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Authors: César Pérez Gellida

Tags: #Intriga, #Policíaco

Memento mori (15 page)

BOOK: Memento mori
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Tenía muy claro el siguiente paso y, para ello, despertó a Orestes. Necesitaban la ayuda de sus colegas de Das Zweite Untergeschoss. Más concretamente, la de Skuld, el especialista del grupo en apoderarse de información. Oculto entre sus aplicaciones de escritorio, ejecutó Höhle, un programa creado por Hansel para contactar de forma segura con los miembros del grupo. Tras identificarse, accedió al panel principal, en el que no aparecía conectado ningún miembro. Pinchó en el perfil de Skuld, y escribió en alemán: «Necesito que salgas de la madriguera, es importante. A las 16:00 volveré a conectarme para darte los detalles. Hasta entonces».

Algo malhumorado, cerró la aplicación y bajó a prepararse la comida. No comió y cuando volvió de nuevo a su despacho eran las 16:02. Skuld ya debía de estar allí; accedió al panel y pudo ver el icono en verde de su colega. Se apresuró a teclear.

—Buenas tardes, hermano.

—Buenas tardes, Orestes. Tu mensaje me ha dejado intrigado. Hacía tiempo que no contactábamos, ¿todo en orden?

—No. Necesito la ayuda del grupo. Tengo que encontrar a alguien.

—Cuenta conmigo. Dame información.

—Mercedes Mateo Ramírez, española. Tienes que entrar en la base de datos de la Seguridad Social, necesito saber cuál es su última dirección conocida.

—¿Nada más?

—No, no tengo nada más.

—No me refiero a más información, pregunto si no necesitas nada más.

—Todo lo que encuentres sobre ella me será de utilidad.

—SpyDZU-v3 cazará todo lo que exista con su nombre o con su DNI en formato electrónico en servidores de la administración pública. Solo es cuestión de tiempo.

—Tenemos tiempo.

—Lo primero que tengo que hacer es comprobar si está latente en servidores afines. Será más rápido si ya están infectados, así solo tendré que despertarlo; si no, es posible que necesite la ayuda de Hansel.

—Podemos contar con él.

—Lo sé. Y esto, exactamente, ¿para qué es?

Orestes meditó la contestación.

—Es mejor que no lo sepas. Confía en mí.

—Confío en ti.

—Gracias, hermano.

—Cuídate, yo te aviso.

A las 22:00, Augusto decidió que tenía que salir a tomar el aire, necesitaba colocarse un poco. Se duchó de nuevo y se arregló de sábado noche; el plan era ir directamente al Zero, a escuchar música y tomarse unos cuantos gin tonics. Necesitaba estar solo, ese día no soportaría ni cinco minutos las vacías conversaciones de sus artificiales amigos. Decidió llamar a un taxi para evitar problemas a la vuelta en algún control de alcoholemia. Antes de salir de casa, se preparó un gin tonic y se puso una generosa raya de coca para ir calentando motores. Una vez en el taxi, no cruzó ni una sola palabra con el taxista; detestaba los diálogos de besugos con desconocidos. Tardaron quince minutos en llegar a la plaza de Poniente desde donde caminó hasta el Zero Café. Un latigazo de frío le recorrió la espalda anunciándole la inminente llegada del otoño a Valladolid. Se animó. Era su estación favorita, esa en la que todo transita de la vida a la muerte, ideal para afrontar cambios profundos. Se subió el cuello de la cazadora y aceleró el paso.

Cuando entró en el local, apenas se contaban diez personas distribuidas por la barra. Buscó un hueco y llamó la atención de Luis.

—¿Qué pasa, Luis? Si me pones un gin tonic en condiciones, es probable que hasta te lo pague.

—Hombre, Augusto, se agradecen las buenas intenciones. Muy pronto vienes hoy, ¿no?

—Ya ves, tengo mono de buena música —contestó mientras se encendía un purito.

—Ahí tienes a Paco a los mandos, hoy ha venido eufórico. ¿Hendrick’s con Fever Tree?

Asintió. Luis preparó la bebida como le gustaba a Augusto. Copa de balón, hasta arriba de hielo, poco cargada, sin fruta dentro ni limón exprimido. La tónica, vertida despacio y sin remover los hielos.

—Aquí tiene el señor, su gin tonic en condiciones.

—No merezco otra cosa, ya lo sabes. Bueno, y ¿qué te cuentas?

—Poca cosa, poca gente, se nota la crisis un huevo. Los viernes, esto ya no es lo que era, y los sábados, depende.

—Si te soy sincero, yo me alegro de que no haya gente. Huyo de los rebaños de borregos que abarrotan los bares con su basura musical y su mierda de garrafón.

—Ya, macho, pero si esto sigue bajando, tendrás que buscarte otro sitio para escuchar tu música.

—No jodas, hombre. Con la pasta que me voy a dejar esta noche, pagan tu sueldo.

—En ese caso, empieza por pagarme esta, no te vayas a colocar mucho y se te olvide después.

—¿Cuándo me he ido yo sin pagar?

—Espero que nunca, cabronazo.

—Ya sabes que me sobra la pasta, lo que no tengo es tiempo para gastármela.

—¡Olé tus cojones! Pues ya sabes dónde tienes que dejártela cuando tengas un rato.

—Claro, hombre, no encuentro mejor forma de invertir mis euros que en bonos de Zero. ¿Qué calificación os ha dado Standard & Poor’s?

—Triple… seco.

Augusto rio con ganas antes de reconocer el comienzo del vídeo de
Stripped
, una canción de Depeche Mode cantada por Rammstein. No podría existir un mestizaje musical más acertado que ese. Lo había visto decenas de veces, pero en cuanto llamó su atención, ya no pudo apartar la mirada. Empezaba con una panorámica del estadio en el que se agolpaban decenas de miles de seguidores en estado de éxtasis absoluto esperando a que el gigantesco cantante alemán, como surgido del mismo infierno, empezara a cantar con su voz de ultratumba. Augusto se sabía la letra, y empezó a imitarle.

Come with me

into the trees
.

We’ll lay on the grass

and let hours pass
.

Take my hand

come back to the land
.

Let’s get away

just for one day
.

Let me see you stripped
.

Let me see you stripped
.

Justo en ese momento, el escenario explotaba con efectos de luz y fuego real. A su lado, escuchó a una chica que iba vestida de gótica comentarle a su amiga:

—¡Mira la cara de psicópata que tiene el tío!

A Augusto le entraron ganas de patearles la cabeza, pero solo quería disfrutar del vídeo. Les dedicó una mirada rebosante de desprecio que no pasó desapercibida para ellas, que se apartaron de inmediato, y él siguió sumergido en las imágenes. Una toma panorámica del recinto hizo que Augusto se volviera hacia Paco y le confesara a gritos:

—¡Lo que daría yo por poder estar en un concierto de esos!

—¡Ya te digo! —refrendó Paco sin levantar la cabeza de su portátil.

Augusto se percató de que se estaba terminando la copa y volvió a llamar a Luis.

—¿Me la rellenas?

—¡Cómo no!

—Bueno, parece que se va animando esto.

—¡Pufff! A ver si es verdad. Créeme, la cosa está muy floja, y tampoco ayuda mucho que vengan polis de paisano a husmear por aquí.

Augusto se quedó paralizado con los labios pegados al vidrio. Dejó la copa sobre la barra y, forzando una expresión desinteresada, le preguntó:

—¿Sí? ¿Ha venido la poli? ¿Qué has hecho?

—No, en serio. Vinieron preguntando si había visto a la chica que encontraron muerta cerca del río. Me enseñaron una foto, pero les dije que por aquí pasa mucha gente y que solo me quedo con las caras de los clientes habituales y de los «pibones»; ella no era ninguna de las dos cosas.

—Claro, ¿y qué te dijeron ellos?

—Nada, que estaban preguntando por los bares de la zona a ver si algún camarero la había visto la noche en que fue asesinada. Me parece a mí que conseguir eso va a ser más complicado que encontrar a Wally en la grada del Frente Atlético —soltó Luis.

—Bueno, espero que agarren pronto al que lo hizo. No es bueno para el negocio que haya un tipo así actuando por la zona. ¿No te parece?

—Pues sí. A ver si le pillan de una vez y nos dejan en paz.

—Voy al baño, que me meo vivo.

Augusto subió las escaleras en dirección al baño; su corazón latía con una fuerza inusitada. Se mojó la cara y trató de tranquilizarse. En realidad, eran unas noticias excelentes, no había de qué preocuparse. Tras unos minutos, decidió que la solución pasaba por su nariz. Bajó algo más calmado, cogió su copa, se encendió un purito y se sentó en un sofá a mirar la pantalla de vídeo. Así pensaba quedarse hasta que cerraran o hasta que no pudiera mantenerse en pie. Sonrió tras saborear el sabor amargo del gin tonic y la placentera sensación del humo en sus pulmones mientras pensaba en cómo y cuándo se produciría el ansiado reencuentro con su madre.

CON LA LUNA POR CEREBRO

Avenida de Salamanca (Valladolid)
15 de octubre de 2010, a las 13:49

L
lovía con fuerza a última hora de la mañana del viernes, y la avenida de Salamanca, como de costumbre, estaba algo colapsada. El tráfico pausado permitió a Sancho reflexionar sobre la reunión que acababa de mantener con el comisario. Mejía le había pedido su punto de vista acerca de solicitar ayuda especializada a Madrid para impulsar la investigación del caso. Él había objetado con aspereza que quizá era un tanto precipitado, dado que apenas había transcurrido un mes desde el asesinato. Por otra parte, todavía no se había producido ningún otro hecho violento en la ciudad que pudiera atribuirse al mismo sujeto.

Octubre había empezado con un atropello con resultado de muerte en la plaza de Colón en el que el conductor había dado positivo en el test de alcoholemia. Peteira se había ocupado del caso, y las diligencias ya se encontraban en manos del juez. Finalmente, tras la argumentación de Sancho, Mejía decidió posponer la petición a la Dirección Adjunta Operativa, pero el comisario fue concluyente con su última frase:

—Necesitamos cuanto antes algo sólido o nos van a solidificar el culo a los dos.

Con la mirada perdida en el círculo rojo del semáforo, admitió que el avance de las pesquisas policiales estaba siendo como el tráfico de esa mañana: lento y tedioso. La prensa seguía husmeando en busca de novedades en la investigación que no terminaban de llegar. El estruendo que causó en la opinión pública el hecho de la mutilación se había quedado en un continuo y molesto pitido en los oídos para el Grupo de Homicidios. Por suerte, en el otro lado de la balanza, pesaba más que no hubiera trascendido hasta la fecha nada acerca del poema. La presión interna, además, había descendido de forma considerable, y se podía trabajar con mucha más calma. A pesar de ello, Sancho seguía obcecado en el caso, tratando de completar un rompecabezas al que, en palabras de uno de sus subinspectores, le faltaban las piezas de las esquinas. Sabía que su crédito se agotaba cada día que pasaba sin encontrar indicios que le pusieran tras la pista de algún sospechoso. Solo hubo un descubrimiento relevante en esas semanas, y fueron los de la científica quienes se apuntaron el tanto: identificaron la herramienta con la que había cortado los párpados. Se trataba de una vaciadora para la poda de bonsáis; el corte cóncavo de esta herramienta encajaba con las incisiones en los párpados de la víctima.

Perdido en sus cavilaciones al ritmo de los limpiaparabrisas, una llamada de teléfono le devolvió a la realidad. Sin mirar el identificador de llamada, pulsó el botón del manos libres.

Como un autómata, contestó:

—Sancho.

—Buenas tardes, inspector.

Reconoció la voz de Martina Corvo al instante. No había vuelto a hablar con la doctora desde que compartieron esas cervezas desmenuzando el maldito poema. Tras dudar unos segundos cómo dirigirse a ella, atinó a decir:

—Hola, Martina. Qué sorpresa, ¿cómo estás?

—Estupendamente, gracias. ¿Cómo vas tú? ¿Cómo lleváis la investigación?

—Mira, me vas a permitir que te lo sintetice con un refrán de esos que tanto te gustan. ¿Has oído ese que dice: «Más vale andar cojeando en el camino que correr fuera de él»? Pues bien, nosotros ni siquiera sabemos dónde está el camino.

—¿Tan mal está la cosa?

—Como al principio, tenemos casi lo mismo que sabíamos la primera semana.

—Bueno, pues quizá te alegre el día lo que tengo que decirte.

—¿Sí? ¿Has descubierto algo interesante? —preguntó sin ocultar un ápice su curiosidad.

—No sabría decirte hasta qué punto será interesante para la investigación, eso lo tendréis que juzgar vosotros. ¿Recuerdas que te dije que había una estrofa que me sonaba pero no sabía de qué?

—Espera, espera… —interrumpió Sancho—. ¿Has comido ya? Podríamos tratar de vernos y me lo cuentas en persona.

—¿Está intentando sacarme una cita, inspector? —preguntó Martina con un tono irónico tan forzado como jocoso.

—Pues sí. Me ha pillado, doctora —reconoció jocosamente forzado.

—Me parece estupendo. Yo acabo de llegar a casa; si me das quince minutos, podemos vernos donde tú me digas.

—Hablamos de un restaurante, ¿verdad? Mejor que ir de tapas.

—Para charlar tranquilos, yo diría que sí; mejor un restaurante.

—Bien, elige tú.

—Tengo predilección por La Parrilla de San Lorenzo, supongo que lo conoces.

—Por supuesto. Un asado y un buen vino pueden ser la mejor forma de rematar esta semana tan nefasta.

—El caso es que soy vegetariana, pero seguro que algo me darán de comer.

—¿Vegetariana? Bueno, algo verde tendrán, digo yo.

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