual se ha extendido la búsqueda a todo el parque. Hemos encontrado el cadáver gracias a los cuervos.

—¿Los cuervos? —repitió Yayoi desconcertada.

—Así es, los cuervos. Una de las mujeres encargadas de la limpieza estaba rebuscando entre las basuras para darles algo de comer, y encontró las bolsas. De no ser por ella, nunca nos hubiéramos enterado de la existencia de un cadáver.

Yayoi hizo un esfuerzo para no echarse a temblar.

—Si se tratase de Kenji, ¿con qué propósito alguien le hubiera hecho eso?

En lugar de responderle, Iguchi formuló otra pregunta.

—¿Sabe si últimamente su marido ha estado metido en algún asunto turbio? ¿Ha tomado dinero prestado de alguien?

—Que yo sepa, no.

—¿A qué hora suele volver?

—Siempre está en casa antes de que me vaya al trabajo.

—¿Sabe si juega o apuesta?

Al oír esas palabras, Yayoi pensó en el bacará, pero negó con la cabeza.

—Que yo sepa, no —respondió—. Pero últimamente bebía mucho.

—Siento tener que formularle esta pregunta, pero ¿suelen pelearse a menudo?

—De vez en cuando. Pero... es un buen padre y un buen marido.

Había estado a punto de hablar de él en pasado. Además, Kenji siempre había sido un buen padre; sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Ante la evidente incomodidad de la escena, Iguchi se levantó.

—Lo siento —dijo—. Si por desgracia se tratara de su marido, tendrá que ir a comisaría.

—Por supuesto.

—Esperemos que no sea él —añadió Iguchi—. Para los niños sería terrible...

Al levantar los ojos, Yayoi vio que Iguchi dirigía de nuevo la vista hacia el triciclo. El gato seguía acurrucado a su lado.

Cuando los policías se fueron, Yayoi telefoneó a Masako.

—¿Qué pasa? —preguntó Masako, adivinando por su tono de voz que se trataba de una emergencia.

Yayoi le contó que habían encontrado un cadáver troceado en el parque Koganei.

—Ha sido Kuniko —dijo Masako arrepentida—. No debería haber confiado en esa inútil. Pero ¿quién hubiera pensado en los cuervos?

—¿Y qué hago ahora?

—Si han tomado una huella palmar, tarde o temprano sabrán que es tu marido. Pero debes actuar como si no supieras nada. Mantén tu versión: que esa noche no volvió a casa, que la última vez que lo viste fue por la mañana. Que os llevabais bien.

—Pero ¿y si alguien lo vio volver?

Mientras hablaba con Masako, la angustia de Yayoi iba en aumento.

—Tú misma dijiste que era casi imposible.

—Sí, pero...

—Haz el favor —dijo Masako—. Sabías que podía pasar algo así, ¿no?

—¿Y si alguien nos vio escondiéndolo en el maletero?

Masako guardó silencio durante unos instantes, pensativa.

—No sé —dijo finalmente.

Sus palabras no tranquilizaron a Yayoi.

—Lo que tengo que ocultarles, pase lo que pase, es el cardenal que Kenji me hizo al golpearme, ¿no es así?

—Claro. Además, tienes una coartada para esa noche y no sabes conducir, de modo que no sospecharán de ti. Fuiste a la fábrica y a la mañana siguiente llevaste a los niños a la escuela.

—Sí. Y hablé con una vecina cerca del vertedero —añadió Yayoi intentando tranquilizarse a sí misma.

—No te preocupes —dijo Masako—. No hay nada que te relacione con mi casa. Aunque inspeccionen tu cuarto de baño, no van a encontrar nada.

—Tienes razón —convino Yayoi. Pero entonces se acordó de su otro motivo de preocupación: la visita de Kuniko—. Por cierto, ayer Kuniko estuvo en mi casa para chantajearme.

—¿Qué?

—Quiere quinientos mil en lugar de cien mil.

—No me extraña. Lo echa todo a perder y aún quiere más...

—Y me hizo firmar como avaladora de un préstamo.

—¿Qué préstamo?

—No sé. Parecía de una agencia de crédito.

Masako volvió a guardar silencio. Mientras esperaba una respuesta, Yayoi pensó que su compañera estaría furiosa con ella, pero cuando ésta retomó la palabra lo hizo en un tono de voz calmado.

—Eso podría ser un problema —dijo—. Si lo de tu marido se hace público y el prestamista aparece con el contrato, todo el mundo creerá que Kuniko te estaba chantajeando. Si no es así, no hay ningún motivo por el que no puedas ser su avaladora.

—Es verdad.

—Pero no creo que salga a la luz. Kuniko no te pidió que pagaras por ella, ¿verdad? Es una inconsciente, pero no hasta ese punto.

—Como sabía que no tenía el dinero, me pidió que estampara mi sello en la solicitud.

Yayoi no entendía exactamente lo que Kuniko quería de ella, pero las palabras de Masako la ayudaron a tranquilizarse.

—Por cierto, quizá no sea tan malo que identifiquen el cadáver.

—¿Por qué dices eso?

—Si lo hacen, podrías cobrar el seguro. Tu marido tenía un seguro de vida, ¿verdad?

«Claro», pensó Yayoi, asombrada. Kenji tenía suscrita una póliza de cincuenta millones de yenes. Justo cuando todo parecía a punto de desmoronarse, la situación daba un giro inesperado. Sentada en la sombría habitación, Yayoi se puso a pensar en todas las posibilidades que se abrían ante ella y sostuvo con fuerza el auricular.

Capítulo 2

Después de colgar, Masako consultó su reloj de pulsera. Eran las cinco y veinte.

Esa noche no tenía que ir a la fábrica y no sabía a qué hora iban a volver su marido o su hijo, de modo que hubiera podido pasar una tarde tranquila. No obstante, las cosas habían cambiado de repente. Hasta entonces todo había ido bien, pero de pronto acechaban los peligros; si daban un solo paso en falso desaparecerían para siempre en la oscuridad. Masako intentó concentrarse, como si se propusiera sacarle una punta muy fina a un lápiz.

Al cabo de unos minutos, cogió el mando a distancia y encendió el televisor. Buscó un canal donde emitieran noticias, pero aún era demasiado pronto. Entonces pensó en el periódico vespertino: tal vez contuviera información importante que le hubiera pasado inadvertida. Apagó la tele y cogió el diario que había dejado en el sofá.

Al pie de la tercera página encontró lo que buscaba: un breve cuyo titular rezaba: «Encontrado cadáver descuartizado en un parque». ¿Por qué no lo había visto antes? Ésa era la prueba de su exceso de confianza. Mientras se prometía a sí misma extremar las precauciones, leyó el artículo por encima.

Según el periódico, una empleada de la limpieza había descubierto esa misma mañana en una papelera del parque una bolsa de plástico que contenía varios trozos de un cadáver. Después de una inspección policial, se habían encontrado un total de quince bolsas esparcidas por el recinto, todas ellas con varias partes del cuerpo de un hombre adulto. Eso era todo lo que decía el artículo, pero a juzgar por el número de bolsas y por la situación del parque no había duda de que se trataba de la parte que había encomendado a Kuniko. Implicarla en el asunto había sido un gran error. Si desde el principio no había confiado en ella, ¿por qué le había encargado que se ocupara de esas bolsas? Irritada por su craso error, empezó a morderse las uñas.

Que descubrieran la identidad de Kenji era sólo cuestión de tiempo. No había manera de remediar lo que ya estaba hecho, pero aun así quizá fuera mejor avisar a Kuniko para que no cometiera más imprudencias, o incluso amenazarla. No obstante, primero tenía que ir a casa de Yoshie para ponerla al corriente de lo sucedido.

Yoshie tenía intención de ir a trabajar, así que debía actuar con celeridad. Masako y sus compañeras libraban la noche del viernes al sábado en lugar de la noche del sábado al domingo porque la paga del domingo era un 10 por ciento más alta. Sin embargo, como Yoshie necesitaba el dinero, también trabajaba la noche del viernes al sábado, por lo que no descansaba ni un solo día.

En cuanto pulsó el timbre amarillento de la casa de Yoshie, la puerta se abrió casi al instante, con un desagradable crujido.

—¿Qué te trae por aquí? —preguntó Yoshie, envuelta en una nube de vapor.

Debía de estar preparando sopa para la cena, pensó Masako al percibir el olor a caldo mezclado con el hedor a desinfectante que acostumbraba a reinar en esa casa.

—¿Puedes salir un momento, Maestra? —murmuró Masako.

En la pequeña sala de estar, situada enfrente del recibidor, vio a Miki sentada en el suelo, con los brazos alrededor de las rodillas. Estaba tan abstraída con los dibujos animados de la tele que ni siquiera se volvió para ver quién era.

Yoshie empalideció ante la sospecha de que había pasado algo malo. El cansancio se reflejaba claramente en su rostro trasudado. Masako dio un paso a un lado y esperó a que Yoshie saliera.

Justo al lado de la puerta principal había un pequeño jardín que Yoshie había convertido en un modesto huerto. Masako miró con curiosidad los abundantes tomates rojos que colgaban de las ramas.

—Ya estoy aquí —dijo Yoshie al salir—. ¿Qué miras?

—Los tomates. Parecen muy bien cuidados.

—Si tuviera más espacio, también plantaría arroz —comentó Yoshie con una sonrisa mientras contemplaba el angosto terreno arropado bajo los aleros de la casa—. Ya estoy harta de ellos, pero parece que esta tierra les va bien. Son muy dulces. Llévate los que quieras. —Cogió uno especialmente maduro y lo puso en la mano de Masako, que lo miró durante un instante, pensando en lo sano que parecía pese a haber crecido al lado de una casa en ruinas—. ¿Qué querías? —le preguntó Yoshie expectante.

—¡Ah! —dijo Masako levantando la cabeza—. ¿Has leído el periódico?

—No recibimos ninguno —repuso Yoshie ligeramente avergonzada.

—Han encontrado algunas bolsas en el parque Koganei.

—¿En el parque Koganei? ¡No son las mías!

—Ya lo sé. Deben de ser las de Kuniko. Y la policía ha ido a casa de Yayoi porque ha denunciado la desaparición de Kenji.

—¿Ya saben que es él?

—Aún no—respondió Masako.

Yoshie parecía preocupada. Tenía las ojeras aún más marcadas que la noche anterior, en la fábrica.

—¿Qué vamos a hacer? —exclamó angustiada—. ¡Nos van a descubrir!

—Identificarán el cuerpo, de eso no cabe duda —convino Masako.

—Entonces, ¿qué hacemos?

—¿Vas a ir a trabajar esta noche?

—Sí... —contestó Yoshie confusa—. Quería ir sola, pero no sé qué hacer.

—Es mejor que vayas. Tenemos que actuar como si nada hubiera pasado. Nadie sabe que viniste a mi casa ese día, ¿verdad?

—No —dijo negando con la cabeza.

—Muy bien. Y así debe de seguir siendo. Cabe la posibilidad de que sospechen de Yayoi. O sea que debemos evitar que sepan que tenían problemas o que le pegó. Si lo descubren acabaremos así —dijo juntando las muñecas, como si estuviera esposada.

—Entendido —dijo Yoshie tragando saliva y mirando los brazos huesudos de su compañera.

En ese preciso instante, apareció un niño pequeño que se aferró a las piernas de Yoshie. Únicamente llevaba puesto un pañal, dejando al descubierto su torso y sus piernas enclenques.

—Abuela —murmuró.

—¿Y éste?

—Es mi nieto —anunció Yoshie mientras cogía al pequeño de la mano para evitar que se escapara.

—¿Desde cuándo tienes un nieto? —preguntó Masako acariciando la cabeza del niño.

El contacto con sus suaves cabellos le recordó a Nobuki cuando era pequeño.

—Nunca te lo había dicho, pero tengo otra hija. Es de ella.

—¿Y lo cuidas tú?

—Sí —dijo Yoshie con un suspiro mientras miraba al pequeño.

El niño alargó un brazo para coger el tomate que Masako tenía en la mano. Cuando ella se lo dio, el pequeño lo olió y se lo restregó por la mejilla.

—¡Qué rico!—murmuró Masako.

—Sí —convino Yoshie—, pero es demasiado raro. Después de todo lo que ha pasado, tengo la impresión de que ya no me quedan fuerzas para cuidarlo.

—Cuando son pequeños dan mucha faena. Y aún lleva pañales, por lo que veo.

—Sí. Ahora tendré que cambiar los de dos.

Yoshie sonrió, pero en su mirada se reflejaba la responsabilidad de quien tiene personas a su cargo. Masako la observó durante unos instantes.

—Bueno. Si ocurre algo, vendré a verte.

—Masako —dijo Yoshie cuando su compañera estaba a punto de irse—, ¿qué has hecho con la cabeza? —preguntó bajando la voz para que su nieto no la oyera.

El pequeño estaba absorto observando el tomate, sin prestar atención a la conversación.

—La enterré al día siguiente —dijo después de asegurarse de que no había nadie cerca—. No te preocupes.

—¿Dónde?

—Es mejor que no lo sepas.

Masako echó a andar hacia su Corolla, que había dejado aparcado en la calle principal. Decidió no decirle nada sobre el intento de Kuniko de chantajear a Yayoi ni sobre el dinero del seguro de vida de Kenji. No valía la pena agobiarla más de lo que lo estaba. Aunque la verdad era que Masako ya no confiaba en nadie.

No muy lejos de allí, oyó el silbato de un vendedor ambulante de tofu. A través de las ventanas abiertas de las casas le llegaba el ruido de cacharros de cocina y el rumor de los televisores. Era la hora en que las amas de casa estaban más ocupadas. Masako pensó en su cocina, vacía y ordenada, y en su baño, el escenario de aquel acto macabro. Por muy duro que fuera, se sentía más a gusto en el baño que en la cocina.

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