Se subraya repetidamente que Beleg se opuso en todo momento al designio general de Túrin, aunque no dejó de apoyarlo; que le parecía que el Yelmo del Dragón había hecho en Túrin un efecto que no era el esperado; y que preveía con ánimo turbio lo que acarrearían los días por venir. Se conservan fragmentos de sus diálogos con Túrin acerca de estos asuntos. En uno de ellos los dos están sentados en la fortaleza de Echad i Sedryn, y Túrin le dice a Beleg:
—¿Por qué estás triste y pensativo? ¿No va todo bien desde que volviste a mí? ¿No ha resultado buena mi decisión?
—Todo va bien ahora —dijo Beleg—. nuestros enemigos están aún sorprendidos y atemorizados. Y aún nos esperan días felices, por el momento.
—¿Y después?
—El invierno. Y después un año más para quienes estén todavía con vida.
—¿Y después?
—La ira de Angband. Hemos quemado la yema de los dedos de la Mano Negra... sólo eso. No se retirará.
—Pero ¿no es la ira de Angband nuestro fin y deleite? —dijo Túrin—. ¿Qué más quieres que haga?
—Lo sabes perfectamente bien —dijo Beleg—. Pero de ese camino me has prohibido hablar. Pero escúchame ahora. El señor de un gran ejército tiene múltiples necesidades. Ha de contar con un refugio seguro; y ha de tener riquezas y mucha gente cuyo trabajo no sea la guerra. Con el número crece la necesidad de alimentos, más que los que el desierto procura; y así el secreto ya no puede guardarse.
Amon Rûdh es un buen sitio para unos pocos… tiene ojos y oídos. Pero se levanta en un sitio solitario, y se divisa desde lejos; y no es necesaria una gran fuerza para rodearlo.
—No obstante, seré el capitán de mi propio ejército —dijo Túrin—, y si caigo, caigo. Aquí intercepto el camino de Morgoth, y mientras yo esté aquí él no podrá tomar la ruta del sur. Por ello Nargothrond me debe algún agradecimiento; y aun ayudar con cosas necesarias.
En otro breve pasaje, Túrin replica a las advertencias de Beleg sobre la fragilidad de su poder:
—Quiero regir una tierra; pero no ésta. Aquí Sólo quiero reunir fuerzas. Hacia la tierra de mi padre en Dor-lómin se vuelca mi corazón, y allí iré cuando pueda.
Se afirma también que por un tiempo Morgoth retiró su mano, y sólo llevó a cabo ataques fingidos, «de modo que por una fácil victoria la confianza de estos rebeldes se volviera presuntuosa; como sucedió en realidad».
Andróg vuelve a aparecer en un esbozo del ataque a Amon Rûdh. Sólo entonces le reveló a Túrin la existencia de la escalera interior; y fue uno de los que por esa vía llego a la cima. Se dice que allí luchó con más valentía que nadie, pero cayó por fin mortalmente herido por una flecha; y así se cumplió la maldición de Mîm.
En
El Silmarillion
sobre el viaje de Beleg en busca de Túrin, el encuentro con Gwindor en Taur-nu-Fuin, el rescate de Túrin y la muerte de Beleg a manos de Túrin, no hay nada de importancia que agregar. En cuanto a la «lámpara Fëanoriana» de resplandor azulino que poseía Gwindor, y el papel que ésta desempeñaba en una versión de la historia. Es oportuno mencionar aquí que mi padre tenía intención de prolongar la historia del Yelmo del Dragón de Dor-lómin hasta el periodo de la estada de Túrin en Nargothrond, y aún más; pero esto nunca se incorporó a las narraciones. En las versiones existentes, el Yelmo desaparece con el fin de Dor-Cúarthol, en la destrucción de la fortaleza de Los proscritos en Amon Rûdh; pero de algún modo iría a reaparecer en posesión de Túrin en Nargothrond. Sólo podría haber ido a parar allí si los Orcos que llevaban a Túrin a Angband lo hubieran transportado.
Pero esta recuperación del yelmo cuando Beleg y Gwindor rescataron a Túrin, habría exigido cierto desarrollo de la historia.
Un fragmento aislado cuenta que Túrin no quería llevar nuevamente el Yelmo en Nargothrond «temiendo que lo delatara»; pero lo llevó cuando fue a la Batalla de Tumhalad dice que tenía puesta la máscara de Enano que encontrara en las armerías de Nargothrond). He aquí la continuación de la nota:
Por temor al Yelmo todos los enemigos lo evitaban, y fue así que salió ileso de ese campo mortal, y regresó a Nargothrond llevando el Yelmo del Dragón. Glaurung, deseoso de arrebatar a Túrin la ayuda y protección del Yelmo (puesto que él mismo lo temía), lo provocó diciendo que seguramente Túrin se declaraba vasallo y servidor de Morgoth, puesto que llevaba su imagen en la cimera del Yelmo.
Pero Túrin respondió:
—Mientes y lo sabes. Porque esta imagen fue hecha para tu escarnio; y mientras haya quien la lleve, siempre te morderá la duda de que sea él quien ponga término a tu destino.
—Entonces he de aguardar a un poseedor de otro nombre —dijo Glaurung—; porque a Túrin, hijo de Húrin, no le tengo miedo. Muy distinta es la verdad. Porque no tiene el atrevimiento de mirarme cara a cara abiertamente. Y en verdad tan grande era el terror que el Dragón provocaba, que Túrin no se atrevía a mirarlo directamente a los ojos, y había mantenido baja la visera del Yelmo, y durante el parlamento no había mirado más arriba de los pies de Glaurung. Pero así desafiado, con precipitación y orgullo, levantó la visera, y clavó la vista en los ojos del Dragón.
En otro sitio hay una nota en la que se dice que cuando Morwen oyó en Doriath que el Yelmo del Dragón había aparecido en la Batalla de Tumhalad, supo que el rumor no mentía, que Mormegil era en realidad Túrin, su hijo.
Por último se sugiere que Túrin había de llevar el Yelmo cuando matara a Glaurung, y que en ese momento provocaría al Dragón con las palabras que éste le dirigiera en Nargothrond sobre «un poseedor de otro nombre» pero no hay indicio de cómo se hubiera desarrollado la historia para hacer esto posible.
Un fragmento precisa la naturaleza y la sustancia de la oposición de Gwindor a la política seguida por Túrin en Nargothrond, sobre la que hay sólo una ligera referencia en
El Silmarillion
. Este fragmento no es en verdad un relato completo, pero puede reconstruirse así:
Gwindor hablaba siempre contra Túrin en el consejo del Rey, diciendo que él había estado en Angband, y que algo conocía del poder de Morgoth y sus designios. —Las pequeñas victorias de nada valdrán en definitiva —decía—, pues es así como Morgoth se entera en dónde se encuentran los más audaces de sus enemigos, y reúne fuerzas suficientes para aniquilarlos. Todo el poder de los Elfos y de los Edain sumados bastó justo para contenerlo, y para ganar el respiro del estado de sitio; un largo respiro en verdad, pero que duraría sólo lo que quisiera Morgoth, y nunca otra vez será posible obtener una unión semejante. Únicamente en el secreto hay ahora esperanzas; hasta que lleguen los Valar.
—¡Los Valar! —exclamó entonces Túrin—. Os han abandonado, y desprecian a los Hombres. ¿De qué sirve mirar al Oeste más allá del Mar infinito? Sólo hay un Valar que nos importa, y ése es Morgoth; y si en definitiva no podemos vencerlo, podemos cuando menos hacerle daño y estorbarlo. Porque una victoria es una victoria, aunque parezca pequeña, y no tiene valor tan sólo por lo que le sigue. Pero también es eficaz ahora; porque si no se hace nada por detenerlo, toda Beleriand estará bajo su sombra antes que transcurran muchos años, y uno por uno os hará salir de vuestros escondites. ¿Y entonces qué? Un resto lamentable huirá hacia el sur y hacia el oeste, acobardado a orillas del Mar, atrapado entre Morgoth y Ossë. Es mejor por tanto, vivir un tiempo de gloria, aunque sea efímero; porque no será peor el final. Habláis de secreto y decís que sólo en él hay esperanzas; pero si pudierais tender emboscadas y atacar a todo explorador y espía de Morgoth, hasta el último y el más pequeño, de modo que él nunca tuviera nuevas de Angband, por eso mismo se enteraría de que vivís y adivinaría dónde. Y esto digo también: aunque los Hombres tienen poca vida en comparación con los Elfos, de buen grado la perderían en la batalla antes que huir o someterse. El desafío de Húrin Thalion es una gran hazaña; y aunque Morgoth mate a su ejecutor, no puede hacer que la hazaña no haya ocurrido. Incluso los señores del Oeste lo honrarían. Y ¿no está acaso escrita en la historia de Arda de manera que ni Morgoth ni Manwë la pueden borrar?
—Hablas de elevados asuntos —respondió Gwindor—, y está claro que has vivido entre los Eldar.
Pero una oscuridad hay en ti si mencionas juntos a Morgoth y Manwë, o si hablas de los Valar como si fueran enemigos de los Elfos o de los Hombres; porque los Valar no menosprecian a nadie y menos todavía a los Hijos de Ilúvatar. Tampoco conoces todas las esperanzas de los Eldar. Según una profecía conocida entre nosotros un día llegará un mensajero de la Tierra Media, atravesará las sombras y vendrá a Valinor, y Manwë lo escuchará, y Mandos se aplacará. ¿No hemos de preservar la simiente de los Noldor y también la de los Edain hasta ese momento? Y Círdan vive ahora en el Sur, y allí construye barcos; pero ¿qué sabes tú de barcos o del mar? Piensas en ti mismo y en tu propia gloria; y nos pides que cada cual haga lo mismo; pero nosotros hemos de pensar en otros tanto como en nosotros, porque no todos pueden luchar y caer, y tenemos que protegerlos de la guerra y la ruina mientras podamos.
—Entonces envíalos a tus barcos mientras haya tiempo todavía —dijo Túrin.
—No se separarán de nosotros —dijo Gwindor—, aun cuando Círdan pudiera mantenerlos. Tenemos que vivir juntos tanto como podamos, y no cortejar a la muerte.
—A todo eso ya he contestado —dijo Túrin—. Valiente defensa de la frontera y duros golpes al enemigo antes que se rehaga: esas medidas son la única vía, no hay mejor esperanza si queréis vivir mucho tiempo juntos. Y esos de los que hablas, ¿aman más a los que se esconden en los bosques, de caza siempre como los lobos, que al que se pone el yelmo y se arma con el escudo decorado y rechaza al enemigo aunque sea mayor que todo su ejército? Al menos las mujeres de los Edain, no. No impidieron que sus hombres fueran a la Nirnaeth Arnoediad.
—Pero sufrieron mayores daños que si esa guerra no se hubiera librado.
El amor de Finduilas por Túrin también tenía que haberse tratado más acabadamente:
Finduilas, la hija de Orodreth, tenía los cabellos dorados como los miembros de la casa de Finarfin; y Túrin empezó a sentirse complacido cuando la veía, o ella lo acompañaba; porque le recordaba a las gentes de su familia y las mujeres de Dor-lómin en casa de su padre. Al principio sólo se encontraba con ella en presencia de Gwindor; pero al cabo de un tiempo ella lo buscaba, y se encontraban a veces a solas, aunque esto parecía suceder por casualidad. Entonces ella le hacía preguntas acerca de los Edain, a quienes había visto poco y rara vez, y acerca de su país y su gente.
Entonces Túrin hablaba libremente con ella acerca de esos asuntos, aunque nunca mencionó el nombre de la tierra en que había nacido, ni el de ninguno de sus parientes; y en una ocasión le dijo:
—Tuve una hermana, Lalaith, o así al menos yo la llamaba; y tú hiciste que me acordara de ella. Pero Lalaith era una niña, una flor amarilla en la hierba verde de la primavera; y si hubiera vivido, quizá la pena la habría deslucido. Pero tú eras como una reina, y como un árbol dorado; me gustaría tener una hermana tan hermosa.
—Pero tú eres como un rey —dijo ella—, parecido a los señores del pueblo de Fingolfin; me gustaría tener un hermano tan valiente. Y no creo que Agarwaen sea tu verdadero nombre, y tampoco es adecuado para ti, Adanedhel. Yo te llamo Thurin el Secreto.
Túrin se sobresaltó, pero dijo:
—Ese no es mi nombre; y no soy rey, pues todos nuestros reyes son de los Eldar, y yo no lo soy.
En verdad la mente de Finduilas estaba desgarrada. porque respetaba a Gwindor y sentía lástima por él, y no deseaba añadir ni siquiera una lágrima a su sufrimiento; pero a pesar de ella el amor que tenía por Túrin crecía día a día, y pensaba en Beren y Lúthien. ¡Pero Túrin no era como Beren! Él no la despreciaba, y estaba siempre contento con ella. Sin embargo sabía que él no la amaba con la especie de amor que ella quería. Tenía la mente y el corazón en otro sitio, en ríos de lejanas primaveras.
Entonces Túrin le habló a Finduilas y le dijo:
—No dejes que las palabras de Gwindor te atemoricen. Él ha sufrido en la oscuridad de Angband; y es triste para uno tan valiente estar así tullido y decaído. Necesita alegría alrededor y un tiempo más largo para curarse.
—Lo sé muy bien —dijo ella.
—Pero conquistaremos ese tiempo para él —dijo Túrin—. ¡Nargothrond resistirá! Nunca volverá Morgoth el Cobarde a salir de Angband, y ha de depender totalmente de sus siervos; así lo dice Melian de Doriath. Ellos son los dedos de sus manos; y nosotros los heriremos y se los cortaremos hasta que retire las garras. Nargothrond resistirá!
Y poco después Túrin fue al encuentro de Gwindor y le dijo:
—Gwindor, querido amigo, otra vez te gana la tristeza; ¡evítalo! Porque tu corazón está en las casas de tus parientes y a la luz de Finduilas.
Entonces Gwindor se quedó mirando fijamente a Túrin, pero no habló, y se le oscureció la cara.
—¿No la olvidarás? —dijo Gwindor—. Sin embargo tus acciones y tus consejos han cambiado mi hogar y a los míos. Tu sombra se extiende sobre ellos. ¿Por qué he de estar contento cuando me has quitado todo?
Pero Túrin no comprendió estas palabras, y pensó sólo que Gwindor estaba celoso por el sitio que él ocupaba en el corazón y en los designios del Rey.
Pero luego de las palabras de Gwindor, la respuesta de Finduilas es más extensa que en la otra versión:
—Tienes los ojos velados, Gwindor —dijo ella—. No ves ni entiendes lo que aquí ocurre. ¿He de someterme a la doble vergüenza de revelarte la verdad? Porque te amo, Gwindor, y me avergüenza no amarte más todavía, pero hay para mí un amor más grande, del que no puedo escapar. No lo he buscado, y desearía apartarme de él. Pero si tengo lástima de tus heridas, ten tú lástima de las mías. Túrin no me ama; ni me amará.
—Dices eso —dijo Gwindor— para librar de culpa al que amas. ¿Por qué te busca y se pasa las horas sentado contigo, y siempre vuelve más feliz?
—Porque también él necesita consuelo —dijo Finduilas—, y está lejos de los suyos. Vosotros tenéis cada uno vuestras propias necesidades. Pero ¿Y Finduilas? ¿No basta que deba confesarte que no soy amada, sino que además dices que lo hago así por engaño?
—No, una mujer no se engaña fácilmente en tales casos —dijo Gwindor—. Ni tampoco hay muchos que nieguen que son amados, si eso es cierto.