—¡Ja! —dijo la reina Sollace—. Así ha de ser, pues Madouc, al contrario que otros, al menos se conoce bien.
Mientras el rey Casmir y el príncipe Cassander visitaban el fuerte Mael, la reina Sollace, con su cortejo, reposó en Ronart Cinquelon, morada de Thauberet, duque de Moncrif.
El rey Casmir y Cassander inspeccionaron el fuerte, pasaron revista a las tropas y, en general, quedaron satisfechos con lo que vieron. Abandonaron la fortaleza por la tarde y cabalgaron sin descanso para llegar a Ronart Cinquelon al anochecer.
Por la mañana el rey Casmir descubrió que Madouc formaba parte de la comitiva, pues se cruzó con ella cuando la princesa abordaba el carruaje. El rey se detuvo sorprendido y disgustado. Madouc lo saludó con una reverencia.
—Buenos días, majestad.
Casmir estuvo a punto de impartir una áspera orden, pero dio media vuelta y se alejó.
Madouc sonrió pícaramente y trepó al carruaje.
El grupo emprendió la marcha por el Camino de Icnield. El cortejo ahora incluía al rey Casmir, el príncipe Cassander, el carruaje, un par de caballerizos reales, una escolta de seis caballeros y cuatro hombres armados que cabalgaban en la retaguardia y se mantenían apartados de los demás. A Madouc le parecían un grupo singular, carente de disciplina militar, displicente y casi irrespetuoso. «Qué raro», pensó. Al cabo de unos kilómetros el rey Casmir se enojó por la conducta de aquellos sujetos y envió a Cassander a hablar con ellos, después de lo cual cabalgaron con mayor orden.
Tres días después de salir de Ronart Cinquelon el grupo llegó a Rueda Dentada, en la desembocadura del Camber. Una barcaza que navegaba en una dirección y luego en la otra, siguiendo el ritmo de las mareas, transportó al cortejo hasta la ribera norte. Una hora después la partida llegó a Avallen, la Ciudad de las Torres Altas.
En las puertas de la ciudad los acogió un destacamento de la guardia de élite del rey Audry, espléndidos en sus uniformes grises y verdes, con yelmos de plata reluciente. A la música de flautas, caramillos y tambores, el cortejo lionesio avanzó por una amplia avenida, atravesando los cuidados jardines delanteros de Falu Ffail, hasta el portal principal. El rey Audry salió para pronunciar una solemne bienvenida.
La partida real fue conducida a un conjunto de habitaciones que rodeaban un jardín del ala este del palacio, con naranjos en las esquinas y una fuente en el centro. Los aposentos de Madouc eran los más lujosos que jamás había tenido. Una mullida alfombra de felpa verde cubría el piso del vestíbulo; el mobiliario, esmaltado de blanco y tapizado con cojines azules y verdes, era ligero y grácil. En dos de las paredes colgaban pinturas de ninfas jugando en un paisaje arcádico; en una mesa lateral, un florero de mayólica azul exhibía un ramo de variadas flores. El efecto era insólito y agradable. Además del vestíbulo, el lugar incluía una alcoba, un cuarto de baño con elementos tallados en pórfido rosado y un tocador con un enorme espejo bizantino fijado a la pared. Los estantes exhibían gran variedad de perfumes, aceites y esencias.
Madouc descubrió una sola desventaja: a Kylas le habían asignado los aposentos colindantes, con una puerta que se comunicaba con su vestíbulo. Fuera cual fuese la razón, Kylas cumplía sus deberes con plena dedicación, como si mantuviera una vigilia. La brillante mirada negra seguía a Madouc adondequiera iba.
Finalmente Madouc la envió a cumplir con un encargo. En cuanto Kylas se perdió de vista, Madouc se escabulló de la habitación y con toda la velocidad que la dignidad le permitía se marchó del ala este.
Se encontró en la galería principal de Falu Ffail, la cual, como la de Haidion, corría a lo largo del palacio. Al llegar a la sala de recepción, se aproximó a un joven y erguido vicechambelán, orgulloso de su librea gris y verde y de su gorra de terciopelo escarlata, que lucía ladeada sobre la oreja derecha, con informal elegancia. Recibió con agrado a la esbelta doncella de bucles cobrizos y ojos azules y le informó con amabilidad que ni el rey Aillas ni el príncipe Dhrun habían llegado.
—El príncipe Dhrun llegará dentro de poco. El rey Aillas ha sufrido una demora y quizá no llegue hasta mañana.
—¿De veras? —preguntó la asombrada Madouc—. ¿Por qué no vienen juntos?
—Es un asunto complicado. El príncipe Dhrun llega a bordo de su nave Nementhe, donde sirve como primer oficial. El rey Aillas se ha entretenido en Dorareis. Su joven reina está en el octavo mes de preñez, e incluso se dudaba de si el rey Aillas podría venir a Avallen. Pero, según nuestros últimos informes, está en camino. Sin embargo, el príncipe Dhrun llegará en cualquier momento. Su buque entró esta mañana en la desembocadura del Camber, con la marea.
Madouc se volvió para mirar la sala. En el extremo opuesto, una arcada conducía a un atrio iluminado por altas claraboyas de vidrio. A ambos lados se erguían estatuas monumentales, dispuestas en un par de hileras enfrentadas.
El vicechambelán siguió la mirada a Madouc.
—Estás observando el Patio de los Dioses Muertos. Las estatuas son muy antiguas.
—¿Cómo se sabe que esos dioses están muertos?
El vicechambelán se encogió de hombros.
—Nunca he profundizado sobre el particular. Quizá los dioses se esfumen o se disipen cuando dejan de venerarlos. Aquellas estatuas fueron adoradas por los antiguos evadnioi, quienes precedieron a los pelasgos. En Troicinet se considera que Gea es aún la Gran Diosa, y en el mar, cerca de Ys, hay un templo consagrado a Atlante. Tal vez estos dioses no estén muertos, después de todo. ¿Te agradaría verlos de cerca? Dispongo de algunos momentos libres hasta que llegue la próxima partida de dignatarios.
—¿Por qué no? Kylas no vendrá a buscarme entre los Dioses Muertos.
El vicechambelán la condujo al Patio de los Dioses Muertos.
—¡Observa! Allá se yergue Cron el Incognoscible, frente a su terrible esposa Hec, Diosa del Destino. Por puro juego crearon la diferencia entre «sí» y «no»; luego, de nuevo aburridos, decretaron la distinción entre «algo» y «nada». Cuando estas distracciones palidecieron, abrieron las manos y entre los dedos dejaron escurrir la materia, el tiempo, el espacio y la luz, y al final crearon las suficientes cosas como para mantenerse interesados.
—Muy bien —dijo Madouc—, pero ¿dónde adquirieron esos intrincados conocimientos?
—¡Ah! —suspiró el vicechambelán—. ¡Ahí comienza el misterio! Cuando se pregunta a los teólogos acerca del origen de Cron y Hec, se tiran de la barba y cambian de tema. Por descontado que trasciende mi entendimiento. Sabemos que Cron y Hec son el padre y la madre de todos los demás. Allí ves a Atlante y Gea; allí está Fantares, allí Aeris. Éstas son divinidades del agua, la tierra, el fuego y el aire. Apolo el Glorioso es Dios del Sol; Drethre la Bella es Diosa de la Luna. Allí ves a Fluns, Señor de las Batallas; enfrente está Palas, Diosa de la Cosecha. Por último, Adace y Aronice están en oposición, como corresponde. Durante seis meses de cada año Adace es Dios del Dolor, la Crueldad y el Mal, mientras que Aronice es Diosa del Amor y del Afecto. Cuando cambian los equinoccios, cambian de papel y durante los seis meses siguientes Adace es Dios de la Valentía, la Virtud y la Clemencia, y Aronice es Diosa del Despecho, el Odio y la Traición. Por esta razón los llaman el «Par Inconstante».
—Las gentes comunes cambian a cada hora, aun a cada minuto —dijo Madouc—. En comparación, Adace y Aronice parecen bastante estables. De todos modos no me gustaría formar parte de esa familia.
—Astuta observación —dijo el vicechambelán, inspeccionándola una vez más—. ¿Me equivoco o tú eres la distinguida princesa Madouc de Lyonesse?
—Así me llaman, al menos por el momento.
El vicechambelán hizo una reverencia.
—Puedes llamarme Tibalt, con el rango de escudero. Me alegra ayudarte, alteza. Por favor, dime si puedo servirte en algo más.
—Por mera curiosidad —dijo Madouc—, ¿dónde está la mesa Cairbra an Meadhan?
Tibalt, con un elegante ademán, extendió el brazo.
—Aquel portal conduce al Salón de los Héroes.
—Por favor, llévame allí.
—Con gusto.
Un par de guardias provistos de alabardas custodiaban el portal; apenas movieron los ojos cuando se acercaron Madouc y Tibalt, quienes entraron sin contratiempos en el Salón de los Héroes.
—Esta es la parte más vieja de Falu Ffail. Nadie sabe quién instaló estas grandes piedras. Habrás notado que la cámara es circular y tiene un diámetro de treinta y tres yardas. Y allá está la Mesa Redonda: Cairbra an Meadhan.
—Ya veo.
—El diámetro total de la mesa es de catorce yardas y once ells. El anillo externo tiene aproximadamente cinco pies, y fue realizado con olmo incrustado en roble, dejando una abertura central de once yardas de diámetro.
Tibalt guió a Madouc alrededor de la mesa.
—Mira las placas de bronce: nombran a paladines de antaño, e indican su puesto en la mesa.
Madouc se inclinó para estudiar una de las placas.
—Los caracteres son de estilo arcaico, pero legibles. Ésta dice: «Aquí se sienta el caballero Gahun de Hack, feroz como el viento del norte e implacable en la batalla» —Tibalt quedó impresionado.
—¡Eres diestra en el arte de la lectura! ¡Claro que ésa es la prerrogativa de una princesa!
—En efecto. Aun así, muchos plebeyos pueden leer igualmente bien, si se lo proponen. Te recomiendo que lo intentes; no es tan difícil cuando te familiarizas con las muchas formas.
—Princesa, me has inspirado —declaró Tibalt—. Comenzaré a dominar esta facultad de inmediato. ¡Bien! —Señaló el otro extremo de la cámara—. Allí ves Evandig, el Trono de los Reyes de Elder. Estamos en presencia de los poderosos. Se dice que una vez por año sus fantasmas se congregan en esta sala para renovar viejas amistades. ¿Y ahora qué? ¿Deseas ver algo más? Este lugar es algo sombrío, y se usa sólo en ocasiones oficiales.
—¿Se usará durante la presente conferencia?
—¡Por cierto!
—¿Dónde se sentará el rey Casmir, y dónde el rey Aillas y el príncipe Dhrun?
—Lo ignoro, pues eso corresponde al senescal y los heraldos. ¿Quieres ver algo más?
—No, gracias.
Tibalt condujo a Madouc de vuelta al Patio de los Dioses Muertos. Desde la sala de recepción llegaba el murmullo de muchas voces.
—Excúsame, por favor —dijo Tibalt con agitación—. Me he ausentado de mi puesto. Alguien ha llegado y sospecho que es el príncipe Dhrun con su escolta.
Tibalt echó a correr seguido por Madouc. Al entrar en la sala de recepción, Madouc descubrió a Dhrun y tres dignatarios troicinos en compañía del rey Audry, junto con los príncipes Dorcas, Whemus y Jaswyn, y las princesas Cloire y Mahaeve. Madouc se abrió paso entre los cortesanos con la esperanza de acercarse a Dhrun, pero sin éxito; el rey Audry se alejó con el príncipe y su escolta.
Madouc regresó lentamente a sus aposentos. Encontró a Kylas sentada impasible en el vestíbulo.
—Cuando regresé te habías ido —dijo Kylas con voz ofuscada—. ¿Adónde fuiste?
—Eso no viene al caso —dijo Madouc—. No debes ocuparte de detalles de esa índole.
—Es mi deber asistirte —insistió Kylas.
—Cuando requiera tu asistencia, te lo haré saber. Por ahora, puedes retirarte a tus aposentos.
Kylas se puso de pie.
—Regresaré pronto. Han asignado una criada a tu servicio y la ayudaré a vestirte para el banquete nocturno; la reina ha sugerido que te aconseje para que escojas un vestido apropiado.
—Qué disparate —dijo Madouc—. No necesito consejos. No regreses hasta que te llame.
Kylas se marchó de la habitación.
Madouc se vistió temprano, y tras un solo instante de vacilación eligió el vestido de terciopelo «rosa negra». Salió temprano y a solas hacia el salón principal, con la esperanza de hallar a Dhrun antes del banquete.
Dhrun no estaba a la vista. El príncipe Jaswyn, un joven moreno de quince años, tercer hijo de Audry, se le acercó para escoltarla hasta un lugar de la mesa contiguo al suyo. Del otro lado se sentaba el príncipe Raven de Pomperol.
Dhrun se presentó al fin, y fue conducido hasta un asiento al otro lado de la mesa. Se había puesto un jubón azul índigo y una camisa blanca, una indumentaria sencilla que destacaba su tez clara y su bonita melena de pelo rubio. Reparó en Madouc y la saludó con la mano, pero pronto fue abordado por la princesa Cloire, y luego por la reina Linnet de Pomperol.
El banquete continuó, plato tras plato; Madouc terminó por dejar de comer y hasta de saborear los platos que servían los camareros. Las cuatro copas que tenía delante contenían dos tipos de vino tinto, un vino blanco suave y un punzante vino verde; las llenaban cada vez que Madouc bebía un sorbo, y pronto desistió para no marearse. El príncipe Jaswyn era un compañero ameno, al igual que el príncipe Raven, hijo menor del rey Kestrel y hermano del célebre Bittern,
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quien no había acudido a Avallen porque sufría de reuma y asma. En varias ocasiones Madouc notó que la mirada glacial de la reina Sollace se posaba en ella, pero fingió no notarlo.
Por fin el rey Audry se levantó, dando por concluido el banquete. Una suave música de laúdes y rabeles sonó en el salón de baile contiguo. Madouc presentó apresuradas excusas a los príncipes Jaswyn y Raven, se escurrió de la silla y corrió para alcanzar a Dhrun. La detuvo el príncipe Whemus, que deseaba felicitarla y entablar conversación con ella. Madouc se liberó de él tan rápida y cortésmente como pudo, pero perdió de vista a Dhrun. ¡Ah, allí estaba, del otro lado de la mesa! Madouc reanudó la marcha pero se topó con Kylas, la cual traía un mensaje urgente que transmitió con mal disimulada satisfacción.
—La reina Sollace opina que tu indumentaria es insatisfactoria.
—¡Pues se equivoca! Dile que yo estoy muy satisfecha con ella.
—Quien no está satisfecha es la reina. Considera que ese vestido es inadecuado para una persona joven e inexperta como tú. Desea que vayamos a tus aposentos, donde debo ayudarte a escoger un vestido más pudoroso y grácil. Ven, debemos ir de inmediato.
—Lamento profundamente que la reina esté disgustada —respondió Madouc—, pero sin duda has interpretado mal sus instrucciones. Ella no esperaría de mí que me cambiara de ropa ahora. Excúsame, y no te me acerques más.
Madouc trató de seguir su marcha, pero Kylas le cerró el paso.