—Bien —dijo Gwen—, en ese caso valdría la pena intentarlo. El subterráneo nos permitirá alejarnos de Desafío unos kilómetros, y dormir. No creo que a los Braith se les ocurra buscarnos en los túneles.
—Está decidido, entonces —dijo Dirk.
Se prepararon muy metódicamente. Gwen acercó el aeromóvil a la rampa subterránea y tomó el sensor y el instrumental de campo del asiento trasero. También tomaron los aeropatines y se descalzaron para ponerse las botas de vuelo. Y entre las herramientas sujetas a la parte inferior del fuselaje había una pequeña linterna manual, una vara de plástico y metal de treinta centímetros de largo que irradiaba una luz pálida y blanca.
Cuando estuvieron preparados, se rociaron nuevamente con el líquido para eliminar olores corporales; luego Gwen le indicó a Dirk que la esperara en la entrada del subterráneo, y llevó el aeromóvil a la calle circular para dejarlo en medio del camino, cerca de uno de los corredores más amplios del primer nivel. Los Braith pensarían que se habían internado en los intrincados laberintos de Desafío; tendrían bastante para registrar.
Dirk esperó en la oscuridad mientras Gwen regresaba a pie, alumbrándose con la linterna. Luego bajaron juntos la rampa de la terminal subterránea abandonada. El descenso fue más largo de lo que Dirk habría imaginado. Bajaron por lo menos dos niveles, calculó, caminando en silencio mientras la linterna iluminaba lisas paredes azul pastel. Pensó en Bretan Braith, casi cincuenta niveles más abajo, y por un momento tuvo la descabellada esperanza de que los trenes funcionaran todavía, pues en realidad estaban fuera del radio de la ciudad emereli y por lo tanto al alcance de Bretan.
Pero desde luego, el sistema de subterráneos estaba fuera de servicio desde antes que Bretan y los otros Braith hubieran llegado a Worlorn; abajo sólo encontraron un espacioso andén y enormes túneles de piedra que se perdían en el infinito. En las tinieblas el infinito parecía fácil de alcanzar. La estación terminal estaba en silencio, y ese silencio parecía más fúnebre que el de los callados corredores de Desafío. Era como caminar en una cripta. Había polvo por todas partes. La Voz había dado cuenta del polvo de Desafío, advirtió Dirk, pero los subterráneos no pertenecían a Desafío ni eran obra de di-Emerel. Mientras caminaban, las pisadas retumbaban ominosamente.
Antes que entraran en los túneles, Gwen estudió cuidadosamente un mapa del sistema.
—Aquí hay dos ramales —dijo, susurrando involuntariamente—. Uno conecta todas las ciudades del Festival. Al parecer los trenes circulaban en ambas direcciones. El otro ramal une a Desafío con el puerto espacial. Cada ciudad estaba unida al puerto espacial por un servicio independiente. ¿Por cuál vamos?
Dirk estaba exhausto e irritable.
—Me da lo mismo —dijo—. ¿Cuál es la diferencia? De todos modos no podremos llegar a la próxima ciudad. Ni aun con los aeropatines… Las distancias son muy grandes.
Gwen cabeceó pensativamente, sin dejar de mirar el mapa.
—Doscientos treinta kilómetros hasta Esvoc, en una dirección. Trescientos ochenta hasta Kryne Lainiya en la otra. Más que al puerto espacial. Creo que tienes razón —se encogió de hombros y se volvió para escoger una dirección al azar—. Por allá.
Tenían que alejarse cuanto antes. Sentados en el borde del andén, sujetaron las botas a la plataforma de tejido metálico de los aeropatines, luego partieron lentamente en la dirección elegida por Gwen. Ella iba primero, volando a veinte centímetros del suelo y acariciando ligeramente la pared del túnel con la mano izquierda. En la derecha llevaba la linterna. Dirk iba detrás, volando un poco más alto para ver por encima del hombro de ella. El túnel que habían elegido trazaba una curva amplia y suave, virando imperceptiblemente hacia la izquierda. No había nada que ver, nada que llamara la atención. A veces Dirk perdía por completo la noción de movimiento, tan parejo y monótono era el vuelo. Luego le pareció que él y Gwen flotaban en un limbo atemporal mientras las paredes se deslizaban velozmente hacia atrás.
Pero al fin, tras haber recorrido unos tres kilómetros, descendieron al suelo del túnel y se detuvieron. Ya ninguno de los dos tenía nada que decir. Gwen apoyó la linterna contra una áspera pared de piedra y los dos, sentándose en la suciedad, se quitaron las botas. En silencio ella se desabrochó el instrumental y utilizó el sensor como almohada. No bien apoyó la cabeza se quedó dormida. Y aislada de Dirk.
Lo dejó a solas.
Pese a que aún estaba abrumado por la fatiga, Dirk no atinaba a conciliar el sueño. Sentado en el borde del pequeño círculo de luz pálida (Gwen había dejado la linterna encendida), observó a Gwen, la veía respirar, veía el juego de sombras en las mejillas y la cabellera negra mientras Gwen se agitaba en sueños. Advirtió la distancia que le separaba de ella, y recordó que desde que habían salido de Desafío no se habían tocado ni hablado. No se detuvo a pensarlo; tenía la mente demasiado obnubilada por el cansancio y el miedo a pensar. Pero lo sentía como un peso en el pecho, y la oscuridad le agobiaba en ese hueco largo y polvoriento en las entrañas del mundo.
Finalmente apagó la linterna y su Jenny desapareció de su vista. Trató de dormir. Al final le venció el sueño, pero le acosaron las pesadillas. Soñó que estaba con Gwen, besándola y abrazándola. Pero cuando le besaba los labios, ya no era Gwen; estaba besando a Bretan Braith, los labios duros y secos de Bretan, cuyo ojo de piedraviva destellaba en las tinieblas.
Y después volvía a correr. Corría por un túnel interminable que no conducía a ninguna parte. Pero detrás oía el gorgoteo del agua, y cuando miraba por encima del hombro creía entrever un barquero solitario impulsando una barcaza vacía con una pértiga. El barquero bogaba por una corriente negra y aceitosa, y Dirk corría sobre piedras secas. Pero en el sueño, todo parecía coherente. Corría sin cesar, pero la barca se acercaba cada vez más, y al fin Dirk veía que el barquero era un hombre sin rostro.
Después sobrevino la calma, y Dirk no volvió a soñar en el resto de esa larga noche.
Una luz brillaba donde no debía haber luz. Le llegó a través de los párpados cerrados y el sueño: un resplandor trémulo y amarillo que se acercaba y retrocedía. Al principio Dirk apenas percibió esa presencia que le invadía el sueño tan duramente ganado. Murmuró y rodó sobre sí mismo. Oyó voces, y alguien soltó una breve y áspera carcajada. Dirk la ignoró.
Luego le patearon la cara con fuerza.
La cabeza se le inclinó a un costado y las cadenas del sueño se partieron en un espasmo de dolor. Desorientado y aturdido, sin saber dónde estaba, hizo un esfuerzo por levantarse. Le ardían las sienes. Todo brillaba demasiado. Se cubrió los ojos con el brazo para resguardarse de la luz y protegerse de otro puntapié. Estalló otra carcajada.
De a poco, el mundo cobró forma. Eran Braith, por supuesto.
Uno de ellos, un hombre huesudo y desmañado con una ensortijada cabellera negra, estaba de pie en un extremo del túnel, aferrando a Gwen con una mano y una pistola láser con la otra. Llevaba otro láser, un rifle en bandolera, sujeto a una correa. A Gwen le habían atado las manos a la espalda, ella miraba al suelo en silencio.
El Braith que estaba junto a Dirk no empuñaba su láser pero en la mano izquierda tenía una antorcha muy potente que inundaba el túnel de luz amarilla. El resplandor de la antorcha impedía distinguirle las facciones con claridad, pero Dirk notó que era alto y corpulento, y al parecer, calvo como un huevo.
—Al fin nos prestas atención —dijo el hombre de la antorcha; el otro rió, la misma risa que Dirk había oído antes.
Dirk se incorporó dificultosamente y retrocedió un paso, alejándose de los kavalares. Se reclinó contra la pared del túnel y procuró enderezarse, pero el cráneo parecía rajársele y la escena era borrosa. El calor de la luz de la antorcha le mordía los ojos.
—Lastimaste a la presa, Pyr —comentó el Braith del láser desde el otro lado del túnel.
—Espero que no demasiado —replicó el otro.
—¿Van a matarme? —preguntó Dirk con notable serenidad, sin haber reparado demasiado en lo que preguntaba. Finalmente empezaba a recobrarse del golpe.
Gwen alzó los ojos cuando él habló.
—Eventualmente te matarán —dijo con voz desolada—. No será una muerte fácil. Lo siento, Dirk.
—Silencio,
perra-betheyn
—dijo el hombre robusto, el llamado Pyr; Dirk recordaba vagamente haber oído ese nombre. El hombre miró de soslayo a Gwen, luego se volvió nuevamente hacia Dirk.
—¿A qué se refiere ella? —preguntó nerviosamente Dirk apretándose con fuerza contra la piedra. Con disimulo, trató de poner sus músculos en tensión; Pyr estaba a menos de un metro, erguido con arrogancia. Parecía desprevenido, pero Dirk no estaba seguro de que esa impresión fuera cierta. El hombre alzaba la antorcha con la mano izquierda, pero en la derecha sostenía otra cosa, un bastón de un metro de largo, de madera oscura, con un puño redondo en un extremo y una hoja metálica en el otro. Lo asía descuidadamente por el medio, entre los dedos, golpeteándose rítmicamente la pierna.
—Nos has brindado una cacería muy excitante, Cuasi-hombre —dijo Pyr—. No lo digo porque sí ni por bromear. Hay pocos que me igualen en la antigua altacaza. Nadie me supera. El mismo Lorimaar alto-Braith Arkellor tiene solamente la mitad de los trofeos que yo he ganado. Así es que cuando te digo que esta cacería ha sido extraordinaria, sabes que digo la verdad. Me alegra que no haya concluido.
—¿Qué? ¿No ha concluido? —preguntó Dirk mientras pensaba que lo tenía tan cerca como para intentar atacarle cubriéndose del láser con el cuerpo de Pyr. Y tal vez pudiera adueñarse del bastón, e incluso de la pistola que Pyr llevaba en la funda.
—No tiene mérito capturar a un Cuasi-hombre dormido, ni es honorable. Volverás a correr, Dirk t'Larien.
—Te convertirá en su
korariel
personal —dijo airadamente Gwen, mirando a los dos Braith con aire desafiante—. Nadie podrá cazarte, salvo él y su
teyn.
—¡Silencio, dije! —volvió a advertirle Pyr, encarándola.
Ella le soltó una carcajada, y continuó:
—Conociendo a Pyr, será una cacería muy tradicional. Te dejarán libre en el bosque, probablemente desnudo. Estos dos dejarán de lado los lásers y los aeromóviles y te perseguirán a pie, con cuchillos y espadas arrojadizas y sabuesos. Después que me entreguen a mis amos, por supuesto.
Pyr frunció el ceño. El otro Braith levantó la pistola y cruzó la boca de Gwen de un culatazo.
Dirk endureció sus músculos, titubeó un instante y saltó. Hasta un metro era demasiado; Pyr se volvió hacia él con una sonrisa, levantó el bastón con formidable celeridad y hundió el puño de madera en el vientre de Dirk, que trastabilló, se irguió y procuró reiniciar el ataque. Pyr retrocedió desdeñosamente y le asestó otro bastonazo en la entrepierna. Dirk sintió que el mundo se disolvía en una bruma roja.
Vagamente advirtió que Pyr se le acercaba mientras él yacía tendido. El Braith le golpeó por tercera vez, casi con resignación, en el costado de la cabeza. Dirk se desvaneció.
Dolor. Fue lo primero que sintió. Era lo único que sentía. Dolor. La cabeza le giraba y palpitaba y temblaba, llevada por un ritmo extraño; el estómago también le dolía, y más abajo sentía las carnes entumecidas. El aturdimiento y el dolor eran los límites del mundo de Dirk. Por un momento larguísimo, eso fue todo.
De a poco recobró el conocimiento, aunque borrosamente. Empezó a notar cosas. Ante todo el dolor, que lo invadía en oleadas. De arriba abajo, de arriba abajo. Yacía sobre algo. Lo arrastraban o lo llevaban. Movió las manos, o lo intentó. Era difícil. El dolor parecía barrer con todas las sensaciones normales. Tenía la boca llena de sangre. Los oídos zumbaban, ardían, vibraban.
Sí. Lo estaban llevando. Había voces; oía voces que hablaban y zumbaban. Las palabras no le resultaban claras. Adelante, en alguna parte, una luz bailoteaba y se agitaba; el resto era una bruma gris.
De a poco el zumbido se disipó. Finalmente pudo distinguir las palabras.
—…no le gustará —dijo una voz desconocida; al menos no creía conocerla, era difícil saberlo, todo parecía tan distante y él se bamboleaba, y el dolor se iba y venía, una vez, y otra, y otra…
—Sí —dijo otra voz, hueca, firme, enérgica.
Más zumbidos. Varias voces al mismo tiempo. Dirk no entendió nada. Luego un hombre hizo callar a los otros.
—Basta —dijo; esta voz era aún más remota que las otras dos, venía desde la luz que bailoteaba. ¿Pyr? Sí, Pyr—. No temo a Bretan Braith Lantry, Rosef. Olvidas quien soy. Yo había capturado tres cabezas cuando Bretan Braith aún era un niño de pecho. El Cuasi-hombre me pertenece, según las antiguas normas.
—De acuerdo —replicó la primera voz—. Si lo hubieras capturado en los túneles, nadie te negaría ese derecho. Pero no fue así.
—Quiero una cacería tradicional, al viejo estilo.
Alguien farfulló algo en kavalar antiguo. Hubo una risotada.
—Más de una vez hemos cazado juntos, cuando jóvenes, Pyr —dijo la voz desconocida—. Si tus opiniones acerca de las mujeres hubieran sido otras, podríamos haber sido
teyn-y-teyn.
No es mi intención ofenderte. Pero Bretan Braith Lantry daría cualquier cosa por este hombre.
—Hombre no, Cuasi-hombre. Tú mismo lo dispusiste, Rosef. Los deseos de Bretan Braith no significan nada para mí, ¿sabes?
—En efecto, fui yo quien dispuso que fuera Cuasi-hombre. Para ti y para mí, no es más que eso: uno entre tantos. Podemos cazar a los niños parásitos, a los emereli y a otros. No lo necesitas a él, Pyr. Bretan Braith opina de otro modo. Acudió al cuadrado de la muerte y se sintió burlado, pues el hombre a quien desafió no era un hombre; resultó que no lo era, ¿comprendes?
—Es cierto, pero allí no termina el asunto pues t'Larien ha resultado también una presa especial; mató a dos de nuestros
kethi
, y Koraat agoniza con la espalda rota. Hasta el momento, ningún Cuasi-hombre nos había opuesto tanta resistencia. Lo tomaré, como es mi derecho. Lo encontré yo, yo solo.
—Sí —dijo la segunda voz desconocida, la firme y enérgica—. Eso es indudable, Pyr. ¿Y cómo lo descubriste?
Esa oportunidad para alardear de su hazaña satisfizo a Pyr.
—El aeromóvil no me engañó como a ti, y al mismo Lorimaar. Este Cuasi-hombre había sido muy hábil, él y la
perra-betheyn
que lo acompañaba. No iban a dejar detenido el coche frente al lugar por donde huían. Cuando reunisteis a la jauría y os internasteis en el corredor, mi
teyn
y yo nos pusimos a registrar el paseo con la linterna, buscando algún rastro. Yo sabía que los sabuesos no servirían de nada. Eran inútiles. Soy mejor rastreador que cualquier sabueso. He seguido Cuasi-hombres en la piedra desnuda de las colinas Lameraan, en las ciudades muertas, incluso en los clanes abandonados de Taal, Puño de Bronce y la Montaña de la Piedraviva. Estos dos resultaban ridículamente fáciles. Registrábamos cada corredor varios metros, luego seguíamos con el próximo. Descubrimos el rastro. Huellas en el suelo, frente a una entrada del subterráneo, y luego otras más claras en el polvo. Perdimos la pista donde ellos empezaron a volar en sus juguetes, por supuesto. Pero para entonces ya nos quedaban sólo dos direcciones posibles. Temí que hubieran tratado de llegar a Evoc o Kryne Lamiya, pero no fue así. Nos llevó casi todo el día y una larga caminata, pero los capturamos.