—Estás furiosa —le dijo—. Es fácil enfurecerse. Pero te conozco, amor. Sé que, esencialmente, eres una persona apacible.
—Lo fui. Trato de serlo. Pero ha pasado mucho tiempo, Dirk. Mucho, mucho tiempo, y esto se ha intensificado; lo único bueno de todo ha sido Jaan Vikary. Le he contado a Arkin; él sabe cómo me siento,
qué
he sentido. Hubo veces en que estuve a punto de… A punto…, con Garse, especialmente. Porque él es también parte de mí, curiosamente. Y duele cuando se trata de alguien a quien aprecias, alguien a quien casi podrías amar si no fuera por…
Gwen se interrumpió; tenía los brazos cruzados con fuerza sobre el pecho y fruncía el ceño. Se interrumpió.
Debe haberme visto la cara, pensó Dirk preguntándose por lo que podría haberle sucedido.
—Tal vez tengas razón —continuó Gwen al cabo de un instante, separando los brazos—. Tal vez soy incapaz de matar a nadie. Pero a veces siento que podría. Y en ese momento, Dirk, me gustaría mucho tener un arma —soltó una carcajada amarga—. En Alto Kavalaan no me dejaban ir armada, desde luego. ¿Para qué quiere armas una
betheyn?
Su altoseñor la protege, y el
teyn.
Una mujer armada podría lastimarse. Jaan…, bueno, Jaan ha luchado por cambiar muchas cosas. Lo intenta. Estoy aquí, después de todo. La mayoría de las mujeres nunca deja el claustro de piedra del clan, una vez que toman el jade-y-plata. Pese a todos sus intentos, que me merecen el mayor de los respetos, Jaan no comprende. Es un altoseñor, después de todo, y también lucha contra otras cosas, y cada vez que yo le digo algo, Garse dice lo contrario. A veces, Jaan ni siquiera se da cuenta. Y en cuanto a las cosas pequeñas, como que yo vaya armada, dice que no tienen importancia. Una vez le hablé al respecto, y él recalcó que yo me oponía a la costumbre de usar armas, a toda la artificiosidad de los duelos de honor, lo cual es cierto. Y sin embargo, Dirk… ¿Sabes? Anoche te entendí cuando le hablabas a Arkin de tu necesidad de enfrentar a Bretan aunque no compartieras el mismo código. A veces he sentido lo mismo.
Las luces del cuarto parpadearon un instante, languidecieron y luego recuperaron su intensidad normal.
—¿Qué pasa? —preguntó Dirk, alzando los ojos.
—No hay motivo de alarma —informó la Voz con su tono grave e inalterable—. Acaba de rectificarse una falla energética temporaria que afectaba al nivel de ustedes.
—¡Falla energética! —una imagen centelleó en la mente de Dirk, una imagen de Desafío (hermética, sin ventanas, totalmente cerrada), desprovista de energía…, la idea no era nada agradable—. ¿Qué ocurre?
—Por favor, no se alarmen —insistió la Voz, pero las luces desmentían sus palabras; se apagaron por completo, y durante un segundo fugaz una total y temible oscuridad envolvió a Gwen y a Dirk.
—Mejor nos vamos —dijo Gwen cuando volvió la luz. Abrió el panel corredizo y empezó a sacar las maletas. Dirk se acercó a ayudarle.
—Por favor, no se asusten —dijo la Voz—. Por la seguridad de ustedes, les pido que permanezcan en el compartimiento; la situación está bajo control, Desafío tiene muchas instalaciones de seguridad, así como refuerzos para todos los sistemas importantes.
Terminaron de empacar. Gwen se dirigió a la puerta.
—¿Ahora estás usando la energía auxiliar? —preguntó.
—Los niveles uno al cincuenta, 251 al 300, 351 al 450 y 501 al 550 utilizan en este momento la energía auxiliar —admitió la Voz—. No es motivo para alarmarse; técnicos robot están reparando la falla, y existen otros sistemas de reserva en el improbable caso de que también falte la energía auxiliar.
—No entiendo —dijo Dirk—. ¿Por qué? ¿A qué se deben las fallas?
—Dirk —dijo Gwen con calma—. Vámonos.
Salió. Una maleta en la mano derecha y el sensor colgando del hombro izquierdo. Dirk recogió las otras dos maletas y la siguió por los corredores azul cobalto. Corrieron hacia los ascensores, Gwen siempre adelante, los pasos sofocados por las alfombras.
—Los residentes que se dejan llevar por el pánico corren más riesgos que los que permanecen a salvo dentro de sus compartimientos mientras se subsana este pequeño inconveniente —les recriminó la Voz.
—Dinos lo que ocurre y quizá reconsideremos nuestra determinación —dijo Dirk; aun así, no se detuvieron ni dejaron de correr.
—Se han tomado las medidas de emergencia —dijo la Voz—. Se han despachado guardianes para conducirles a ustedes de vuelta al compartimiento; es para protección de ustedes. Repito, se han despachado guardianes para conducirles al compartimiento. Las normas de di-Emerel prohíben que…
Abruptamente las palabras empezaron a resbalar y la voz de bajo rechinó hasta convertirse en un gemido ronco que les raspó los oídos. De pronto, hubo un silencio estremecedor.
Las luces se apagaron. Dirk se detuvo un instante, luego avanzó dos pasos en la densa oscuridad y tropezó con Gwen.
—¿Qué? —dijo—. Lo siento.
—Cállate —susurró Gwen, y empezó a contar los segundos. A los trece, los globos colgantes de las intersecciones se encendieron de nuevo. Pero el resplandor azul era pálido y espectral, la visibilidad se había reducido al mínimo.
—Vamos —dijo Gwen; ahora caminaba con lentitud, avanzando cautelosamente en esa penumbra azulada.
Los ascensores no estaban lejos. Cuando las paredes volvieron a hablarles, la voz ya no era la Voz.
—Esta es una gran ciudad —dijo—, pero no tan grande como para esconderte, t'Larien. Estoy esperándote en el sótano más profundo, en el subnivel cincuenta y dos. La ciudad es mía. Ven a mí. Ahora, o la luz se apagará por completo y mi
teyn
y yo iniciaremos la cacería en la oscuridad.
Dirk reconoció al que hablaba. Era inconfundible. Ni en Worlorn ni en cualquier otra parte habría sido fácil reproducir la voz sibilante y ronca de Bretan Braith Lantry.
Quedaron petrificados en el corredor en penumbras. Gwen era una silueta borrosa y azul, los ojos como fosas negras. Contrajo la comisura de la boca, y Dirk evocó el horrible tic de Bretan.
—Nos descubrieron —dijo Gwen.
—Sí —repuso Dirk.
Los dos hablaban susurrando, por temor a que Bretan Braith, al igual que la extinta Voz de Desafío, pudiera oírles si hablaban en voz alta. Dirk tenía una aguda impresión de que estaban rodeados de micrófonos, igual que de parlantes. Y también de oídos, y tal vez de ojos, todos invisibles detrás del revestimiento de las paredes.
—¿Cómo? —dijo Gwen—. No había modo, es imposible.
—Pero si lo han hecho, es posible. ¿Qué haremos, entonces? ¿Me presentaré ante ellos? ¿Qué hay allá abajo, en el subnivel cincuenta y dos?
—No sé —dijo Gwen—. Desafío no era mi ciudad. Sé que los niveles subterráneos no son para los residentes.
—Máquinas —sugirió Dirk—. Energía, respaldo vital.
—Computadoras —añadió Gwen en un susurro hueco, casi inaudible.
Dirk dejó las maletas que llevaba en las manos. Le parecía una tontería apegarse a sus ropas y pertenencias en esas circunstancias.
—Mataron a la Voz —dijo.
—Quizá. Si se la puede matar. Pensé que era toda una red de computadoras distribuidas en la torre. No sé; quizás era sólo una enorme instalación.
—En todo caso, se han adueñado del cerebro central, el centro nervioso o como se llame. Las paredes ya no nos darán consejos amigables. Y tal vez Bretan nos esté viendo en este mismo momento.
—No —dijo Gwen.
—¿Por qué no? La Voz podía vernos…
—Sí, puede ser. Aunque no creo que las instalaciones sensitivas de la Voz incluyeran sensores visuales. Es decir, no los necesitaba. Se valía de sentidos que los humanos no tienen. Eso no es lo importante. La Voz era una supercomputadora construida para manejar billones de datos simultáneamente, algo que para Bretan es imposible, como para cualquier ser humano. Además, la forma de percibir estos datos no está planeada para que la entienda él, ni tú ni yo. Sólo la Voz. Aunque Bretan ahora tenga acceso a todos los datos que recibía la Voz, para él será una jerga ininteligible, o los recibirá tan rápidamente que serán inútiles. Tal vez a un especialista en cibernética podrían servirle de algo, aunque lo dudo. Pero no a Bretan. No, a menos que él conozca algún secreto que nosotros desconocemos.
—Supo cómo encontrarnos —dijo Dirk—. Y adonde estaba el cerebro de Desafío, y cómo provocarle un cortocircuito.
—No sé cómo ha podido descubrirnos —repuso Gwen—. Pero no era tan difícil llegar a la Voz. ¡El subnivel más bajo, Dirk…! Fue una conjetura de Bretan, no hay otro modo. Los kavalares construyen los clanes en las entrañas de la roca, y el nivel inferior es siempre el más seguro, el mejor resguardado. Allá encierran a las mujeres y otros tesoros del clan.
—Un momento —dijo Dirk, pensativo—. No puede saber con exactitud donde estamos. De lo contrario, ¿por qué quiere que bajemos, y por qué amenaza con cazarnos? —Gwen asintió—. Aunque si está en el centro de computación, tendremos que actuar con cuidado —continuó Dirk—. Quizá pueda encontrarnos.
—Algunas de las computadoras deben funcionar aún —dijo Gwen, mirando de soslayo el pálido globo azul que colgaba a pocos metros—. La ciudad vive todavía, pese a todo.
—¿Podrá preguntarle a la Voz dónde estamos, si la conecta de nuevo?
—Quizá, pero no creo que la Voz le informe. Nosotros somos residentes legales, desarmados. Él es un intruso peligroso que viola todas las normas de di-Emerel.
—¿Él? Ellos, querrás decir. Chell lo acompaña. Tal vez traen más gente.
—Una partida de intrusos, entonces.
—Pero no pueden ser más de… ¿Cuántos? ¿Veinte? ¿O menos? ¿Cómo es que han logrado apoderarse de una ciudad de este tamaño?
—Di-Emerel es un mundo totalmente desprovisto de violencia, Dirk. Y éste es el mundo del Festival. Dudo que Desafío haya tenido muchas defensas. Los guardianes…
Dirk miró de pronto alrededor.
—Sí, guardianes. La Voz los mencionó. Despachó uno en busca de nosotros —casi esperaba ver una silueta enorme y amenazadora rodando hacia ellos por un corredor transversal, como si acabara de llamarla. Pero no había nada. Sombras y globos de cobalto y silencio azul.
—No podemos quedarnos aquí. El aeromóvil está a sólo dos niveles de distancia —dijo Gwen, que había dejado de susurrar.
También él. Si Bretan Braith y sus secuaces podían oír cada palabra que decían, también podrían ubicarles de varios modos distintos y entonces, de todas maneras, estaban perdidos; los susurros eran una precaución inútil.
—Los Braith también podrían estar a dos niveles de distancia —replicó Dirk—. Aún en caso contrario, tenemos que evitar acercarnos al aeromóvil. Ellos tienen que saber que tenemos uno, y estarán esperando a que vayamos a buscarlo. Tal vez fue por eso que Bretan nos halagó con su discurso: para que huyamos. En el aire seríamos una presa fácil. Sus hermanos de clan deben de estar esperándonos para derribarnos con los lásers —caviló un instante—. Pero tampoco podemos quedarnos aquí.
—No, cerca de nuestro compartimiento —dijo ella—. La Voz conocía nuestra ubicación, y Bretan Braith podría descubrirlo. Pero tenemos que quedarnos en la ciudad; en eso tienes razón.
—Ocultémonos, entonces. ¿Dónde?
Gwen se encogió de hombros.
—Aquí, allá y en todas partes. Es una gran ciudad, como dijo Bretan Braith.
Gwen se arrodilló rápidamente y hurgó en la maleta; desechó toda la ropa pesada pero conservó el instrumental de campo y el sensor. Dirk se puso el gabán de Ruark y abandonó todo lo demás. Caminaron hacia la galería exterior. Gwen ansiaba alejarse todo lo posible del compartimiento, pero ninguno de los dos quería arriesgarse a usar los ascensores.
Las luces del bulevar de la galería aún irradiaban un resplandor blanco, y las aceras mecánicas zumbaban sordamente; ese camino en tirabuzón parecía tener una fuente energética independiente.
—¿Arriba o abajo? —preguntó Dirk.
Gwen no pareció oírle; escuchaba otra cosa.
—Silencio —dijo, torciendo la boca.
Por encima del ronroneo de las aceras mecánicas se oyó otro ruido, leve pero inequívoco.
Un aullido.
Provenía del corredor que tenían detrás, no cabía ninguna duda. Parecía una estremecedora exhalación de esa cálida garganta azul, y quedó suspendida en el aire más de lo que se hubiera esperado. Gritos apagados y distantes la siguieron de inmediato.
Hubo un breve intervalo de silencio. Gwen y Dirk se miraron y permanecieron rígidos y alerta. El ruido estalló otra vez, más estentóreo, más nítido, y el eco lo multiplicó. Un aullido chillón y colérico, prolongado y agudo.
—Sabuesos Braith —dijo Gwen, con una voz turbadora de tan calma.
Dirk recordó a la bestia que había encontrado cuando atravesaba las calles de Larteyn, ese perro del tamaño de un caballo que le había gruñido al verlo, la criatura con cara de rata lampiña y ojos pequeños y púrpuras. Miró aprensivamente el corredor, pero nada se movía en las sombras de cobalto.
Los sonidos se acercaban, a cada momento más intensos.
—Abajo —dijo Gwen—. Y rápido.
Dirk no esperó a que se lo repitiera. Cruzaron el silencioso bulevar, saltaron a la franja central de la galería y subieron a la primera acera mecánica descendente, la más lenta. Luego corrieron a los brincos hasta que llegaron a la más rápida. Gwen se descolgó el instrumental y abrió el bolso para registrar el contenido mientras Dirk, de pie, apoyándole una mano en el hombro, observaba los números indicadores de nivel; centinelas negros montados encima de las fauces penumbrosas que conducían al interior de Desafío. Los números pasaban de largo a intervalos regulares, cada vez más pequeños.
Acababan de pasar el 490 cuando Gwen se incorporó, empuñando una corta vara de metal negro azulado en la mano derecha.
—Desvístete —le dijo.
—¿Qué?
—Desvístete —repitió ella, y como Dirk se quedara mirándola, meneó la cabeza con impaciencia y le tocó el pecho con el extremo de la vara—. Es para anular los olores; Arkin y yo lo usamos en el bosque. Nos rociamos antes de salir. Matará el olor del cuerpo durante algunas horas, tal vez lo suficiente para desorientar a los perros.
Dirk asintió y se quitó las ropas. Cuando estuvo desnudo, Gwen le hizo separar bien las piernas y levantar los brazos por encima de la cabeza. Presionó una punta de la vara metálica, y el otro extremo esparció una impalpable bruma gris que perló la piel desnuda de Dirk. Mientras ella le rociaba el frente y la espalda de la cabeza a los pies, Dirk tiritaba y se sentía tonto y vulnerable. Luego Gwen se arrodilló y roció también las ropas, por dentro y por fuera, todo salvo el pesado gabán de Arkin, que ella apartó cuidadosamente. Cuando terminó de aplicarle el líquido, Dirk se vistió (las ropas estaban secas y cubiertas de un polvo fino y ceniciento), mientras Gwen a su vez se desvestía para que él la rociara.