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Authors: Juan Miguel Aguilera,Javier Redal

Tags: #Ciencia Ficción

Mundos en el abismo (38 page)

BOOK: Mundos en el abismo
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—¿Quieres destruir a la Hermandad sólo por aquello que te sucedió? —preguntó Lilith con tristeza—. ¿Es ésa tu venganza?

—No... Sí. ¿Acaso no haría con ello un bien a la Humanidad? La Religión es arena en los engranajes de nuestra cultura... Mientras persistan las supersticiones y el culto a dioses todopoderosos, jamás lograremos despegarnos de la barbarie.

—Creo que te equivocas, Jonás. Estás colocando el carro delante del caballo. Aunque demostraras con pruebas irrevocables que todo lo que afirma la Hermandad es una patraña, ¿qué lograrías con ello? ¿A quién convencerías...? ¿A Sudara? ¿A Yusuf? ¿A mí? Sólo a aquellos que pueden apreciar los argumentos de la Ciencia, y a éstos no hace falta que les digas que Dios es una gran mentira, porque ellos ya lo saben.

¿Convencerías en cambio con tus pruebas científicas a la gente sencilla de las aldeas más atrasadas del Limite, que acceden diariamente a los oficios de la Hermandad? ¿Apreciarían ellos la contundencia de tus argumentos, o preferirían en cambio prestarle oídos al Hermano del pueblo que habla su mismo lenguaje?

—En el Imperio, la Hermandad apenas tiene poder, tú misma me lo has dicho varías veces. ¿Por qué? Porque culturalmente estáis por delante de nosotros. Si acabamos con la incultura de esa gente sencilla del Límite, acabaremos con la Hermandad.

—Hay algo que no sabes. En el Imperio, la Hermandad oficial tiene poco poder, pero en cambio hay multitud de pequeñas sectas heréticas, mucho más fanáticas en sus creencias que la misma Hermandad, ocultas en cada barrio, en cada callejuela... Si destruyes la confianza de la gente común en una Religión, sólo consigues que ésta se fragmente en pequeños núcleos de fanatismo que aguardarán enquistados a que la situación sea más propicia.

»Tarde o temprano, yo pienso que esto es inevitable, el Imperio caerá. A lo largo de toda su extensión se repetirá el fenómeno del Límite, y la barbarie cubrirá todo Akasa-puspa. Entonces, y sólo entonces, revivirán esos huevos de serpiente.

La superstición triunfará al final.

—¿No hay solución?

—Sólo una: la violencia —dijo ella con tranquilidad—. El acoso y exterminio de todos los religiosos. La quema de todas sus pertenencias.

Jonás la miró sorprendido ante sus palabras.

—¿Repetir la carnicería de Vaikunthaloka? ¿Qué consiguieron con eso? Fue una estupidez. Ahora la Hermandad ha regresado al planeta con nuevas fuerzas, y con sus acciones plenamente justificadas.

—Estoy hablando de una persecución de la Religión a nivel Universal. Ni uno de esos mercaderes de la superstición ajena deberá quedar con vida. Se trata de ellos o nosotros...

—Yo... No imaginaba que pensaras de esa forma.

—Escucha, yo no tengo motivos emocionales como tú para hablar así; ésa es tu principal debilidad. Te hablo fríamente, tras haber meditado mucho esta cuestión. Es terrible, pero nuestra civilización es la que está en juego. Debemos acabar con la Hermandad, o nuestro futuro serán las tinieblas y la oscuridad...

»Un auténtico Kali Yuga.

TRES

Los técnicos imperiales estaban preparados para la tarea de traducir un nuevo idioma, pero no resultó tan sencillo como habían calculado al principio.

Empezaron por interrogarles sobre el significado de algunas palabras sencillas. El ordenador almacenaba cada palabra y su traducción. Primero, objetos. Luego, una vez se hubo acumulado bastante vocabulario, verbos. Esto era más difícil, porque se trataba de conceptos abstractos.

Se produjeron algunos divertidos lapsus, debido a malentendidos. La expresión "Padre de los Cielos" quedó traducida muchas veces por "Viejo que está en las Nubes". La palabra "interior" se confundió con vacío (se usaron recipientes vacíos para tratar de entender el concepto). Para indicar el concepto "alegría", Sudara señaló a unos perros que jugaban, de modo que las primeras solemnes palabras que pronunció Gwalior fueron «Movemos el rabo al estar entre vosotros», lo que provocó risas y algunas expresiones de extrañeza.

—Todos los idiomas humanos tienen una estructura igual. Sólo es cuestión de tiempo para que el ordenador logre captarla. El problema es que los ordenadores no saben mucho del mundo real. Si, por ejemplo, decimos: «Hay un hombre en la sala que lleva un sombrero verde», el ordenador podría concluir que es la sala la que lleva el sombrero.

—¿Cómo lo evitáis? —preguntó una vez Jonás.

—Bueno, cada diálogo se incorpora a un tipo de guión, en el que se proporcionan datos sobre las propiedades de cada objeto. De igual modo que nosotros sabemos que las salas no llevan sombrero. Contamos con un total de doscientos treinta y seis guiones sobre situaciones comunes... y a veces aparecen situaciones no previstas —concluyó Jonás.

De modo que, cuando les preguntaron a los nativos «¿Cómo sabíais que íbamos a llegar?», Jonás se sintió escéptico al oír:

—Dios nos lo ha dicho.

Sudara aseguró que la traducción era exacta en el 98.67 por ciento. Una sorpresa mayor fue el oír: «Dios nos dijo que veníais en una nave celestial impulsada por el fuego solar, pero que la dejaríais en lo alto.»

CUATRO

Hari Pramantha miró a lo lejos. El vacío era muy transparente, y su vista aún era bastante buena, pero no logró distinguir el final de la manada de juggernauts. El pequeño transbordador de la Vijaya se encontraba sobre lo que parecía ser una llanura infinita empedrada de losas verde oliva. En aquel rebaño había suficientes juggernauts para alimentar a toda la población de Akasa-puspa durante cien años. Y ahora sabían que había cientos de rebaños semejantes dispersos por todo el interior de la Esfera.

Los juggernauts viajaban uno junto a otro, tan cerca entre sí que casi era posible moverse entre ellos saltando de uno a otro. De hecho eso mismo era lo que hacían los colmeneros. Los había a cientos, y parecían divertirse saltando, sin motivo aparente, entre las gigantescas moles verdosas de los juggernauts.

Por su parte Hari prefirió usar la mochila impulsadora imperial para recorrer su sendero a través de la gran masa viviente. Su misión era recoger los frascos de muestras que Yusuf había preparado, y que habían sido adosados a la piel de una docena de juggernauts, convenientemente separados entre sí, y marcados con una gran mancha naranja fluorescente sobre sus caparazones. Tres infantes de marina de la Utsarpini le acompañaban y le ayudaban a recoger los frascos.

En realidad, él no era en absoluto necesario allí. Los infantes de marina, acostumbrados a moverse en cero g, habrían cumplido más rápidamente aquella misión si no hubieran tenido que ir cuidando de él, siguiendo sus torpes movimientos por el espacio. Pero Hari no soportaba permanecer más tiempo encerrado en el claustrofóbico transbordador. Deseaba salir, hacer algo, jugar a ser útil. Pero, sobre todo, contemplar a aquellas milagrosas criaturas directamente, y no gracias a los aparatos electrónicos del Imperio.

Realmente eran unas bestias maravillosamente indolentes.

Carecían de rasgos (rostro, ojos, hocico, etcétera) que uno pudiera humanizar. Eran simplemente gruesos husos verdosos de un kilómetro de largo, con un orificio cerrado por un esfínter en cada extremo, y un amplio disco reflectante semejante a la cola de un pavo real, cruzado por un delicadísimo encaje de nervios azules que le permitían plegarlo o desplegarlo a voluntad. El conjunto confería al animal una personalidad serena y majestuosa, que Hari captó inmediatamente a pesar de la falta de rasgos que pudieran transmitirla.

Sin embargo, ahora sabían que el juggernaut tenía numerosas variedades. Yusuf llevaba catalogadas al menos una docena de ellas. Una de ellas, que el exobiólogo había llamado "bestia-lámpara", era similar al juggernaut, pero de menor tamaño (sobre 0,4 Km. en su eje mayor), con el espejo desplazado hacia delante, rodeando su centro como una pantalla. El espejo se había hecho también mucho mayor, y su finalidad añadida era la de concentrar la luz solar sobré las placas de fotosíntesis, que de este modo resultaban más efectivas, lo que explicaba su menor superficie corporal. En consecuencia, podía vivir a mayor distancia del sol, necesitando desplazarse menos, por lo que su chorro propulsor se había reducido en parte. El metabolismo y sus vías eran enteramente similares a la de los juggernauts conocidos hasta entonces.

Había otra variedad a la que bautizaron como "araña de luz". El tamaño de su cuerpo era muy pequeño en relación a sus congéneres, apenas unos pocos metros de longitud. Su espejo, por contraste, se desarrollaba muchos kilómetros (decenas), formando una vela de luz dividida en finas tiras mantenidas en tensión mediante la fuerza centrífuga que proporcionaba el giro del animal. Exactamente igual que un velero de la Utsarpini.

La vela le servía de propulsor y para concentrar la luz en la estrecha cola del animal, donde estaban emplazadas las placas fotosintéticas. Esto les permitía emigrar a las zonas más remotas de la Esfera.

—Su menor tamaño implica menos necesidades de alimento, lo que permite el viaje; en ello radica su principal ventaja evolutiva —le había comentado Yusuf —. Serian unos perfectos mensajeros en el interior de la Esfera. Mucho más rápidos que cualquiera de su congéneres.

—¿Evolutiva? —preguntó Hari escéptico.

—Tiene razón, reverendo. Algo así jamás podría haber evolucionado solo. Usted puede pensar que han sido obra de Dios, yo por mi parte me limito a afirmar que fueron creadas por los constructores de la Esfera. Fueran éstos quienes fueran.

Encontraron otras variedades...

Un juggernaut gigantesco (de unos cinco kilómetros de longitud), dotado de una especie de pinza alrededor del esfínter bucal. Yusuf lo había llamado "hormiga guerrera", y cuando Hari le había preguntado por el propósito de aquella pinza, respondió tranquilamente:

—Fíjese en ella, reverendo: es lo bastante grande como para sujetar un asteroide entero, y moverlo de un lugar a otro. Tal vez una sola de esas bestias no fuese capaz, pero ¿se imagina lo que podrían conseguir diez de ellas trabajando en equipo? ¿Y cien?

También dieron con diversas variedades de la "bestia-lámpara" con apéndices semejantes a las palas dragadoras, azadoras, rastrillos y brazos de grúa; todo ello articulado como las patas de un insecto. Yusuf los llamó "jardineros", y su misión era evidente: eran los cuidadores de los bosques del cascarón. El telescopio les confirmó esto. Alrededor de varios de los asteroides de la Esfera vieron a varias cuadrillas de juggernauts trabajando afanosamente.

Todo aquello eran piezas de un entramado que cada vez resultaba más claro para el exobiólogo. Los diseñadores de la Esfera, habían necesitado una fuerza de trabajo capaz de ir manteniendo su estructura en perfectas condiciones a lo largo de los milenios. Pero cualquier máquina que hubieran desarrollado habría tenido el inconveniente de necesitar a su vez a un equipo de reparaciones... ¿Y quién reparará a los reparadores? La solución era genial a los ojos de Yusuf... Simplemente habían desarrollado una criatura viva capaz de reproducirse, y de ir adaptándose a los cambios que fueran produciéndose en su entorno. Una parte de su actividad estaba consagrada al mantenimiento de la Esfera, de la misma forma que una hormiga se dedica a mantener en condiciones a su hormiguero...

Pero la Esfera era algo mucho más complejo que un hormiguero.

La cáscara de la Esfera estaba formada por millones y millones de asteroides en los que crecían plantas. Tales plantas estaban perfectamente adaptadas al vacío, con gruesas cortezas herméticas y espesas epidermis en las hojas... por llamarlas así. Las "hojas" eran grandes escudos circulares y reflectantes, con el pecíolo unido en el centro del envés. Del centro del haz surgía un pedúnculo, rematado en una esfera de un verde tan profundo que parecía negro. El órgano de fotosíntesis.

Los árboles no tenían tejidos de sostén: como las algas, se dejaban flotar lánguidamente, apenas sujetas a la base del asteroide helado que les suministraba alimento. Aunque no necesitarían mucho, pensó Yusuf; seguramente reciclarían sus nutrientes.

Las plantas, sorprendentes en sí, aún guardaban otra sorpresa mayor.

Un órgano cuya utilidad no acertaban a entender era lo que habían llamado "flores": se parecían a las hojas ordinarias, pero carecían del nódulo fotosintético. El pedúnculo central era liso, y Yusuf lo había llamado "el estambre". No parecía tener una función relacionada con la nutrición, así que probablemente fuera reproductor; de ahí el nombre.

Fue casi por accidente que descubrieron que las "flores" emitían energía en forma de microondas: ¡las plantas eran colectores de energía solar! Energía que transmitían a los planetas interiores.

—¿Pero por qué una planta? —dijo Hari sorprendido—. Yo pensé en una red de satélites.

Yusuf tenía una respuesta.

—¿Por qué no? Las plantas se reproducen y crecen. Una vez sembradas las primeras, la red captadora crece sola. Los esferitas no son tontos.

Yusuf no podía creer que aquello funcionara automáticamente; alguien debía de dirigir toda esa actividad, y desde luego a los juggernauts, con sus cerebros del tamaño de un melocotón, no los creía capaces. Fue entonces cuando los colmeneros, dotados de cerebros de tamaño considerable, empezaron a adquirir un nuevo significado para el exobiólogo.

Por su parte, a Hari no le preocupaban todos estos enigmas. Simplemente le gustaban aquellas criaturas... Disfrutaba cuando estaba con ellas, aunque no hubieran sido obra de Dios.

Siguió recogiendo los frascos de muestras.

CINCO

Yusuf colocó las muestras bajo el escáner del ordenador de la nave.

Seis de aquellos recipientes contenían muestras de los tejidos de seis juggernauts vivos, y en perfectas condiciones. Los otros seis pertenecían a juggernauts que habían sido sacrificados con una descarga del láser de comunicaciones del transbordador.

Han contemplaba en silencio las manipulaciones el biólogo imperial.

—Hay una pieza que todavía no me encaja en todo este entramado, reverendo —dijo Yusuf.

—¿A qué se refiere?

—Toda esa cantidad de juggernauts... A la larga acabarán por destrozar la ecología de la Esfera. Claro que, por lo que sabemos, los diseñadores han desaparecido, y eso sería suficiente para que el control se hubiera perdido... Pero ése no era su estilo, ¿entiende?

—No.

—No, ¿qué?

—No sé de qué me está hablando, doctor. Yo no soy biólogo.

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