Nivel 5 (26 page)

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Authors: Lincoln Child Douglas Preston

Tags: #Trhiller, Biotecnología, Guerra biológica

BOOK: Nivel 5
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Shammy Sánchez osciló en su silla giratoria y levantó una ceja mirando a Levine.

—¿Doctor Levine? ¿Es cierto eso? ¿Le negaría usted a mi hijo el derecho a disponer de esa cura?

—Desde luego que no —contestó Levine, y sonrió con serenidad—. Soy investigador genético por formación. Al fin y al cabo, como hice público recientemente, colaboré en el desarrollo de la variedad X de maíz resistente a los hongos, aunque no he querido aprovecharme económicamente de ello. El doctor Squires distorsiona burdamente mi postura.

—Quizá sea ingeniero genético por formación, pero no por práctica —intervino Squires—. La ingeniería genética ofrece esperanza. El doctor Levine ofrece desesperación. Lo que él denomina «enfoque prudente y conservador» no significa en realidad más que recelo ante la ciencia moderna, tan profundo que parece medieval.

Theresa Court se dispuso a decir algo, pero se detuvo. Levine la miró; sabía que ella se situaría del lado del ganador, al margen del fondo del asunto.

—Creo que el doctor Levine defiende una mayor responsabilidad por parte de las empresas que intervienen en la investigación genética —dijo Sánchez—. ¿Estoy en lo cierto, doctor?

—Eso es parte de la solución —contestó Levine, satisfecho por el momento con repetir su mensaje habitual—. Pero también necesitamos un mayor control gubernamental. Actualmente, las empresas disponen de mucha libertad para experimentar con genes humanos, animales y vegetales, con genes virales, casi sin ningún control. Hoy en día, en los laboratorios se están creando agentes patógenos de una virulencia inimaginable. Un accidente produciría una catástrofe de dimensiones mundiales.

Squires volvió su mirada burlona hacia Levine.

—Mayor control gubernamental. Más regulaciones. Más burocracia. Más trabas a la libre empresa. Eso es precisamente lo que este país no necesita. El doctor Levine es un científico. Sin embargo, insiste en fomentar afirmaciones falsas, en asustar a la gente con mentiras acerca de la ingeniería genética.

Había llegado el momento.

—El doctor Squires intenta presentarme como un alarmista —dijo Levine. Se introdujo una mano en la chaqueta—. Bien, permítanme mostrarles algo.

Extrajo un sobre rojo y lo sostuvo ante las cámaras.

—Como profesor de microbiología, el doctor Squires no tiene contraída ninguna obligación con nadie. Sólo está interesado por la verdad.

Levine sacudió ligeramente el sobre y confió en que Toni Wheeler le estuviera viendo desde la sala de espera. El color rojo había sido una idea genial. Sabía que las cámaras estaban enfocadas hacia el sobre, y que millones de espectadores aguardaban ahora a que lo abriera.

—Sin embargo, ¿qué sucedería si dijera que este sobre contiene la prueba de que el doctor Squires ha recibido un cuarto de millón de dólares de la GeneDyne Corporation, una de las principales empresas de investigación genética del mundo? ¿Y si les dijera que ha mantenido en secreto ese empleo, incluso ante la propia universidad a la que pertenece? ¿No sería suficiente, quizá, para poner en entredicho sus motivaciones?

Dejó el sobre delante de Squires.

—Ábralo, por favor —le dijo—, y enseñe su contenido a las cámaras.

Squires miró el sobre, sin comprender la trampa que se le tendía.

—Esto es ridículo —dijo al fin apartando el sobre de un manotazo, haciéndolo caer al suelo.

Levine apenas si pudo creer en su buena suerte. Se volvió hacia la cámara con una ancha sonrisa.

—¿Lo ven? Sabe perfectamente lo que contiene ese sobre.

—Esto no es nada serio, y muy poco profesional —espetó Squires.

—Adelante —se relamió Levine—. Ábralo.

El sobre estaba ahora en el suelo y Squires tendría que agacharse para recogerlo. En cualquier caso, pensó Levine, todo estaba perdido para Finley Squires. Si lo hubiera abierto inmediatamente, quizá habría conseguido mantener su credibilidad.

Sánchez miraba de un científico a otro. Squires empezó a comprender lo que estaba sucediendo.

—Es la forma de ataque más artera que he visto en mi vida —dijo—. Doctor Levine, debería sentirse avergonzado de sí mismo.

Squires se encontraba contra las cuerdas, pero no tiraba la toalla. Entonces, Levine extrajo el segundo sobre.

—Y este sobre, doctor Squires, contiene información sobre los recientes acontecimientos ocurridos en Monte Dragón, el laboratorio secreto de ingeniería genética de la GeneDyne. Lo que ocurre allí es muy preocupante, y de mucho interés para cualquier científico que piense en el futuro de la humanidad.

Dejó el segundo sobre delante de Squires.

—Si no ha querido abrir el otro, abra al menos éste. Sea usted el que exponga a la luz pública las peligrosas actividades de la GeneDyne. Demuestre que no tiene ningún interés creado en esa empresa.

Squires estaba sentado muy rígido.

—No me dejaré intimidar por el terrorismo científico.

Levine sintió cómo se aceleraban los latidos de su corazón. Era demasiado bueno para ser cierto: aquel hombre seguía introduciendo el pie en cada una de las trampas que le tendía.

—Yo tampoco puedo abrirlo —dijo Levine—. La GeneDyne ha demandado a mi fundación por doscientos millones de dólares, en un esfuerzo por silenciarme. Pero alguien tiene que abrirlo.

El sobre estaba sobre la mesa, enfocado por las cámaras. Sánchez giró en su silla y miró a los contertulios. Court se adelantó y cogió el sobre.

—Si nadie más tiene el valor de abrirlo, yo lo haré.

Bien por la vieja Theresa, pensó Levine; sabía que ella no podría resistirse a la oportunidad de interpretar un papel relevante.

En el sobre había una hoja que contenía un mensaje escrito con una tipografía de trazo sobrio.

NOMBRE DEL VIRUS:
Desconocido
PERÍODO DE INCUBACIÓN
Una semana.
TIEMPO ENTRE LOS PRIMEROS SÍNTOMAS Y LA MUERTE:
De cinco minutos a dos horas.
MODO DE LA MUERTE:
Edema cerebral irreversible.
INFECCIÓN:
Se difunde más fácilmente que el resfriado común.
TASA DE MORTALIDAD:
100 %
FACTOR DE PELIGRO:
Es un VMM, o «virus final»: si se suelta, accidental o intencionadamente, puede destruir a la raza humana.
CREADOR:
GeneDyne, Inc.
PROPÓSITO:
Desconocido. Es un secreto empresarial, protegido por las leyes de la propiedad privada de este país. Se trabaja continuamente en el desarrollo de este virus, con mínimo control gubernamental.
HISTORIA:
En las dos últimas semanas, este virus ha infectado a un científico o técnico no identificado en una remota instalación experimental de la GeneDyne, Al parecer, el afectado fue aislado antes de que pudiera dar origen a un contagio masivo. El afectado murió al cabo de tres días. La cuarentena no fue efectiva y el virus podría haber escapado.

Court leyó el documento en voz alta, y se detuvo en varias ocasiones para mirar a Levine con incredulidad. Al terminar, Sánchez giró en su silla y se volvió hacia Finley Squires.

—¿Algún comentario? — preguntó.

—¿Por qué? — replicó Squires con irritación—. Yo no tengo ninguna relación con la GeneDyne.

—¿Le parece bien que abramos el primer sobre? — preguntó Sánchez, con una leve pero maliciosa sonrisa.

—Como quiera —contestó Squires—. Lo que contenga será, indudablemente, una falsificación.

Sánchez se agachó y recogió el sobre.

—Theresa, usted parece la única que tiene aquí el valor de hablar —dijo al tiempo que le tendía el sobre.

Ella lo rasgó y sacó un impreso de ordenadora que indicaba que se habían transferido 265.000 dólares desde la oficina de la GeneDyne en Hong Kong a una cuenta numerada del Rigel Bancorp, en las Antillas Holandesas.

—Es una cuenta sin nombre —dijo Sánchez.

—Sostenga la segunda página delante de las cámaras —pidió Levine.

La segunda página era un tanto borrosa, pero legible. Era una impresión de pantalla, sin duda extraída de una imagen directa de una terminal informática mediante un instrumento muy caro y de uso restringido, la unidad Van Eyck. Contenía instrucciones enviadas por cable por Finley Squires para que se abriera una cuenta en el Rigel Bancorp de Antillas Holandesas. La cuenta tenía el mismo número.

Se produjo un incómodo silencio, y Sánchez dio por terminada esa parte del programa, dio las gracias a los participantes y pidió al público que mantuviera la sintonía, a la espera de la entrevista a Barrold Leighton.

En cuanto se dio paso a la publicidad, Squires se levantó.

—Esta charada tendrá una contundente respuesta de mis abogados —dijo escuetamente, antes de abandonar el plato.

Sánchez giró en su silla para mirar a Levine, con los labios apretados en una sonrisa de reconocimiento.

—Una actuación muy astuta —dijo—. Espero por su bien que pueda demostrar todo lo que ha dicho.

Levine se limitó a sonreír.

Al regresar a su laboratorio, después de retirar algunos resultados de las pruebas efectuadas en Patología, Carson se movió incómodamente por entre los estrechos espacios del Tanque de la Fiebre. Eran más de las seis, y las instalaciones estaban casi vacías. Susana se había marchado horas antes para realizar unas pruebas enzimáticas en la ordenadora del laboratorio. Había llegado el momento de dejar el trabajo e iniciar el largo y lento trayecto hacia la superficie. Por mucho que detestara los espacios reducidos del Tanque de la Fiebre, Carson no tenía ninguna prisa por marcharse. Había perdido a sus compañeros de cena: a Vanderwagon se lo habían llevado, y Harper estaría ingresado en la enfermería durante otro día más.

Cuando ya estaba ante la escotilla del laboratorio, se detuvo en seco. Alguien enfundado en un traje azul estaba husmeando en su mesa de trabajo. Carson apretó el botón de intercomunicación de la manga de su traje.

—¿Busca algo? — preguntó.

El traje se enderezó y se volvió hacia él. El rostro de Gilbert Teece, dolorosamente quemado por el sol, apareció ante su vista a través del visor del casco.

—¡Doctor Carson! Qué agradable conocerle en estas circunstancias. Quería hablar un momento con usted.

Teece le tendió la mano.

—¿Por qué no? — dijo Carson, sintiéndose como un estúpido al estrechar la mano del inspector a través de varias capas de goma—. Siéntese.

La figura miró alrededor.

—Todavía no sé cómo hacerlo con este condenado traje.

—En ese caso tendrá que quedarse de pie —dijo Carson, que se adelantó y se sentó ante su mesa de trabajo.

—No importa —dijo Teece—. Es un honor para mí hablar con un descendiente de Kit Carson.

—Nadie más parece pensar así.

—Eso debe agradecérselo a su propia modestia —dijo Teece—. No creo que haya por aquí mucha gente que lo sepa. Está en su ficha personal, claro. El señor Scopes pareció muy impresionado por la ironía histórica. —Teece hizo una pausa—. Es todo un personaje su señor Scopes.

—Es brillante. — Carson miró al inspector, como valorándolo—. ¿Por qué planteó aquella pregunta sobre la autopsia de Brandon-Smith en la sala de conferencias?

Hubo un breve silencio. Luego la risita de Teece crujió en el altavoz de su comunicador.

—Usted se crió prácticamente entre los indios apaches, ¿no es así? En tal caso, quizá conozca uno de sus viejos dichos: «Algunas preguntas son más largas que otras.» La pregunta que planteé en la sala de conferencias era muy larga —sonrió—. Pero usted es relativamente recién llegado aquí, y no iba dirigida a usted en concreto. Por ahora preferiría hablar del señor Vanderwagon. — Captó el gesto de pesar de Carson—. Sí, lo sé. Han sido acontecimientos terribles. ¿Lo conocía bien?

—Después de mi llegada nos hicimos buenos amigos.

—¿Cómo era?

—Procedía de Connecticut. Era muy novato, pero me cayó bien. Por debajo de su solemne actitud externa tenía un agudo sentido del humor.

—¿Observó algo extraño antes del incidente del comedor? ¿Algún comportamiento extraño? ¿Algún cambio en la personalidad?

—Durante esta última semana me pareció preocupado, como ensimismado —contestó Carson con un encogimiento de hombros—. Hablabas con él y no contestaba. Pero no le di importancia, ya que todos nos sentíamos conmocionados después de lo ocurrido. Además, la gente actúa a veces de forma un tanto extraña en este lugar. El nivel de tensión es muy alto. Todo el mundo lo llama el síndrome de Monte Dragón. Es como el síndrome de claustrofobia, sólo que peor.

—Yo mismo ya me siento un poco así —comentó Teece.

—Después de lo ocurrido, Andrew fue públicamente amonestado por Brent. Creo que se lo tomó demasiado en serio.

Teece asintió con un gesto.

—«Si tu ojo derecho te ofende…» —murmuró—. Scopes pronunció esa cita dirigiéndola a Vanderwagon durante la reprimenda en la sala de conferencias. Sin embargo, arrancarse el propio ojo es una reacción bastante exagerada ante una situación de estrés.

Carson guardó silencio.

—¿Sabe usted algo del historial de Vanderwagon con la GeneDyne? — preguntó Teece.

—Sé que era un científico brillante, tenido en muy alta consideración. Ésta era su segunda estancia aquí. Se graduó por la Universidad de Chicago. Pero usted ya ha de saber todo esto.

—¿Le habló de algún problema que pudiera tener? ¿De alguna preocupación?

—No. A excepción de las quejas habituales sobre el aislamiento. Era un gran esquiador y es evidente que aquí no se puede esquiar, así que solía quejarse por eso. Era bastante liberal y solía discutir de política con Harper.

—¿Tenía alguna relación sentimental?

Carson pensó un momento.

—Mencionó a una tal Lucy. Ella vive en Vermont. — Se removió en la silla—. ¿Adonde lo han llevado? ¿Se ha enterado de algo?

—Está siendo sometido a pruebas. Por el momento sabemos muy poco. Resulta difícil enterarse de algo desde aquí, sin teléfonos que comuniquen directamente con el exterior. Pero se han comprobado algunos fenómenos asombrosos, que le ruego no comente con nadie por el momento. —Carson asintió con un gesto—. Las pruebas preliminares demuestran que Vanderwagon sufre de un problema insólito: capilares abiertamente permeables y elevados niveles de dopamina y serotonina en el cerebro.

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