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Authors: Lincoln Child Douglas Preston

Tags: #Trhiller, Biotecnología, Guerra biológica

Nivel 5 (22 page)

BOOK: Nivel 5
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—Como en este asunto hay en juego secretos industriales de la GeneDyne, los aspectos específicos de nuestra investigación se mantendrán en secreto, al margen del resultado de la investigación. Nada de todo esto será informado a la prensa. — Singer cambió de postura—. Deseo insistir en una cosa: se espera que todos los presentes en Monte Dragón cooperen plenamente con el señor Teece. Es una orden directa de Brent Scopes. Supongo que eso queda suficientemente claro. —Hubo un silencio en toda la sala. Singer asintió con un gesto—. Bien, creo que el señor Teece desea dirigirles unas palabras.

El hombre de aspecto frágil se acercó al micrófono; aún llevaba el maletín.

—Hola a todo el mundo —dijo, al tiempo que sus delgados labios esbozaban una fugaz sonrisa—. Soy Gilbert Teece… Pueden llamarme Gil. Espero estar aquí durante una semana, metiendo las narices un poco por todas partes. — Emitió una seca risita—. Es el procedimiento normal que se aplica en casos como éste. Hablaré individualmente con la mayoría de ustedes y, desde luego, necesitaré que me ayuden a comprender qué ocurrió exactamente, aunque sé que esto es muy doloroso para todos los implicados.

Hubo un nuevo silencio y pareció como si Teece ya no tuviera nada más que decir.

—¿Alguna pregunta? —dijo tras una pausa.

No hubo ninguna. Teece se apartó. Singer volvió al estrado.

—Ahora que ha llegado el señor Teece y ha concluido la descontaminación, hemos acordado volver a abrir las instalaciones del Nivel 5 sin demora. Por difícil que sea, espero que todos ustedes hayan regresado al trabajo mañana por la mañana. Hemos perdido mucho tiempo y tenemos que hacer lo posible por recuperarlo. — Se pasó una mano por la frente—. Eso es todo. Gracias.

Teece se levantó con un dedo levantado.

—¿Doctor Singer? ¿Me permite decir algo más…?

Singer asintió y Teece volvió a subir al estrado.

—La reapertura del Nivel 5 no ha sido idea mía —dijo—, pero quizá eso ayude a acelerar la investigación. Debo decir que me ha sorprendido que el señor Scopes no esté hoy aquí. Tenía entendido que le gusta estar presente en reuniones de este tipo, al menos a través de la informática.

Hizo una pausa, como a la expectativa, pero ni Singer ni Nye dijeron una palabra.

—Bien —continuó Teece—, hay una pregunta que quisiera plantear en general. Tengo la intención de hablar con cada uno de ustedes, por turno. Quizá puedan comunicarme sus pensamientos acerca de esta pregunta cuando nos entrevistemos personalmente. —Hizo una pausa—. Quiero saber por qué la autopsia de Brandon-Smith se realizó en secreto, y por qué se incineraron sus restos con tanta precipitación.

Se produjo otro silencio. Teece, que seguía sujetando el maletín, esbozó otra rápida sonrisa con los labios casi apretados y luego siguió a Singer y ambos abandonaron la sala.

A la mañana siguiente, aunque Carson se tomó su tiempo antes de llegar a la sala de preparación, no le sorprendió encontrar la mayoría de los trajes azules todavía colgados en sus armarios. Nadie parecía ansioso por reanudar el trabajo en el Tanque de la Fiebre.

Mientras se vestía, sintió que se le hacía un nudo en el estómago. Había transcurrido casi una semana desde que se produjera el accidente. Por mucho que se hubiera sentido obsesionado por lo ocurrido, por aquellos desgarrones en el traje de Brandon-Smith, por la sangre roja que brotó de los arañazos, había logrado apartar de su mente el Tanque de la Fiebre. Ahora, ese pensamiento regresó a su mente agolpadamente: los espacios reducidos, el aire viciado del traje, la constante sensación de peligro. Cerró un momento los ojos e intentó apartar de su mente el temor y el pánico.

Cuando estaba a punto de ponerse el casco, la puerta exterior siseó al abrirse y Susana entró por la esclusa de aire. Miró a Carson.

—No parece demasiado entusiasmado —dijo ella. Carson se encogió de hombros—. Supongo que yo tampoco.

Un silencio incómodo se hizo entre ellos. No habían hablado mucho desde la muerte de Brandon-Smith. Carson sospechaba que ella había preferido evitar el encuentro con él, al percibir la culpabilidad y la frustración que sentía.

—Al menos, el guardia ha sobrevivido —dijo ella.

Carson asintió con un gesto. Lo último que deseaba hacer en estos momentos era hablar del accidente. La puerta de acero inoxidable, con su cartel que advertía sobre la biopeligrosidad que aguardaba al otro lado, ofrecía un aspecto amenazador, al otro extremo de la sala. Le recordó a Carson una cámara de gas.

Susana empezó a vestirse. Carson se entretuvo, esperándola, ansioso por pasar por el tormento inicial pero, de algún modo, incapaz de cruzar aquella puerta.

—Salí a cabalgar el otro día —dijo—. Una vez se pierde de vista Monte Dragón, el desierto es muy agradable.

—A mí siempre me ha gustado el desierto —asintió ella—. La gente dice que es horrible, pero a mí me parece el lugar más hermoso del mundo. ¿Qué caballo se llevó?

—Un caballo bastante bueno. Tenía rota una de mis espuelas, pero ni siquiera tuve necesidad de utilizarlas. Será difícil encontrar aquí a alguien que la arregle.

Ella se echó a reír y se mesó el cabello.

—¿Conoce a ese viejo ruso, Pavel Vladimiro…? Es el ingeniero mecánico y dirige el horno esterilizador del sistema de flujo laminar del aire. Es capaz de arreglar cualquier cosa. Mi disco compacto se había estropeado y él lo desmontó y lo arregló, así de simple. Y afirmó que jamás había visto uno antes.

—Pues si ha sido capaz de arreglar un disco compacto, seguro que podrá arreglar una espuela. Quizá debería verle.

—¿Tiene idea acerca de cuándo empezará la investigación con nosotros? — preguntó ella.

—Ninguna. Probablemente no le llevará mucho tiempo, considerando…

Se detuvo de pronto. Considerando que yo fui un instrumento en la causa de la muerte, pensó.

—Yamashito, el técnico de vídeo, dijo que el investigador pensaba dedicar el día a revisar las cintas de seguridad —dijo ella, al tiempo que se ponía el traje.

Se pusieron los cascos, comprobaron el hermetismo del traje del otro y cruzaron la esclusa de aire. Ya en el interior de la sección de descontaminación, Carson aspiró aire y trató de soportar las náuseas que sentía cada vez que el tóxico líquido amarillo caía en cascada sobre el visor del casco.

Carson había esperado que los complicados procedimientos de descontaminación aplicados después del accidente hubieran reacondicionado los espacios interiores del Tanque de la Fiebre, permitiendo que éste tuviera un aspecto algo diferente. Pero el laboratorio parecía hallarse tal como estaba cuando Carson lo abandonó después de que Brandon-Smith entrara para anunciarle la muerte del chimpancé. Su silla estaba apartada de la mesa, y formaba el mismo ángulo en que la había dejado, y su ordenador todavía estaba abierto, enchufado a la red central y preparado para su uso. Avanzó hacia él y conectó con la red de la GeneDyne. Los mensajes grabados pasaron por la pantalla; luego mostró el texto sobre el procedimiento en que había estado trabajando. El cursor se detuvo al final de una línea inacabada, parpadeante, esperando con una cruel imparcialidad a que él continuara. Carson se arrellanó en la silla.

De repente, la pantalla quedó en blanco. Carson esperó un momento y luego pulsó varias teclas. Al no recibir respuesta, masculló un juramento. Quizá se había agotado la batería. Miró el enchufe de la pared: el ordenador estaba correctamente enchufado. Qué extraño, pensó.

Algo empezó a materializarse en la pantalla. Tiene que ser Scopes, pensó Carson. Se sabía que al presidente ejecutivo de la GeneDyne le gustaba jugar con los ordenadores de los demás. Probablemente querría charlar para aliviarle el período de transición después de regresar al trabajo en el Tanque de la Fiebre.

Una pequeña imagen apareció en la pantalla: era un mimo, que balanceaba el globo terráqueo sobre un dedo. La Tierra giraba lentamente. Extrañado, Carson apretó la tecla de salida sin conseguir nada.

De pronto, la pequeña figura se disolvió en palabras tecleadas.

«¿Guy Carson?»

«Sí», tecleó Carson.

«¿Estoy en contacto personal con Guy Carson?»

«Soy Guy Carson. ¿Quién más podría ser?»

«Bueno, por fin, Guy. Ya era hora de que se conectara. Le he estado esperando desde hace tiempo, socio. Pero antes de continuar, necesito que se identifique. Le ruego que me indique el día de nacimiento de su madre.»

«2 de junio de 1936. ¿Quién es usted?

«Gracias. Soy Mimo. Tengo un mensaje importante que transmitirle, de un viejo conocido suyo.»

«¿Mimo? ¿Es usted, Harper?»

«No, no soy Harper. Sugeriría que despejara la zona inmediata donde se encuentre, de modo que nadie pueda ver el mensaje que me dispongo a transmitirle. Indíqueme cuándo está preparado.»

Carson se volvió hacia Susana, que estaba ocupada en el otro lado del laboratorio.

«¿Quién demonios es usted?», tecleó.

«¡Vaya, vaya! Será mejor que no rechace a Mimo, ya que entonces podría rechazarlo yo a usted. Y eso no le gustaría. No, no le gustaría nada.»

«Escuche, no me gusta…»

«¿Desea recibir el mensaje o no?»

«No.»

«No lo creo. Pero antes de enviárselo, quiero que sepa que éste es un canal absolutamente seguro y que yo, Mimo, y nadie más que yo, ha penetrado en la red de la GeneDyne. Nadie en GeneDyne está enterado de esto, y posiblemente nadie puede interceptar nuestra conversación. Lo he hecho así para protegerlo a usted, vaquero. Si alguien pasara a su lado mientras lee el siguiente mensaje, apriete la tecla de mando y aparecerá en la pantalla un contenido ficticio de un código genético que ocultará el mensaje. En realidad no será un código genético, sino los versos de "Golpea la pared", del profesor Longhair, pero el dibujo será correcto. Luego, pulse de nuevo la tecla de mando para regresar al mensaje. Y ahora, prepárese.»

Carson volvió a mirar hacia Susana. Quizá era una de las bromas de Scopes. Aquel hombre tenía un extraño sentido del humor. Por otra parte, Scopes no le había enviado ningún mensaje a su ordenador personal desde que se produjera el accidente. Quizá Scopes deseaba tomarle el pelo y poner a prueba su lealtad con alguna clase de juego extraño. Carson volvió a mirar la pantalla del ordenador, sintiéndose incómodo.

La pantalla quedó en blanco por un momento y luego apareció un mensaje:

«Querido Guy: Soy Charles Levine, su viejo profesor del curso de bioquímica 162, ¿recuerda?

Iré directamente al grano porque sé que debe de sentirse comprometido en estos precisos momentos.»

Vaya, pensó Carson. La declaración más modesta del año. ¿El doctor Levine había logrado penetrar en la red de GeneDyne? No le parecía posible. Pero si se trataba realmente de Levine y Scopes llegaba a descubrirlo… El dedo de Carson se movió rápidamente hacia la tecla de salida, que apretó varias veces sin resultado alguno.

«Guy, he oído rumores procedentes de una fuente de la agencia reguladora. Rumores sobre un accidente ocurrido en Monte Dragón. La tapa, sin embargo, ha sido cerrada herméticamente, y lo único que he podido saber es que alguien quedó accidentalmente infectado con un virus. Al parecer, se trata de un virus bastante mortal, uno ante el que la gente experimenta mucho miedo.

»Guy, escúcheme. Necesito su ayuda. Necesito saber qué está sucediendo ahí, en Monte Dragón. ¿Qué es ese virus? ¿Qué trata usted de hacer con él? ¿Es realmente tan peligroso como dan a entender los rumores? El pueblo de este país tiene derecho a saberlo. Si es cierto, si se encuentra usted realmente en medio de ninguna parte, manejando algo mucho más peligroso que una bomba atómica… entonces ninguno de nosotros está a salvo.

»Le recuerdo bien de los tiempos que pasó aquí, Guy. Era usted un pensador verdaderamente independiente. Un escéptico. Nunca dio por sentado nada de lo que yo decía: tenía que comprobarlo todo por sí mismo. Esa es una cualidad bastante rara, y rezo para que no la haya perdido. Ahora le rogaría que dirigiera ese escepticismo natural hacia su propio trabajo en Monte Dragón. No acepte todo lo que le digan. En lo más profundo de sí mismo, sabe muy bien que nada es infalible, que ningún procedimiento de seguridad puede asegurar una protección total. Si los rumores son ciertos, habrá aprendido esto de primera mano. Le ruego que se plantee si vale la pena.

«Volveré a ponerme en contacto con usted a través de Mimo, un experto en cuestiones de seguridad informática. La próxima vez quizá podamos conversar en línea directa. Mimo no ha estado dispuesto a arriesgarse inicialmente a una conversación directa.

»Piense en lo que le he dicho, Guy. Se lo ruego. Saludos, Charles Levine.»

La pantalla quedó en blanco. Carson sintió que se le aceleraban los latidos del corazón mientras manipulaba el conmutador de energía. Debería haber apagado el ordenador inmediatamente. ¿Podía ser realmente Levine? Su instinto le indicaba que sí. Aquel hombre debía de haberse vuelto loco para ponerse en contacto con él de este modo, poniendo en peligro su carrera. Al pensar en ello, la cólera empezó a sustituir a la conmoción. ¿Cómo podía estar Levine tan convencido de que el canal era seguro?

Carson recordaba bien a Levine: golpeaba el atril, hablaba apasionadamente, con las solapas del traje arrugadas, haciendo chirriar la tiza sobre el encerado. En cierta ocasión estaba tan absorbido escribiendo una larga fórmula química, que tropezó con el borde del atril y cayó al suelo. Había sido, en muchos sentidos, un profesor extraordinario, iconoclasta, visionario; pero, por lo que Carson recordaba, también excitable, colérico y lleno de hipérboles. Y esta vez había llegado demasiado lejos. Evidentemente, aquel hombre se había convertido en un fanático.

Volvió a encender el ordenador. Si volvía a tener noticias de Levine, le diría lo que pensaba sobre sus métodos. Luego, apagaría el ordenador, antes de que Levine tuviera la oportunidad de replicar.

Volvió a fijarse en la pantalla y el corazón casi se le paró en seco.

«Brent Scopes en línea. Pulse la tecla de mando para charlar.»

Con un esfuerzo para contener su temor, Carson empezó a teclear. ¿Habría captado Scopes el mensaje que acababa de recibir?

«Hola, Guy.»

«Hola, Brent.»

«Sólo quería saludarlo en su regreso al trabajo. ¿Sabe lo que dijo T. H. Huxley? "La gran tragedia de la ciencia es que una hermosa hipótesis se vea destrozada por un hecho desagradable." Eso es lo que ha ocurrido aquí. Fue una idea muy hermosa, Guy. Es una pena que no funcionara. Ahora tiene usted que continuar. Cada día que transcurre sin obtener resultados le cuesta a la GeneDyne un millón de dólares. Todo el mundo está a la espera de la neutralización del virus. No podemos continuar hasta que no se haya logrado dar ese paso. Todo el mundo depende de usted.»

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