¡Muérdeme! (8 page)

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Authors: Christopher Moore

BOOK: ¡Muérdeme!
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—¿Qué pasa? —preguntó Lash, el negro delgado que se había erigido en líder cuando Tommy fue convertido en vampiro, sobre todo porque casi tenía un máster en gestión de empresas, además de porque era negro e inherentemente más enrollado que los demás.

—¡Asesinato, destrucción, hambrientas criaturas de la noche, a cientos! —gritó el Emperador—. Deprisa, por favor.

—Siempre dice eso —dijo Barry, el hombre rana calvo como una boca de incendios que también reponía el jabón y la comida para perros.

—Bueno, y todas las veces que lo ha dicho ha resultado ser cierto —dijo Jeff, el rubio alto ex ala-pívot con la rodilla reventada (comida precocinada e internacional)—. Yo voto por dejarlo entrar.

—Mirad, el retriever va todo vendado. Pobrecito —dijo Troy Lee, el experto en artes marciales del grupo que se ocupaba del pasillo de la cristalería—. Dejadlos entrar.

—Lo que quieres es ventilarte al pequeño en un burrito —dijo Lash.

—Sí, claro, Lash. Como soy chino siento la profunda necesidad de zamparme animales domésticos. Anda, por qué no le dejas entrar antes de que mi fuerza interior china me obligue a usar mi kung-fu en tu culo de cabrón.

Como Lash sabía que solo era el líder mientras le dijera a todo el mundo que hiciera lo que de todos modos querían hacer, y como ya había padecido ese kung-fu en su culo de cabrón, quitó el cerrojo y dejó pasar al Emperador.

Cuando Lash abrió la puerta, el anciano cayó dentro de la tienda. Holgazán y Lázaro dejaron de ladrar y pasaron corriendo por su lado, hacia el fondo del local.

Jeff y Drew sentaron al Emperador ante una de las mesas registradoras y Troy Lee le pasó una botella de agua.

—Tranquilo, majestad, ya hemos pasado por esto antes.

—No como esto. No como esto —dijo el Emperador—. Es una tormenta de maldad. Cerrad la puerta.

Lash puso los ojos en blanco. Sí que habían pasado por eso antes, y cerrar o no la puerta no supondría mucha diferencia si lo que seguía al anciano era un vampiro.

—Nosotros lo protegeremos, alteza —dijo Lash.

—Cerrad la puerta —gimió el Emperador, señalando el escaparate.

Un banco de niebla se desplazaba por el aparcamiento, con una intención más clara de lo previsible en un banco de niebla. Un chillido agudo parecía brotar de la niebla, descompuesto en un chorreo de sonidos, como si lo hubieran sampleado, ampliado y duplicado mil veces.

Los Animales se acercaron al cristal.

—Cierra la puerta, Lash —dijo Clint. Clint nunca daba órdenes.

El borde del banco de niebla bullía con distintas formas: garras, orejas, ojos, dientes, colas; gatos hechos de niebla que avanzaban en oleadas, algunos materializándose parcialmente solo para evaporarse después y volver a integrarse en la nube, con sus ojos rojos moviéndose dentro de la nube como ascuas en una tormenta de fuego.

—Hala —dijo Drew.

—Hala —repitieron los otros.

—Vale, esto es diferente —dijo Troy Lee.

—Mis amigos están desapareciendo por toda la ciudad —dijo el Emperador—. La gente de la calle desaparece. Solo quedan sus ropas y un polvo gris. Los gatos matan todo lo que encuentran a su paso.

—Esto es una putada —dijo Jeff.

—Una putada muy, muy gorda —dijo Barry, cogiendo una de las pesadas barreras divisoras de madera de las cajas registradoras y enarbolándola como un garrote.

—¡Cierra la puta puerta, Lash! —gritó Clint.

—A Jesús no le gusta que uses ese lenguaje —dijo Gustavo, el portero mexicano, que era católico y le gustaba decirle a Clint cuándo se apartaba de Jesús.

La niebla se derramó contra el escaparate y huellas de garras marcaron el plexiglás al instante hasta escarcharlo, como si le hubieran arrojado arena. El ruido era como, bueno, como el de un millar de vampiros arañando plexiglás. Producía dentera.

—¿Alguien ha traído armas? —preguntó Troy Lee.

—Yo he traído hierba —dijo Drew.

Una garra de gato de niebla se filtró bajo la puerta y arañó el borde de las playeras de Lash. Este cerró la puerta, se guardó la llave y retrocedió.

—Bueno, es la hora del descanso —dijo—. Reunión de grupo en los vestidores.

Jared

Al otro lado de la ciudad, en el dormitorio de un moderno loft del elegante barrio SOMA, el aspirante a follarratas Jared Lobo Blanco alzaba la mirada del tobillo dolorido que se estaba frotando para ver entrar en la habitación a una pelirroja completamente desnuda. El pelo le llegaba a la cintura como una gran capa rizada que enmarcaba su figura, perfecta y tan blanca como una estatua de mármol. En la mano derecha sostenía la daga de doble filo de Jared.

Jared se subió a la cama de espaldas, trepando como lo harían los cangrejos.

—Yo, yo, yo, es, es, es… Abby me obligó.

—Tranquilo, Manostijeras —dijo Jody—. Será mejor que me traigas cuanto antes una de las bolsas de sangre de Steve, si no quieres acabar el instituto convertido en un montoncito de polvo grasiento. La condesa está sedienta.

8

Las crónicas de Abby Normal,

sumida en la doble desgracia de un destino desesperanzado

¿Conocerán los condenados al infierno el sufrimiento que supone cargar con un día entero de culpabilidad materna acumulada en humeantes pilas de guano de murciélago sobre mi peinado de pelos en punta color magenta? (Elegí las puntas magenta con bordes violeta para manifestar mi indignación porque me sacaran a rastras de mi casa y me encerraran con la cruel robomamá y mi asquerosa hermana pequeña Ronnie.) Era evidente que madre nos consideraba demasiado jóvenes para irnos a vivir juntos a la semana de conocernos, y a un apartamento robado a dos no muertos junto con su absurdo montón de pasta. Y aunque en realidad no sabía nada de la parte de los no muertos y de la pasta, había dejado muy clara su posición.

Pues eso, que me puse mi vestido de novia de tartán rojo con el velo negro y había decidido tirarme el día entero de morros en un rincón de la salita de estar, parando solo para enviar mensajes de texto a Fu manifestándole cuánto sufría echándolo de menos y para cambiar de canal y eso, cuando me llamó Jared por el fijo de la guarida de amor.

Y voy yo y le digo: «Habla, mamporrero de cadáveres».

Y Jared me suelta: «¡ODMHP! La condesa se ha escapado, y estaba toda desnuda, pero ya no, y se ha manchado de sangre todo tu corsé de cuero, y tienes que venir pero ya, porque las ratas están de lo más frenéticas y necesitamos una sierra para metales y una lima».

Y yo suelto: «Oh, oh».

Y Jared: «Lo sé. Lo sé. ¡ODM! ¡ODM!».

Y yo: «¿Está cabreada?», mientras parecía estar mucho más calmada de como me sentía.

Y Jared se calla por un segundo como si se lo estuviera pensando, y entonces va y dice: «Se ha puesto tu ropa y tiene sangre por toda la pechera y está asintiendo y me enseña los colmillos y eso».

Así que empiezo a tener algo de perspectiva, como cuando eres una cría y piensas que es una mierda tener que poner mantequilla de cacahuete hidrogenada en tu sándwich de mermelada y mantequilla de cacahuete, y luego ves uno de esos anuncios con niños hambrientos con moscas en los ojos, que ni siquiera tienen un sándwich, y tú piensas: «Eso sí que es una mierda». Pues eso, que empiezo a pensar que igual no es tan malo estar castigada en la fortaleza de Fillmore de la unidad materna si lo comparamos con tener a la condesa desahogando su rabia contigo por haberla encerrado en bronce.

Así que le suelto: «Es un asco ser tú, Jared. Bye», y le cuelgo.

Y pasan como cinco minutos, que me los tiro en el rincón repitiendo «Ay mierda, ay mierda, ay mierda» y eso, y suena el fijo. Y Ronnie va y me dice desde su habitación que si voy a cogerlo.

Y yo: «Creía que estaba descolgado».

Y ella: «Será mamá controlándote, así que será mejor que lo cojas».

Y yo: «Ronnie, contesta tú o te asesinaré cuando duermas y tiraré tu cuerpo a la bahía».

Y ella: «Vale».

Y luego: «Es para ti. Una chica llamada Jody». Y Ronnie se para ante mí con su cabeza afeitada y sacando su inexistente cadera en plan «la cagaste, putón».

Y yo suelto: «¡Mierda puta!». Y cojo el teléfono, y digo: «¡Hola, tengo amnesia y no recuerdo nada de los últimos dos meses!». Y es que ¿qué se le dice a alguien al que has bañado en bronce?

Y va la condesa y dice: «No estoy enfadada, Abby».

Lo cual era una mentira total porque podía notar que estaba enfadada. Tenía ese tono de madre de «No estoy enfadada», aunque solo tiene como veintiséis años en tiempo real.

«¿Entonces no me vas a matar?»

«Ya lo hablaremos. Ahora necesito que me consigas una taladradora y una sierra para metal con muchas hojas de repuesto y que vengas al loft.»

Y yo digo: «No sé dónde conseguir esas cosas, y Fu está en el trabajo, y yo estoy castigada, y mañana tengo que ir a clase. Tengo examen, así que no puedo faltar, ¿y para qué necesitas eso, ya puestos?».

Y va ella y suelta: «Consigue esas herramientas y ven ya. Tommy sigue atrapado en la estatua y tenemos que sacarlo».

Y yo pienso Ups. Pero simulo calma y suelto: «¿No puede salir del mismo modo que tú?».

Y la condesa: «Tommy no sabe cómo convertirse en niebla, que es como me he escapado yo, y lleva atrapado ahí desde hace… ¿Cuánto tiempo, Abby?».

«Oh, como un par de días. Lo tengo todo muy borroso desde que me di el golpe en la cabeza.»

Entonces la escucho decir: «Jared, ven aquí. Quiero que Abby oiga cómo se rompe tu cuello».

«Vale, como cinco semanas. Joder, condesa, ¿no nos estamos pasando?»

«Ven ya, Abby.»

Y va y cuelga.

Así que le escribo un mensaje a Fu: CONDSA FUERA, NCSTO SIERRA TLDRDORA YA.

Y él responde: ¿QCÑ? ¿QCÑ? ¿QCÑ? ¿FUERA? ¿QCÑ? FERRTRÍA ACE, CALLE CASTRO.

(Lo sé. ¡Cuatro QCÑ! Fu siente una profunda curiosidad intelectual por las cosas. La semana pasada me preguntó durante veinte minutos cómo era tener clítoris. Y yo me limité a repetir: «Está bien». Lo sé, soy una retrasada. No se me ocurrió nada más. Tengo que aprender francés. Tienen como treinta y siete palabras para nombrar el clítoris. Es como los esquimales con la nieve, solo que, bueno, es más difícil construir un iglú con eso.)

Pues eso, que le escribo: OKGRCSCIAO <3

Y le digo a Ronnie que le diga a mamá que creo que tengo ántrax en el cepillo de dientes y que debo ir a Walgreens a comprar otro y que enseguida vuelvo. Entonces me pongo la chupa con verrugas solares, por si los mininos vampiro y eso, y cojo el autobús F hasta la calle Castro y entro en la ferretería Ace. Y allí noto mogollón la animosidad que brota del Chapuzas Bob con delantal rojo que atiende, y le suelto: «¿Qué pasa? ¿Es que nunca has visto un vestido de novia?».

Y va él y dice: «No, me encanta el vestido, la chupa; todo el conjunto, es fabuloso».

Y yo le digo: «¿De verdad? Gracias. Mola tu delantal. Necesito una sierra y una taladradora».

Y va él y me dice: «¿Para qué?».

Y yo le suelto: «¿Quieres un justificante de mi madre? Dame una puta sierra y una taladradora. Voy mal de tiempo».

Y él: «Lo pregunto porque tenemos como treinta clases de taladradoras».

Y yo: «Oh. Necesito liberar a mi Señor Oscuro del caparazón de bronce en que lo aprisioné».

Y él: «Oh, haberlo dicho antes». Y me lleva a la boutique del taladro donde elijo uno negro y rojo que va con mi vestido, y Bob elige una sierra que no le iba nada, pero no quise herir sus sentimientos y le dije que era très beau, que significa que mola en francés.

Vale, así que mientras pago por todo, digo: «¿Cómo es que seguís abiertos a medianoche?».

Y Bob dice: «Ya sabes cómo es esto; nunca se sabe cuándo va a aparecer alguien que necesita liberar o atar a su Señor Oscuro en plena noche».

Y yo suelto un «Aggg». Porque no me va esa mierda. Solo me va el sadomaso y el bondage en lo referente al guardarropa. Intenté cortarme una vez para expresar mi dolor porque Tommy (mi señor Flood) me rechazaba, pero ODMHP dolía de cojones. Me va la automutilación tanto como al que más, que para eso tengo ocho piercings y cinco tatuajes, y algunos dolieron de cojones cuando me los hice, pero me los hicieron profesionales y así puedes echarle la culpa a otro. De hecho, conozco a un tío en Haight que te tatúa gratis si eres chica y le gritas todo el rato, lo cual no resulta muy difícil cuando alguien te hurga con una aguja eléctrica. Cuando me hizo las alas de murciélago le grité tanto que estuve afónica dos días.

Pues eso, que cojo el autobús F que cruza la ciudad y las tres manzanas de Market hasta el loft, pero con la mano en el botón de la chupa de verrugas solares por si acaso me emboscaban Chet o sus colegas mininos vampiro, porque con mi vestido de novia no puedo correr pero nada, que las hebillas de mis botas de motocross con plataforma se enredan con los encajes, así que toca ¡aguantarse y luchar o morir, cabrones! Pero no apareció ningún minino vampiro.

El caso es que consigo llegar al loft y entro en plan «¡hola, condesa, te traigo la taladradora!», happy como un oso amoroso que ha tomado crac, aunque igual era un error, porque está demostrado que se tiende a asesinar a los pesados que siempre se pasan de happy. Y me quedo en plan «¿QCÑ pasa, vampira?» porque no tiene su aspecto normal, que es el de tía buena hemofílica, sino que está pálida como el papel de impresora. E ignoro el hecho de que se ha puesto una de mis faldas largas y el bustier negro sin pedirme permiso, y encima le bustieriza mucho más que a mí, lo cual es como insultante. Y voy y le digo: «¿Estás bien, condesa? Pareces un poco pálida».

Y Jared va y dice: «Tenías que haberla visto antes de beberse las bolsas de sangre».

Y de pronto me siento como una mierda pinchada en un palo porque es evidente que se ha puesto copito de nieve por estar encerrada sin alimentarse. Así que le digo: «Lo siento, solo quería que estuvierais juntos por toda la eternidad, y no pensé que pudiera pasaros esto».

Y ella dice: «Luego, Abby», y me coge las herramientas y va hasta la estatua y se pone a taladrar y aserrar y eso.

Y yo le digo: «¿Cómo has salido?».

Y ella: «Aquí el niño rata estaba bailando y cortó el bronce con su daga».

Y Jared replica: «No estaba bailando. Había tomado algunos expresos y les estaba contando mi novela y perdí el equilibrio por tus estúpidas botas».

Y yo: «No se le puede dar cafeína, condesa. Su tía le regaló por Navidad una tarjeta del Starbucks de cien dólares y hubo que intervenir».

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