Authors: Christopher Moore
Fu fabricó ese suero suyo. Atrajimos a los Animales a nuestro nido de amor y los drogué mientras yo llevaba puesta la pasada de chupa de cuero que me hizo Fu, verrugas ultravioleta incluidas, que es guay y cíber, y Fu los convirtió en humanos. Y el viejo chiflado del Emperador dijo que vio a tres vampiros jóvenes llevarse al viejo vampiro y a la fulana que antes era azul a un yate giganorme, así que ya no tenemos que preocuparnos por ellos.
Fu quiere sacar a Flood y a Jody de sus estatuas de bronce cuando sea de día, mientras duermen, y convertirlos en humanos. Pero la condesa no quería, así que creo que debemos esperar. Tenemos este apartamento très guay, y toda la pasta, y Fu está a punto de sacarse el máster de bioempollón o lo que sea, y yo solo tengo que pasar por casa como dos veces por semana para que la unidad materna siga creyendo que vivo allí. (El truco está en condicionarla desde los doce años para que crea que dormir fuera es normal. Lily, mi antigua APS con la que lo hacía, lo llama «asar despacio la rana», cosa que no sé lo que significa, pero suena de lo más siniestro y misterioso.)
Así que estamos a salvo en nuestro nido de amor y en cuanto Fu vuelva a casa pienso recompensarlo con una insinuante danza de caderas de amor prohibido. Algo chilla fuera. Ahora vuelvo.
¡Mierda puta! Chet, el enorme gato vampiro afeitado, está en la calle. Parece más grande, y creo que se ha comido a una controladora de la hora. Su cochecito se aleja y en el suelo hay un uniforme vacío.
¡Gatito malo! Tengo q irme. Ciao.
1. La condesa Abigail von Normal es:
A: La señora sustituta de las noches de la zona de Gran Bahía.
B: Un pibón gótico consumido por la banal desesperación de la existencia.
C: Nada de happy, sino siniestra, compleja y très misteriosa.
D: Todo lo anterior, y quizá más.
2. El vampiro Flood y su hacedora nosferatu, la condesa Jody, están aprisionados dentro de un caparazón de bronce en la pose de El beso de Rodin porque:
A: Su amor es eterno y sus entrelazadas almas vivirán hasta el fin de los tiempos sumidas en un romántico abrazo.
B: Fu y yo estamos seguros de que la condesa FMTP (Flipará y Matará Todo lo que Pille) cuando descubra nuestro plan para convertir a los Animales en humanos.
C: Nos gusta mirar a nuestros amigos, desnudos y cubiertos de bronce, porque nos pone cachondos.
D: No puedo creer que hayas elegido la «c». Deberían tatuarte una enorme «P» en la frente para que la gente no pierda el tiempo en descubrir el perdedor giganorme que eres. Te gustaría que Fu y yo necesitáramos preludios pervertidos para estimular nuestras sesiones de sexo orgásmico, espiritual y de puta madre. Créeme, el sol llora al no poder vivir la abrasadora pasión de nuestros polvos.
3. Pese a los mitos inventados por los celosos moradores diurnos, un nosferatu solo es vulnerable a los efectos de:
A: Ajo. (Claro, porque la pizza y el aliento de los veganos acaban con su poder ancestral.)
B: Cruces y agua bendita. (Ya, porque las criaturas de oscura maldad le tienen canguelo al niñito Jesús.)
C: Plata. (Ajá, como el aluminio, porque eso tiene lógica.)
D: La luz del sol.
4. El mayor reto al que nos enfrentamos Fu y yo como esbirros es proteger a nuestros Señores Oscuros, la condesa y Flood, de:
A: La policía, concretamente del inspector River y su despistado oso gay Cavuto.
B: El viejo vampiro carroza y su misteriosa banda de vampiros elegantes.
C: Los Animales, que son la panda de vagos porreros del turno de noche del Safeway de Marina.
D: Todo lo anterior y yo qué sé qué más.
5. La mejor oportunidad que tenemos de vencer a Chet, el enorme gato vampiro afeitado es:
A: Con ratones ninja.
B: Con un gran abrazo llevando puesta mi pasada de chupa ultravioleta, cosida para mi protección por mi mencionado esclavo sexual Fu.
C: Un plato de sangre de atún con sedantes y sabor a culo de gato. (Observé que a Chet, en su anterior forma mortal, le gustaba el sabor a culo de gato.)
D: Crear un rottweiler vampiro para estropear a Chet la visión que tiene del mundo.
E: Será «b» o «c», pero para nada «d». ¿A que «a» sería très guay? ¡Ratones ninja!
Respuestas:
1: D, 2: B, 3: D, 4: D, 4: E.
Puntuación:
5. Molas mogollón de gominolas.
4. Perdedor.
3. ¡
Très
perdedor!
2. Tan perdedor que das pena a los perdedores.
0-1. Eres tan perdedor que resultas contagioso. Tírate por el primer puente que veas.
Tommy
Cuando llegó a San Francisco, Tommy Flood compartió una habitación del tamaño de un armario con cinco chinos llamados Wong, que querían casarse con él.
—Es horrible, es como estar atrapado en una caja de pollo kung pao para llevar —había dicho Tommy, y aunque en absoluto había sido de ese modo, y Tommy solo usaba un lenguaje colorista por considerarlo su deber como escritor, el piso sí que estaba abarrotado y olía mucho a ajo y a chinos sudados.
—Creo que me querían dar por detrás —había dicho Tommy—. Yo soy de Indiana, y allí no nos van esas cosas.
Resultó que a los chinos tampoco les iban esas cosas, sino que, de hecho, lo que les interesaba era conseguir la tarjeta de residencia.
Por fortuna, solo una semana después, en el aparcamiento del Safeway de Marina, donde trabajaba por las noches, conoció a una preciosa pelirroja llamada Jody Stroud, que lo rescató de su confinamiento con los chinos, dándole amor, un bonito apartamento estilo loft y la inmortalidad. Por desgracia, algo más de un mes después de aquello, su esbirra, Abby, los bañó en bronce mientras dormían, y Tommy despertó una noche para descubrir que no podía mover ni un músculo pese a su gran fuerza vampírica.
—Preferiría estar atrapado en una caja de pollo kung pao para llevar —habría dicho Tommy de poder decir algo, que no podía.
Mientras tanto, a su lado y compartiendo el mismo caparazón de bronce, su amada Jody flotaba en estado de somnolencia, un efecto colateral de convertirse en niebla, truco que había aprendido de Elijah Ben Sapir, su creador vampiro. Entre el sueño de los muertos del día y el flotar convertida en niebla, Jody podría soportar décadas encerrada en la estatua. Pero no había tenido tiempo de enseñar a Tommy a hacerlo. Así que, al ponerse el sol, sus sentidos de vampiro se encendían como el neón y experimentaba hasta el último segundo de su confinamiento con una intensidad eléctrica que casi le hacía vibrar dentro de su cascarón, como un depredador alfa dando vueltas en la jaula de su mente y destrozando su cordura. Por supuesto, hizo la única cosa que podía hacer: volverse loco de atar.
Chet
Tendría que lamer como un kilómetro de culo de gato para quitarse de la boca el sabor a controladora de aparcamiento, pero estaba dispuesto a hacerlo. Golpeó el suelo con un par de patadas traseras que atravesaron el polvo que eran los restos de la agente, y cruzó la calle para entrar en el callejón, donde se hizo un ovillo en la oscuridad y se dispuso a quitarse el sabor a humano.
Aunque solo hacía algo más de un mes que el viejo vampiro había convertido a Chet, ya estaba perdiendo toda conciencia de su antiguo ser. Había pasado mucho tiempo desde que se pasaba el día en la calle Market, durmiendo junto a William, el sin techo que se ganaba la vida con un vaso de plástico y un cartel que decía: «Soy pobre y mi gato es enorme». Porque Chet era muy grande y, aunque buena parte de su volumen era debido al pelo, había llegado a pesar quince kilos setecientos gramos con su dieta de hamburguesas a medio comer y patatas fritas donadas por los viandantes que pasaban ante el McDonald’s.
Ahora Chet cazaba por las noches, alimentándose casi de cualquier criatura de sangre caliente que pillara: ratas, pájaros, ardillas, gatos, perros y hasta algún humano ocasional. Al principio solo fueron borrachos y otros sin techo, y la primera vez que bebió de uno, de su amigo William, que se convirtió en polvo ante él, aulló, huyó y se escondió bajo un contenedor durante el resto de la noche y todo el día siguiente. No sintió arrepentimiento, solo hambre y la euforia del subidón de la sangre. Era algo que iba más allá de la satisfacción de matar, algo claramente sexual, algo que nunca había sentido cuando era un gato normal, ya que en el refugio de animales lo habían capado de cachorro. Pero Chet había descubierto que, al igual que sus contrapartidas humanas, junto a la fuerza, la agilidad y unos sentidos mucho más agudizados que los de los humanos vampiro, también había recuperado la perfección física. En otras palabras, que le funcionaba el aparato.
Descubrió que, poco después de matar, necesitaba copular con algo, y que cuanto más se retorciera y gimiera, mejor. Captó el olor de una hembra en celo por encima de la peste a tubo de escape de los autobuses, a comida cocinándose y a esquinas bañadas en orines que invadía la ciudad. Igual estaba a un kilómetro de distancia, pero la encontraría con sus nuevos sentidos agudizados.
Una oleada de excitación le recorrió la columna bajo el pelo, que le había vuelto a crecer en su mayor parte desde que los humanos lo afeitaron, copularon delante de él y bebieron su sangre, lo cual sirvió para traumatizar de entrada su pequeña consciencia de gatito antes de convertirse en vampiro, despertando en él un sentimiento nuevo que estaba cultivando como gato vampiro: la venganza. Pues sus sentidos no eran lo único que había aumentado en la metamorfosis. Su cerebro, que antes era un bucle de «comer-dormir-cagar, repetir», estaba adquiriendo nueva consciencia, haciéndose más grande a medida que crecía su cuerpo. Ya pesaba sus buenos veintisiete kilos, y era casi tan listo como un perro, cuando antes apenas era algo más listo que un ladrillo. Perro. El odiado. Había rastros de perro en el aire. Acercándose. Podía olerlo, olerlos, a los dos. Y ahora podía oírlos. Dejó de lamerse el culo y chilló como un lince electrocutado. El barrio entero respondió con el coro de aullidos de una docena de otros gatos vampiro.
El Emperador
—Tranquilos, amigos —dijo el Emperador. Posó la mano en el cuello del golden retriever y rascó bajo la barbilla del terrier de Boston que se retorcía dentro del enorme bolsillo de la gabardina del Emperador como un histérico canguro mutante blanquinegro de ojos saltones.
—¡Gato! ¡Gato! ¡Gato! ¡Gato! ¡Gato! —ladraba Holgazán, empapando la mano del Emperador con saliva perruna—. ¡Gato! ¡Matar, dolor, fuego, malo, gato! ¿Es que no lo hueles? ¡Por todas partes! Debo cazar, cazar, cazar, morder, morder, morder, suéltame viejo ignorante y loco, intento salvarte, por el amor de Dios, ¡Gato! ¡Gato! ¡Gato!
Desgraciadamente, Holgazán solo hablaba perro, y aunque el Emperador se daba cuenta de que el terrier estaba alterado, no tenía ni idea del porqué. (Cualquier traductor de perro sabe que solo la tercera parte de lo que decía Holgazán quería decir algo. El resto solo era ruido que necesitaba hacer. Con el habla humana pasa lo mismo.) Lázaro, el golden retriever que llevaba dos meses combatiendo vampiros de forma ocasional, al ser de carácter más reposado, estaba mucho más tranquilo con la situación, pero debía admitir que, pese a la tendencia de Holgazán a exagerar, el olor a gato en el aire era muy fuerte, y lo más preocupante es que no era solo a gato, sino a gato muerto. A gato muerto que camina. Espera, ¿qué era eso? No era a gato, sino a gatos. Oh, eso no pintaba bien.
—Tiene razón en lo del gato —insistió Lázaro, empujando la pierna del Emperador—. Debemos dejar este barrio, quizá ir hacia North Beach por si a alguien se le ha caído cecina de vaca o algo así. Me apetece la cecina. O podemos quedarnos y morir. Me da igual. Me conformo.
—Tranquilos, chicos —dijo el Emperador, ya alertado de que algo iba mal. Se arrodilló, sus rodillas crujieron como bisagras oxidadas, y miró a su alrededor mientras masajeaba la zona entre las orejas de Holgazán como si las estuviera ablandando para hacer bizcochos de seso de perro. Era un hombre tempestuoso, de enormes hombros y barba gris, aguda inteligencia y ferozmente leal a los habitantes de su ciudad. Llevaba viviendo en las calles de San Francisco desde que alcanzaba la memoria, y si bien los turistas lo consideraban un despojo harapiento y sin hogar, los ciudadanos lo consideraban parte del lugar, una referencia móvil, un espíritu y una conciencia, y la mayoría lo trataba con la deferencia que mostraría ante la realeza, pese al hecho de que estaba como una cabra.
La calle estaba desierta, pero a media manzana de distancia se veía el cochecito de tres ruedas de un agente de tráfico de la policía de San Francisco, detenido tras un Audi mal aparcado. Las giratorias luces amarillas de advertencia se perseguían a sí mismas por los edificios circundantes como una Campanilla ictérica y borracha, pero no se veía a ningún policía.
—Qué raro. Hace mucho que no debería haber controladoras de aparcamiento trabajando. Igual tendríamos que investigarlo, caballeros.
Antes de que el Emperador pudiera incorporarse, Holgazán saltó del bolsillo y fue directo hacia el cochecito, animándose en su carga con un arrebatado staccato de ladridos. Lázaro salió tras el cohete peludo blanquinegro y el anciano les siguió tranquilamente, todo lo deprisa que podían llevarlo sus largas y artríticas piernas.
Encontraron a Holgazán al otro lado del Audi, esnifando y resoplando dentro de un uniforme de policía vacío y cubierto de un polvo fino y gris. El Emperador abrió mucho los ojos. Retrocedió por la acera y se paró contra la puerta de salida de incendios de uno de los locales industriales que se alineaban en la calle. Había visto eso antes. Sabía lo que era. Pero había creído su ciudad libre de villanos chupasangres desde que vio en la bahía al viejo vampiro y a sus acompañantes alejarse a bordo de un enorme yate. ¿Qué estaba pasando ahora?
Un sonido estático brotó del cochecito de policía: la radio. Llamar. Alertar a su pueblo del peligro. Se acercó al cochecito, abrió con torpeza la puerta y cogió el micrófono.
—Hola —dijo al micrófono—. Aquí el Emperador de San Francisco, protector de Alcatraz, Sausalito y la isla Treasure: quisiera informar de un vampiro.
La radio siguió crujiendo y voces lejanas flotaron como fantasmas en el éter, sin ninguna interrupción.
Lázaro se acercó al anciano y ladró con fuerza.
—Tienes que apretar el botón. Tienes que apretar el botón.