¡Muérdeme! (6 page)

Read ¡Muérdeme! Online

Authors: Christopher Moore

BOOK: ¡Muérdeme!
13.68Mb size Format: txt, pdf, ePub

Y yo le suelto: «Tienes razón, se está aprovechando de mi inocencia. ¡Fu, gigasqueroso pervertido!». Y lo abofeteé, pero para que fuera más dramático, no porque pudiera pensar que soy una zorra. «¡Debí imaginármelo cuando hiciste que me afeitara el pubis en forma de conejo!»

Y Fu va y dice: «¡Yo no he hecho eso!».

«Pervertido y redundante, ¿no crees?», pregunté al gran policía gay, que no reconocería un pubis femenino ni aunque le cayera encima cantando Star-Spangled Banner.
2
¿Os habéis dado cuenta de que apenas hay cosas tachonadas aparte de la «bandera tachonada de estrellas»? No hay, no sé, cucuruchos tachonados de pasas, ni perros tachonados de pulgas. No sé, se me acaba de ocurrir.) Así que empecé a subirme la falda para alucinarlo aún más, como si fuera a enseñarle el conejo, cuando era un farol, porque lo tengo afeitado con forma de murciélago y teñido de azul lavanda y llevaba puestas las medias de rejilla fucsia, que son enteras y hacen que mi parte prohibida tenga calificación para todos los públicos.

Pero en vez de esconder la cabeza y chillar como una zorrita, que es lo que yo quería que hiciera, el poli gay grandón cruza la habitación y le pone las esposas a Fu en algo así como segundos, y las cierra con fuerza.

Así que Fu se pone en plan «¡Oh! ¡Oh! ¡Oh!».

Y se me parte el corazón ante su dolor, y grito: «¡Suéltalo, oso fascista del culo!».

Y Rivera va y dice: «Allison, tenemos que llegar a un acuerdo, o tu novio irá a la cárcel, y ya puede ir despidiéndose de su máster aunque no se mantengan los cargos».

¡Mandaban ellos! Me vi obligada a bajarme la falda en señal de derrota. Fu tenía los ojos enormes como los de un anime y empezaban a estar llenos de lágrimas: mi noble ninja del amor me miraba suplicante en plan «por favor, no me abandones, pese a mis evidentes tendencias
emo
».

Y voy yo y le suelto: «Os damos cien mil dólares para que os vayáis de mi guarida de amor como si no hubiera pasado nada».

Y Rivera: «No nos interesa el dinero».

Y el poli gay oso: «Espera, ¿de dónde has sacado todo ese dinero, ya puestos?».

Y Rivera: «Déjalo, Nick, esto no es por el dinero».

Y yo le suelto: «ODM, Rivera, tus habilidades de poli malo son una mierda. Todo es siempre por el dinero. ¿Es que no tienes tele?».

Y él: «¿Qué ha pasado aquí esta mañana?».

Y voy yo y le digo: «Lo normal, mininos vampiro, una controladora de la hora a la que han secado, un samurái con calcetines naranjas y Abby con su kung-fu de hostias solares». Y a Fu: «¡Fu, la chupa es la polla en vinagre!».

«Lo cual es bueno», tradujo Fu para los polis.

Y Rivera suelta: «¿Gatos vampiro? Es lo que dijo el Emperador».

Pues eso, que es evidente que los polis tienen dudas, así que les cuento la batalla entera y la teoría de Fu de cómo está haciendo Chet mininos vampiro, y de que estamos jodidos de aquí a Lima porque es el fin del mundo y todo eso, y que en la ciudad hay chorrocientos mininos, y tan solo dos chupas solares fríevampiros que son una pasada, la de Fu y la mía, y que estábamos siendo detenidos por las gilipuertas fuerzas de la ley en vez de estar salvando a la humanidad.

Y Rivera pregunta: «¿Qué pasa con Flood y con la pelirroja? Los ayudasteis, ¿verdad?».

Un punto para el inspector Obviedades; vivimos en su
loft
, gastamos su pasta y colgamos las toallas mojadas en sus cuerpos bronceados. «Se fueron. Todos los vampiros se fueron. ¿No os lo ha dicho el Emperador? ¿No los vio subirse a un yate en Marina?»

Pero Rivera va y dice: «El Emperador no es el testigo más fiable del mundo. Y no mencionó a esos dos, pero me cuesta creer que un gato, aunque sea un gato vampiro, incluso una manada de gatos vampiro, pueda con una controladora adulta de la policía de tráfico».

Y yo le solté: «Chet no es un minino vampiro normal. Es enorme. Más enorme de lo normal. Y sigue creciendo. Si no dejáis que Fu use sus habilidades de científico loco para curarlo, la semana que viene Chet podría acabar restregándose contra la Pirámide de Transamérica».

Fu asentía como un muñeco cabezón de coche con el pelo a lo manga. «Cierto», soltó.

Cavuto, el poli gay grandón, suelta: «¿Puedes hacer eso, chaval? ¿Puedes acabar de una vez por todas con esta mierda?».

Y va Fu y dice: «Del todo», cuando no tiene ni idea de cómo cazar a Chet. «Necesitaré algo de tiempo, pero dejadme las esposas puestas, que así trabajo mucho mejor.»

Fu puede ser de lo más sarcástico cuando se enfrenta a moradores diurnos menos inteligentes que él, que es casi todo el mundo.

Pues eso, que Rivera me agarra la chupa por la manga y empieza a darle vueltas, mirándola con cara de neandertal descubriendo el fuego. Y suelta: «¿Puedes hacer una de estas con una chupa deportiva? ¿En una talla cincuenta grande?».

Y yo le suelto: «¿Te me estás insinuando?».

Y él hace como una arcada (lo cual fue cruel) y replica: «No. No me estoy insinuando, Allison. No solo eres la criatura más irritante del planeta, sino que eres una cría».

Y yo le suelto: «¡¿Una cría?! ¡¿Una cría?! ¿Acaso una cría tendría estas?». Y me levanté el top y le enseñé las domingas. Y no solo un instante, sino durante un rato glorioso y tetudo.

Y no dijo nada, así que volví la delantera hacia Fu y el poli gay corpulento.

Y se ponen en plan «am-ahr-ahr-am…».

Y yo digo: «¿Et tu, Fu», que en idioma
chekspiriano
significa «¡Traidor!».

Y corrí al dormitorio y cerré la puerta. Estaba deseando que me hubieran cogido de rehén, solo que la única arma que tenía era una chupa cubierta de verruguitas luminosas, así que me veía limitada a ser peligrosa solo para vampiros y para emos que se sienten heridos en su sensibilidad por mi cortante ingenio.

Pues eso, que me quedé mirando al oscuro abismo que es el sinsentido de la existencia humana, porque no ponían nada en la tele. Y al examinar las profundidades de mi alma me di cuenta de que debía dejar de usar el sexo como un arma, y que solo debía usar mis poderes de seducción para el bien, a no ser que Fu quisiera hacer algo rarito, en cuyo caso le haría firmar una dispensa. Me doy cuenta de que la única forma que tengo de explorar como es debido mi esencia de mujer es volviéndome nosferatu. Y dado que la condesa y mi señor Flood no me llevaron al huerto tendré que buscarme otro modo de conseguir el poder de la sangre.

Pues eso, que al cabo de unos minutos Rivera está en la puerta y me suelta: «Allison, creo que será mejor que salgas».

Y yo: «Oh no, inspector, no puedo abrir la puerta. He tomado unas pastillas y todo me da vueltas. Va a tener que derribarla».

Entonces Fu me suelta: «Abby, por favor, sal. Te necesito». Y usó una vocecita de estoy triste y herido y encerrado en la torre del castillo tras haber perdido mis poderes que no sabía que tenía, y le salió muy trágica y tuve que salir y humillarme ante los policías como una zorra, pese a mi renovada decisión de ser partícipe del don oscuro.

Así que suelto un: «¿Qué?».

Y Rivera: «Allison, hemos llegado a un acuerdo con el señor Wong. Se quedará aquí y buscará una solución al problema de los gatos, y a cambio de no presentar cargos, no le diréis nada a nadie de nuestras anteriores, eh, aventuras con el señor Flood, la señorita Stroud, y cualquier otra persona con la misma orientación bebedora de sangre. Tampoco mencionaremos ningún tipo de fondos que pudieran haber cambiado de manos, ni quién podría tener susodichos fondos. ¿De acuerdo?».

Yo digo: «¡Mola!».

Y el malvado poli hispano continuó diciendo: «Y tendrás que irte a casa y vivir con tu madre y tu hermana».

Y yo le suelto «¡Ni loca!».

Y los tres me niegan con la cabeza. Y Fu, que ya no tiene las esposas, dice: «Abby, tienes que ir con ellas. Sigues siendo menor y a tu madre le dará un pasmo si no te llevan a casa».

Cavuto aclara: «Y si pasa eso no nos quedará más remedio que detener al señor Wong».

Y Fu: «Y tendremos que contarlo todo sobre todo para defendernos. Y los loqueros nos encerrarán mientras Chet, el enorme gato afeitado, se apodera de la ciudad, y nuestra relación y todo eso se resentirá».

Y con «todo eso» se refería a que perderíamos nuestra guarida de amor y nadie cuidaría de Tommy y de Jody, y Fu tendría que convertirse en el ninja del amor de algún grandullón de la cárcel. Estábamos jodidos.

Yo solté: «La culpa es de mi madre», y ofrecí las muñecas a Rivera para que me esposara.

Y todos asienten y dicen: «Claro», y «A mí me vale», y «Por mí, estupendo».

Pero Rivera no me pone las esposas.

Y voy yo y digo: «¿Podemos tener un momento para despedirnos?».

Y Rivera asiente, y yo empiezo a empujar a Fu hacia el dormitorio.

Y Rivera suelta: «Aquí».

Así que le bajo la cremallera a Fu.

Y Cavuto me coge del brazo y tira de mí, y debo conformarme con dar a Fu un beso de despedida pequeño que le roza los labios como una brisa procedente de la tumba y le deja en la mejilla una raya de lápiz de labios negro.

Y yo le digo: «Nunca te olvidaré, Fu. Podrán separarnos, pero nuestro amor perdurará por toda la eternidad».

Y él: «Llámame cuando llegues a casa».

Y yo: «Te mensajearé por el camino».

Y él me suelta: «Abby Normal, me molas mogollón de gominolas», que es de lo más romántico, porque no le gustan las gominolas. Me eché a llorar y el rímel se disolvió en pena.

Entonces Cavuto suelta: «Por el amor de Dios», y empieza a empujarme hacia la puerta, pero se vuelve hacia Fu y dice: «¿El Honda trucado amarillo de abajo es tuyo?».

Y Fu contesta: «Sí».

Y Cavuto: «Sabes que está lleno de ratas, ¿verdad?».

Y Fu: «Seh».

Y así he acabado prisionera de la temida robomadre y Fu debe enfrentarse solo a la amenaza de Chet. Os dejo corriendo que mi hermana Ronnie está dormida y voy a pintarle con rotulador un pentagrama en la cabeza afeitada. Ciao.

Rivera

Caminaban alejándose del edificio de apartamentos de Fillmore donde habían dejado a Abby Normal y a su madre, cuando Cavuto dijo:

—¿Sabes? Si hubiera conocido a Allison cuando le dije a mi padre que era gay, creo que él habría entendido mucho mejor por qué me gustan los tíos.

—Si las víctimas de los gatos vampiro se convierten en polvo, no habrán denunciado la mayoría de las desapariciones a no ser que alguien viera el ataque —comentó Rivera, esperando a que se desenredara de una vez el hilo de los pensamientos de Cavuto.

—Es tan detestable —siguió Cavuto—. Es como una celda llena de detestables borrachos del sábado noche comprimida en un solo cuerpecito.

—Igual si conseguimos un perrito de cadáveres.

—Vale, pero luego no te quejes del olor del coche, porque yo lo quiero de chile con cebolla.

—¿De qué coño estás hablando?

—De los perritos de cadáveres. Estabas diciendo que debemos ir al estadio a por perritos para comer.

—Yo no he dicho nada de eso. Decía que debemos conseguir un perro entrenado de los que buscan cadáveres para que nos ayude a encontrar la ropa de las víctimas.

—Oh —repuso Cavuto, que no quería pensar en vampiros—. Claro, tiene sentido. Entonces, ¿hamburguesas en Barney’s?

—Pagas tú —dijo Rivera, abriendo la puerta del Ford sin marcas y subiendo en él.

Recorrieron ocho manzanas de la calle Fillmore en dirección a Marina antes de que Cavuto dijera:

—Ella tenía razón, ¿sabes? Soy un oso.

Rivera se puso las gafas de sol y dedicó unos segundos a colocárselas bien, ganando tiempo antes de responder con un suspiro.

—Me alegro de que por fin hayas decidido decirlo a las claras, Nick, porque mis escasos poderes de observación de detective de homicidios no se habían dado ni cuenta en estos catorce años de cuál era tu verdadera identidad sexual, pese a tu metro noventa y dos y tus ciento diecisiete kilos de quejica actitud gay.

—Tu sarcasmo es la principal razón por la que te dejó Alice.

—¿De verdad? —Rivera se lo preguntaba. Alice había dicho que fue porque era demasiado policía e insuficiente marido, pero siempre había dudado de esa afirmación.

—No, pero seguro que estaba en la lista.

—Nick, en todo el tiempo que hace que somos compañeros, ¿he insinuado alguna vez que quisiera hablar de tu sexualidad?

—Pues no más allá de utilizarla para amedrentar a los sospechosos.

—¿Y alguna vez me he ofrecido a comentar los detalles de mi vida sexual con Alice?

—Supuse que no tendrías.

—Bueno, eso ahora no es relevante. Solo te digo que no me molesta que seas como eres.

—¿Quieres decir varonil y fantástico?

—Claro, si te gusta pensar eso. Pero yo me refería más bien a grande y peludo, y con miedo a las niñas pequeñas.

—Es que no se le puede dar un puñetazo, es una cría —gimió Cavuto.

Encontraron aparcamiento en un garaje cerca de Barney’s. Rivera aparcó en zona prohibida (porque podía) y apagó el motor. Se recostó y miró la pared que tenían delante.

—Así que gatos vampiro —dijo Cavuto.

—Sí —repuso Rivera.

—Estamos jodidos —comentó el poli grandullón.

—Sí —dijo Rivera.

6
Los loros vampiro de Telegraph Hill

En la ciudad de San Francisco vive una bandada de loros silvestres. Son periquitos sudamericanos de cabeza roja, con el cuerpo verde brillante y la cara color rojo intenso, algo más pequeños que la típica paloma.

Nadie sabe a ciencia cierta cómo llegaron a la ciudad. Probablemente desciendan de animales capturados en la selva y luego liberados en los cielos de la ciudad cuando resultaron ser demasiado salvajes para servir de mascotas. Sobrevuelan los muelles del norte de San Francisco, buscando fruta, bayas y flores, desde Presidio en la entrada del puente Golden Gate, hasta Pacific Heights, Marina, Russian Hill, North Beach, y hasta el edificio Ferry junto al puente de la bahía de Oakland. Son pájaros sociales, ruidosos y tontos que se emparejan de por vida y anuncian su presencia con una cacofonía de pitidos y trinos que provoca sonrisas en los residentes, maravilla en los turistas y hambre en los depredadores, en su mayoría halcones de cola roja y halcones peregrinos.

Los loros suelen pasar la noche en los árboles de Telegraph Hill, bajo el gran falo de cemento que es la torre Coit, protegidos del ataque de los halcones gracias a la frondosa copa que tienen sobre las cabezas, y de los gatos menos ambiciosos gracias a la altura. Aun así, a veces resultan atacados. Y aunque son criaturas amables, se defienden mordiendo con sus gruesos picos hechos para partir semillas.

Other books

The Art of Murder by Louis Shalako
Choke by Kaye George
Ernie: The Autobiography by Borgnine, Ernest
The Blue Seal of Trinity Cove by Linda Maree Malcolm