Muerte de la luz (25 page)

Read Muerte de la luz Online

Authors: George R.R. Martin

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Muerte de la luz
6.35Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Y el gabán? —preguntó Dirk en cuanto ella se vistió de nuevo.

Gwen había espolvoreado todo; el sensor, el instrumental de campo, el brazalete de jade-y-plata, menos el gabán castaño de Arkin. Dirk lo empujó con la punta de la bota, ella lo recogió y lo arrojó por encima de la barandilla al carril más veloz de una acera mecánica ascendente. Lo observaron alejarse.

—No lo necesitas —dijo Gwen en cuanto el gabán se perdió de vista—. Tal vez sirva para desorientar a la jauría. Sin duda nos han seguido el rastro hasta la galería exterior.

—Tal vez —dijo Dirk, dubitativamente, echando una ojeada a la pared interior; el nivel 472 pasó de largo—. Creo que tendríamos que bajar —dijo de pronto—. Salir de la galería… —Gwen lo miró con aire inquisitivo—. Tú misma acabas de decirlo. Los que nos están persiguiendo han seguido nuestro rastro hasta la galería. Si ya empezaron a bajar, mi gabán no servirá de mucho, lo verán pasar de largo y se echarán a reír.

Ella sonrió.

—Concedido. Pero valía la pena intentarlo.

—Así es que presumiendo que nos sigan hacia abajo…

—Ya les habremos sacado una buena ventaja —interrumpió Gwen—. Nunca lograrán subir una jauría de sabuesos a una acera mecánica, o sea que bajarán caminando.

—¿Y con eso? La galería no es segura, Gwen. Mira, el que nos sigue no puede ser Bretan, pues él está en los subniveles. Probablemente tampoco sea Chell, ¿verdad?

—No. Un kavalar caza con su
teyn.
No se separan.

—Me lo imaginé. De modo que allá abajo tenemos una pareja jugando con la fuente de energía, y otra pisándonos los talones. ¿Cuántos más habrá? ¿Tienes alguna idea?

—No.

—Supongo que bastantes; y aunque no sea así, mejor que presumamos lo peor y actuemos en base a esa presunción. Si hay otros Braith sueltos por la ciudad, y si están en contacto con los cazadores que tenemos detrás, los que están arriba avisarán a los demás que cierren la galería.

Gwen entornó los ojos.

—Tal vez no. Los grupos de caza rara vez se combinan. Cada pareja quiere la presa en exclusividad. Maldito sea, ojalá tuviera un arma.

Dirk ignoró el comentario final.

—No podemos correr ningún riesgo —dijo.

En ese preciso instante las luces brillantes empezaron a titilar. De pronto quedaron sumidos en una penumbra pálida y persistente. Simultáneamente, la acera mecánica frenó con brusquedad; Gwen se tambaleó, Dirk la aferró con sus brazos. El carril más lento fue el primero en detenerse, le siguió el de al lado, y finalmente el más veloz.

Gwen tiritaba y miraba a Dirk, que la estrechaba con fuerza en su desesperada necesidad de encontrar el estímulo que le daba la proximidad del cuerpo de ella, con su calidez.

Abajo (Dirk habría jurado que venía de abajo, de la dirección que seguía la acera mecánica), vibró un chillido áspero, no demasiado lejos.

Gwen se separó de Dirk. No hablaron. Brincaron de una franja a la otra y cruzaron los carriles desiertos y sombríos en busca de un pasadizo para salir de la galería y volver a los corredores. Dirk echó un vistazo a los números cuando pasaron de la penumbra gris a la azul: nivel 468. Cuando las alfombras absorbieron de nuevo el ruido de las pisadas, los dos se lanzaron por el primer corredor largo, luego doblaron una y otra vez, ya a la derecha, ya a la izquierda, eligiendo la dirección al azar. Corrieron hasta quedar sin aliento, luego se detuvieron y se desplomaron en la alfombra, bajo la luz de un globo pálido y azulado.

—¿Qué fue eso? —preguntó Dirk cuando recobró el aliento.

Gwen aún jadeaba entrecortadamente. Habían corrido un buen trecho. Se esforzó por respirar normalmente. Lágrimas silenciosas le humedecieron las mejillas bajo la luz azul.

—¿Qué crees que era? —dijo al fin con la voz crispada—. El chillido de un Cuasi-hombre.

Dirk abrió la boca y sintió un gusto a sal. Se tocó las mejillas, también húmedas, y se preguntó cuánto hacía que estaba llorando.

—Más Braith, entonces —dijo.

—Abajo —dijo ella—. Y han encontrado una víctima. ¡Maldito sea! Nosotros les hemos traído hasta aquí, la culpa es nuestra. ¿Cómo pudimos ser tan estúpidos? Jaan siempre temía que empezaran a merodear las ciudades.

—Empezaron ayer, con los niños parásitos de Vinonegro —dijo Dirk—. Lo demás era sólo cuestión de tiempo. No cargues…

—¿Qué? —barbotó ella, vuelta hacia él con los rasgos tensos de furia y las mejillas bañadas en lágrimas—. ¿No te sientes responsable? ¿Si no, quién? Bretan Braith te seguía
a ti
, Dirk. ¿Por qué vino hasta aquí? Pudimos ir a Duodécimo Sueño, a Musquel, a Esvoc. Ciudades desiertas. Nadie habría sido herido. Ahora los emereli… ¿Cuántos residentes quedaban, según la Voz?

—No me acuerdo. Creo que cuatrocientos, o algo así —trató de abrazarla y estrecharla, pero Gwen sacudió los hombros y lo fulminó con la mirada.

—Es culpa nuestra —dijo—. Tenemos que hacer algo.

—Todo lo que podemos hacer es tratar de sobrevivir. También nos persiguen a nosotros, ¿recuerdas? No podemos preocuparnos de los demás.

Ella le miró con una expresión de… ¿qué? Desprecio, quizá, pensó Dirk. La cara de Gwen lo sobresaltó.

—Es increíble —dijo ella—. ¿No puedes pensar más que en ti mismo? Maldito sea, Dirk. Nosotros al menos contamos con este líquido. Los emereli no tienen ninguna defensa. No tienen armas ni protección. Son Cuasi-hombres, salvajina, eso es todo.
¡Tenemos que hacer algo!

—¿Qué? ¿Suicidarnos? ¿Eso quieres? No quisiste que esta mañana me batiera a duelo con Bretan, pero ahora…

—¡Sí! Ahora tenemos que hacerlo. No habrías hablado así en Avalon —dijo Gwen casi a voz en cuello—. Entonces eras diferente. Jaan no permitiría…

Se interrumpió al reparar de pronto en sus palabras, y desvió los ojos. Luego rompió a llorar. Dirk permaneció tieso.

—De modo que a eso ibas —dijo al cabo de un rato, con voz calma—. Jaan no pensaría en sí mismo, ¿verdad? Jaan se comportaría como un héroe.

Gwen se volvió nuevamente hacia él.

—Sabes que es verdad.

—Sin duda. Yo también lo habría hecho, en otros tiempos. Quizá tengas razón. Quizás he cambiado. Ya no tengo ninguna certidumbre.

Estaba harto, exhausto, abrumado por una sensación de derrota y humillación. Los pensamientos se le agolpaban atropelladamente. Los dos tenían razón, pensaba. Ellos habían traído a los Braith a Desafío, librándoles cientos de víctimas inocentes. La culpa era de ellos, Gwen tenía razón. Pero él también tenía razón, ahora no podían hacer nada en absoluto. Aunque sonara egoísta, era la verdad.

Gwen dio rienda suelta a las lágrimas. Él se le acercó una vez más, y ahora ella se dejó abrazar; Dirk trató de consolarla con sus caricias. Pero mientras le alisaba la cabellera negra y se esforzaba por reprimir el llanto, comprendió que era inútil, que en nada cambiaba la situación. Los Braith cazaban y mataban, y él no podía detenerlos. Quizá ni él pudiera salvarse. No era el viejo Dirk, después de todo, el Dirk de Avalon, de ninguna manera. Y la mujer que abrazaba no era Jenny. No eran sino piezas de caza.

De pronto le asaltó una idea.

—Sí —dijo en voz alta.

Gwen lo miró, Dirk se incorporó torpemente, y le ayudó a ella a levantarse.

—¿Qué ocurre, Dirk?

—Podemos hacer algo —dijo él, y la condujo a la puerta del compartimiento más cercano, que se abrió de inmediato. Dirk se acercó a la videopantalla. Las luces del cuarto no funcionaban; la única iluminación era el rectángulo azul y desleído que se proyectaba desde el corredor. Gwen se detuvo en el vano de la puerta, titubeando, una silueta lúgubre y oscura.

Dirk apretó el botón con la esperanza (¿qué otra cosa podría quedarle?), de que la pantalla funcionara. Y funcionó. Respiró más tranquilo, y se volvió hacia Gwen…

—¿Qué vas a hacer? —preguntó ella.

—Dame el número de tu casa.

Gwen comprendió. Cabeceó con lentitud y le dictó los números. Él los tecleó uno por uno y esperó. La señal intermitente iluminó el cuarto; cuando se disipó, los corpúsculos de luz se aglutinaron para dar la forma de los rasgos de Jaan Vikary.

Nadie habló. Gwen se acercó y se quedó al lado de Dirk, apoyándole una mano en el hombro. Vikary les miró en silencio, y por un momento Dirk temió que apagara la pantalla y los dejara librados a su suerte.

Pero era un temor injustificado. Vikary habló.

—Usted era un hermano de clan. Yo confiaba en usted —luego miró a Gwen—. Y a ti te amaba.

—Jaan —se apresuró a decir Gwen con una voz tan sofocada que Dirk dudó de que Vikary pudiera oírla; ella se apartó después. Se volvió, y salió rápidamente de la habitación.

Pero Vikary no cerró la comunicación.

—Veo que están en Desafío. ¿Por qué ha llamado, t'Larien? ¿Sabe lo que debemos hacer mi
teyn
y yo?

—Lo sé —dijo Dirk—. Correré el riesgo, no hay más alternativas. Los Braith nos han seguido. No sé cómo, nunca imaginé que lograrían localizarnos. Pero están aquí. Bretan Braith Lantry dejó fuera de servicio la computadora de la ciudad, y al parecer controla buena parte de la energía restante. Los otros están en los corredores, con jaurías de caza.

—Comprendo —dijo Vikary; una emoción extraña e insondable le cruzó la cara—. ¿Los residentes?

Dirk asintió.

—¿Vendrá?

Vikary esbozó una sonrisa muy tenue, pero sin alegría.

—¿Me pide ayuda, t'Larien? —meneó la cabeza—. No, no debo burlarme, no es usted quien la pide; no, por usted mismo. Le entiendo. Es por los otros, por los emereli. Sí, Garse y yo iremos. Llevaremos nuestros broches y nombraremos
korariel
de Jadehierro a cuantos encontremos antes que los cazadores. Pero llevará mucho tiempo, tal vez demasiado. Muchos morirán. Ayer, en la Ciudad del Estanque sin Estrellas, una criatura llamada Madre murió súbitamente. Los niños parásitos… ¿Sabe algo acerca de los niños parásitos de Vinonegro, t'Larien?

—Sí. Bastante.

—Salieron de la Madre y buscaron otra. Pero no encontraron ninguna. Durante las décadas que vivieron dentro de la criatura que los hospedaba, gentes de su mundo habían traído el animal a Worlorn desde el Mundo del Océano de Vinonegro, y finalmente lo abandonaron. Las relaciones entre los niños parásitos y los vinonegrinos que no participan del culto no son buenas. De modo que salieron a los tumbos, cien o más, y recorrieron la ciudad, despertándola de pronto a la vida sin saber dónde se encontraban ni porqué. Casi todos eran viejos, muy viejos. Presas del pánico empezaron a correr por la ciudad muerta, y así Rosef alto-Braith los encontró. Hice lo que pude, protegí a algunos. Los Braith encontraron a muchos otros, porque llevó tiempo. Lo mismo ocurrirá en Desafío. Los que salgan a los corredores y traten de huir serán perseguidos y exterminados mucho antes que mi
teyn
y yo podamos ayudarles. ¿Soy claro?

Dirk asintió.

—No basta con llamarme —dijo Vikary—. Tiene que actuar por cuenta propia. Bretan Braith Lantry lo busca a usted. A usted, y a ningún otro. Tal vez incluso le conceda un duelo. Los otros quieren cazarlo como Cuasi-hombre, pero aun así lo consideran una presa más codiciable. Muéstrese, t'Larien, y vendrán a buscarle. Para los emereli que se ocultan alrededor, ese tiempo será importante.

—Entiendo —dijo Dirk—. Usted quiere que Gwen y yo…

Vikary contrajo la cara en un gesto de inequívoca contrariedad.

—No. Gwen no.

—Yo, entonces. ¿Usted quiere que llame la atención sobre mí, desarmado?

—Tiene un arma, t'Larien —dijo Vikary—. Usted mismo la robó, insultando a Jadehierro. Que la utilice o no depende exclusivamente de su propia decisión. No seré tan ingenuo como para tenerle confianza. Ya se la tuve una vez. Simplemente le informo. Otra cosa, t'Larien: haga lo que hiciere, entre usted y yo todo sigue igual. Esta llamada no cambia nada. Usted sabe lo que debemos hacer.

—Ya me lo dijo.

—Se lo digo por segunda vez. Quiero que lo recuerde —Vikary frunció el ceño—. Y ahora partiré. Es un vuelo muy largo, un vuelo largo y frío.

La pantalla se oscureció antes que Dirk pudiera articular una respuesta. Gwen esperaba al lado de la puerta, de pie contra la pared acolchada, la cara entre las manos. Cuando Dirk salió, ella enderezó el cuerpo.

—¿Vendrán? —preguntó.

—Sí.

—Lamento… haberme ido. No pude hacerle frente.

—No tiene importancia.

—Sí la tiene.

—No —Dirk fue terminante, le dolía el estómago, aún le parecía oír chillidos a lo lejos—. No la tiene. Ya me diste a entender… cuáles son tus sentimientos.

—¿De veras? —Gwen rió—. Si sabes cuáles son mis sentimientos, sabes más que yo, Dirk.

—Gwen, yo no… No, escucha. No importa. Tenías razón. Tenemos que… Jaan dijo que teníamos un arma.

Ella titubeó.

—¿De veras? ¿Pensará que traje el proyectil de dardos? ¿O qué?

—No, no lo creo. Sólo dijo que teníamos un arma, que la robamos e insultamos a Jadehierro.

Ella cerró los ojos.

—¿Qué? —dijo—. Desde luego —abrió los ojos nuevamente—. El aeromóvil. Tiene cañones láser. Sin duda se refería a eso. Aunque no están cargados. Ni siquiera creo que estén conectados. Ese era el aeromóvil que solía usar yo, y Garse…

—Comprendo. ¿Pero piensas que los láser podrían ser puestos en funcionamiento?

—Tal vez. No sé. ¿Pero a qué otra cosa podía haber aludido Jaan?

—Claro que los Braith pudieron haber encontrado el coche —dijo Dirk, frío y sereno—. Tendremos que correr ese riesgo. Escondiéndonos… No podemos escondernos, nos descubrirán. Puede que Bretan esté ya en camino, si de algún modo mi comunicación con Larteyn quedó registrada abajo. No, volvamos al aeromóvil. No se lo esperarán, pues saben que estábamos bajando por la galería.

—El aeromóvil está cincuenta y dos pisos más arriba —señaló Gwen—. ¿Cómo llegaremos? Si Bretan controla la alimentación energética tanto como creemos, sin duda habrá desactivado los ascensores y detenido las aceras mecánicas.

—Sabía que estábamos usando las aceras mecánicas —dijo Dirk—. O al menos, que estábamos en la galería. Se lo dijeron los que nos seguían. Están en contacto, Gwen. Los Braith. Tienen que estarlo. Detuvieron las aceras en el momento más oportuno. Pero eso nos facilita las cosas.

—¿Nos facilita qué?

—Llamarles la atención. Lograr que nos persigan para salvar a esos malditos emereli; eso es lo que quiere Jaan, ¿no es eso lo que quiere que hagamos? —la voz era cortante.

Other books

The Last Renegade by Jo Goodman
Home Fires by Margaret Maron
Dawn of a New Age by Rick Bentsen
Ethereal by Moore, Addison
For One Night Only! by Angelé Wells
Down to the Sea by William R. Forstchen