Read Mi amado míster B. Online
Authors: Luis Corbacho
—¿A qué te referís con estimular?
—¡Esto parece una clase de reproducción sexual para estudiantes de primaria! Se ve que te falta calle, querido. Estimular es acariciar, tocar, pasar el dedito... ¿me seguís?
—Te sigo.
—También me dijo que quien recibe tiene que hacer fuerza para afuera, como si estuviera defecando...
—¡Qué asco!
—¡No me interrumpas! Y que antes del acto es conveniente comer algo liviano y, en todo caso, ir al baño.
—¡Eso es una porquería! —dije resignado, abandonando mi postre de chocolate que estaba por la mitad.
—Pará, que me falta el tema lubricación. Supongo que eso lo sabrás, en la farmacia venden lubricantes especiales para relaciones anales que son buenísimos, dejan que todo entre y salga con un efecto similar al fluido vaginal.
—Sí, ya probé con eso, pero fue un fiasco. El dolor lo sentís igual.
—Bueno, corazón, si tu problema es el dolor yo tengo la solución. La doctora me recomendó que pruebe con una crema anestésica para las hemorroides, que te la aplicás cinco minutos antes de la penetración y no sentís nada.
—¿Y probaste?
—Claro, es buenísima. Esa noche dejé que el pibe, con el tremendo pedazo que tenía, me coja por atrás dos veces seguidas.
—¿Y te gustó?
—Me encantó, fue un flash, no tanto por el placer que sentí yo, sino por ver gozar a mi novio como nunca.
—Claro, es más por el placer del otro que por el de uno.
—No, mi amor, no te olvides que ustedes los varon-citos tienen el punto «g» ahí adentro, y que una buena cogida los puede hacer ver las estrellas. Haceme caso, tenés que probar. Mis amigos gays dicen que es lo mejor que les pasó en la vida. Che, creo que está sonando tu celular.
—Sorry, bancá un segundo. ¡No! ¡Es la pesada de Mariana! Esperame un toque. Mariana, ¿todo bien?
—¡Martín! ¿Se puede saber dónde te metiste? ¡Estamos de cierre y vos te vas una hora a almorzar con la arrastrada esa! Y yo... yo ni siquiera pude parar a comerme un sándwich...
—Voy para allá, ¿querés que te compre algo?
—No, ando tan nerviosa que no creo que pueda probar bocado.
—Mirá que estoy al lado de la panadería...
—Bueno, dale, traeme dos de esas medialunas con jamón y queso, y ya que estás cómprate una torta para el té, que los chicos deben estar muertos de hambre. ¡Pero apúrate!, que quiero que veamos juntos la pauta.
—Voy, chau.
Colgué. Gorda de mierda, me tenés podrido, pensé.
—Sorry, Lola, me tengo que ir.
—Pará, pará. No voy a dejar que te vayas sin que me digas lo más importante —dijo con una sonrisa maliciosa, que dejaba al descubierto el piercing de su lengua.
—Dale, preguntá. ¿Qué querés saber?
—¿Cómo viene tu chico? ¿Small, large o extralarge? A lo mejor te duele porque la tiene muy grande...
—No tengo idea porque no vi muchas. La verdad, no sabría decirte —respondí, algo nervioso.
—Dale, a mí no me vengas con ese cuento. Confesá.
—Lo siento, my darling. Una dama debe saber guardar sus secretos, y lo que me pedís es información estrictamente confidencial, así que olvídate...
mi amor
el jueves a medianoche viajo a ver a las niñas, muero por verte, dime una cosa, pero con total franqueza, te gustaría viajar el fin de semana a lima y que nos encontremos allá? el viaje desde buenos aires dura unas cuatro horas, anímate, estaré en un hotel muy bonito, cerca de la casa de las niñas, y me encantaría tenerte en mi cama, qué dices?
te quiero siempre.
qué bueno!!! me encanta la idea de vernos pronto, no sabés la ilusión que me hace! yo feliz de viajar a lima o a donde sea con tal de verte, gracias por la invitación, yo también muero por verte.
te amo.
te hice la reserva en taca, podrías viajar el viernes a las siete de la mañana... o prefieres el sábado a la misma hora? llegarías a lima a las diez de la mañana, en cuanto al regreso, el vuelo sale a las nueve de la noche de lima, prefieres volver el domingo a la noche o el lunes a la noche? yo tomaría el avión a miami el lunes a las seis de la mañana.
besos, te quiero.
gracias por hacerte cargo del pasaje, sabés que en este momento para mí es imposible viajar tanto, creo que lo mejor sería que salga el viernes y vuelva el domingo, ya avisé en la revis que iba a faltar, cosa que Mariana no tomó muy bien porque sabe que voy a verte y se muere de celos.
lo único que me preocupa es que estés ocupado con las nenas y yo te quite ese tiempo tan importante para vos. no sé, sólo te pido que no te sientas obligado a nada, ok?
bueno, me alegro tanto de que esté todo arreglado y nos podamos ver en unos días! estoy feliz.
besos.
gracias a vos, mi niño precioso, yo también estoy feliz de que podamos vernos pronto, si tienes que volver el domingo a la noche, casi mejor que vueles a lima el viernes temprano para que no sea tan corto el viaje, yo llegaría el viernes a las seis de la mañana y vos como a las diez u once de la mañana.
no te preocupes, que estaremos juntos en las noches y parte del día, y estaré con mis hijas sin descuidarte. besos, te extraño.
buenísimo!! entonces salgo pasado mañana, ya tengo todo listo, no sabés las ganas que tengo de abrazarte, cuento los días!!
hey! escribí mi amor pero borré y puse hey! pero en realidad quería decirte que te amo y que yo también muero por abrazarte, pero creo que es muy loco que vengas a lima sólo dos días porque tengo que dedicarme a las niñas, igual me da pena, te extraño tanto, nunca extrañé a nadie como a vos. no dudes eso. pero tengo miedo de que en lima, solo todo el día en el hotel, te sientas abandonado, te quiero mucho, besos.
no puedo creer que me cambies de planes a solo unas horas de viajar, para qué mierda me invitás, si después, a último momento, te arrepentís? y yo que estaba planeando un futuro viaje a miami, que estoy sufriendo con el tema de la visa, todo para que me digas que mejor preferís no verme? no creo que me ames, que me extrañes y que mueras por abrazarme como decís en tus mails. si eso fuera verdad, harías todo lo posible para que estemos juntos, aunque sea un fin de semana, no tenés idea de lo mucho que me decepcionaste.
adiós.
mi amor: no me digas adiós, no estés triste, quiero verte pero no sé qué hacer porque siento que debo estar con mis hijas, te llamaré enseguida, te quiero, no te pongas así. no seas tan impaciente, no dudes de mi amor por vos. comprende por favor que las niñas me necesitan, besos.
ya está todo dicho, no hace falta que me des más explicaciones, entiendo que debas estar con tus hijas, pero no estoy dispuesto a soportar tus repentinos cambios de opinión, cuando tengas las cosas más claras, hablamos.
amor mío: acabo de llegar a lima, te extraño, me arrepiento de no haber sido más audaz, me dio miedo lastimarte, soy un tonto, perdóname, muero por verte, te extraño, sería tan rico abrazarte en la cama y dormir con vos. te quiero.
Viernes a la mañana. Se supone que debería estar arriba de un avión, pero no, estoy sentado en el putomóvil, camino a la revista, odiando al boludo de Felipe y pensando un montón de cosas horribles. Me tiene las bolas llenas. ¿Quién se cree que es este tarado para invitarme y arrepentirse? Encima le dije a todo el mundo que hoy no iba a trabajar porque viajaba a ver a mi chico y acá estoy, yendo a la puta redacción. ¿Y si falto y miento y digo que el viaje estuvo divino? No, no puedo ser tan pendejo. Además, hoy tengo mil cosas para hacer en el laburo, y a la noche es la fiesta de cumpleaños de Juli, la diseñadora, y van a estar todos los de la revista y no me pienso quedar encerrado en casa llorando por este forro. ¡No! Voy a decir la verdad, que el boludo se arrepintió y que no pienso volver a verlo. Mejor así, mejor que todo el mundo sepa que estoy libre y me presenten a alguien más interesante, alguien que por lo menos viva en mi misma ciudad, que no sea tan mentiroso como este peruano charlatán.
Llego a la revis, estaciono el auto, entro y pongo mi mejor cara de feliz cumpleaños. Apenas traspaso la puerta, comienza el bombardeo de preguntas: «¿Qué hacés acá, no te ibas?», «¡Martín! ¿No viajabas a Lima?», «Y el viaje, ¿se suspendió?», «¿Qué pasó, te peleaste con Felipe?».
—Hubo cambio de planes —contesto en seco, y sin decir nada más me instalo en mi escritorio. Suena el celular, atiendo desganado. -¿Sí?
—Martín, soy Felipe. —Ah.
—Estoy en el hotel. Sólo quería pedirte perdón y decirte que te amo y te extraño y me encantaría que vinieras.
—No, ya está —digo con las primeras lágrimas en los ojos—. Estoy en la revista, así que olvídate. Entiendo perfectamente que quieras estar con tus hijas, pero eso de «vení, no vengas» no te lo voy a perdonar.
—No digas eso, pues. Entiende que para mí todo esto es muy complicado, pero quiero que vengas, en serio. Yo te amo.
No sé qué contestarle. Ya me pidió perdón, ya me dijo que me amaba, se entregó, dejó de lado el orgullo y hasta me suplicó que fuera. ¿No es eso suficiente? No, que sufra, se lo merece.
—Hagamos una cosa —dice ante mi silencio—. Hay un vuelo en Aerolíneas Argentinas para hoy a las seis de la tarde. Yo ya mandé a comprar el ticket. Si quieres, vas al aeropuerto y en el counter te van a dar tu pasaje. Sólo puedo decirte que me hace mucha ilusión que vengas.
—Gracias —alcanzo a decir con la voz entrecortada por el llanto contenido.
—De nada. Haz lo que tengas ganas. Te llamo en unas horas para confirmar que esté todo bien.
—Ok.
—Dime que me quieres.
—Chau —me despedí, y corté
—¿A qué hora sale el avión? —preguntó Gonza, mi mejor amigo.
Íbamos camino al aeropuerto. Gonza manejaba porque a mí siempre me da flaca y a él le fascinan los motores.
—A las seis, así que apúrate, manejá lo más rápido que puedas, que tengo que estar dos horas antes para chequear el tema del pasaje.
—¿Qué le dijiste a tu vieja?
—Que me iba el fin de semana a Lima a entrevistar a Felipe Brown, ¿no es gracioso?
—¿¡Vos sos boludo!? ¿Por qué no le inventaste otra cosa?
—No sé, para joder —dije tras una risa exagerada.
—¡Te pegó mal el porrito! Pasámelo, que no me dejaste fumar un carajo.
—Tomá, sorry, no me di cuenta, es que estaba tan nervioso con esto de viajo-no viajo que necesitaba relajarme un poco. Después te dejo guita y comprás otra piedra.
—¡Uy! ¡La cana! —gritó Gonza, aterrado.
—¡No! ¿¡Por qué lo tiraste!? —pregunté sin entender.
—No ves, allá adelante, ¡está la policía parando autos! Si me llegan a agarrar con faso estoy cagado.
—¡Mierda! ¿Y no tenés más?
—Sí, pero en casa. ¡Qué verga! ¡Canas del orto!
—Bueno, mejor, porque si llegaba re loco al aeropuerto era capaz de perder el vuelo. ¡Por ahí, Gonza, mandate donde está el ramal a Ezeiza!
—Sorry.
Se hizo un silencio. Los dos estábamos un poco volados, cada uno en su mundo.
—¿Creés que hago bien en ir? —retomé la conversación.
—¡Claro! Yo con tal de salir un rato de esta ciudad de mierda me tomo un avión a cualquier lado.
—No, boludo, yo lo decía por el tema Felipe.
—¿Qué tiene?
—¿Cómo que qué tiene? Que me invitó y después se arrepintió. ¿En qué planeta vivís?
—Ta todo bien, ya te pidió perdón, ya fue, no jodas.
Para Gonza siempre está todo bien. Nunca una objeción, una crítica, ni siquiera un consejo sabio, nada. Por eso lo quiero. Por eso es mi mejor amigo. Por eso nos llevamos tan bien. Con Gonza no hace falta decir muchas palabras para entendernos. Basta con llamar a su celular o caminar una cuadra hasta su casa para disfrutar de su compañía. Escuchamos la misma música, miramos los mismos programas, salimos a los mismos lugares, nos vestimos parecido... Siempre pensé que si Gonza fuera gay sería el novio perfecto: no discute, no se altera, es poco sociable, no me contradice, no tiene manías, me escucha siempre, es silencioso, tiene pocos amigos y sabe lo que quiere, pasarla bien. Cuando le dije que estaba saliendo con Diego, o en otras palabras, que su mejor amigo era gay, mantuvo la calma de siempre y sólo me preguntó: «¿Es copado el chabón?», sin hacer ningún tipo de alusión al tema de la homosexualidad. Gonza jamás se atrevería a juzgarme, por eso lo quiero tanto y sé que siempre va a estar ahí, pase lo que pase.
* * *
El avión era un asco, un Aerolíneas viejo y chiquito que parecía una lata de sardinas. Empezamos mal, pensé: cuatro horas adentro de esta pocilga maloliente me pueden llegar a matar. Sin dudarlo me tomé enterito un Alplax que le había robado a mamá de su mesa de noche y me desperté casi llegando a Lima la horrible, como le decía Felipe a su ciudad. Y se ve que tenía razón en llamarla de esa manera, porque desde que puse un pie en tierra todo me pareció espantoso, gris, viejo, sucio, descuidado.
Me esperaba un chofer, disculpándose porque «míster Brown» (así dijo) no había podido llegar a recibirme en persona. Manejó por unas calles horrorosas hasta llegar a la zona más pitucona de Lima, donde se detuvo en la playa de estacionamiento de un McDonald's. «Aquí tenemos que esperar al señor Brown», me dijo. Luego de unos eternos veinte minutos, en los que no dejé de pensar que el energúmeno del conductor estaba siguiendo al pie de la letra las instrucciones para mi secuestro, se estacionó a nuestro lado una camioneta gigante, súper lujosa. ¡Por fin!, pensé cuando vi a Felipe a través del vidrio. Bajé rápido, me metí en la camioneta y lo abracé con ganas. Volví a sentir su olor y su presencia y supe cuánto lo había echado de menos.
Esa noche, muertos de cansancio, comimos algo en el Country Club antes de caer rendidos en la cama.
—Perdóname si te he lastimado con mi cambio de planes —me dijo mientras comía su pollito de siempre.
—Ya está, mejor ni hablemos del tema —contesté, más concentrado en mi plato de papas fritas que en cualquier otra cosa.
—Sí, mejor.
—¿Sabías que este es el hotel en el que intenté matarme? —preguntó, como si nada.
—¿Acá fue la escena del suicidio que aparece en uno de tus libros? ¡Qué flash! —contesté sorprendido.
—Claro. Bueno, si has leído el libro sabrás cómo fueron las cosas.
—Más o menos, sé que te registraste en una habitación, tomaste un frasco de pastillas...
—Tylenol —me corrigió—. Y fueron varios frascos.