Read Nivel 5 Online

Authors: Lincoln Child Douglas Preston

Tags: #Trhiller, Biotecnología, Guerra biológica

Nivel 5 (18 page)

BOOK: Nivel 5
8.07Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

El científico llamado Barkley miró a los allí reunidos y luego salió rápidamente por la escotilla.

—Carson —dijo la voz de Nye un minuto más tarde.

—No —replicó Carson—. Esto no es lo correcto. Nuestros trajes se quedarán sin aire dentro de pocos minutos. Las mujeres deberían ir primero.

—Carson es el siguiente —repitió la voz, serena pero con tono amenazador.

—No sea un idiota sexista —dijo Susana, que se había incorporado y se sujetaba el estómago—. Mueva su maldito culo hasta allí.

Carson vaciló un momento y finalmente salió hacia la esclusa de aire. Una figura embutida en el traje le esperaba en la cámara de acceso. Inspeccionó visualmente su traje y luego conectó una pequeña manguera a su válvula de aire.

—Voy a comprobar si su traje tiene fugas —dijo el hombre.

Se produjo el siseo de aire viciado, y Carson sintió que aumentaba la presión del aire dentro de su traje, lo que hizo que se le obturaran los oídos.

—Limpio —dijo el hombre.

Carson avanzó hacia la ducha química situada más allá. Al salir a la sala de preparación, se dio cuenta de que Barkley se había defecado en su traje y le dio la espalda mientras se quitaba el suyo.

Cuando ya lo estaba guardando, Susana salió del Tanque de la Fiebre. Se quitó el casco.

—Espere, Guy —le dijo—. Sólo quería decirle…

Pero Carson cerró la puerta, dejándola con la palabra en la boca, y se dirigió hacia la sala de conferencias.

Una hora más tarde, todos se hallaban reunidos. Nye estaba cerca de una gran pantalla de videoconferencia, con Singer a su lado. Mike Marr se apoyaba contra una pared, con las piernas cruzadas, masticaba su sempiterno chicle y observaba al grupo con indolencia. El temor y el resentimiento parecían pender sobre todos. Sin que nadie dijera una palabra, la sala se oscureció y el rostro de Scopes apareció en la pantalla.

—No necesito que se me informe —dijo—. Todo quedó registrado en vídeo. Absolutamente todo.

Se produjo un silencio mientras los ojos de Scopes se movían de un lado a otro, detrás de sus gruesas gafas.

—Me siento muy desilusionado con algunos de ustedes —dijo finalmente—. Todos conocen los procedimientos. Lo han ensayado docenas de veces. — Se volvió hacia Singer—. John, usted conoce las reglas mejor que nadie. El señor Nye estaba a cargo de la situación, y no usted. La actitud del señor Nye fue perfectamente correcta al asumir la responsabilidad durante la emergencia. En una situación como ésa no debe haber la menor vacilación en la cadena de mando.

—Entiendo —dijo Singer con rostro inexpresivo.

—Sé que lo entiende. ¿Susana Cabeza de Vaca?

—¿Qué? — contestó ella con tono desafiante.

—¿Por qué ignoró las normas y trató de sacar a Brandon-Smith del Nivel5?

—Para que pudiera recibir atención médica en un hospital —contestó—, en lugar de ser encerrada en una jaula.

Se produjo un silencio mientras Scopes la miraba.

—¿Y si ella hubiera estado infectada con el virus de la gripe X? — preguntó al cabo—. ¿Qué habría ocurrido entonces? ¿Le habría salvado la vida la atención médica recibida?

Hubo otro prolongado silencio. Scopes suspiró pesadamente.

—Susana, es usted microbióloga. No necesito darle lecciones sobre epidemiología. Si hubiera logrado sacar a Rosalind del Nivel 5, y si ella hubiera estado infectada, podría haberse iniciado una epidemia sin precedentes en la historia de la humanidad.

Susana se mantuvo tercamente en silencio.

—¿Andrew? —dijo Scopes volviendo la mirada hacia Vanderwagon—. En una epidemia así habrían muerto niños pequeños, adolescentes, madres, obreros, mujeres, ricos y pobres, médicos y enfermeras, campesinos y sacerdotes, todos. Miles de personas, quizá millones, quizá… —Se detuvo, antes de añadir—: Quizá miles de millones.

La voz de Scopes se había suavizado. Hizo otra prolongada pausa.

—Que alguien me diga si me equivoco.

Se produjo otro tenso silencio.

—¡Maldita sea! — estalló la voz—. Hay poderosas razones por las que aplicamos estrictas medidas de seguridad en el Nivel 5. Todos ustedes están trabajando con el patógeno más peligroso que existe. Todo el mundo depende de que ustedes no estropeen las cosas. Y han estado a punto de estropearlas.

—Lo siento —balbuceó Vanderwagon—. Actué sin pensar. Sólo pude pensar en que si se hubiera tratado de mí…

—¡Fillson! — llamó Scopes abruptamente.

El cuidador de los animales se acercó a la pantalla, sin dejar de retorcerse nerviosamente las manos, con su labio inferior húmedo.

—Al no haber corrido adecuadamente el cerrojo de la jaula, ha causado usted un daño incalculable. Tampoco se ha ocupado de cortar debidamente las uñas a los animales en cuarentena, según previenen las instrucciones. Naturalmente, está usted despedido. Además, he dado instrucciones a mis abogados para que presenten una demanda civil contra usted. Si Brandon-Smith muriera, usted sería el culpable de su muerte. En resumen, su imperdonable descuido le perseguirá legal, financiera y moralmente durante el resto de su vida. Señor Marr, ocúpese de que Fillson sea escoltado inmediatamente fuera de las instalaciones y dejado en Engle para que desde allí regrese por su cuenta a su casa.

Mike Marr se apartó de la pared y se adelantó, con una ligera sonrisa en los labios.

—Señor Scopes… Brent… por favor… —empezó a decir Fillson cuando Marr lo tomó rudamente por el brazo y lo empujó hacia la puerta, haciéndolo salir de la sala de conferencias.

—¿Susana? — dijo Scopes a continuación.

Ella guardó silencio. Scopes sacudió la cabeza.

—No quiero despedirla, pero si no comprende el error que ha cometido, me veré obligado a hacerlo. Es demasiado peligroso. Lo que allí estaba en juego era algo más que una vida. ¿Lo comprende?

Susana irguió el mentón.

—Sí, lo comprendo —dijo finalmente.

Scopes se volvió hacia Vanderwagon.

—Sé que tanto usted como Susana se sintieron motivados por emociones humanas razonables. Pero ambos deben tener más disciplina para manejar algo tan peligroso como este virus. Recuerden la frase: «Si el ojo derecho te ofende, ciérralo.» No pueden permitir que esa clase de emociones, por muy bienintencionadas que sean, se antepongan a su razón. Son científicos. Más adelante examinaremos las consecuencias que puede tener este incidente, si es que las tiene, en su bonificación económica final.

—Sí, señor —asintió Vanderwagon.

—Y lo mismo le digo a usted, Susana. Ambos se encontrarán a prueba durante las seis próximas semanas.

Ella asintió con un gesto.

—¿Guy Carson?

—Sí —contestó Carson.

—Lamento más que nadie que su experimento haya fracasado. Pero me enorgullece la forma de actuar que ha demostrado esta mañana. Podría haberse unido a la precipitación por liberar a Brandon-Smith. Pero se mantuvo sereno y utilizó la cabeza.

Carson guardó silencio. Había hecho lo que en aquel momento le pareció correcto. Pero el insulto de Susana, el que le tachara de asesino, le había afectado. Ahora, de algún modo, el oír a Scopes alabarle delante de todos hizo que se sintiera incómodo.

Scopes suspiró. Luego se dirigió a todo el grupo.

—Rosalind Brandon-Smith y Roger Czerny están recibiendo el mejor tratamiento médico posible; se les han sellado los trajes de nuevo y descansan cómodamente. Permanecerán en la unidad de cuarentena durante noventa y seis horas. Todos ustedes conocen el procedimiento y las razones que lo exigen. Hasta que el período de crisis haya pasado, el Nivel 5 permanecerá cerrado, excepto para el personal médico y de seguridad. ¿Alguna pregunta?

Hubo un silencio.

—¿Y si las pruebas de la gripe X dan positivo…? — preguntó alguien.

Una expresión de dolor apareció en el rostro de Scopes.

—No deseo considerar ahora esa posibilidad —dijo.

Y, a continuación, la pantalla se quedó en blanco, con un punto de estática.

—Váyase a dormir, Guy. Ya no puede hacer nada más aquí.

Singer, con aspecto cansado y ojeroso, se hallaba sentado en una de las sillas con ruedas de la estación de control, sin apartar la mirada de un panel de pantallas de vídeo en blanco y negro. A lo largo de las últimas treinta y seis horas, Carson había regresado una y otra vez a la estación para observar las imágenes, como si la simple fuerza de su voluntad pudiera contribuir a sacar a aquellas dos personas de la unidad de cuarentena. Ahora, tomó su ordenador personal, se despidió de Singer y abandonó el apagado brillo azulado de la estación, cambiándolo por los vacíos pasillos del edificio de administración. Dormir le resultaba imposible, y dejó que sus pasos le llevaran a uno de los laboratorios situados por encima del suelo, más allá del perímetro interior.

Sentado ante una larga mesa, en el laboratorio desierto, repasó una y otra vez el fracasado experimento en su cabeza. Recientemente se le había comunicado que el chimpancé escapado había dado positivo a la gripe X. Y no podía apartar de su mente el hecho de que, en el caso de haber tenido éxito, eso no habría sido así. Para empeorar las cosas, había dejado de recibir los mensajes paternos y estimulantes de Scopes. Les había fallado a todos.

Y, sin embargo, la inoculación debería haber funcionado. No había ningún defecto, al menos que él pudiera encontrar. Todas las pruebas preliminares habían mostrado el virus alterado precisamente tal como debía ser.

Encendió su ordenador, y empezó a hacer una lista de las posibles situaciones:

«Posibilidad 1: se cometió un error desconocido.

«Respuesta: repetir el experimento.

«Posibilidad 2: el doctor Burt obtuvo erróneamente el locus del gen.

«Respuesta: encontrar el nuevo locus y repetir el experimento.

«Posibilidad 3: los chimpancés ya tenían virus dormidos de la gripe X cuando fueron inoculados.

«Respuesta: controlar a sucesivos inoculados para comprobar los resultados.

«Posibilidad 4: producto viral expuesto al calor o a algún otro mutágeno.

«Respuesta: repetir el experimento, llevando un cuidado máximo con el cultivo viral entre el empalme del gen y la prueba in vitro.»

En cualquier caso, todo se reducía a lo mismo: repetir el maldito experimento. No obstante, sabía que obtendría los mismos resultados, porque no había nada que pudiera hacer de modo diferente. Cansado, llamó a la pantalla las notas de Burt y empezó a repasar aquellas secciones que se ocupaban de la representación tipológica del gen viral. Era un trabajo extraordinario, y a Carson no se le ocurría en qué podría haberse equivocado Burt, aunque aun así valía la pena repasarlo. Quizá debiera efectuar él mismo la representación tipológica de todo el plásmido viral desde el principio, un proceso que le llevaría por lo menos dos meses. Pensó en la idea de pasarse otros dos meses encerrado en el Tanque de la Fiebre. Pensó en Brandon-Smith, encerrada en aquel mismo momento en alguna parte de lo más profundo del tanque. Recordó la hinchazón de la sangre del lado desgarrado de su cuerpo, la expresión de temor e incredulidad de su rostro. Recordó el momento en que él estuvo allí de pie, mirando cómo los guardias se la llevaban a rastras.

Trabajaba delante de un gran ventanal desde el que se dominaba el desierto. Aquél era su único consuelo. De vez en cuando, levantaba la cabeza para mirar y observar el sol de la tarde, que se iba haciendo dorado sobre las arenas amarillas.

—¿Guy? — oyó detrás de él.

Era Susana. Se volvió y la vio delante de la puerta, vestida con vaqueros y una camiseta, con la bata de laboratorio colgada de un brazo.

—¿Necesita ayuda? — preguntó ella.

—No, gracias.

—Mire, siento mucho el comentario que hice en el Tanque de la Fiebre.

Él se volvió, en silencio. Hablar con esa mujer siempre terminaba en discusiones. La oyó arrastrar los pies al acercarse.

—He venido a pedirle disculpas —dijo ella.

—Disculpas aceptadas —asintió él con un suspiro.

—No lo creo. Sigue usted pareciendo enfadado.

Guy se volvió a mirarla.

—No se trata sólo del comentario en el Tanque de la Fiebre. Se queja usted de todo lo que digo.

—Porque dice usted un montón de tonterías —replicó ella, con su temperamento nuevamente encendido.

—Precisamente a eso me refiero. No ha venido usted a disculparse, sino a discutir.

Se produjo un silencio en el laboratorio. Luego, ella se irguió.

—Podríamos mantener al menos una relación profesional. Tenemos que hacerlo. Necesito esa bonificación económica para mi clínica. Si el experimento ha fallado, podemos volver a intentarlo.

Carson la miró allí de pie, iluminada en el encuadre de la ventana, con sus ojos violeta fijos en él y el largo cabello negro cayéndole sobre los hombros y la espalda. Extrañado, contuvo la respiración. Era muy hermosa. Eso fue suficiente para disipar su cólera.

—¿Qué hay entre usted y Mike Marr? — preguntó.

Ella le dirigió una rápida mirada.

—¿Ese hijo de puta? Se ha estado metiendo conmigo desde que llegué. Imagino que no le cabe en la cabeza que una mujer se resista a sus grandes botas negras y su amplio sombrero.

—Parece que se le resistió usted bastante bien durante el picnic de la bomba.

Una amarga expresión apareció en el rostro de Susana.

—Sí, y no es de la clase de hombres que soportan fácilmente que alguien les dé un bofetón. Ya vio usted cómo me golpeó el bajo vientre con la culata de la escopeta, allá dentro, en el Tanque de la Fiebre. La verdad, hay algo en él que me asusta mucho. — Se echó el pelo hacia atrás—. Vamos, pongámonos a trabajar.

Carson exhaló un profundo suspiro.

—Está bien. Eche un vistazo a mis ideas y vea si se le ocurre alguna otra razón que explique el fracaso.

Giró la pantalla de su ordenador personal hacia ella. Susana se sentó en una silla, ante la mesa, y leyó la información en la pantalla.

—Se me ocurre otra idea —dijo al cabo de un momento.

—¿Cuál es?

Ella tecleó:

«Posibilidad 5: producto viral contaminado con otras cepas de gripe X o con fragmentos plásmicos.

»Respuesta: volver a purificar y comprobar los resultados.»

—¿Qué le induce a pensar que estaba contaminado? — preguntó Carson.

—Es una posibilidad.

—Pero esas muestras fueron obtenidas con GEF. Están más limpias que un chiste en el Vaticano.

BOOK: Nivel 5
8.07Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Verge Practice by Barry Maitland
The Burning City by Jerry Pournelle, Jerry Pournelle
Ask Me to Stay by Elise K Ackers
Ride a Pale Horse by Helen Macinnes
The Viper Squad by J.B. Hadley
The Convenient Bride by Winchester, Catherine
And Don't Bring Jeremy by Marilyn Levinson
The Truth About Cats & Dogs by Lori Foster, Kristine Rolofson, Caroline Burnes
Stamping Ground by Loren D. Estleman