Lyonesse - 1 - Jardines de Suldrun (2 page)

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Authors: Jack Vance

Tags: #Fantástico

BOOK: Lyonesse - 1 - Jardines de Suldrun
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Durante este período Olam Magnus de Lyonesse, ayudado por Persilian, su «Espejo Mágico», dominó todas las islas Elder (excepto Skaghane y Godelia). Disfrutó, como Olam I, de un largo y próspero reinado y fue sucedido por Rordec I, Olam II, y luego, brevemente, por los «Cornudos Galaicos», Quamitz I y Niffith I. Luego, Fafhion Nariz Larga reafirmó el antiguo linaje. Engendró a Olam III, quien trasladó su trono Evandig y esa gran mesa conocida como Cairbra an Meadhan, la «Tabla de los Notables»
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, desde la ciudad de Lyonesse hasta Avallon, en el ducado de Dahaut. Cuando el nieto de Olam III, Uther II, huyó a Gran Bretaña (donde engendraría a Uther Pendragon, padre de Arturo, rey de Cornualles), la comarca se fragmentó en diez reinos: Dahaut, Lyonesse, Ulflandia del Norte, Ulflandia del Sur, Godelia, Blaloc, Caduz, Pomperol, Dascinet y Troicinet.

Los nuevos reyes encontraron abundantes excusas para luchar, y las Islas Elder entraron en un periodo turbulento. Ulflandia del Norte y del Sur, asoladas por los ska
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, se convirtieron en páramos sin ley, ocupados por salteadores y bestias horrendas. Sólo el Valle Evander, custodiado al este por el castillo Tintzin Fyral y al oeste por la ciudad de Ys, continuó siendo un lugar apacible.

El rey Audry I de Dahaut dio al fin un paso fatal. Declaró que, ya que se sentaba en el trono Evandig, debía ser proclamado rey de las Islas Elder.

El rey Phristan de Lyonesse lo desafió de inmediato. Audry reunió un gran ejército, atravesó Pomperol por el camino de Icmeld y entró en Lyonesse. El rey Phristan condujo su ejército hacia el norte. Los ejércitos lucharon dos días en la batalla de la Colina de Orm, y al fin se separaron exhaustos. Tanto Phristan como Audry murieron en combate y ambos ejércitos se retiraron. Audry II desistió de las pretensiones de su padre, pues, de hecho, Phristan había ganado la batalla.

Han pasado veinte años. Los ska han realizado serias incursiones en Ulflandia del Norte y se han apropiado de una región conocida como la Costa Norte. El rey Gax, viejo, medio ciego y desvalido, se ha ocultado. Los ska ni siquiera se molestan en buscarlo. El rey de Ulflandia del Sur es Oriante, quien reside en el castillo Sfan Sfeg, cerca de la ciudad de Oáldes. Su único hijo, el príncipe Quilcy, es retrasado y pasa el tiempo jugando con muñecas extravagantes y casas de muñecas. Audry II es rey de Dahaut y Casmir es rey de Lyonesse, y ambos aspiran a gobernar las Islas Elder y a ser los legítimos ocupantes del trono Evandig.

1

Un lúgubre día de invierno, mientras la lluvia barría la ciudad de Lyonesse, la reina Sollace sintió las primeras contracciones. La llevaron a la sala de partos, donde la asistieron dos comadronas, cuatro doncellas, el médico Balhamel y Dyldra, una vieja herbolaria a quien algunos consideraban bruja. Dyldra estaba presente por deseo de la reina Sollace, quien hallaba más consuelo en la fe que en la lógica.

El rey Casmir entró. Los jadeos de Sollace se convirtieron en sollozos, y la reina se aferró la espesa melena rubia con los dedos agarrotados. Casmir la miró desde el otro extremo de la sala. Vestía una sencilla túnica escarlata con un sayo púrpura; una corona de oro le ceñía el pelo rubio y rojizo.

—¿Cuáles son las señas? —le preguntó a Balhamel.

—No hay ninguna hasta ahora, señor.

—¿No hay modo de adivinar el sexo?

—Que yo sepa, ninguno.

De pie en la puerta, las piernas ligeramente apartadas, las manos detrás de la espalda, Casmir parecía la encarnación de la majestad y la imponencia. En verdad, esta actitud lo acompañaba a todas partes, y las criadas, entre risas y cuchicheos, a menudo se preguntaban si Casmir usaba la corona en el lecho nupcial. El rey inspeccionó a Sollace frunciendo las cejas.

—Parece que siente dolor —dijo.

—El dolor no es tan fuerte como podría ser, señor. Aún no, al menos. Recordad que el miedo magnifica el dolor que ya existe.

Casmir no respondió a esta observación. Vio a la vieja Dyldra en las sombras de un lado de la sala, encorvada sobre un brasero. La señaló con el dedo.

—¿Qué hace aquí esa bruja?

—Señor —susurró la comadrona—, vino a petición de la reina Sollace.

—Perjudicará al niño —gruñó Casmir.

Dyldra se encorvó aún más ante el brasero. Arrojó un puñado de hierbas a las brasas; una bocanada de humo acre atravesó la sala y rozó la cara de Casmir. El rey tosió, retrocedió y abandonó la sala.

La criada extendió colgaduras en el ambiente húmedo y encendió los farolillos de bronce. Sollace yacía tensa en el diván, las piernas extendidas, la cabeza hacia atrás, un regio objeto de fascinación para quienes la atendían.

Los retortijones se agudizaron; Sollace gritó, primero de dolor, luego de furia, porque sufriría como cualquier otra mujer.

Dos horas más tarde el bebé había nacido: una niña menuda. Sollace cerró los ojos y se acostó. Cuando le mostraron a la niña, la apartó con un ademán y cayó en un sopor.

La celebración que siguió al nacimiento de la princesa Suldrún fue discreta. El rey Casmir no emitió ninguna proclama de júbilo y la reina Sollace negó audiencia a todos excepto a un tal Ewaldo Idra, adepto de los Misterios Caucásicos. Al fin, pero con el solo propósito de respetar la tradición, el rey Casmir ordenó una procesión de gala.

En un claro día de sol blanco y viento cortante en que altas nubes surcaban el cielo, se abrieron las puertas del castillo Haidion. Cuatro heraldos vestidos de satén blanco avanzaron con paso majestuoso. De sus clarines colgaban pendones de seda blanca donde estaba bordado el emblema de Lyonesse: un negro Árbol de la Vida, donde crecían doce granadas de color escarlata
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. Avanzaron cuarenta metros, se detuvieron, alzaron los clarines y tocaron la fanfarria de las «Buenas Nuevas». Cuatro nobles salieron del patio del palacio en jadeantes caballos blancos: Cypris, duque de Skroy; Bannoy, duque de Tremblance; Odo, duque de Folize, y Gamel, caballero con estandarte del castillo Swange y sobrino del rey. Luego vino la carroza real, tirada por cuatro unicornios blancos. La reina Sollace iba arropada en mantos verdes, llevando a Suldrun en un cojín carmesí; el rey Casmir seguía la carroza montado en Sheuvan, su gran caballo negro. Detrás marchaban los Guardias Selectos, todos ellos de sangre noble, llevando ceremoniales alabardas plateadas. Detrás venía una carreta desde donde un par de doncellas arrojaba monedas a la multitud.

La procesión bajó por Sfer Arct, la avenida central de la ciudad de Lyonesse, hasta el Chale, la carretera que seguía el semicírculo de la bahía. En el Chale, la procesión rodeó el mercado de pescadores y regresó a Haidion por el Sfer Arct. Frente a las puertas había puestos que ofrecían, por gracia del rey, pescado en salmuera y bizcochos a todos los que padecían hambre, y cerveza a todos los que deseaban brindar por la nueva princesa.

Durante los meses de invierno y primavera el rey Casmir miró a la princesa sólo un par de veces, con distanciamiento. Ella había burlado su voluntad real al nacer hembra. Así como no podía castigarla inmediatamente por ese acto, tampoco podía otorgarle la plenitud de sus favores.

Sollace, enfurruñada ante el disgusto de Casmir, apartaba a la niña con ademanes afectados.

Ehirme, una tosca campesina, sobrina de un ayudante de jardinero, había perdido a su propio hijo varón por culpa de la peste amarilla. Con abundancia de leche y solicitud, se convirtió en la nodriza de Suldrun.

Siglos atrás, en ese tiempo brumoso en que se confunden la leyenda y la historia, Blausreddin el pirata construyó una fortaleza en el fondo de una pedregosa bahía semicircular. No le preocupaban tanto los ataques desde el mar como los ataques imprevistos desde las cimas y gargantas de las montañas del norte de la bahía.

Un siglo después, Tabbro, el rey danaan, cerró la bahía con una notable escollera y añadió a la fortaleza el Salón Antiguo, nuevas cocinas y varias alcobas. Su hijo, Zoltra Estrella Brillante, construyó un macizo muelle de piedra y drenó la bahía para que ningún barco pudiera atracar en el muelle
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.

Zoltra amplió aún más la vieja fortaleza, añadiendo el Gran Salón y la Torre Oeste, aunque murió antes de la conclusión de las obras, que continuaron durante los reinados de Palaemon I, Edvarius I y Palaemon II.

El Haidion del rey Casmir ostentaba cinco torres principales: la Torre Este, la Torre del Rey, la Torre Alta (también conocida como Nido de Águila), la Torre de Palaemon y la Torre Oeste. Había cinco salones principales: el Gran Salón, el Salón de los Honores, el Salón Antiguo, el Clod an Dach Nair —o Salón de Banquetes—, y el Pequeño Refectorio. Entre ellos, el Gran Salón era notable por su majestuosidad, que parecía trascender el mero esfuerzo humano. Las proporciones, los espacios, las masas y los claroscuros, que cambiaban de la mañana a la noche y luego variaban en la luz fluctuante de las antorchas, se combinaban para asombrar los sentidos. Las personas pasaban casi inadvertidas al entrar; en todo caso, nadie podía hacer una entrada imponente en el Gran Salón. En un extremo, un portal daba a un escenario angosto desde el cual seis anchos escalones bajaban al salón, junto a columnas tan macizas que dos hombres con los brazos extendidos no podían rodearlas. A un costado, una hilera de ventanas altas, con gruesos vidrios que el tiempo había teñido de color de espliego, dejaban pasar una luz acuosa. De noche, las antorchas parecían arrojar no sólo luz sino negras sombras desde sus soportes de hierro. Doce alfombras mauritanas atenuaban la aspereza del suelo de piedra.

Un par de puertas de hierro daba al Salón de los Honores, que en tamaño y proporciones semejaba la nave de una catedral. Una gruesa y oscura alfombra roja atravesaba el centro desde la entrada hasta el trono real. Contra las paredes se alineaban cincuenta y cuatro sillas macizas, cada cual signada por un emblema de nobleza que colgaba de la pared. En las ocasiones ceremoniales, los notables de Lyonesse se sentaban en estas sillas, cada cual bajo el emblema de sus ancestros. El trono real había sido Evandig hasta que Olam III lo trasladó a Avallon, junto con la mesa redonda Cairbra an Meadhan. La mesa, donde estaban tallados los nombres de los nobilísimos entre los nobles, había ocupado el centro del salón.

El Salón de los Honores era un añadido del rey Caries, último de la dinastía Methewen. Chlowod el Rojo, primero de los Tirrenos
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extendió el Castillo Haidion hasta el este de la Muralla de Zoltra. Pavimentó el Urquial, la antigua plaza de armas de Zoltra, y hacia el fondo construyó el macizo Peinhador, donde albergó el hospital, las barracas y la penitenciaría. Las mazmorras que había bajo la vieja armería cayeron en desuso, y las antiguas jaulas, potros, parrillas, ruedas, cabrias, prensas, punzones y torcederos enmohecieron en la humedad.

Uno tras otro gobernaron los reyes, y cada cual amplió los salones, pasajes, miradores, galerías, torres y torreones de Haidion como si cada uno de ellos, al cavilar sobre la mortalidad, procurara eternizarse en el palacio.

Para sus habitantes, Haidion era un pequeño universo indiferente a los acontecimientos externos, aunque la membrana de separación no era impermeable. Desde el exterior llegaban rumores, indicios de las cambiantes estaciones, viajeros y visitantes, y a veces una novedad o alarma; pero eran murmullos sofocados, imágenes borrosas, que apenas conmovían el palacio. ¿Un cometa llameando en el cielo? Una maravilla que se olvidaba en cuanto Shilk el mozo pateaba al gato de la cocinera. ¿Los ska asolando Ulflandia del Norte? Los ska eran fieras, pero esa mañana, tras tomar nata con gachas, la duquesa de Skroy había encontrado un ratón muerto en la jarra de la nata y había gritado mientras atacaba a las criadas a zapatazos: ¡vaya episodio tan emocionante!

Las leyes que gobernaban este pequeño universo eran precisas. Las jerarquías estaban graduadas con celosa discriminación, desde el grado más alto hasta el más bajo entre los bajos. Cada cual sabía su calidad y comprendía la delicada distinción entre el rango inmediato superior (al que se debía quitar importancia) y el rango inmediato inferior (que se debía señalar y enfatizar). Algunos creaban tensiones con sus aspiraciones desmedidas, y entonces el penetrante hedor del resentimiento flotaba en el aire. Cada cual estudiaba la conducta de los de arriba mientras ocultaba sus asuntos a los de abajo. Se observaba atentamente a la realeza, cuyos hábitos se comentaban y analizaban varias veces por día. La reina Sollace mostraba gran cordialidad a los fanáticos religiosos y los sacerdotes, y se interesaba en sus creencias. Se creía que era sexualmente frígida y que nunca tenía amantes. El rey Casmir visitaba su lecho regularmente, una vez por mes, y se apareaban con majestuosa pesadez, como elefantes.

La princesa Suldrun ocupaba un sitio peculiar en la estructura social del palacio. Todos habían reparado en la indiferencia del rey Casmir y la reina Sollace, y Suldrun era víctima de pequeñas mezquindades que quedaban impunes.

Los años pasaron y, sin que nadie lo notara, Suldrun se convirtió en una callada niña de cabello largo, suave y rubio. Como nadie se opuso, Ehirme ascendió de nodriza a doncella de la princesa.

Ehirme, ignorante de la etiqueta y poco dotada en otros sentidos, había asimilado el saber de su abuelo celta, y con el paso de las estaciones y los años se lo fue comunicando a Suldrun: cuentos y fábulas, los peligros de los lugares lejanos, conjuros contra las maldades de las hadas, el lenguaje de las flores, precauciones para salir a medianoche, cómo eludir los fantasmas, y el conocimiento de los árboles buenos y los árboles malos.

Suldrun supo sobre las tierras que estaban más allá del castillo.

—Dos caminos salen de la ciudad de Lyonesse —dijo Ehirme—. Puedes ir al norte, atravesando las montañas por el Sfer Arct, o al este, cruzando la Puerta de Zoltra y atravesando el Urquial. Pronto llegas a mi pequeña casa y nuestras tres parcelas, donde cultivamos repollos, nabos y heno para los animales; luego hay una encrucijada. A la derecha sigues la costa del Lir hasta Slute Skeme. A la izquierda viajas al norte y tomas la Calle Vieja, que corre junto al Bosque de Tantrevalles, donde viven las hadas. Dos caminos atraviesan el bosque, de norte a sur y de este a oeste.

—¡Dime lo que ocurre en la encrucijada! —Suldrun ya lo sabía, pero disfrutaba de las detalladas descripciones de Ehirme.

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