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Authors: Lincoln Child Douglas Preston

Tags: #Trhiller, Biotecnología, Guerra biológica

Nivel 5 (44 page)

BOOK: Nivel 5
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—Por el momento está bien —dijo al alcanzar a Susana y montar en su silla—. Desde aquí nos dirigiremos al norte. Eso nos permitirá pasar a cinco kilómetros de Monte Dragón.

Miró el cielo para localizar la estrella del norte. Luego espoleó al caballo, que emprendió un trote lento y cómodo, el más eficiente de los pasos. Junto a él, Susana hizo lo mismo. Avanzaron en silencio a través de la noche aterciopelada. Carson miró su reloj. Era la una de la madrugada. Disponían de cuatro horas hasta el amanecer; eso significaba recorrer treinta y ocho kilómetros si lograban mantener el paso, lo que los situaría a sólo treinta y dos kilómetros al norte de Monte Dragón, con cerca de otros cientos sesenta kilómetros por delante. Olisqueó de nuevo el aire, esta vez con mayor cuidado. Percibió una intensidad que auguraba la posibilidad de que hubiera rocío antes del amanecer.

Viajar durante el calor del día quedaba descartado, y eso suponía tener que encontrar un lugar bajo para ocultar los caballos; un lugar donde los caballos pudieran moverse y mordisquear lo poco que encontraran.

—Mencionó usted que sus antepasados pasaron por aquí en 1598 —dijo Carson en la oscuridad.

—En efecto. Exactamente veintidós años antes de que los Padres Peregrinos desembarcaran en Plymouth Rock.

Carson ignoró el comentario.

—¿No mencionó algo sobre la existencia de una fuente? — preguntó.

—El Ojo del Águila. Empezaron a cruzar el desierto de Jornada y se quedaron sin agua. Un apache les mostró dónde estaba la fuente.

—¿Dónde estaba?

—No lo sé. Las señas de esa fuente se perdieron más tarde. Creo que estaba en una cueva, en la base de las montañas Fray Cristóbal.

—Maldita sea, esas montañas se extienden a lo largo de más de noventa kilómetros.

—Cuando oí contar esa historia no tenía la intención de efectuar un reconocimiento, ¿de acuerdo? Recuerdo que mi abuelito comentó que estaba en una cueva, y que el agua fluía hacia atrás en el interior de la cueva y desaparecía.

Carson sacudió la cabeza. Tanto la lava como las montañas estaban horadadas por cuevas. Jamás encontrarían una fuente que no salía a la superficie durante el día, donde pudiera generar alguna forma de vida vegetal verde.

Continuaron el trote, y los únicos sonidos que se oyeron fueron el tintineo de los correajes de la silla y los bajos crujidos del cuero. Carson volvió a levantar la mirada hacia las estrellas. Era una noche hermosa, sin luna. En cualquier otra circunstancia, podría haber disfrutado de esa cabalgada. Inhaló aire de nuevo. Sí, definitivamente habría rocío. Eso suponía un golpe de suerte. Mentalmente, añadió quince kilómetros a la distancia que podrían recorrer sin agua.

Levine revisó la última página incompleta de la transmisión de Carson, luego grabó rápidamente toda la información.

«Mimo, ¿está seguro de esto?», tecleó.

«Claro. Scopes ha sido muy listo. Ha hecho todo lo que podía. Descubrió mi acceso y situó sobre él un relé transparente de software. El relé puso en marcha una alarma cuando Carson intentó ponerse en contacto con nosotros.»

«Mimo, hable con claridad.»

«Ese condenado bastardo colocó una especie de obstáculo en mi camino secreto y Carson tropezó con él y cayó de bruces sobre su rostro virtual. No obstante, el vertido abortado de los datos permaneció en la red, y yo pude retirarlo.»

«¿Alguna posibilidad de que pueda ser usted descubierto?», tecleó Levine.

«¿Descubierto? ¿Yo? MDDR.»

«¿MDDR? No entiendo.»

«Me Desternillo De Risa. Estoy demasiado bien escondido. Cualquier intento por llegar hasta mí se hundiría en un laberinto de interconexiones. Pero no parece que Scopes trate de encontrarme. Antes al contrario. Ha colocado un foso alrededor de GeneDyne.»

«¿Qué quiere decir?», preguntó Levine.

«Ha interrumpido físicamente todo el tráfico de la red desde la sede central de GeneDyne. No hay forma de contactar con el edificio por teléfono, fax o ordenadora. Todos los lugares remotos han sido desconectados.»

«Si lo que dice esta transmisión es cierto, la PurBlood está contaminada de alguna forma terrible, y el propio Scopes es una víctima. ¿Cree usted que lo sabe? ¿Es ésa la razón por la que ha cortado todos los accesos?»

«No es probable —contestó Mimo—. Mire, cuando me di cuenta de que Carson intentaba ponerse en contacto con nosotros, yo mismo entré en el ciberespacio de GeneDyne. Unos momentos más tarde comprendí qué había salido mal. Nuestro acceso había sido descubierto. No podía desconectarme sin dar a conocer mi presencia. Así que apliqué la oreja al vano de la puerta, por así decirlo, y escuché toda la cháchara no protegida de la red. Me enteré así de algunas cosas muy interesantes, antes de que Scopes interrumpiera todas las conexiones exteriores.»

«¿Como cuáles?»

«Como que Carson parece haber sido el último en reírse de Scopes. Al menos eso creo. Quince minutos después de que Scopes interrumpiera la transmisión de datos, se produjo un gran desmoronamiento de todas las comunicaciones desde Monte Dragón, que cesaron por completo. Una verdadera fusión a gran escala.»

«¿Scopes interrumpió todas las comunicaciones con Monte Dragón?»

«
Au contraire
, profesor. Desde la sede central se hicieron esfuerzos frenéticos para restablecer las comunicaciones. Una instalación como Monte Dragón dispondría sin duda de soportes de emergencia para no perder la conexión. Lo que ocurrió fue tan devastador que lo derribó todo al mismo tiempo y lo convirtió en un montón de mala medicina. Una vez que Scopes se dio cuenta de que no podía ponerse en contacto con Monte Dragón, interrumpió la red de salida de GeneDyne.»

«Pero yo tengo que comunicarme con Scopes —tecleó Levine—. Es vital que interrumpa la comercialización de PurBlood. En el exterior nadie me cree. Es crucial que pueda convencerlo.»

«Parece no haberme escuchado, profesor. Scopes ha cortado físicamente todas las líneas de conexión. Mientras no considere que la emergencia ha pasado, no hay forma de establecer contacto con el edificio. No se puede cruzar a través del aire, profesor. Excepto…»

«¿Qué?

«Excepto que hay un canal abierto que sale de la GeneDyne Boston. Descubrí la firma de sus datos cuando andaba husmeando por los alrededores del foso. Es un enlace de disco desde el servidor personal de Scopes hasta el satélite de comunicaciones militares TELINT-2.»

«¿Alguna posibilidad de que pueda usted utilizar ese satélite para ponerme en contacto con Scopes?»

«Ninguna. Es un enlace exclusivo de dos vías. Además, quien se comunica con Scopes utiliza un plan de cifrado insólito. Una especie de cifrado de bloque de extremo a extremo que a mí me huele a militar. Sea lo que fuere, ni siquiera podría acercarme con nada que no fuera por lo menos un Cray-2. Y ése es un código factorial fundamental, de modo que ni con todo el tiempo de CPU del mundo podría introducirme en la madre.»

«¿Hay tráfico en ese enlace?»

«Unos pocos bits aquí y allá. Unos miles de bites a intervalos irregulares.»

Levine contempló con curiosidad las palabras en la pantalla. A pesar de que la arrogancia aún seguía presente, el Mimo afectado y fanfarrón con el que solía dialogar aparecía ahora anormalmente apagado.

Se reclinó un momento en la silla, pensando. ¿Podía haberse desconectado Scopes de todo debido a la PurBlood? No, eso no tenía sentido. ¿Qué estaba sucediendo en Monte Dragón? ¿En qué otro virus peligroso había estado trabajando Carson?

No había forma de saberlo. Tenía que hablar con Scopes, advertirle de lo que sucedía con la PurBlood. Al margen de todo lo que fuera capaz de hacer, Scopes nunca permitiría la comercialización intencional de un producto médico peligroso. Eso destruiría a su empresa. Además, si el propio Scopes había sido un sujeto beta de la prueba, él mismo podría necesitar tratamiento médico inmediato.

«Es necesario que me comunique con Scopes —escribió Levine—. ¿Cómo puedo hacerlo?»

«Sólo hay una posibilidad. Tendrá usted que entrar físicamente en el edificio.»

«Pero eso es imposible. La seguridad de ese edificio tiene que ser infranqueable.»

«Sin duda. Pero el elemento más débil de cualquier sistema de seguridad es la gente. Imaginé que me plantearía esta petición y ya he empezado a hacer preparativos. Hace meses, cuando inicié para usted las conexiones mercenarias con la red de la GeneDyne, copié sus planos de red y de seguridad. Si logra entrar en el edificio, es posible que pueda llegar hasta Scopes. Pero antes tendré que ocuparme de un pequeño asunto.»

«Yo no soy un mercenario, Mimo. Tendrá usted que venir conmigo.»

«No puedo.»

«Tiene usted que estar en Estados Unidos. Puede tomar un avión y encontrarse en Boston en cinco horas. Le pagaré el pasaje.»

«No.»

«¿Por qué demonios?»

«No puedo.»

«Mimo, esto ha dejado de ser un juego. Miles de vidas dependen de ello.»

«Escúcheme, profesor. Le ayudaré a entrar en el edificio. Le indicaré cómo contactar conmigo una vez esté dentro. Hay numerosos sistemas de seguridad que tendrá que sortear si quiere acercarse a Scopes. Olvídese de hacerlo en el espacio real. Tendrá que efectuar ese viaje por el ciberespacio, profesor. Le enviaré una serie de programas de ataque que he preparado explícitamente para GeneDyne. Ellos le permitirán introducirse en la red.»

«Le necesito a usted conmigo, no como un servicio de apoyo a larga distancia. Mimo, nunca me pareció usted una persona cobarde. Tiene que…»

La pantalla quedó en blanco. Levine esperó con impaciencia, preguntándose a qué estaría jugando ahora Mimo.

De repente, en la pantalla se materializó una imagen.

Levine la observó sin comprender. La imagen fue tan inesperada que tardó varios segundos en darse cuenta de que estaba mirando la fórmula estructural de un producto químico. Tardó menos tiempo en darse cuenta de qué se trataba.

—Dios mío —susurró—. Talidomida. Fue uno de los bebés de la talidomida.

Entonces, repentinamente, comprendió por qué Mimo no podía acudir a Boston. Y también quedó claro, por primera vez, por qué Mimo perseguía a las grandes compañías farmacéuticas con tanta sed de venganza, y por qué razón le ayudaba a él.

En ese momento alguien llamó a la puerta de la habitación de hotel.

Levine abrió y vio a un botones de aspecto desaliñado, con un traje rojo que le venía estrecho. El botones le tendió una percha, que contenía dos piezas de un traje marrón oscuro, envueltas en un plástico protector.

—Su uniforme —dijo el botones.

—Yo no… —repuso Levine, pero se detuvo.

Dio las gracias al botones y cerró la puerta. No había ordenado nada de la lavandería.

Pero Mimo lo había hecho.

A juzgar por la confusión de las huellas al borde del río de lava, Nye se dio cuenta de que Singer y sus Hummers se habían detenido y deambulado por allí, aparentemente durante bastante tiempo; en su ineptitud, se las habían arreglado para borrar las huellas de Carson y la zorra india. Luego, los vehículos habían penetrado en la lava y avanzado de un lado para otro, revolviéndolo todo. Aquel condenado inútil no sabía que la primera regla del rastreador era no perturbar el rastro que seguía.

Nye se detuvo y esperó. Entonces volvió a oír la voz, ahora más clara, que murmuraba desde la deliciosa oscuridad. Carson no había continuado recto hacia el sur. Una vez en la lava, se había dirigido hacia el este o el oeste, con la esperanza de sacudirse a sus perseguidores. Luego, sin duda, se habría dirigido hacia el norte, o habría girado de nuevo hacia el sur.

Nye le ordenó a
Muerto
que se quedara donde estaba. Desmontó y subió a la lava, linterna en mano. Avanzó cien metros hacia el oeste del laberinto de huellas dejado por los Hummers; luego se volvió y dirigió el haz de luz por entre las rocas de lava, en busca de las huellas reveladoras que habrían dejado las herraduras de los caballos sobre la roca.

Ninguna señal. Probaría por el otro lado.

Y allí las vio: el borde blanquecino aplastado de una roca de lava, la marca reciente de una herradura. Para asegurarse, continuó la búsqueda hasta encontrar otra raya blanquecina sobre la lava negra y luego otra, a lo largo de una piedra caída. Los caballos habían tropezado aquí y allá, dejando un rastro inconfundible de fragmentos de roca. Carson y la mujer habían efectuado un giro de noventa grados y se dirigían hacia el este.

Pero ¿qué distancia habían recorrido? ¿Habrían girado de nuevo hacia el sur o retrocedido hacia el norte? En ninguna de ambas direcciones había agua. La única vez que Nye había visto agua en el desierto de Jornada era en los estanques que se formaban después de fuertes chaparrones tormentosos. A excepción del chaparrón caído el día en que sospechó por primera vez que Carson andaba detrás de su secreto, no había llovido desde hacía varios meses. Probablemente no volvería a hacerlo hasta la estación de las lluvias, a finales de agosto.

El sur parecía la ruta más evidente, puesto que el trayecto hacia el norte sería más largo y tendría que cruzar por más campos de lava.

Sin duda, eso era lo que Carson creía que supondrían sus perseguidores.

«Al norte», le dijo la voz.

Nye se detuvo y escuchó. Era una voz familiar, cínica y alta, con sabrosos tonos del habla londinense que no podían extirpar los años de escuela pública. De algún modo, le pareció perfectamente natural que le hablara. Se preguntó de quién sería aquella voz.

Regresó hasta donde había dejado a
Muerto
y montó. Era mejor estar absolutamente seguro de las intenciones de Carson. Los dos tendrían que haber bajado del campo de lava en algún punto. Y Nye sabía que allí podría encontrar el rastro de nuevo.

Decidió cabalgar primero a lo largo del borde norte del río de lava. Si no encontraba el rastro, cruzaría el campo de lava y cabalgaría a lo largo del borde sur.

Al cabo de media hora ya había encontrado las lastimosas marcas dejadas en la arena, allí donde Carson había intentado borrar sus huellas. Así pues, la voz tenía razón: habían girado hacia el norte. Había una regularidad en las barreduras de Carson que las destacaban de las pautas irregulares formadas por la arena soplada por el viento. Meticulosamente, Nye siguió las huellas borradas hasta donde se reiniciaba el rastro, tan claro en la arena como los mojones de una carretera. Tomaban directamente la dirección de la estrella del norte.

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