Nivel 5 (21 page)

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Authors: Lincoln Child Douglas Preston

Tags: #Trhiller, Biotecnología, Guerra biológica

BOOK: Nivel 5
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—¿Enfriamiento?


Da
. ¡No querer aire devuelto a mil grados! Tiene que ser enfriado, el aire.

—¿Y por qué no absorber aire fresco?

—Si absorber aire fresco, tener que soltar aire viejo. No bueno. Eso es sistema cerrado. Somos único laboratorio de mundo con este sistema. Remontar a mecanismo destrucción infalible de militares, usado para aire caliente del Nivel 5.

—Ha mencionado antes el sistema de destrucción infalible —dijo ella—. No recuerdo haber oído hablar de él.

—Para alerta fase cero.

—No hay ninguna alerta de fase cero. La fase uno es la peor situación posible.

—Tiempo atrás era alerta fase cero. — Se encogió de hombros—. Quizá terroristas en Nivel 5, quizá accidente con contaminación total. Inyectar aire a mil grados en Nivel 5 producir esterilización completa. No sólo esterilización. Verdadera explosión de todo. ¡Buuum!

—Comprendo —asintió ella sin estar muy segura—. ¿Y no se puede disparar por accidente, esa alerta de fase cero?

Pavel emitió una risita.

—Imposible. Cuando civiles llegar, desactivar el sistema. — Señaló con la mano una cercana terminal de ordenador—. Sólo funcionar si poner en línea.

—Bien —dijo ella aliviada—. No me gustaría que me frieran viva porque alguien aprieta aquí el conmutador equivocado.

—Cierto —murmuró Pavel—. Bastante calor aquí sin hacer más calor,
nyet? Zharka!

Sacudió la cabeza y su mirada se detuvo con aire ausente sobre el periódico. Luego se puso rígido. Tomó el extremo arrugado del
Journal
y apretó un dedo sobre él.

—¿Ver usted esto? — preguntó.

—No.

Miró las columnas de diminutos números, pensando que debía de haber sacado el periódico de la biblioteca de Monte Dragón, que tenía suscripciones a una docena de periódicos y revistas a las que no se tenía acceso por internet. Eran los únicos materiales impresos que se permitían en las instalaciones.

—¡Acciones GeneDyne volver a bajar medio punto! ¿Sabe lo que eso significar? — Ella negó con la cabeza—. ¡Perder dinero nosotros!

—¿Que perdemos dinero?


Da
. Usted tener acciones, yo tener acciones, y esas acciones bajar medio punto. ¡Yo perder trescientos cincuenta dólares! ¡Cuántas cosas poder hacer con ese dinero!

Hundió la cabeza entre las manos.

—Pero ¿no es eso lo que cabe esperar? — preguntó De Vaca.


Shto?

—Quiero decir, ¿no sube y baja cada día el precio de las acciones?


Da
, cada día. Pasado lunes ganar yo seiscientos dólares.

—Entonces ¿qué importa?

—¡Empeorar las cosas! Anterior lunes yo ser seiscientos dólares más rico. Ahora ¡todo perdido! ¡Puuf!

Extendió las manos con gesto de desesperación.

Susana hizo esfuerzos para no echarse a reír. Probablemente el hombre controlaba cada día el precio de las acciones. Ése era el precio de dar acciones a personas que nunca habían invertido en bolsa. Sin embargo, aunque no lo había comprobado desde que llegó a Monte Dragón, sabía que las acciones de la GeneDyne habían subido mucho en los últimos meses, y que todos se estaban enriqueciendo.

Vladimirovic volvió a sacudir la cabeza.

—Y en últimos días peor, mucho peor. ¡Bajar muchos puntos!

—Eso no lo sabía —dijo ella frunciendo el entrecejo.

—¿No oír hablar en cantina? Es profesor Levine de Boston. Siempre hablar mal de GeneDyne, de Brent Scopes. Ahora decir algo peor, no sé qué, y acciones bajar. — Murmuró por lo bajo—:

KGB sabría qué hacer con ese hombre. — Suspiró y le entregó el disco compacto—. Después de escuchar música decadente contrarrevolucionaria, sentir haber arreglado.

De Vaca rió y se despidió. Decidió, después de todo, que aquella camiseta era una broma. Al fin y al cabo, aquel hombre tenía que ser de extrema confianza para ser admitido en Monte Dragón en los viejos tiempos. Algún día trataría de buscar su compañía en la cantina y escuchar su historia completa.

El primer calor del verano se extendía como una manta empapada sobre Harvard Yard. Las hojas colgaban fláccidamente de los grandes robles y castaños, y las cigarras zumbaban con monotonía en las sombras. Mientras caminaba, Levine se quitó la usada chaqueta, se la colgó sobre el hombro e inhaló el olor de la hierba recién cortada y la espesa humedad del aire.

En la oficina exterior, Ray estaba sentado ante su mesa, hurgándose los dientes con la punta de un clip. Gruñó al ver acercarse a Levine.

—Tiene visita —le dijo.

—¿Quiere decir dentro? — preguntó Levine, que frunció el entrecejo y señaló con un gesto hacia la puerta cerrada de la oficina.

—Sí, en su despacho —contestó Ray.

Al abrir la puerta, Levine se encontró con Erwin Landsberg, el rector de la universidad, que le dedicó una sonrisa y le extendió la mano.

—Charles, hace mucho tiempo que no nos vemos —dijo con su habitual tono preocupado—. Demasiado tiempo. — Indicó a un segundo hombre, que vestía traje gris—. Le presento a Leonard Stafford, nuestro nuevo decano de la facultad.

Levine estrechó su fláccida mano y echó un vistazo furtivo al resto del despacho. Se preguntó cuánto tiempo llevarían allí los dos hombres. Su mirada se detuvo sobre su ordenador personal, abierto sobre una esquina de la mesa. Había sido una estupidez por su parte dejarlo así. Tenía previsto recibir la llamada en apenas cinco minutos.

—Hace calor aquí dentro —dijo el rector—. Charles, deberías pedir un aparato de aire acondicionado.

—El aire acondicionado me produce jaquecas. Me gusta el calor. — Levine se sentó ante su mesa—. Bien, ¿a qué se debe la visita?

Los dos hombres se sentaron, y el decano observó con ceño los montones de papeles desordenados.

—Bueno, Charles —dijo el rector—, hemos venido por lo de la demanda.

—¿A cuál se refiere?

Al rector pareció molestarle la broma.

—Nos tomamos estas cosas muy en serio. — Al ver que Levine no decía nada, continuó—: A la demanda de la GeneDyne, claro.

—No es más que puro acoso —dijo Levine—. No será admitida.

El decano se inclinó hacia adelante.

—Doctor Levine, me temo que no compartimos su punto de vista. No se trata de una demanda frívola. La GeneDyne alega apropiación de secretos comerciales, violación electrónica, difamación y libelo, además de muchas cosas más.

—La GeneDyne ha presentado acusaciones muy serias —asintió el rector—. No tanto sobre su fundación, sino sobre sus métodos. Y eso es lo que más me preocupa.

—¿Qué ocurre con mis métodos?

—No hay necesidad de ponernos nerviosos —dijo el rector, que se ajustó los puños de la camisa—. Ya ha estado usted antes en situaciones complicadas, y le hemos apoyado, a pesar de que no siempre ha sido fácil. Hay algunas fundaciones filantrópicas, muy poderosas por cierto, que preferirían que le dejáramos a usted en la calle. Pero ahora, una vez se ha cuestionado la ética de sus métodos… Bueno, tenemos que proteger a la universidad. Usted sabe muy bien el límite entre legalidad e ilegalidad. Procure no cruzarlo. Sé que lo comprende. — La sonrisa se desvaneció ligeramente—. Por cierto, no se lo advertiré de nuevo.

—Rector Landsberg, creo que ni siquiera comprende la situación. Aquí no se trata de ningún enfrentamiento académico. Estamos hablando del futuro de la raza humana.

Consultó su reloj. Sólo faltaban dos minutos. Mierda. Landsberg enarcó una ceja.

—¿El futuro de la raza humana?

—Estamos en guerra. La GeneDyne está alterando las células germinales de los seres humanos, y con ello comete un sacrilegio contra la vida humana. «El extremismo en defensa de la libertad no es ningún vicio», ¿recuerda? Cuando llegaron a arrasar los guetos, no era el momento más adecuado para preocuparse por la ética y la ley. Ahora se meten con el mismísimo genoma humano. Tengo pruebas de ello.

—Su comparación es ofensiva —dijo Landsberg—. No estamos en la Alemania nazi, y la GeneDyne, al margen de lo que usted piense de ella, no es las SS. Al plantear esas comparaciones tan triviales, socava usted el buen trabajo que ha hecho en nombre del Holocausto.

—¿Que no? A ver, dígame cuál es la diferencia entre la eugenesia de Hitler y lo que está haciendo la GeneDyne en Monte Dragón.

Landsberg se reclinó en la silla y emitió un suspiro de exasperación.

—Si no puede ver la diferencia, Charles, es porque tiene un punto de vista deformado. Sospecho que todo esto tiene más que ver con su enfrentamiento personal con Brent Scopes que con preocupaciones idealistas acerca de la raza humana. No sé qué sucedió entre ustedes hace veinte años, y no me importa. Hemos venido para decirle que deje en paz a la GeneDyne.

—Esto no tiene que ver con un enfrentamiento personal…

El decano movió una mano con gesto de impaciencia.

—Doctor Levine, tiene que comprender la posición de la universidad. No podemos permitir que vaya usted por ahí como una bomba de relojería, implicado en actividades en la sombra, mientras nosotros nos enfrentamos con una demanda de doscientos millones de dólares.

—Considero esto como una interferencia con la autonomía de la fundación —dijo Levine—. Scopes les está presionando, ¿verdad?

Landsberg frunció el entrecejo.

—Si considera como presión una demanda de doscientos millones de dólares, ¡demonios, sí!

Sonó el teléfono y luego un siseo cuando una ordenadora se conectó con el ordenador personal de Levine. La pantalla parpadeó y apareció una imagen: una figura que balanceaba el mundo sobre un dedo.

Levine se reclinó en la silla, impidiendo la vista de la pantalla.

—Tengo trabajo que hacer —dijo.

—Charles, creo que no acaba de comprenderlo —dijo el rector—. Podemos retirarle el permiso para mantener la fundación cuando queramos. Y lo haremos si usted nos presiona.

—No se atreverían —replicó Levine—. La prensa se les echaría encima y los crucificarían. Además, soy catedrático titular.

El rector Landsberg se levantó abruptamente y se volvió para marcharse con el rostro lívido. El decano se levantó más lentamente y se pasó una mano por la chaqueta. Se inclinó hacia Levine y preguntó:

—¿Ha oído hablar alguna vez de «expulsión por inmoralidad manifiesta»? Eso está incluido en su contrato de catedrático titular.

Se dirigió hacia la puerta y allí se detuvo para mirarlo especulativamente.

El globo en miniatura de la pantalla empezó a girar con mayor rapidez, y el hombre que balanceaba la tierra sobre un dedo compuso un gesto de ceñuda impaciencia.

—Ha sido agradable hablar con ustedes —dijo Levine—. Cierren la puerta al salir, por favor.

Cuando Carson entró en la sala de conferencias de Monte Dragón, el frío espacio blanco ya estaba lleno de gente. El ambiente rebullía con los nerviosos murmullos de las conversaciones apagadas. Las baterías de instrumentos electrónicos se hallaban ocultas tras los paneles, y la pantalla de teleconferencia estaba a oscuras. A lo largo de una pared se habían dispuesto mesas con jarras de café y pastas, y los científicos se reunían alrededor.

Carson distinguió a Andrew Vanderwagon y a George Harper, de pie en un rincón. Harper le hizo señas de que se acercara.

—La reunión está a punto de empezar —dijo—. ¿Está preparado?

—¿Preparado para qué?

—Que me aspen si lo sé —contestó Harper, y se pasó una mano por el cabello—. Preparado para el tercer grado, supongo. Dicen que si no le gusta lo que encuentre aquí, es capaz de cerrar las instalaciones.

—Nunca harán eso sólo por un accidente anormal —dijo Carson.

—He oído decir que ese tipo tiene incluso poder para ordenar la comparecencia ante una comisión de investigación, y que puede presentar acusaciones penales —gruñó Harper.

—Lo dudo —dijo Carson—. ¿Dónde ha oído esas cosas?

—Son los rumores que circulan por la cantina. No le he visto por allí en todo el día. Mientras no vuelvan a abrir el Nivel 5 no hay gran cosa que hacer, a menos que uno quiera sentarse en la biblioteca o jugar al tenis con treinta y ocho grados de temperatura.

—Salí a cabalgar —dijo Carson.

—¿A cabalgar? ¿Quiere decir con esa irascible y joven ayudante suya? — preguntó Harper con una risita.

Carson elevó los ojos. Harper podía ser realmente irritante. Ya había decidido no mencionarle a nadie su encuentro con Nye. Eso no haría sino crear más problemas.

Harper se volvió hacia Vanderwagon, que se mordía el labio y miraba inexpresivamente a los reunidos.

—Ahora que lo pienso, tampoco le vi a usted por la cantina. ¿Ha vuelto a pasar el día en su habitación, Andrew?

Carson frunció el entrecejo. Era evidente que Vanderwagon todavía se sentía alterado por lo sucedido en el Tanque de la Fiebre y por la reprimenda recibida de Scopes. A juzgar por sus ojos inyectados, estaba claro que no había dormido mucho. A veces Harper tenía el tacto de una granada de mano.

Vanderwagon se volvió y miró a Harper y, en ese momento, un repentino rumor de voces se extendió sobre los allí reunidos. Cuatro personas acababan de entrar en la sala: Singer, Nye, Mike Marr y un hombre delgado y encorvado, vestido con un traje marrón. Llevaba un enorme maletín que se bamboleaba contra sus piernas al caminar. Su pelo rojizo tenía canas en las sienes, y llevaba unas gafas de montura negra que hacían que su pálida piel pareciera cetrina. Irradiaba mala salud.

—Ése ha de ser el inspector de la OSHA —susurró Harper—. A mí no me parece tan terrorífico.

—Parece más bien un contable —comentó Carson—. Con esa piel va a pillar una insolación.

Singer se dirigió al estrado, se situó ante el atril, dio unos ligeros golpes sobre el micrófono y levantó una mano. Su rostro, normalmente agradable y rubicundo, se veía ojeroso y cansado.

—Como todos saben —empezó—, se debe informar a las autoridades competentes de los accidentes como el ocurrido la semana pasada. El señor Teece, aquí presente, es un destacado investigador de la Administración para la Seguridad y la Salud Ocupacional. Pasará una temporada con nosotros aquí, en Monte Dragón, para investigar la causa del accidente y revisar nuestros procedimientos de seguridad.

Nye estaba al lado de Singer y observaba a los científicos allí reunidos. Su barbilla adelantada intimidaba, así como su porte rígido. Marr estaba a su lado; asentía con su cabeza de cabello corto y sonreía ampliamente bajo el ala del sombrero, tan bajo que casi le ocultaba los ojos. Carson sabía que, como jefe de seguridad, Nye era, en último término, el responsable del accidente. Evidentemente, él también era consciente de ello. La mirada del jefe de seguridad se encontró por un momento con la de Carson, antes de desviarse. Quizá eso explique su paranoia en el desierto, pensó Carson. Pero ¿qué demonios andaba buscando? Fuera lo que fuese, debía ser condenadamente importante para haber pasado la noche fuera antes de una reunión como ésta.

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