Órbita Inestable (27 page)

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Authors: John Brunner

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Órbita Inestable
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—Dígame lo que quiere que volvamos a entrar, señorita Clay.

Mirándole, ella intentó sonreír. No tuvo mucho éxito.

—No estaba bromeando cuando dijo usted que sabía cómo cuidar de sí mismo, ¿verdad? —murmuró—. ¿Le enseñaron todo eso en el ejército?

—No tenía mucha cosa que hacer allá en el Ginsberg —se alzó de hombros Madison—.

Así que tuve mucho tiempo para pensar y practicar.

—Pero… ¡Pero usted abrió esa puerta sin ninguna llave! —insistió Lyla—. Estaba cerrada, ¿verdad?

—Oh… Sí, estaba cerrada.

El oscuro rostro de Madison no mostró ninguna emoción.

—¡Pero no puede abrirse una cerradura a código sin la llave correcta! ¡Quiero decir, no sin volar la puerta!

Madison no dijo nada.

—De acuerdo, supongo que usted sí puede. Al menos, lo hizo. ¿Qué fue lo que utilizó?

Silencio.

—De acuerdo, es un secreto. Pero dígame esto, entonces. —Dudó, una atenta expresión en su rostro, como si estuviera escuchando sus propias palabras y dudando que tuvieran sentido—. ¿No utilizan cerraduras a código en el Ginsberg?

Madison asintió.

—¿Y usted podía abrirlas en cualquier momento, siempre que quisiera? ¿Abrirlas, y simplemente salir fuera?

—Supongo que sí.

—Entonces, ¿por qué infiernos no lo hizo?

Su voz adquirió una nota de histeria.

—No podía hacerlo, señorita Clay —dijo Madison—. No hasta que consiguiera un certificado legal conforme había sido dado de alta y tuviera un tutor que se hiciera responsable de mí durante los primeros doce meses, ya sabe.

Lyla tanteó sin mirar en busca de una silla, y muy cuidadosamente se sentó.

—¿Está hablando en serio? Sí, claro que sí… Desde un principio me dio usted la impresión de ser serio.

Otra pausa.

—Bien… Bien, muchas gracias, de todos modos. No sé lo que hubiera hecho si ese bastardo de Berry hubiera estado aquí y yo hubiera llegado sola. Quiero decir que, si simplemente hubiera llegado aquí y hubiera encontrado la puerta cerrada y nadie hubiera respondido a mis llamadas, hubiera ido en busca de Berry, porque creía que era el mejor amigo de Dan. —Apoyó la cabeza entre sus manos y se balanceó hacia delante y hacia atrás—. ¿Tiene usted amigos, Harry? ¿Puedo llamarle Harry? No me gusta llamar a la gente señor y señora y señorita durante todo el tiempo.

—Naturalmente, puede llamarme como quiera —dijo Madison, mirando al otro lado de la puerta para asegurarse de que el pasillo estaba vacío, luego saliendo rápidamente para volver a entrar las cosas que Berry había apilado fuera. Pasando cuidadosamente la cama por la puerta, dijo—: ¿Quiere que la limpie y la repare? No querrá sentirse usted en deuda con él por la que él trajo, ¿verdad?

—¡No! —Lyla alzó la cabeza—. No, eche fuera todo lo que él trajo… Deje que vuelva a llevárselo a su casa, ¡si es que todavía tiene una casa!

—Entonces dígame simplemente lo que es de el y lo que es de usted —invitó Madison, y apoyó la cama de pie contra la pared más próxima.

El trabajo estuvo hecho en veinte minutos, la puerta cerrada, el peso cebado de nuevo por miedo a que Berry pudiera volver con refuerzos, la cama cuidadosamente lavada con agua caliente… Por una vez el depósito estaba lleno, y entre las cosas que Berry había traído y no habían sido arrojadas al pasillo había algo de detergente…, y el corte del colchón fue reparado con cinta adhesiva extraída del saco de Madison. Era como el saco de Santa Claus, pensó Lyla, observándole trabajar como si nada de todo aquello tuviera algo que ver con ella; una podía creer que si lo abría al azar y enumeraba su contenido encontraría únicamente lo que podía esperarse: ropas, artículos de higiene personal, quizá unos cuantos libros o recuerdos. Pero fuera cual fuese el problema, si era Madison quien rebuscaba en su interior, extraía el artículo necesario…

Rehinchada y probada, la cama fue devuelta a su lugar, y el Lar a su nicho, y todo lo demás allá donde había estado antes. Madison se echó su saco al hombro de nuevo y se dirigió hacia la puerta.

—Encantado de haber podido ayudarla, señorita Clay —dijo—. Supongo que yo mismo sabré encontrar el hotel.

—¡No, espere! —Lyla saltó en pie—. Por favor, no se vaya. Yo…

Estuvo a punto de adelantar una mano y sujetar el brazo del hombre; retuvo el gesto a medio camino. Algunos nigs eran muy sensibles acerca de ser tocados por blancs sin su permiso, y se sentía asustada ante aquel hombre que podía abrir cerraduras sin necesidad de explosivos y pasar bajo un peso de cien kilos sujetándolo con un solo brazo. Para cubrir su abortado
faux pas
, empezó a hablar muy rápidamente, al azar.

—Entienda, como le estaba diciendo, si no hubiera descubierto que era Berry quien estaba aquí, me hubiera dirigido a él porque pensaba que era amigo de Dan y yo no soy de Nueva York, ni siquiera soy del estado, así que no tengo demasiados amigos y… ¿Tiene usted amigos, Harry?

—No.

—¿Ninguno? ¿Ninguno en absoluto? ¿Ni familia, ni nada?

Él agitó negativamente la cabeza.

—¿Es usted de esta parte del país?

—De Nevada.

—Está usted muy lejos de casa entonces, ¿no? Yo sólo provengo de Virginia, pero de todos modos no es Nueva York…

Se mordió fuertemente el labio inferior; temblaba como presagiando lágrimas.

—Suponga que Berry está esperando para pillarme sola —dijo al fin.

—Usted lo conoce —dijo Madison—. ¿Le cree capaz de hacerlo?

—¡No lo sé! —Las palabras se convirtieron casi en un grito—. ¡Nunca antes pensé en él como en un enemigo! ¡Es la última persona del mundo en la que jamás hubiera pensado como un enemigo! Oh, Dios, ¿por qué ya no podemos tener amigos como acostumbrábamos a tener en otro tiempo?

—No sé la respuesta a eso —dijo Madison—. Esperaba que los doctores del Ginsberg la supieran, pero ellos tampoco la saben.

—Sí, cabe suponer que los psicólogos debieran ser capaces de responder a algo así —dijo Lyla, cayendo en el juego con una sensación de flotabilidad, la cabeza ligera, como en los últimos estadios de una órbita de ladromida—. ¿Por qué lo internaron, de todos modos…, si no le importa decírmelo?

—Por hacer demasiadas preguntas —dijo Madison—. El tipo de preguntas que usted acaba de hacer. Pusieron un arma en mi mano, y me dijeron: ve y mata a ese salvaje desnudo con una lanza con punta de pedernal, es el enemigo, y yo dije: ¿por qué es el enemigo?, y ellos dijeron: porque ha sido atrapado por los comunistas, y yo dije: ¿acaso tienen una palabra en su idioma que signifique «comunismo»?, y ellos dijeron: si no vas y lo matas vamos a arrestarte. Así que me arrestaron. Yo seguí haciendo preguntas y nunca conseguí una respuesta, y no quise dejar de hacerlas hasta que consiguiera al menos una. Así que me dieron de baja en el ejército y me metieron en el Ginsberg…, o mejor dicho primero en otro hospital, pero cuando abrieron el Ginsberg me trasladaron allí. Porque soy un nig, supongo. Eran unos tiempos en los que no se veía bien tener a un negro en un mal equipado hospital estilo antiguo.

Lyla empezó a decir algo, cambió de opinión, cambió de nuevo.

—Harry, dígame honestamente: ¿cree usted que estaba justificado que lo internaran ahí? ¿Cree usted que estaba loco? Al menos a mí no me lo parece, ahora.

—Tengo un certificado —dijo Madison con una irónica sonrisa.

Era el primer rastro de expresión que Lyla veía en su rostro, ni siquiera cuando se había enfrentado a Berry, y desapareció en un parpadeo.

—Sí. Sí, por supuesto. —Buscó las palabras adecuadas—. Bueno, mire… Mire, la cosa es así. No quiero quedarme sola. Tengo miedo. Ya no tengo ningún arma… Me fue robada por el Gottschalk del bloque, el que vimos junto al ascensor. Tendré que salir a buscar comida o alguna otra cosa y… Bueno, mire: ¿puede quedarse usted a hacerme compañía, al menos durante unas horas? ¿Sólo el tiempo necesario? Hasta que me sienta…

Su voz murió, y sus manos colgaron fláccidas a sus costados, e inclinó la cabeza.

—Lo siento —murmuró—. Ya ha hecho usted mucho más de lo que yo tenía derecho a esperar.

—Creo que lo que acaba de mencionar respecto a la comida es una buena idea —dijo Madison—. Creo que se sentirá usted bien más tarde, pero no en este momento. Con algo de comida en el estómago y quizá unas cuantas copas, o un porro, podrá arreglárselas. Todo eso hace que las cosas parezcan un poco más normales.

—Eso es exactamente lo que deseo —dijo ella, agradecida—. Hacer que las cosas parezcan normales, aunque sólo sea por un tiempo, aunque sepa íntimamente que no lo son ni van a serlo nunca más. Mire, vamos a comer algo ahora mismo, así no le retendré demasiado tiempo. Me pondré mi yash y unas calcetillas y así nadie podrá adivinar que soy una blanc caminando por la calle, y conozco algunos restaurantes donde no les importa el que la clientela esté mezclada.

Tomó el yash, que estaba en su percha habitual; aparentemente Berry aún no había terminado de sacarlo todo fuera. En el momento de metérselo, dudó.

—Harry, ¿fue usted? —dijo de pronto, y se sintió con ánimos de explicarse—. ¿Fue usted quien me condujo a esa trampa de eco, quien me causó una resaca tan grande que pronuncié un oráculo una vez salida del trance?

Pero no hubiera sido necesario explicarse. Él asintió inmediatamente, y le tendió la llave que había tomado de Berry para que ella se la metiera en el bolsillo.

—Lo siento —añadió, y abrió la puerta.

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Reproducido del
Observer
de Londres del 10 de marzo de 1968

El color, el eterno conflicto

por Colin Legum

Tras pasar recientemente varios meses en los Estados Unidos, he llegado a compartir el punto de vista de esos norteamericanos que piensan que, a menos que se produzcan dos milagros —un fin rápido de la guerra del Vietnam, y un enorme aumento de los fondos públicos destinados al frente interior—, los Estados Unidos se hallan al borde de entrar en un período de dura represión de los negros por parte de los blancos que puede sacudir su sistema político hasta sus mismos cimientos.

¿Cuáles pueden ser los efectos probables de la más importante potencia occidental dedicada a la más enérgica represión racial? Dramatizaría y acentuaría la crisis racial en todo el mundo como ninguna otra cosa podría hacer. Pesaría sobre las lealtades de los aliados occidentales de América mucho más de lo que ha pesado Vietnam. Tendría un efecto traumático en África, y afectaría directamente a los nacionalistas africanos de tal modo que no tendrían más alternativa que acudir en busca del apoyo comunista…

Si este deprimente punto de vista parece alarmista hasta la exageración, ello puede ser debido únicamente a que el mundo occidental, habiendo visto los peligros a tiempo, ha cambiado las prioridades de sus compromisos interiores y exteriores… Si alguna vez la sociedad blanca norteamericana llega a sentir que sus intereses económicos y de seguridad se hallan seriamente amenazados, entonces es muy posible que se produzcan cambios radicales. Pero aún no se puede predecir cuáles pueden llegara ser éstos.

De modo similar, si la comunidad blanca sudafricana llega alguna vez a sentirse tan aislada y amenazada que ya no puede seguir manteniendo su actual política de dominación blanca, entonces puede empezar a mostrarse interesada en alguna genuina separación, tal como el sistema cantonal de Suiza. Este tipo de separación voluntaria está siendo discutida actualmente por algunos individuos en Israel como posible solución al problema de vivir al lado de los árabes de la orilla oeste.

La separación voluntaria —incluso la separación en distintos fragmentos territoriales—, no es siempre necesariamente retrógrada. Aunque es sospechosa a los ojos de los liberales —debido a los horrores del racismo del siglo XX—, los liberales fueron los campeones de todos los separatistas del siglo XIX que deseaban la independencia de los imperios otomano y de los Habsburgo, y siguen aún reaccionando con simpatía a las reivindicaciones de escoceses y galeses.

Las repetidas demandas en América del Black Power de controlar sus propios ghettos es un movimiento en esta dirección…

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Hipótesis relativa a lo anterior, para los propósitos de esta historia

A mediados de la década de 1980 los recursos en dinero y hombres puestos a disposición del Mantenimiento de la Seguridad Interna empezaron a exceder a los recursos destinados al exterior.

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De acuerdo con una recomendación computarizada acerca de cómo conseguir la cooperación de una personalidad notoriamente espinosa.

Xavier Conroy, doctor en sociología, doctor en filosofía, profesor de psicología social
en Hawthorn, universidad de Manitoba Norte:
INFLUENCIA MOGSHACK EN DOCTRINA PSICOLÓGICA CONTEMPORÁNEA JUZGADA ABUSIVA POR ANTIGUO COLABORADOR STOP BUSCO OPINIONES CONFIRMATIVAS/CONTRADICTORIAS STOP SU RESPUESTA PAGADA EN DESTINO STOP FIRMADO FLAMEN.

Hurgón Flamen NYCNY 10036
: INFLUENCIA MOGSHACK PERNICIOSA PERO SE ENFRENTA USTED A UN MOLINO DE VIENTO DEMASIADO ALTO STOP FIRMADO CONROY.

Conroy univ. Manitoba N.:
ADMITO MOLINO DE VIENTO DEMASIADO ALTO STOP APRECIARÍA COLABORACIÓN SUYA PARA ACORTARLO STOP FIRMADO FLAMEN.

Hurgón Flamen NYCNY 10036:
BUENA SUERTE STOP FIRMADO CONROY.

Conroy univ. Manitoba N.:
VENGA A NY FIN SEMANA GASTOS PAGADOS STOP TRAIGA HACHA STOP FIRMADO FLAMEN .

Hurgón Flamen NYCNY 10036:
LLEGO SÁBADO MAÑANA VUELO 9635 STOP NO TENGO NINGUNA ESPERANZA PERO LAMENTARÍA PERDER OPORTUNIDAD STOP FIRMADO CONROY.

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Prohibido el paso

Lyla tenía la sensación de que debería estar aterrada, pero no lo estaba, y era incluso capaz de preguntarse muy calmadamente por qué no lo estaba. Decidió que era a causa de que Madison estaba tan claramente de su lado, y acababa de salvarla de algo que de otro modo hubiera sido una catástrofe, y además sabía —independientemente de cómo lo hubiera sabido— lo que ella había querido decir cuando le había hecho aquella simple pregunta: «¿Fue usted?».

Durante un rato después de abandonar el apartamento ella no pensó realmente mucho, pero finalmente, cuando llegaron al nivel de la calle, se sintió capaz de formular preguntas casuales en un tono amistoso normal, y las formuló.

—Matthew Flamen le ofreció un trabajo, ¿verdad?

—Sí; al parecer necesita a alguien que se encargue de las interferencias que está teniendo en su programa, y como quiera que yo sé algo de electrónica…

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